Paraguay
parecía ayer al borde de una guerra civil. A las 8.45 de ayer, cuando se dirigía hacia
su oficina, el vicepresidente Luis María Argaña fue asesinado por tres hombres en un
atentado con ametralladoras y granadas. En el ataque también murieron su chofer y su
guardaespalda. El oficialista Partido Colorado y el Congreso paraguayo denunciaron que los
culpables son el presidente Raúl Cubas, a quien le pidieron la renuncia inmediata, y su
mentor político Lino Oviedo, con quienes Argaña mantenía un enfrentamiento durísimo.
El ministro del Interior, Rubén Arias, presentó su renuncia. El centro de Asunción se
pobló de protestas contra Cubas y hasta el momento hay 10 heridos y seis detenidos. El
senador colorado Juan Carlos Galaverna denunció la puesta en marcha de un golpe de
Estado. El gobierno paraguayo dispuso el cierre de las fronteras y los aeropuertos
para que no escapen los culpables y declaró 15 días de duelo oficial y tres de nacional.
El Banco Central suspendió las operaciones de cambio de divisas para evitar el desplome
del guaraní.
Pocas horas después del crimen de Argaña, la Corte Suprema paraguaya, que es la que
dictaminó que Oviedo debe volver a la cárcel por su intentona golpista en 1996, debió
ser desalojada por amenazas de bomba, y la planta transmisora de la radio Cardinal y el
Canal 13 de Asunción fueron baleados por desconocidos. El Congreso llamó a la
ciudadanía a movilizarse contra los embates de este régimen autoritario y criminal
que ha desatado una espiral de violencia y la Central Unitaria de Trabajadores (CUT)
declaró una huelga general hasta que el presidente se dé cuenta de que tiene que
irse a su casa, según afirmó su titular, Alan Flores. Para hoy, Asunción será
una verdadera ciudad tomada: 15.000 campesinos permanecerán en las calles frente al
Palacio Legislativo, a 200 metros de la Casa de Gobierno. Habían llegado ayer para pedir
al Congreso la condonación de sus deudas en una marcha que estaba programada hace dos
meses. El dirigente de la Organización Nacional Campesina, Estanislao Martínez, declaró
que se quedarán allí para acompañar la huelga.
Según un testigo del crimen, un auto, que podría ser un Fiat Tempra, bloqueó el paso de
la Nissan Patrol en la que viajaba Argaña. Tres hombres armados, de unos 35 años, a cara
descubierta y con uniforme militar, bajaron y comenzaron a descargar dos ametralladoras y
una pistola sobre el vehículo de Argaña. Los asesinos vieron a este testigo y lo
apuntaron, pero éste logró ocultarse de los tiros en una carpintería cercana. Luego
escaparon y a 500 metros del lugar del atentado incendiaron el auto y huyeron en otro.
En los alrededores del auto de Argaña, la policía encontró al menos quince casquillos
de proyectiles de fusil y dos cargadores vacíos de pistola. Además de insistencia, los
criminales demostraron precisión. El médico Ramiro García Varesini, del Sanatorio
Americano, explicó al Canal 9 de Asunción que una misma bala había atravesado el cuerpo
del vicepresidente paraguayo en el hígado, el corazón y la arteria pulmonar, por lo que
murió en el instante.
El anuncio oficial de la muerte de Argaña fue dado por el presidente Cubas, quien
lamentó el crimen pero inmediatamente aclaró que el vicepresidente no aceptó en
su momento la cobertura de seguridad que le ofreció el gobierno. Cubas aseguró que
habrá una completa investigación para el más pronto esclarecimiento del crimen en
el marco de la ley. Llamó a la reflexión profunda y serena y pidió
que entre todos busquemos el orden, la tranquilidad y la paz que necesita el
Paraguay.
Pero la calma no parece ser lo que caracterice al futuro político del Paraguay.
Esto no va a quedar así. Aquí va a correr mucha sangre, dijo Icho Planás,
el abogado personal de Argaña, y agregó que Cubas y Oviedo serán colgados en una
plaza pública junto a sus respectivas familias. También afirmó que, hace pocos
días, había advertido a Argaña sobre la posibilidad de que el gobierno planeara un
atentado contra su persona. El Congreso, por su parte, emitió un comunicado en el que
denuncia ante la comunidad internacional y particularmente ante los países del
Mercosur yla OEA este crimen político que forma parte del plan terrorista, protegido y
alentado desde el Poder Ejecutivo, destinado a interrumpir el funcionamiento de las
instituciones democráticas para suplantarlas por un gobierno dictatorial. Los
gobiernos latinoamericanos, la OEA, la Unión Europea y la Casa Blanca también condenaron
el asesinato, y el vocero del Departamento de Estado James Rubin exhortó a a todos
los paraguayos a renunciar al uso de la violencia como medio de resolver diferencias
políticas y a respetar normas legales y constitucionales.
