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Leon Gieco analiza la polemica de la semana entre Garcia-Bonafini
“Charly es un frágil artista egocéntrico”

Un día antes del show de la polémica de Charly García, el santafesino dedicará el suyo en “Buenos Aires Vivo III” a conmemorar los 50 años de la Declaración de los Derechos Humanos. ¿Quién mejor para hablar de rock y derechos humanos?

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“Me gustaría hacer un disco en homenaje a los bandidos rurales. En cierta medida, soy un bandido rural.”
En el folklore, éste “es un momento de mucho ‘¡Arriba Cosquín!’ que ya me tiene las pelotas por el suelo.”
El rey León, o el santo León, dice que es amigo de Charly desde hace 30 años y que siempre lo vio igual.
“Es un dotado pero también un egoísta, que cree que nadie existe excepto él. Esto se lo digo en la cara.”

Por Pablo Plotkin

t.gif (862 bytes) “Me voy a poner esta pilcha que me regalaron. Es vietnamita”, sonríe León Gieco con un ápice de orgullo y se prueba la camisa de mil colores para salir a la calle. Luego hablará en extenso de muchas cosas, incluyendo la polémica entre Charly García, al que definirá como viviendo en una nube, y su amiga Hebe de Bonafini, presidenta de Madres de Plaza de Mayo. “A mí jamás se me hubiese ocurrido una idea como tirar maniquíes desde un helicóptero, pero porque mi lucha por los derechos humanos es de todos los días”, dirá. Afuera de su casa, el calor derrite el asfalto y el músico posa para la cámara en el porche de su casa con naturalidad, como si fuera su madre quien lo está fotografiando.
León protagonizará el viernes, un día antes que el show en el que Charly ya no tirará maniquíes, una fecha especial de Buenos Aires Vivo ... Estará dedicada a la conmemoración del aniversario 50º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (la fecha exacta, en verdad, fue el 10 de diciembre pasado). “La primera parte va a ser un unplugged con la Camerata Juvenil Bonaerense, que es una orquesta de unos 27 chicos, entre violines, gambas, viola, cello y bajos”, anticipa. “Tengo entendido que la gente de Amnesty va a pasar cortos relacionados con los derechos humanos entre grupo y grupo (también actuarán Súper Ratones y Los Visitantes).” Además de estar produciendo algunos discos –acaba de terminar Colores puros, el nuevo de Nito Mestre, y proyecta producir nuevamente a Antonio Tormo y a un joven artista santiagueño que lo tiene encantado, Rally Barrionuevo–, Gieco piensa grabar en los próximos meses un par de obras infantiles y reembarcarse el año que viene en su proyecto de “rescate de música étnica argentina”, De Ushuaia a La Quiaca. De todo eso quiere hablar antes de bajar al tema de Charly, cuenta.
En los próximos meses trabajará sobre lo que será su próximo álbum. “Me gustaría hacer un disco en homenaje a los bandidos rurales. En cierta medida, uno es un bandido rural moderno: eso de estar sacando plata de Buenos Aires para llevarla a Tilcara.” Tilcara es un pueblito jujeño habitado por coyas, pegado a la Quebrada de Humahuaca, donde León suele tocar a beneficio del hospital local. Tanto lo quieren ahí, que el intendente acaba de bautizar una calle con su nombre. “No sólo hizo eso”, se enorgullece él, “sino que además me regaló un terreno en mi calle. Así que soy León Gieco y vivo en León Gieco al 100”. La ocurrencia le arranca una carcajada. “Es un lugar muy alucinante, que tiene que ver con la historia del país y del planeta”, expone León. “Todos los indígenas y todos los ejércitos que bajaron por el continente americano pasaron por ahí. Ahí fue donde Belgrano le puso ponchos a los cactus para hacerles creer a los españoles que tenía un ejército bárbaro.”
–Habrá seguido de cerca el entredicho y el reencuentro entre Charly García y Hebe de Bonafini ...
–Sí.
–¿Y qué piensa?
–Que son incompatibles la lucha que lleva adelante Hebe de Bonafini y Charly García. Charly es un músico, un artista, un nene de pecho en comparación con la lucha que sostiene Hebe. Ella es la pelea en el barro, Charly es un frágil artista egocéntrico, que quiere dar su visión de las cosas. Yo veo que los dos tienen razón.
