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Por Pablo Plotkin David Lebón se ve como un gentleman en su camisa celeste metida adentro del pantalón, sonriendo y acomodándose los lentes sin montura. Un look de la escuela Paul McCartney que parece sentarle muy bien. A los 46 años, el ex guitarrista de Serú Girán, bajista de Pescado Rabioso y baterista de Color Humano volvió al ruedo y, seguramente por eso, se lo ve radiante en las oficinas de BMG, el sello con el que acaba de firmar un contrato para grabar cuatro discos. El más inminente va a ser en vivo tal vez doble y será el resultado de los dos shows que concrete el viernes y el sábado próximos en el teatro Coliseo. Los conciertos son como para decir volví, aunque nunca me fui a ningún lado, aclara Lebón, que desde hace cuatro años está radicado en Mendoza, alejado de los escenarios, las salas de ensayo y los estudios de grabación. Este cambio de aire parece que le sentó bien. Y en lo estrictamente artístico, Lebón señala que el próximo será el primer disco en vivo que voy a hacer como solista. La lista de temas es de mucho rocanrol y baladas de antes. Un disco de grandes éxitos. Para encontrar el sonido rockero del que habla, el ex Polifemo se rodeó de un grupo de músicos que podrían cuadrar dentro de una generación noventista ligada a una tradición de rock más bien ortodoxo. Pablo Guerra (Caballeros de la Quema) en guitarra, Juan Hermida (Mississippi Blues Band) y Ariel Caldara (también de Caballeros) en teclados, Pablo Memi (ex Ratones Paranoicos) en bajo, y Federico Gil Solá, el gran ex baterista de Divididos, integran esta especie de pequeño muestrario de rock crudo contemporáneo. Tengo cinco hijos, así que no me es difícil trabajar con pibes, sonríe Lebón y después se explaya: En la época en que yo era pibe, no había muchos rockeros, era muy difícil tocar rock. Ahora es más fácil porque, bueno, hasta los Rolling Stones han venido a la Argentina. Los chicos escucharon mucho rock, tienen Les Pauls, teclados, hay estudios de grabación, compañías que los contratan... Ha cambiado mucho esto, para bien, por supuesto. Así que yo cierro los ojos y me veo tocando en una banda de rock, no veo las edades de los músicos, eso es algo que no me interesa en absoluto. Son chicos bárbaros y están muy preocupados por el proyecto. Además son medio fanas míos. ¿Cómo le sienta el rótulo de clásico? Es que soy un clásico. Me estoy dando cuenta ahora, que soy más grande. Claro, cuando estaba en el ruido, el humo y toda la cuestión, iba a tocar y no veía lo que estaba dejando. Hace un rato, repasando la lista de discos de mi carrera, me daba cuenta: Serú tiene siete, yo tengo once... Tiene material nuevo para mostrar. ¿Por qué no lo va a tocar en vivo? En estos cuatro años estuve componiendo y tengo 23 temas terminados. Pero la decisión tiene que ver con que la experiencia me dice que a los temas nuevos, en vivo, la gente no los recibe del todo bien. Uno toca un tema nuevo y el público se queda así, en silencio. No se llega a entender la letra, por ejemplo. Distinto es cuando el disco ya está en la calle. ¿Cómo le resulta la comparación, cuando contrapone las canciones viejas con las nuevas? Es lo mismo. Capaz que cambia un poco el sonido y las letras, pero es rock. Rock y baladas. Siempre fui muy rockero; mis baladas son baladas rockeras. Y las letras... Yo siempre hablé del amor. Las letras mías son muy humanas: hablan de las cosas que me pasan a mí, a vos y a todos. No hablo del cosmos ni del más allá: hasta que no llegue ahí no voy a poder. Hablo de lo que pasa acá, conmigo, con mi familia, mi relación con el amor, con Dios. ¿Es muy creyente? No soy religioso, ni voy a la iglesia. Pero si no soy el mejor amigo de Dios, ando por ahí.
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