Por David Cufré
La escena se
repitió diez veces en quince días. Habitantes de barrios carenciados se concentraron a
la puerta de locales de las más poderosas cadenas de supermercados, con la única
consigna de solicitar alimentos para hacer frente a su pobreza. En general, los grupos
estuvieron compuestos mayoritariamente por mujeres y niños. En todos los casos, la
tensión sólo se disipó cuando las empresas accedieron a satisfacer la demanda,
entregando comestibles y vestimentas. La singular y poderosa herramienta que los
manifestantes encontraron para conseguir bienes básicos para su subsistencia desvela a
los empresarios. A diferencia de otros sucesos aislados ocurridos durante las fiestas de
1997, cuando los cuerpos de seguridad de las cadenas detectaron una organización
política previa a los acontecimientos, en esta oportunidad, afirman sorprendidos los
empresarios, llama la atención la espontaneidad de la mayoría de las movilizaciones.
El dato no es menor. La Cámara Argentina de Supermercados decidió recurrir al Gobierno
para plantear su inquietud. Ayer solicitó una audiencia al ministro del Interior, Carlos
Corach, luego de obtener respuestas evasivas del secretario de Seguridad, Miguel Angel
Toma, y de su par de la provincia de Buenos Aires, Héctor Beraldi. Luego de los hechos
acontecidos entre el 23 y el 30 de diciembre, los supermercadistas esperaban que las
manifestaciones no volvieran a producirse, atribuyendo aquellos reclamos al período
especial de las fiestas de fin de año. Sin embargo, anteayer un centenar de personas se
llegó al local de Carrefour San Lorenzo, en el barrio porteño de Boedo. Los empresarios
resolvieron no esperar más para hacer una presentación formal del problema a Corach.
Las primeras concentraciones se produjeron el 23 de diciembre, en los locales que Wal Mart
posee en Avellaneda y La Plata, y en el de Carrefour de San Justo. En los primeros dos
casos, el nerviosismo desembocó en empujones con el personal de seguridad y algún
portón por el piso. Finalmente, después de que las sucursales estuvieran cerradas por un
par de horas, el conflicto cesó con los manifestantes cargando bolsas de alimentos. Ese
mismo día, grupos de personas de barrios carenciados realizaron idénticas peticiones en
Rosario (frente a un supermercado Norte), Mar del Plata (Disco), y en las puertas del
nuevo shopping del Abasto, en la Capital Federal.
Un día más tarde, horas antes de la Nochebuena, con las instalaciones atestadas de
público, la protesta estalló frente a la sucursal de Wal Mart en Neuquén. Después fue
el turno del local de Jumbo en Quilmes. El 2 de enero la concentración se produjo en la
sucursal de Wal Mart en Córdoba, provincia que sacó la peor parte de las suspensiones y
despidos realizados por las automotrices.
La preocupación es creciente porque esto surge como consecuencia de problemas
sociales serios, subrayó en diálogo con Página/12 Juan Mirenna, presidente de la
Cámara de Supermercados. La mención de conflictos sociales y no de agitadores con
intenciones políticas ocultas, marca el contrapunto entre la visión de los empresarios y
el Gobierno. Toma atribuyó los desembarcos de pobres frente a los supermercados como una
expresión de la perversa y corrupta práctica de manipular las necesidades de la
gente en beneficio de un partido político, al que prefirió no identificar.
Mirenna, en cambio, reclamó a las autoridades tomar cartas en el asunto e
implementar sistemas de seguridad eficientes, que es una de sus funciones
básicas. También se manifestó inquieto por la repercusión que estos hechos
puedan tener en el futuro, debido a que los problemas sociales son evidentes y la
gente puede creer, erróneamente, que pedir a un supermercado es la forma de
resolverlos. Hacen falta decisiones políticas efectivas, pero uno ve que los
políticos están más preocupadospor las internas partidarias y la campaña electoral,
que en lo que le pasa a la población, se quejó.
En tres cadenas de supermercados, que prefirieron mantener su identidad en reserva,
comentaron a este diario que en los últimos meses se produjo un incremento
significativo de las demandas de alimentos y vestimenta por parte de entidades
de bien público, como sociedades de fomento, cooperativas y comunidades religiosas.
