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Por Hilda Cabrera No se exagera al decir que José Sacristán es el actor español más entrañable para los argentinos. A su capacidad de iluminar escenas con su trabajo se suma la de haber sido protagonista de películas que conmocionaron al público local, empezando por Solos en la madrugada y continuando con las también posfranquistas Asignatura pendiente (ver Subrayado), La colmena, El viaje a ninguna parte y La vaquilla. Esa comunicación se consolidó a través del teatro: su temporada con Una jornada particular, por ejemplo, junto a Charo López, en 1988, y tres años más tarde, con La guerra de nuestros antepasados, sobre la novela homónima de Miguel Delibes. También con sus presentaciones en los ciclos de cine español y su participación en algunas coproducciones, como Un lugar en el mundo, del realizador Adolfo Aristarain, quien lo dirigirá próximamente en una historia de amigos que se reúnen a propósito de la muerte de la mujer de uno de ellos. Durante sus estadías en la Argentina, tampoco la radio le fue indiferente. Condujo el ciclo Delante de las narices (en 1991 y 1993, por Radio Rivadavia), luego de un primer programa de fogueo en el que mantuvo un sustancioso diálogo con el ex fiscal Julio César Strassera. Esto fue en el 1991 en el ciclo de Víctor Hugo Morales, por Radio Continental. Nuevamente en Buenos Aires, Sacristán trae al escenario del Gran Rex un personaje que condensa universales utopías, don Quijote, el caballero andante que camina vida arriba, como escribió el español Luis Aranguren, y pretende mejorar el mundo deshaciendo agravios. El actor se presenta pasado mañana, y por sólo tres semanas, con un megaespectáculo, El hombre de La Mancha, compartiendo el cartel con la cantante Paloma San Basilio. Se trata de un musical creado por los norteamericanos Dale Wasserman y Joe Darion, y montado en España en 1997 (en una traslación de Nacho Artime), cuando se memoraban los 450 años del nacimiento de Miguel de Cervantes. Para esta apuesta, Sacristán debió completar su instrucción musical. Además de tomar clases de canto, dejó de fumar. Creo que mi compromiso con el espectáculo está a la altura de las circunstancias -.subraya en la entrevista que concedió a Página/12. Por supuesto, no pretendo equiparar mi voz a la monumental y formidable de Paloma, pero nadie, hasta ahora, me ha dicho que me dedique a otra cosa. Hace más de dos años que vivo para El hombre de La Mancha. No tengo la técnica vocal de un cantante y debo hacer una vida monacal. Dedicarme a otra cosa hubiera sido una temeridad. En la obra se le exige cubrir dos papeles, el de Cervantes y el de don Quijote. El guión dice además que el escritor es apresado por la Inquisición en Sevilla, y enjuiciado en primera instancia por sus compañeros de celda. La intención de éstos es despojarlo de lo que trae. Cervantes (que en la vida real concibió fragmentos de su Don Quijote en la prisión de Argamasilla de Alba, el pueblo de cuyo nombre no quiere acordarse) se defiende, y ante la certeza de que su manuscrito corre peligro de ser quemado, propone a los presos contarles pasajes del Quijote, convirtiéndolos en personajes y por lo tanto en depositarios de su novela. A partir de ahí -.cuenta Sacristán, la historia se desarrolla en tres planos: la cárcel, el paisaje de La Mancha y la imaginación de don Quijote. O sea que éste Cervantes evita la destrucción apelando a un recurso de la picaresca. Cada preso, al menos, guardará en la memoria un fragmento de la narración... Puede ser. No me olvido que estoy en la Argentina, y que aquí lo del psicoanálisis y las lecturas analíticas está presente. Sí, sí, puede ser. Creo que este hombre, Dale Wasserman, ha hecho un trabajo estupendo, muy inteligente y respetuoso de la figura de Cervantes y de su criatura, pero ha trabajado sobre un soporte musical. Esto significa no agregar a la obra elementos culturales, históricos ni psicoanalíticos. ¿Ese es también su punto de vista? Yo he procurado mirar a Cervantes y a don Quijote desde una