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Por Martín Granovsky Si se pregunta a los taxistas, el comienzo de la visita fue un escándalo. Si se pregunta a los travestis, una buena ocasión para protestar con mucha prensa delante (ver páginas 16 y 17). Si contesta Crónica, llegaron los piratas. Si hablan los empresarios, vino un modelo de preocupación social. Para Menem está en la Argentina otro interlocutor que lo deja como el único argentino capaz de dialogar con los grandes del mundo. Cualquiera de estas lecturas sirve para explicar el primer día de la gira de Carlos, príncipe de Gales, por la Argentina. Y esta otra: también él, como antes Menem en el Reino Unido, desarmó un poco más la guerra del 82 al rendir homenaje a los caídos argentinos en Malvinas. En el mismo día, Carlos se vio dos veces con Carlos. La primera fue al mediodía, cuando Carlos de Gales le dijo a Carlos de la Argentina que había hablado por teléfono con la reina Isabel II, y que ella le había pedido que enviara a Menem sus deseos de felicidad. Zulemita y yo no tenemos más que palabras de agradecimiento por el afecto que recibimos de la reina y de todo el pueblo inglés, y ésos son hechos que se graban para siempre en el recuerdo respondió Menem, muy polite, es decir muy cortés. El Presidente había estado a fines de octubre en Londres, y el 28 almorzó con la reina en Buckingham Palace. Fue cuando el presidente de la Cámara de Diputados, Alberto Pierri, explicó a la familia real el fondo de la disputa: Las Malvinas dijo son un sentimiento. La segunda vez que Carlos y Carlos estuvieron juntos fue anoche, en el Alvear. Carlos rescató la amistad argentino-británica. Carlos, a su turno, destacó la amistad británico-argentina. Carlos fue cauto. Habló del polo pero no de las Malvinas. Carlos, de Gales, fue más directo. Lanzó al aire un toque de glamour cuando recordó que en el siglo pasado un embajador inglés cortejó a la hija del presidente Rosas vestido de gaucho, pero no tuvo suerte y no pudo ganar su mano, y comparó ese dato con que más recientemente, la hija de otro presidente ha logrado conquistar todos los corazones británicos cuando lo acompañó en la visita, el año pasado. Luego del glamour y Zulemita, las Malvinas. Carlos, de Gales, planteó así el tema: Mi anhelo es que el pueblo de la moderna y democrática Argentina, con su apasionado ahínco por preservar sus tradiciones nacionales, pueda en el futuro vivir en amistad con otro pueblo de otra democracia moderna, aunque más pequeña, ubicada a unos cientos de millas de sus costas. Más aún: Pueblo igual de apasionado en su decisión de proteger sus tradiciones. Que esto sea en un espíritu de comprensión y mutuo respeto. Que ninguno se vea en la necesidad de volver a sentir miedo u hostilidad hacia el otro. Un murmullo recorrió el salón Versailles del Alvear cuando Carlos hizo esas dos afirmaciones. Y comenzaron las especulaciones. ¿Suavizó o endureció? ¿Tendió puentes o los cortó? Un análisis provisorio, entre el medallón de lomo con humita y el champagne, podría incluir, más bien, estas conclusiones: u Ni Londres ni los isleños dejaron de considerar que las Malvinas son sus Falklands. u Los isleños se autodeterminan, y lo hacen protegiendo sus tradiciones, que incluyen, por cierto, la pertenencia a la Corona. u Si Carlos, de Gales, no hablaba de las Malvinas, se lo iban a reprochar en las propias islas cuando llegara el próximo sábado. Salvo ese párrafo, Carlos, de Gales, evitó hablar de política y soberanía. ¿De qué se trató la visita, entonces? Símbolos, muchos símbolos. Imágenes. Fotos. Primera imagen, Menem y el Príncipe en la Casa Rosada. En 1989 la campaña radical de Angeloz Presidente pegó un cartel, sin firma, que ponía a Menem en el centro y preguntaba: ¿se lo imagina con...? Estaban las fotos de Mitterrand, Gorbachov, Bush y otros presidentes o primerosministros con los que Menem estuvo o pudo haber estado en los diez años siguientes. En tiempos electorales, cada foto nueva de Menem en el exterior o aquí con figuras extranjeras es otro golpe al viejo cartel. Cada aparición suya refuerza el mensaje de que, para representar al Estado argentino, no hay otro como