–¿Pero cómo le había caído la descripción de lo que iba a ser el show de Charly?
–Son valores muy delicados. También hay un delirio de grandeza de Charly, que sabemos que él es así y vive de eso. Para él, él es el más grande que hay, el único que escribió acerca de los derechos humanos. Cree ser el más genio de todos, más que Mozart, más que Beethoven, y todos nosotros somos unos pelotudos. Para mí, su parte de genialidad no va por el nivel de las canciones que hizo –aunque reconozco que hizo canciones hermosas–, sino porque todo lo que le entra por una oreja lo aplica directamente al piano. En cambio nosotros tenemos que estudiar.
–Un dotado ...
–Es un dotado pero también un egoísta, un egocéntrico total que cree que nadie existe excepto él. Yo esto se lo digo en la cara. Soy amigo de Charly y lo conozco desde los 18 años, y fue así siempre. Tengo una anécdota de la época en que yo me presentaba con un grupo en el teatro Luz y Fuerza. Como nos iba bien, invitábamos a otros a compartir escenario, esa misma inquietud que tengo ahora de invitar a otros artistas a tocar conmigo. Un día, figuraba en la lista de bandas un tal Sui Generis. Los manejaba un personaje mítico del rock: el Gordo Pierre. Entonces el Gordo se me acerca antes de que toquen ellos –nosotros cerrábamos el show– y me dice que no pueden salir porque falta el tecladista. Yo le digo “bue ... salgan sin el tecladista”. “Imposible”, me contesta. “El tecladista es el que manda.” La gente empezaba a impacientarse, así que nosotros decidimos salir a tocar. Cuando terminamos apareció el tecladista, que era Charly y se había escondido para ganarse el cierre del show. Yo lo odié en ese momento. “Este hijo de puta, lo voy a matar”, decía. Pero después lo vi tocar y tenía que aceptar, indefectiblemente, que el tipo era un genio. Charly tocaba el piano con el talón y el dueño del teatro me decía “bajá a este hijo de puta porque te voy a matar a vos y al mono”. Charly es un tipo que está ocupado en su mambo, todo el día en su nebulosa planetaria que le revienta el bocho. A mí jamás se me hubiera ocurrido intentar tirar maniquíes de un helicóptero, pero también porque mi lucha por los derechos humanos es de todos los días.
–¿Y cómo la ejerce?
–Hago cinco o seis actuaciones mensuales en villas, canto para chicos que necesitan trasplantes, participo en discos para que las tribus tobas y matacos consigan tierras, voy a tocar gratis para hospitales. Dono parte de las regalías al Padre Farinello, a los comedores infantiles. Trabajo para movimientos ecologistas, para Amnesty. Me ocupo todo el día de eso, además de la ideología que tienen mis canciones. Trabajo todo el tiempo por los derechos humanos, es una lucha cotidiana. Soy el único artista que difunde la lucha de las Madres, de las Abuelas y de H.I.J.O.S. por el interior. Cuando en el ‘83 hablaba de las Madres, la gente se escondía debajo de las butacas; ahora se paran a aplaudir. Así que hemos ganado algunas cosas. Y mi lucha es más bien ahí, en el interior, que está adormecido. Trato de que la gente piense en esos 15 mil chicos que se mueren de hambre y enfermedad en este maravilloso país que, si no fuera por la puta corrupción, daría para todos.
–¿Por dónde pasa, a su entender, el compromiso social de un artista en los noventa?