perspectiva moderna, aunque este término no me gusta demasiado. Cervantes es un autor vivo, por su creación y por haber sido un hombre que enfrentó a la adversidad y a las atrocidades del tiempo que le tocó vivir. Creo que, a través del Quijote y de Sancho Panza, se cuenta a sí mismo y a los españoles. Cervantes y sus criaturas son, hoy por hoy, un espejo en el que podemos mirarnos. Tal vez para quienes no tienen presente la lectura de la novela, es difícil comprender esa proximidad o coincidir con algunas metáforas o imágenes, como la de un don Quijote atrapado en las aspas de un molino de viento... Pienso que la mayoría de la gente de habla hispana sabe quién es esa figura y lo que representa, aún cuando no hayan leído la novela. Pero también es verdad que el señor Wasserman, enmendándole la plana a Cervantes, ha añadido un final que me parece un hallazgo teatral estupendo. Cuando el hidalgo manchego Alonso Quijano está muriendo, una pobre puta de mesón, que acá es Aldonza, le insta a Quijano a que no muera, a que siga reconociéndola a ella como Dulcinea, y a él mismo como don Quijote. La propuesta que anima el espectáculo es la de aspirar al sueño imposible. ¿Por qué no soñar con lo que uno desea para sí, y dejar de hacer lo que los demás quieren o lo que le exigen las circunstancias? Eso se parece más a la añoranza de un sueño... No sé. La experiencia nos dice que en el año y pico que venimos haciendo el espectáculo, la gente se emociona cuando los presos cantan El sueño imposible. Esa escena la reiteramos al final, junto con la gente, como si fuera un canto revolucionario. Hemos descubierto que en este espectáculo hay, no diría un mensaje, pero sí una llamada, un toque de atención, un aviso. La ilusión puede hacerse realidad. Pensar en no tirar la toalla es una forma de mantener la dignidad. Nadie nos puede despojar de eso. Quizá porque renunciar es doloroso... Sin duda. Si uno renuncia, se pregunta qué le queda. Fuera de la obra, y hablando a título personal, a esta altura de mi vida soy consciente de que me voy a morir sin ver el mundo que yo imaginaba a mis veinte años. El atropello, la injusticia, la brutalidad y el despropósito van a ser siempre moneda corriente en este planeta. Con variantes, a veces mínimas, van a estar presentes en el Primer Mundo, en el Segundo o Tercer Mundo. Los hijos de puta están en todos lados, reproduciéndose, bien instalados entre los poderosos. Pero uno es tan ingenuo, tan estúpido de pensar que algún día dejará de ser así, que el ser humano tiene ya elementos suficientes para evitar tantos males. Ante esto yo no tengo ninguna receta. Me manejo simplemente con mis ideas sobre lo que supongo es justo, ético y solidario. A veces creo tenerlo claro, y otras no tanto. Cuando creo saberlo, me siento feliz. ¿Lo inquietan las giras? ¿Hace balance? No viajo tanto. El ejercicio del actor en España es más bien doméstico. Teníamos prevista una gira más amplia con el musical, pero surgieron dificultades de montaje. No hago balances. Venir a la Argentina es estar en mi segundo lugar en el mundo, y cualquier análisis que pueda hacer de todo esto está muy relacionado con mis emociones. Aquí me siento como en mi casa, y trabajo como en mi país. Pero hay diferencias... Sí, pero esas diferencias y variantes ya las conozco. Sé lo bueno y lo malo que tenemos unos y otros. No podría analizar lo que siento. Disfruto estando con mis amigos, charlando con ellos. Procuro mantener un poco el equilibrio, pero básicamente me muevo por emociones. Volviendo a su trabajo de actor, ¿en qué papeles se encuentra más a gusto? En los de hombres de a pie. Me gusta ser la correa de la gente de a pie. Por eso a este Quijote andante, que es como esa gente, le he querido despojar de esa cosa estrambótica y loca que algunos le cuelgan. He buscado humanizarlo, hacerlo más tierno. En España, el Quijote no es muy leído, pero no es un tópico, como en Estados Unidos, donde, salvo en los círculos universitarios, parece una figura de comic.
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