También admitieron que frente a la sucesión de manifestaciones, analizan aumentar las
raciones a esas organizaciones. Pero los empresarios se quejan porque no quieren que el
Gobierno se desentienda del problema, asumiendo como el nuevo escenario ante las
crecientes protestas sociales el incremento del asistencialismo privado.
Otras cadenas de supermercados más chicas también dijeron a este diario que entidades de
bien público vienen solicitando entregas más abundantes, a las que se suman las demandas
de locales de los partidos políticos más poderosos. La desigualdad social, que aparece
reflejada en las marchas de ciudadanos pobres a los supermercados, está medida por
estadísticas más precisas. La última Encuesta Permanente de Hogares del INDEC reveló
que los ingresos del diez por ciento más rico de la población fueron en octubre casi 25
veces más elevados que los del decil más pobre.
LA ESTRATEGIA DE LOS PIONEROS EN LA TOMA DE
SUPERMERCADOS
Llenar changuitos y esperar el silbato
Por Mariana Carbajal
A la gente le
decimos que vamos a una marcha y recién arriba del micro le avisamos que vamos a un
supermercado. Dejamos el micro a 3 o 4 cuadras y entramos disimulando, como si fuéramos a
hacer los mandados. Agarramos un changuito y lo llenamos. ¡Lástima que después tenemos
que dejar todo! Cuando llega Raúl (Castells), toca el pito y salimos todos de las
góndolas y nos juntamos para empezar a pedir. La primera vez que fui tuve un poco de
miedo. Pero ahora ya lo perdí. Si uno va a pedir porque lo necesita, nos tienen que
dar. Ana María Castaño tiene 40 años, 8 hijos y 2 nietos. Vive en Villa Fiorito,
partido de Lomas de Zamora y el 23 de diciembre participó junto a casi mil personas de la
ocupación del Wal Mart de Avellaneda, de la mano de Raúl Castells, quien desde el
Movimiento Independiente de Jubilados y Pensionados instauró hace tres años la toma
pacífica de supermercados como nueva modalidad de protesta contra el hambre.
Ana María es la referente del Movimiento en la villa La Cava, ubicada en un rincón de
Fiorito. Su casa de material, prolijamente terminada con un revestimiento que simula
ladrillos a la vista, se destaca entre los ranchos inclinados, de madera y chapa, de la
villa. El 23 fuimos a Wal Mart a tratar de conseguir algo para las fiestas... para
poder tener un pan dulce y una sidra en la mesa de Navidad, cuenta la mujer. Con la
presión de la gente dentro del inmenso local, Wal Mart aceptó entregarles 5000 kilos de
alimentos. Unos camiones los llevaron hasta el puente Pueyrredón y se distribuyeron
4 productos por persona: un pan dulce, una sidra, un azúcar y una gaseosa. Había gente
de Lomas, Avellaneda, Lanús, Almirante Brown, recuerda Castells. Ese día se
ocuparon 27 supermercados simultáneamente en La Matanza, Avellaneda, Quilmes, Florencio
Varela, Mar del Plata, Neuquén, Mendoza. En total participaron 7000 compañeros,
precisa el dirigente barrial.
La primera ocupación que encabezó Castells fue al Coto de Constitución, en julio del
96. La última, el 2 de enero, tuvo como blanco el Wal Mart de la ciudad de Córdoba
y esa vez terminó preso. Nosotros reivindicamos el derecho a conseguir alimentos
donde sea y en la forma que sea. Si el Gobierno no atiende el hambre y no garantiza
trabajo ni jubilaciones dignas, marchamos a los supermercados, justifica el ex
militante del Movimiento al Socialismo (MAS), alineado hoy detrás del líder sindical
jujeño Carlos Perro Santillán.
Las ocupaciones son pacíficas. Respetamos el criterio de no saquear, no romper, no
provocar ni agredir a nadie. En los casos en que hemos ocupado y no nos han dado
respuesta, como ocurrió en el Disco de Banfield (en marzo del 97) decidimos con los
500 compañeros cenar allí. No nos llevamos nada en el bolsillo ni en las manos: lo que
llevamos estaba en el estómago, dice Castells, dueño de un pequeño almacén en
Banfield.
