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Yo me pregunto

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Quince minutos quince

(27 discos y más de cinco millones y medio de copias vendidas sólo en Italia), el mito -¿el místico?- que la mayoría de los críticos europeos considera el artista italiano más coherente de las últimas tres décadas y que insólitamente, aquí, en el aeropuerto Linate de Milán, nadie reconoce bajo el sobretodo. Este siciliano que vive solo, como un ermitaño, en la cima de una montaña al sur de Taormina, con las aguas del Jónico y el fuego del Etna como paisaje de fondo, es poco afecto a las entrevistas: no concedió una sola en los últimos tres años. Pero ahora parece dispuesto a dar quince minutos de su tiempo (“no más”) a Radar, en cuanto se encienda el minigrabador.

¿Por qué dejó Sicilia para probar suerte en Milán, a los 19 años? -Para ganarme la vida como músico. Fui de aquellos que se contratan para fiestas de fin de año, cumpleaños o graduaciones, donde la gente lo único que quería era bailar y divertirse. ¡Una verdadera escuela de carácter! Pero quería tanto quedarme en Milán que hacía cualquier cosa. Después vinieron los discos y mi crisis con la música ligera.

¿En esa época empezó su relación con la cultura oriental? -Sí, ese estado de búsqueda me condujo a la filosofía hindú y al sufismo. Para algunos, que mi música exhiba sonoridades orientales es un toque de exotismo gratuito. No entienden que utilizo fonemas o inflexiones musicales de otro país porque me vienen bien como lenguaje en determinado momento y para cierto tema. Si uno tiene algo para decir, importante o trivial, lo dice con los medios que prefiere.

¿Por qué ese creciente interés por la orquestación en su música? -Del ‘72 al ‘75 tuve un contacto muy especial con Stockhausen, incluso fui su invitado en Kürten (Alemania). Y me fascinó sobre todo por su no pertenencia a este mundo: él se siente realmente un extraterrestre, y piensa y toca de ese modo. Una vez me dijo: “Ahora tiene 27 años; cuando llegue a los cuarenta ¿qué va a hacer?” Y dedicó una noche entera a que lo discutiéramos. Cuando regresé a Milán, lo primero que hice fue ponerme a estudiar a fondo teoría y solfeo, en el Conservatorio Verdi.

Ya lleva más de tres décadas en la música. ¿Cuál considera su mejor época? -Entre fines de los 70 y principios de los 80, ese período que culmina con L’Egitto prima delle sabie. Revisando esos años siento que, entonces, alcancé una música de cierta pureza, con un lenguaje micro-polifónico, tan rico en “latidos” de la mente como en sonidos.

¿Cómo definiría en lo musical su retorno al pop? -En mi primera etapa trabajaba las canciones con la sonoridad de los años 70: guitarra eléctrica, bajo, batería y algún que otro teclado, la estructura tradicional. Usaba mucho un mix electrónico y acústico, que ahora depuré. He recreado esas canciones en una forma más clásica.

A ese retorno pertenece una de sus canciones emblemáticas, “Prospettiva Nevski”... -En esa canción hay una fuerte contaminación de culturas europeas. Era un momento muy particular: París y Moscú significaban una especie de viaje a la utopía, y de uno de mis viajes a Moscú nació este tema. En cuanto al maestro que me enseñó “lo difícil que es encontrar el alba en el oscurecer”, más bien son varios: diferentes personas que conocí en mi vida y que, a una cierta edad, encontraron la fuerza para volver a empezar. El alba vendría a ser la juventud, la capacidad de cambiar, de transformarse. Y el oscurecer sería la vejez, supongo.

Otro rasgo de su producción es la polifonía de idiomas. -Las lenguas son mi primera pasión. Puede parecer extraño, pero es una pasión que incluso supera a la de la música. Me interesa sobre todo la sonoridad de la lengua como código de representación. Siempre sentí una enorme curiosidad por este aspecto de los idiomas. Además del árabe, que estudié durante años, y del siciliano, que es mi lengua natal, canto en italiano, francés, inglés, alemán, español...

¿Qué caracteriza lo siciliano? -El pueblo siciliano jamás existió como una raza étnicamente pura. Sicilia fue tierra de invasiones y dominaciones. Su especialidad o su rasgo más fuerte consiste justamente en haber fusionado muchas culturas. Lo más siciliano que hay en mi persona es la parte árabe, que yo la veo ligada al medioevo: aquel tiempo de comunión entre las artes, el filósofo que se ocupaba de ciencia, el músico que se dedicaba a la filosofía. Había tanta ebullición, que muchísimos sicilianos eran trilingües. Pero me río cuando oigo hablar de “la música mediterránea”. Creo que no existe algo así, salvo como un hecho meramente geográfico. Incluso ahora, que todo el mundo está entrando de golpe en el tercer milenio y descubre “las etnias”.

Parte de la prensa habla de usted como una figura que supera lo musical... -Me disgusta que me consideren un místico. Preferiría que hablaran de mí como alguien que estuvo muy atento a una búsqueda personal a través de la música. Me he preocupado por crear una música cargada de inventiva, y también de reflejos de lo social, pero a mi manera. Ein- stein decía que la difusión de la energía en el cosmos tiene las mismas reglas que regulan la armonía musical. Yo creo en una música “pitagórica”, que siento por instinto. Y me gustaría alcanzar en mi música lo que hacen los derviches del sur de Turquía. Son ferroviarios, carpinteros, artesanos simplísimos, pero al mismo muy evolucionados. Y esto se entiende cuando danzan: desprenden una energía verdaderamente extraordinaria. Si usted los ve en la “normalidad”, ni sospecha que son maestros. Pero ya se sabe: todas las religiones son difícilmente explicables fuera de sí mismas.

¿Le han dicho que parece más árabe que italiano? -Sí, muchas veces. Creo que en buena parte por la forma de mi nariz, que quedó convertida en esto que usted ve jugando al fútbol cuando era chico. Para mí es un signo muy fuerte. Cuando viajo por el norte de Africa o Medio Oriente, muchas veces me confunden. Una vez en Turquía, con un grupo de amigos italianos, se me acercó un hombre y me dijo: “Usted es turco, pero los otros, ¿de dónde son?”.