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Página/12 en EE.UU. Por Mónica Flores Correa Desde Nueva York Dos hombres jóvenes, vestidos con impermeables negros y atuendos militares atacaron ayer con armas semiautomáticas y explosivos un colegio secundario en los suburbios de Denver, Colorado, dejando un saldo de por lo menos 25 muertos y unos 20 heridos. Los dos fueron luego encontrados muertos al parecer cometieron suicidio y, al cierre de esta nota, el FBI y las fuerzas de elite buscaban a un tercer hombre presuntamente involucrado y seguían registrando el colegio ante la posibilidad de que todavía hubiese explosivos. Horas antes, uno de los grupos SWAT había entrado al colegio Columbine y había capturado a otro joven presuntamente vinculado al ataque, a quien se llevó esposado. Varios alumnos indicaron que los atacantes de negro reían mientras disparaban contra estudiantes que pertenecían a minorías y a aquellos que se destacaban en los deportes. Los estudiantes también los identificaron como ex alumnos, miembros de una pandilla de la escuela conocida como la mafia de los impermeables. No se pudo determinar el motivo que desencadenó la misión suicida, según caracterizó la policía el ataque. El único indicio lo ofreció una de las aterrorizadas estudiantes: comentó a los periodistas que había escuchado a uno de los agresores decir que esto era porque el año pasado los habían tratado mal. Según las informaciones de los chicos, los individuos comenzaron a disparar fuera de la escuela, entraron al edificio y se dirigieron al área donde se encuentran ubicadas la cafetería, en la que en ese momento almorzaba un turno de alumnos, y la biblioteca. En el bar, algunos estudiantes armaron barricadas para protegerse de las balas. Otros se encerraron en las numerosas aulas de este colegio de clase media, al que asisten 1800 chicos. Una de las primeras víctimas rescatadas fue una estudiante que había sido herida con nueve balazos en el pecho. Otro sobreviviente fue herido con cinco disparos, también en el pecho. Pocas horas después del comienzo del tiroteo, la policía detuvo a tres jóvenes vestidos con camperas negras y pantalones militares de camuflaje, que merodeaban por los alrededores del colegio. En la conferencia de prensa que tuvo lugar al concluir el trágico episodio, el sheriff John Stone dijo que la policía estaba investigando a estos individuos que parecían ser muy buenos amigos de los criminales de la escuela. Numerosos testigos describieron la escena como caótica. Los canales locales trasmitieron en cadena nacional los llamados de chicos que sollozando o en estado de extrema agitación contaron versiones semejantes del ataque y la desesperada huida que habían protagonizado. Algunos de ellos identificaron a los agresores como integrantes de una pandilla del colegio, compuesta por unos 10 alumnos y conocida como la mafia de los impermeables, porque sus miembros visten siempre impermeables negros. Una de las estudiantes dijo que el ataque era una revancha porque son unos parias. Otra chica comentó que uno de los individuos se reía mientras disparaba y que había dicho esto es por habernos tratado tan mal el año pasado. Un alumno describió al grupo como unos tipos extraños, unos tarados, pero nunca me parecieron capaces de cometer un acto como éste. Sin embargo, un adolescente dijo que los atacantes tienen problemas mentales. Siempre estaban hablando de armas, guerra y esas cosas. Llorando, una estudiante contó que uno de los agresores le había apuntado a la cabeza. Decían que iban a matar a todos los estudiantes que son minorías y también a los que hacen deportes, explicó entre lágrimas. Las comunicaciones telefónicas más inquietantes partieron de la misma escuela. Un estudiante llamado James se comunicó dos veces con los periodistas del noticiero del canal 9 de Denver y dijo que hacía la llamada desde su celular, que estaba solo y escondido en una de las aulasy que no se animaba a salir de allí por temor a que lo matasen. Oigo gritos y amenazas, dijo. Otro estudiante, Bob, también llamó con su celular al canal 9. Dijo que estaba escondido entre los arbustos en la parte posterior de la escuela. Voy a tratar de llegar adonde está la policía. Tengo miedo. Siento que estos tipos van a salir en cualquier momento corriendo por aquí atrás y que me van a disparar. Después, ya sano y salvo, Bob volvió a llamar al canal y con tono menos jadeante pero aún angustiado, dijo que él había conseguido huir, pero que hubiese querido volver a la escena del ataque para ver qué había pasado con sus amigos. Me acobardé, se lamentó, mientras explicaba nervioso que no sabía si le había pasado algo a su novia. Varios estudiantes se comunicaron con sus padres usando celulares. Hablaban con voces susurrantes y asustadas describiendo más lo que oían que lo que veían desde sus escondites. Durante toda la tarde, las cámaras de televisión proyectaron escenas de chicos que esporádicamente lograban escapar de la escuela en pequeños grupos y que corrían por el prado que los separaba del área donde se encontraban la policía y las ambulancias y helicópteros listos para transportar a los heridos. Casi al finalizar la tarde, un grupo de elite de las fuerzas de seguridad (SWAT) entró al colegio y logró liberar a numerosos alumnos, que fueron trasladados hasta donde los esperaba una multitud de padres profundamente alterados. Estas han sido las peores horas de mi vida. No se las deseo a nadie, dijo una madre cuya hija se había encerrado con todos los compañeros y la profesora de la clase de ciencias en una de las aulas. Nosotros nunca vimos nada. Sólo escuchamos los disparos, trabamos la puerta y allí esperamos. La profesora estaba tranquila, nos trasmitió su calma y consoló a los que lloraban.
EL ENFOQUE DE UNA ESPECIALISTA Según la
licenciada Alcira Orsini, coordinadora de Orientación y Salud Escolar de la Secretaría
de Educación del gobierno porteño, y del Programa contra la Violencia en las Escuelas,
lo que ocurrió en Denver es un hecho escalofriante y patológico. Pero deberíamos
separar este caso del fenómeno general que tiene lugar en las escuelas. No se puede decir
que no hay violencia en las escuelas, pero no caigamos en decir que esto pasó en Denver y
que mañana, inevitablemente, va a ocurrir en Berazategui.
UN EXCESO DE ARMAMENTO AL ALCANCE DE
CUALQUIERA Cuando
dos chicos de secundaria mataron en 1998 a tiros a cuatro alumnas y una maestra en
Arkansas, los especialistas en educación y tardíamente el gobierno de Bill
Clinton, tuvieron que reconocer que una de las causas fundamentales de aquella masacre fue
la facilidad para acceder a las armas. Desde entonces se han generalizado los detectores
de metales en las puertas de las escuelas norteamericanas. En la Argentina tal como
demostró una investigación publicada por este diario, hay una avalancha de armas
provistas por un expandido mercado negro. La Policía Federal y el ministerio de Defensa
reconocen que hay un millón de armas no registradas entre capital y GBA. En Estados
Unidos durante 1998 fueron expulsados seis mil estudiantes por llevar armas de fuego a las
aulas. En ese contexto el de Denver, es el último de una larga lista de crímenes dentro
de un colegio y con chicos como víctimas: el armamentismo civil continúa en la mira.
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