–En mi caso pasa por el pasado y las consecuencias que nos dejó. Si antes peleábamos por 200 causas, ahora estamos peleando por 2 mil. Hemos permanecido, seguimos componiendo canciones, pero por otro lado está avanzando toda esa parte negativa: pasó la obediencia debida, el indulto a los militares, y ahora peleamos contra las consecuencias del golpe. Para colmo, estamos en medio de una situación política que no favorece en nada a los derechos humanos ni a la ecología. Es un momento de globalización, en el que se pretende inculpar a los inmigrantes, por ejemplo, de la situación económica, de la falta de trabajo. Eso es una burrada total. Yo prefiero dos millones de bolivianos y no una María Julia Alsogaray. Volvieron a incitar a la gente a que se agarre de esa cosa patriótica, como pasó durante la guerra de Malvinas. Le siguen haciendo creer a la gente que este país es la Argentina, y que los bolivianos y los peruanos están de más. Y Menem, a todo esto, pescando truchas en lo de los Menéndez Beti. Este país es un muñeco al que se le sale el algodón permanentemente.Lo cosen de un lado y se le sale por otro. Y en este momento el algodón está saliendo por todos los costados.
–¿Cree que los artistas jóvenes se están haciendo cargo de esa realidad?
–Yo siempre dije que el rock de los noventa, que es un rock mucho más fuerte, se hizo más cargo de la realidad que el rock de los ochenta. Pero si bien los grupos de rock actuales tienen una conciencia de lo que está pasando, no es la música masiva, la que llega a todos lados. Si hablamos del movimiento de rock de los noventa, diría que tomó un compromiso social mucho más fuerte que el de los ochenta. Un compromiso parecido al que teníamos nosotros en los setenta, que luchábamos por el advenimiento de las democracias, la vuelta de Perón, íbamos a tocar a las fábricas donde expulsaban gente. Después vino el militarismo, donde no se pudo hacer absolutamente nada, una dictadura terrorífica. Después llegó el momento del posmilitarismo, con imágenes modernas, corbatitas y peinados nuevos, en el que se engancharon muchos. Yo fui un empecinado en no sumarme a esa mano. Tampoco los combatía, porque en definitiva eran chicos cantando. Es más: yo fui uno de los primeros en ir a ver a Soda Stereo, y me gustaba. Pero reconocía que las letras no tenían la importancia que tenían las letras del setenta. Había un productor, dueño de FM Del Plata, que me decía que tenía que tocar con una banda de pendejos, que si no me estaba envejeciendo. Yo no lo veía así.
–Y el folklore, en ese sentido, ¿por qué momento está atravesando?
–Es un momento de mucha arenga, de mucho “¡Arriba Cosquín!” que ya me tiene las pelotas por el suelo. Quizá por eso yo ahora decida tocar con una camerata, buscar sonidos diferentes y no estar tanto arengando a la gente. El top de eso fue el último Cosquín, donde todos salían a tocar cualquier cosa, arengaban un rato y se iban a mojar el pelo atrás al camarín, como el saxofonista de Tina Turner.
–¿Se siente más cerca del rock o del folklore?
–De ambas cosas. Desde que tengo quince años que estoy tocando con un grupo: los Rolling Stones, Jimi Hendrix y los Beatles y con otro Los Fronterizos y Los Chalchaleros. Para mí es igual. No igual, pero sí igualmente alentador. Todavía hoy me emociono tanto con un disco de los Stones como con uno de Cafrune. Ahora, gracias a esa dualidad que siempre tuve y me mantuvo la cabeza abierta puedo disfrutar de miles de músicas de todo el mundo. Soy un empecinado en escuchar música de toda Latinoamérica, y cuando voy a Alemania o Estados Unidos, voy a las bateas de música del mundo y compro discos africanos, afganos y, a su vez, tengo toda la colección de Peter Gabriel. Por eso también he hecho De Ushuaia a La Quiaca, que es un trabajo de recopilación de música étnica argentina.
–¿Cómo ve que está funcionando el circuito artístico en Buenos Aires, sobre todo en la música popular?
–Cuando yo llegué de Cañada Rosquín (Santa Fe) había muchos menos grupos y las compañías eran artesanales. Se interesaban mucho por los nuevos artistas de rock y de folklore y les daban oportunidad. Ahora hay muchísimos grupos y bajó el nivel artesanal de las compañías. Claro, ahora les conviene editar Spice Girls: no invierten nada, venden 300 mil placas y se llenan de plata. ¿Para qué quieren un molesto como yo, que les va a pedir guita para hacer una buena producción? Bueno, a mí todavía me quieren porque vendo 70 mil copias, pero cuando venda 10 mil voy a tener que hacerme los discos yo mismo.

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