Y el blanco de todas las miradas, el ex golpista Lino Oviedo, comunicó a todos los medios
mi decidido repudio por el atentado contra Argaña. Si bien fuimos
adversarios políticos, nunca he negado mis sentimientos fraternos y mi admiración por la
estirpe patriótica, intelectual y colorada de quien en vida fuera el más alto exponente
de los ideales nacionalistas, dijo Oviedo. Pero hace algunas semanas había dicho
que iba a arrancar como rastrojo y quemar a sus adversarios políticos. En
todo caso, sea quien fuere el responsable de la muerte de Argaña, está claro que en
Paraguay las diferencias políticas se arreglan a los tiros.
DESDE LOS AÑOS DE STROESSNER HASTA LA GUERRA
CONTRA OVIEDO
Un estadista que no pudo ser presidente
Por Pablo Rodríguez
Luis María Argaña
podría ser definido como el hombre detrás de las sombras durante los
últimos 30 años. Sin embargo, el mismo Argaña también fue el principal opositor de los
gobernantes de turno. En 1988, siendo el gran candidato a suceder al dictador Alfredo
Stroessner, decidió que no se podía esperar más y encabezó la oposición interna al
régimen militar desde el oficialista Partido Colorado. Cuando cayó la dictadura, tuvo
que conformarse con el puesto de canciller, pero no tardó en volver a la lucha por la
presidencia. Se enfrentó con el entonces presidente Andrés Rodríguez, después con su
sucesor, Juan Carlos Wasmosy, y más tarde se alió con él para impedir el ascenso del ex
golpista Lino Oviedo. Cuando lo mataron, estaba ocupando el cargo más importante de su
carrera política y la presidencia parecía más cerca que nunca. En todo caso, su
vigencia a 10 años del derrocamiento de Stroessner y la forma en que murió indica que
nada ha cambiado demasiado en la política paraguaya.
Desde los inicios de su carrera, Argaña pretendió encarnar la figura de un estadista.
Ligado a las clases altas de Asunción, se doctoró en Derecho y Ciencias Sociales y en
1960 llegó a la vicepresidencia de la Cámara de Representantes del Congreso títere
paraguayo, donde siguió ocupando varios cargos hasta 1983. Pronto comenzó a ser conocido
como El Príncipe, el sucesor natural del dictador. En 1967 fue uno de los
principales redactores de la Constitución que permitió a Stroessner perpetuarse en el
poder. En 1978 viajó a la Asamblea General de la ONU para defender a la dictadura de las
acusaciones sobre violaciones de los derechos humanos. Cinco años más tarde, Argaña fue
nombrado presidente de la Corte Suprema de Justicia, un puesto clave para la represión:
de allí salían los fallos que aplicaban la Ley 209 de Defensa de la Democracia, por la
cual cualquier persona era acusada y reprimida.
Pero hacia el año 1988 la dictadura de Stroessner no estaba en su mejor momento y la hora
de Argaña presidente se alargaba demasiado. Comenzó a forjar una imagen de
luchador por la democracia y el 3 de febrero de 1989, cuando el general
Andrés Rodríguez derrocó a su consuegro, Argaña era mencionado como el futuro
presidente. Pero Rodríguez se quedó con el poder y formuló ideas raras como
la separación entre las fuerzas armadas y el Partido Colorado. La oposición comenzó a
elogiar al general y el protagonismo de Argaña se apagaba dentro de las grises funciones
de canciller.
Vamos a conspirar, vamos a hacer una revolución si es necesario, pero no vamos a
dejar que el Partido Colorado caiga del poder, declaró entonces Argaña en una
convención partidaria que había sido prohibida por la Justicia. Los medios hablaron de
las copas de más que llevaba encima el supuesto gran estadista y Rodríguez rápidamente
lo separó del cargo. El ex delfín de Stroessner decidió entonces replegarse para ganar
las internas coloradas. Pero el Tribunal Electoral del partido dictó que hubo fraude en
los comicios que le había ganado a Juan Carlos Wasmosy, quien terminó siendo el nuevo
presidente. Argaña volvía a perder la partida.
En 1997 parecía que era la batalla definitiva, pero a Lino Oviedo no se le ocurrió mejor
idea que entrar en la política a través del Partido Colorado. Y ante el arrastre popular
del ex golpista, Argaña soportó otra derrota. Entonces, como diría Balbín, el viejo
adversario saludó a un amigo: Wasmosy y Argaña se las arreglaron para dejar afuera a
Oviedo, pero no pudieron evitar el ascenso de su delfín Cubas.