A diferencia de la Nochebuena, para Año Nuevo no hubo ni pan dulce ni sidra en la casa de
Ana María. El 31 dormimos. No pudimos festejar. Como no fuimos a ningún
supermercado ..., dice la mujer, con resignación. Alrededor revolotea un puñado de
chicos. Johnatan, el menor de sus 8 hijos, de 7 años, y uno de sus nietos, de 2, comen un
pedazo de pan. Durante el día tengo que esconder el pan sino, se lo comen
todo, aclara, sentada en el patio, tapizado con baldosas. Dice que en muchas casas
de la villa suelen poner la bolsa de pan sobre el techo de la casa para que los chicos no
la alcancen. Yo la escuendo, insiste.
Ana María no se queja. Hace 3 años consiguió cobrar una pensión por familia numerosa
que venía gestionando hacía mucho tiempo, y que le asegura una entrada fija mensual de
145 pesos. Julio, su marido, es ayudante de albañil y cuando anda bien de trabajo puede
llegar a juntar 100 pesos más por semana. Al fondo hay mucha hambre,
diferencia, señalando hacia adentro de la villa, donde viven cerca de 6000 habitantes.
Una vez por semana marcha al Mercado Central y vuelve con dos bolsas llenas de fruta y
verdura que tiran a la basura los puesteros. Y con la naturalidad que sólo da la
costumbre, comenta que sus chicos sólo comen una vez por día. Tampoco vamos a
pretender hacer dos comidas porque no nos da el cuero, concluye la mujer.
TOMA DESAIRO A LOS EMPRESARIOS
Protección ausente
Por D.C.
La primera reacción de
la Cámara de Supermercados frente a las manifestaciones que se produjeron durante las
fiestas fue comunicarse con el secretario de Seguridad, Miguel Angel Toma. Esperaban una
respuesta enérgica, un compromiso a reforzar la seguridad frente a los locales para
desalentar lo que en definitiva ocurrió: la multiplicación de los reclamos. Sin embargo,
el funcionario les dijo que no negocien bajo presión y que la Policía no es
empleada de ningún empresario.
Este tipo de situaciones, que se dan en un año electoral, hay que colocarlas en el
marco de la existencia de una voluntad política que pretende cuestionar las
transformaciones realizadas, interpretó Toma al ser consultado por Página/12.
Esto no implica desconocer los problemas de naturaleza social y económica que
pudieran existir añadió, pero los hechos deben resolverse por la vía que
corresponde, y no utilizando el hambre y la necesidad de la gente en función de
subalternos intereses políticos.
La respuesta del funcionario designado para velar por la seguridad a nivel nacional
indignó a los supermercadistas. Tampoco quedaron demasiado conformes con el secretario de
Seguridad bonaerense, Héctor Beraldi, aunque éste demostró mayor preocupación.
Contradiciendo la versión del Gobierno nacional de que la presencia de centenares de
habitantes de barrios carenciados en la puerta de los comercios es una maniobra política,
los empresarios aseguran que los hechos de las últimas semanas son expresión de graves
problemas sociales. En otras oportunidades, aunque fueron casos aislados, también se
produjeron manifestaciones. Sin embargo, los supermercadistas aseguran que aquellos sí
fueron orquestados por algún personaje con intereses poco claros, mientras que en esta
oportunidad -salvo excepciones sorprende la espontaneidad de los actos.
Los empresarios, antes que exigirle al Estado que los organismos públicos defiendan
intereses de sector, deberían cumplir con las leyes, especialmente las laborales. Sin
duda, eso mejoraría el contexto social que justifica el accionar de grupos políticos
manipulando a la gente, retrucó Toma, aunque no explicó por qué el Estado no
reprime la supuesta violación a las leyes del trabajo.
Una multitud hambrienta que estiró las
manos
No sé quién lo organizó,
pero había que ir a pedir a Carrefour, dicen en la villa del Bajo Flores, donde se
come poco y mal.
Una familia de la villa que
obtuvo uno de los paquetes que entregó el supermercado.
Los chicos al mediodía comen en la guardería, pero de cena les preparo un
mate cocido o un tecito. |
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Por Horacio Cecchi
Hoy tengo fideos
para la noche. La mujer, de unos 30 años, exultante, había logrado rescatar del
amontonamiento un paquete de víveres, de los que repartían los muchachos de
un centro cultural aimará, después de mantener una ardua negociación con el
supermercado Carrefour de avenida La Plata. Ella y otras 500 personas más, de las 5 mil
que viven en la villa del Bajo Flores, habían tenido suerte. El que no consiguió
nada, igual va a recibir de sus vecinos, dijo desplegando una sonrisa desdentada
mientras señalaba el frente de la Escuela Secundaria 3, en Chilavert y Andonaegui, en uno
de los bordes del asentamiento, donde el miércoles sus habitantes se fueron reuniendo a
medida que se corría la voz: Reparten comida, reparten comida, y de la nada
surgieron cabezas que alimentaron un ejército hambriento avanzando por los estrechos
pasillos de la villa.