él. De paso, algunas atenciones. Una pintura ecuestre de Carlos para Carlos de Gales. Dos camisetas de la selección argentina para William y Harry, sus hijos. Un reloj de escritorio en oro y plata, de Carlos para Carlos de la Argentina. Un libro suyo, autografiado, Mis viajes. Segunda imagen, televisiva, el caos de tránsito. Junto a ella, travestis manifestando frente a la embajada británica. Y eso como síntesis audiovisual de la visita. Aunque es evidente que las relaciones entre dos países no pueden medirse por la opinión de diez taxistas irritados o veinte travestis escapando del nuevo Código de Convivencia, si esas imágenes terminan representando una parte del humor popular quiere decir que, o al humor popular le interesa poco el tema, o le fastidia. Hipótesis provisoria: más que el Príncipe, ¿no le fastidiarán ya los diez años de un mismo presidente en el poder? Imagen número tres, el canciller argentino hablando en inglés la segunda parte de su discurso en Plaza San Martín, y recitando en inglés a Jorge Luis Borges. Buen inglés. Tanto que hasta incorporó el tono suavemente dubitativo típico de los británicos que pasaron por Oxford o Cambridge. De La rosa profunda, de Borges: La blancura del sol puede ser tuya/o el oro de la luna o la bermeja/firmeza de la espada en la victoria./Soy ciego y nada sé, pero preveo/ que son más los caminos. Cada cosa/ es infinitas cosas.... Número cuatro, el propio Guido Di Tella evitando con gentileza el recuerdo de las invasiones de 1806 y 1807 y destacando, en cambio, que José de San Martín admiraba la educación, la civilidad y la cultura inglesas. Al final de la toma, el canciller traza una continuidad entre los segundos de San Martín de origen inglés, por ejemplo Paroissien, y la colaboración de los dos países en las fuerzas de paz de la ONU en Chipre. Una forma de decir que la Argentina es confiable, que lo es no sólo para la ONU sino también para los Estados Unidos y que, entonces, por qué negarse a un diálogo sustancioso sobre las islas. Pero más allá de la re-re, y del uso pasivo de cualquier contacto internacional para el proyecto Menem Eterno, el símbolo que más impactará en Gran Bretaña será el homenaje de Carlos (el británico) a los caídos argentinos en la guerra de 1982. El gesto tiene un antecedente. En su viaje de octubre, Menem puso flores en la cripta de la catedral de Saint Paul donde un muro de granito recuerda a los caídos británicos. La imagen de Zulemita pasó entonces a la historia la hija del Presidente secando una lágrima que se había escapado por debajo de sus anteojos negros y Menem conmovió a los veteranos ingleses cuando se hincó, rezó en un murmullo, se persignó y escuchó cómo la diana rompía el silencio de catacumbas. Ayer Carlos colocó su ofrenda ante el monumento a los caídos argentinos, en la bajada de Plaza San Martín, frente a Retiro, y escuchó otra diana tratando de abrirse paso en el ruido de fondo de Buenos Aires. Después le hablaron los veteranos y él los atendió uno por uno. Hasta recibió el texto de la Federación de Veteranos de Guerra que le señala la existencia de personas en el país a las que les encantaría haber nacido en el suyo y que, por lo tanto, le ofrecerán diversas muestras de pleitesía, como si fuesen verdaderos súbditos de su reino. Le agradecen, de todos modos, el gesto de rendir respetuoso homenaje a aquellos argentinos que brindaron sus vidas, y le advierten que mientras las Malvinas no sean restituidas los bienes británicos carecerán aquí de seguridad jurídica. Poco preocupados por el tema, los pares argentinos de los ingleses, nucleados en Idea, recibieron ayer a Carlos en una reunión para discutirel aporte social de las empresas. Jorge Romero Vagni, el presidente de Idea, dijo a Página/12 que Carlos, de Gales, creó un clima cordial, y subrayó para qué sirve analizar la proyección de las empresas en la sociedad: Hasta en el cálculo más frío, al empresario le conviene una sociedad mejor. Es imposible el desarrollo en medio de la pobreza, no sólo porque menos gente va a consumir sino porque algún día al empresario pueden ponerle una bomba en la compañía.
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