Si el Pato Donald se presenta como candidato del partido, igual ganará las
elecciones, dijo Argaña en referencia a Cubas. Revelando, quizás
involuntariamente, la potencia de la fraudulenta máquina colorada para perpetuarse en el
poder, el gran dirigente político del Paraguay dejó en claro su
frustración. Todos, hasta el Pato Donald, podían llegar a la presidencia. Menos él, que
era el que más la había buscado.
ANTE LA POLARIZACION Y EL PELIGRO DE GUERRA
CIVIL
El Ejército es el actor clave
Por Claudio Uriarte
El asesinato de Luis
María Argaña escala dramáticamente las apuestas en Paraguay, tanto que ya no queda
claro cuáles son las apuestas. Desde la asunción del mando por Raúl Cubas en agosto del
año pasado, Paraguay vive una inestable situación de dualidad de poderes entre el primer
mandatario un hombre de paja del general Lino Oviedo y el sector antioviedista
del Partido Colorado, liderado en el pasado por el ex presidente Juan Carlos Wasmosy y
hasta ayer por Argaña, vicepresidente en rebeldía contra Cubas. Esa división atraviesa
no sólo el Partido Colorado sino también la totalidad del gobierno y las instituciones:
la Corte Suprema, la mayoría del Congreso y parte del Tribunal Superior de Justicia
Electoral son antioviedistas; el Ejército sobre todo después de la
reincorporación de 200 militares leales a Oviedo, que habían sido pasados a retiro tras
su fallida intentona golpista de abril de 1996 parece alineado con su viejo
comandante. No es una división menor: los antioviedistas no dudan en acusar a Oviedo por
el asesinato y reclaman la caída de Cubas.
Hasta ayer, éste había sido un conflicto de baja intensidad, centrado en la negativa de
la Corte Suprema a admitir la constitucionalidad del decreto con que Cubas había absuelto
a Oviedo de la prisión y la privación de derechos civiles impuestas por Wasmosy contra
el general carismático. El clímax iba a ocurrir el 7 de abril próximo, cuando el
Congreso debía reunirse para iniciar un juicio de destitución contra el presidente. En
ese proceso, el principal operador político contra el presidente era el vicepresidente,
asesinado ayer. De este cuadro parece desprenderse que Oviedo, o al menos un sector del
oviedismo, salen beneficiados por el asesinato, pero por la misma vara pueden salir
perjudicados: la muerte de Argaña, al polarizar el país, sólo puede consolidar la
alianza parlamentaria entre colorados antioviedistas y liberales de centroizquierda que
domina el Parlamento. Por eso, si Oviedo decidió subir su apuesta hasta el magnicidio,
debería tener detrás la fuerza suficiente para consumar un golpe de Estado. ¿La tiene,
o la muerte de Argaña significa que el golpe de Estado ya ha sido consumado?
Por lo pronto, algo es seguro: éste no es un enfrentamiento entre dictadura y democracia
sino una guerra mafiosa entre dos fuerzas profundamente antidemocráticas, una de ellas
la oviedista que interpreta el apoyo popular electoral masivo de los
paraguayos como un piedra libre para hacer cualquier cosa, y la otra la
antioviedista que traicionó sus promesas electorales de amnistiar al paraguayo más
votado en las elecciones internas del Partido Colorado. En este drama sórdido, los
antioviedistas representantes del ala stronista del partido por su fidelidad al ex
dictador Alfredo Stroessner montaron una ofensiva judicial dudosa contra Cubas, que
permitiera servir de ariete para un impeachment a la paraguaya: un golpe de Estado
parlamentario. El arco de maniobras de este sector era tan amplio como oportunista: iba
desde los liberales de Domingo Laíno hasta la embajada norteamericana, que empezó a
actuar como megáfono principal del antioviedismo y como centro de intrigas políticas,
incluyendo una sonada recepción al propio Argaña, en una actuación de mano dura que
hizo recordar los peores tiempos de Braden o Perón en la Argentina de 1945.
Dentro de la intriga se mezclan opacos intereses comerciales, corrupción, y vínculos de
ambas partes con el narcotráfico, que tiene en Paraguay un país de paso. Estos juegos
oscuros vuelven más difícil una lectura precisa de lo ocurrido ayer, pero por otra parte
subrayan dramáticamente que la lucha es a matar o morir como lo evidencia el
asesinato de Argaña y las subsiguientes amenazas de asesinatos de represalia. Los
enfrentamientos de ayer en las calles de Asunción señalan el peligro de que la violencia
escale y derive en situaciones de preguerra civil. Pero para eso es crucial la actitud a
tomar por elEjército, el actor más decisivo de una crisis institucional que ayer
explotó con toda la fuerza.
OPINION
|