Todo se inició en forma casi espontánea. Es cierto que detrás de la organización
estuvieron los integrantes de un centro cultural próximo a la comunidad boliviana, pero
en el Bajo Flores el hambre no parecer tener dueño: es una de las pocas propiedades que
se reparte indiscriminadamente. Empezó a las tres de la tarde, ¿no, Miryam?,
dice Analía Díaz, de 26 años. Miryam es Miryam Pinto, su suegra, de 44. Las dos están
sentadas en una de las callecitas de tierra, cascote y vidrio de la 1-11-14 como
reconocen al asentamiento en el catastro municipal. Alrededor hay una decena de
chicos de entre 1 mes y 10 años, todos de la familia. Los paquetes eran de 10 kilos
más o menos. Tenían jabón en polvo, azúcar, yerba, fideos, leche, una lata de
tomate, dice Miryam y despliega uno de los envoltorios de plástico. Hasta
pusieron arroz Gallo Oro y a algunos les tocó jabón Nivea, que es uno de esos caros, y
pañales, agrega Analía al borde de la emoción.
Yo me enteré porque me dijo ella, y señala a otra vecina. No sé
quién lo organizó, pero había que ir a Carrefour a pedir. Hubo que caminar como 20
cuadras de ida y 20 de vuelta. No sé cuántos éramos, pero poné, no hubo disturbios.
Los del supermercado nos hacían ir para un lado, después para otro, y nosotros sin
chistar obedecíamos. Los que entraron debían estar arreglando cuántos éramos. Primero
los paquetes iban a ser de cinco kilos, pero después los hicieron de diez. Y
mientras se cosían los bordes de la negociación, que llevó varias horas, sobre el
playón de Carrefour entre 200 y 300 personas soñaban con el guiso o los fideos, y un
ejército de policías hurgaba entre la muchedumbre algún gesto desafortunado. Pero no lo
hubo.
Miryam avanza por el pasillo. Desde la casa de su nuera, en el barrio Illia un
complejo de monoblocks bajos, construido hace unos 15 años, con mejores estructuras pero
habitado con la misma pobreza, hasta la suya, en el corazón de la villa, hay que
recorrer un laberinto de no más de medio metro de ancho, con puertas y puertas que se van
abriendo a su paso. Tiene 12 hijos, entre varones y mujeres. Una de ellas, Verónica,
tiene 21 años y no pudo ir al reparto porque tiene una beba, Candela, de 1 mes.
La casa de Miryam es muy pequeña. La puerta de entrada da a la mesa en la que reposa el
paquete obtenido en el reparto. Es cierto, tiene arroz de marca. Esto tenemos que
estirarlo como un chicle. Daba pena escuchar a los vecinos cómo se venían contentos
porque iban a preparar la cena, dice la dueña de casa. La situación está
mala, mala. Mucho peor que antes. En eso llega una vecina, Cristina. Tiene cuatro
hijos, el marido hace changas. Aunque tampoco llegó al reparto, su vecina le
dio parte de su paquete. A los chicos les damos pan a la mañana, leche el que
consigue, a veces azúcar. Al mediodía comen en la guardería, pero a la noche cierran,
así que de cena les preparo un mate cocido o un tecito. Esta vez voy a preparar un
guiso, explica Miryam, mientras pasa un repasador a la mesa.
Ninoshka Godoy dirige el comedor Niños Felices. Nino, como le dicen en el barrio, se
enteró del reparto pero no quiso ir. No es que esté en contra. No fui porque tuve
miedo de que dijeran que no, de que no dierancomida. No sé qué hubiera pasado entonces.
Se va de mal para peor. Me doy cuenta por la presión de la gente que viene a pedir
comida, es muy grande. Acá recibo todos los días a 400 personas que tienen hambre. Los
comedores son los contenedores de un estallido.
OPINION
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