Por Cristian Alarcón Si a alguien admiraba ella,
era a Rita Hayworth, por ese andar desgarbado entre Marlene Dietrich y la chica Divito.
Así se construyó Cris Miró, a lo largo de su metro ochenta y cinco, en sus cortos
treinta años. Y la emocionaba la escena del cachetazo venido de la ardiente
mano de Glenn Ford. Ayer, a las 14.10, después de una enfermedad a la que siempre negó
y sus amigos y familiares siguieron desmintiendo en el después sufrió el
golpe, esta vez fatal, de la muerte, que se la llevó, bajo el disfraz de una
afección pulmonar. La travesti más famosa de la Argentina murió en la
clínica Santa Isabel, de Caballito, después de haber sido internada el 20 de mayo. Tras
su huella de diva, quedó en estos cinco años de fama una historia de cambio, no sólo en
su cuerpo masculino devenido fémina, sino en la piel social, que registra al terminar el
siglo nuevas identidades sexuales. Miró, cuyo nombre en el DNI tampoco quiso ella que se
publicara, si bien contradictoria, representó, en el cenáculo de la fama revisteril esa
diferencia tan largamente ocultada.
Nunca se la vio a Cris Miró en uno de esos mitines de las organizaciones travestis,
pidiendo por la liberación de la prostitución callejera. En sus comienzos, su adhesión
a un modelo oficial de ser mujer, su todavía ambigua identidad, la dejaba
más colocada en el show business que en la diferencia crítica propuesta por las
callejeras desde una condición no sólo de género sino también de clase. Lohana
Berkins, titular de ALIT, Asociación de Lucha por la Identidad Travesti, la recuerda
cuando aún era un transformista que trabajaba en Gaysoline, el boliche de ambiente de
Moria Casán, llegando de varoncito, cambiándose para el show y yéndose otra vez
de varón. Así fue también en su primera aparición televisiva, de la mano de
Moria, en el viejo Hola Susana.
De aquel chico que se disfrazaba de chica a la travesti que copó la pasarela de Roberto
Piazza y las tablas del Maipo, hubo una construcción de identidad que avanzó, en planos
distintos, al ritmo en que las travestis se organizaron políticamente y también ocuparon
el espacio mediático. Para cuando ella decide en 1996 operarse las lolas, tomar
forma definitiva de mujer, ya había varias miradas sobre nosotras. Hay un paralelismo
entre aquella nueva Cris Miró, el afianzamiento de su identidad y la presencia fuerte de
las travestis organizadas en los medios, asegura Berkins. Las militantes
cuestionaban en la primera época la brutal desigualdad entre las parias de la
Panamericana y la vedette. Nosotras seguíamos siendo revulsivas para la misma
sociedad que pagaba para ver a una travesti famosa en el teatro.
También le criticaban que encarnara a la perfección el mandato patriarcal, esa
obligación de parecer bajada de Venus, perfecta, producida como en Hollywood. Así
debía pasearse en los números revisteriles, entre capocómicos de doble sentido,
amenazando con strip-teases siempre interrumpidos. En ese sentido es que Miró evidenció
el deseo de miles de hombres sobre los nuevos cuerpos travestidos, el mismo deseo que se
despliega y concreta en las calles de Palermo. Y por ello es que la antropóloga feminista
Josefina Fernández sostiene que el canje que realiza Cris Miró al vivir de su
trabajo como vedette, en tanto cuerpo inserto en un mercado, no se diferencia del canje al
que se ve obligada para sobrevivir una travesti que trabaja en Constitución.
El camino estrellado que eligió Miró comenzó cuando vestía sus muñecas de niño,
cuando al jugar a Tarzán era Juana, en el barrio de Belgrano, como una hija
de clase media, que siempre contó no sentirse en esa época especialmente discriminada.
Ni aun siendo hija de un retirado de la Armada y jefe de seguridad privada, fallecido en
el 95 al mismo tiempo que su repentina fama. A los dieciséis le expliqué
todo y sólo atinó a abrazarme. Ni por el horror de su madre al comienzo, que se
calmó después: al fin y al cabo ella también había sido actriz en un par de películas
de la década del 50. Con su hermano médico, tres años mayor, nunca hubo un
problema. Tampoco con sus cinco amigos del secundario queson los de toda la
vida. Su histórica opción quedó clara cuando a un periodista que le preguntó por
el nombre en su DNI le dijo: Elegí hacerle caso no a mi documento de identidad,
sino a mi identidad.
Y es que la Miró quería tanto ser mujer, como a los brillos del espectáculo que pudo
vestir definitivamente cuando en el 95 Lino Patalano la convocó para Viva la
Revista en el Maipo (ver aparte). Pero no por ese estrellato quedó fuera de la guadaña
persecutoria. Debió soportar el acoso de los conservadores extremos en una de sus giras
por el interior, la prédica antigay del cura de Miramar, que convocó a sus fieles para
que la repudiasen en la puerta del teatro donde trabajaba. Una de esas anécdotas
difíciles de confirmar dice que se debió hacer un boquete para crear una salida secreta
que la ayudase a evitar a sus detractores. Ayer en un comunicado, César Cigliutti, de la
Comunidad Homosexual Argentina, dijo que Miró tuvo la valentía de ser una persona
travesti que se enfrentó públicamente a la intolerancia desde su trabajo y desde su
arte. Sufrió la peor de las enfermedades: la de la discriminación.
Sobre ese punto, sobre la enfermedad que la llevó a la muerte, se negó durante su vida a
hablar. Y ayer los cálculos de los especuladores no cerraban entre pestes
correctas y el sida, tan terriblemente antimarketing. Una revista de chimentos
había hecho tapa con ella en grave estado, bajo estrictas normas de
seguridad por posibles infecciones. Oficialmente se habló de una
afección pulmonar. Su manager directamente desmintió la presencia del vih.
Finalmente, más allá de las confirmaciones médicas, queda de Cris Miró la aseveración
de esa identidad a la que afirmó hasta en las condiciones más increíbles. Como cuando
el recientemente fallecido Tu Sam, intentó vía la hipnosis y sometiéndola a un detector
de mentiras, hacerle decir que era un hombre. Y falló. Ella contestó semidormida sobre
una camilla: Soy Crisss, con una ese tan estirada que al pobre Tu Sam los
asistentes al show se le rieron.
TRES MIRADAS SOBRE UN CAMBIO |
El espacio
permitido
Mabel Bellucci (Investigadora en estudios de la mujer e integrante del
área de Estudios queer y multiculturalismo de la UBA)
La cultura de la diferencia, al ocupar espacios públicos, siempre es bienvenida.
Creo que ella lo buscó en el espectáculo, un mundo bastante bastardeado porque siempre
es un mundo virtual y es muy funcional al sistema. Ella venía a representar el lugar de
la exclusividad, ese espacio que está permitido desde el sistema para mostrar que no es
tanta la discriminación, dar un lugar a aquellos que no tienen lugar. Es un juego muy
típico de tensiones y negociaciones entre la subalternidad y lo dominante. Ella era la
excepción a la regla, quedó encapsulada en ese lugar, de ahí que no generó lazos con
sus pares. Era como una especie de pie de página, era un grado de sofisticación tener a
alguien que no era masculino ni femenino. Si esto hubiera significado una mayor
democratización del movimiento de travestis podría haber logrado un mayor reconocimiento
de los derechos. Pero el sistema no lo permite. Cuando construyen identidades desde su
marginalidad y esto se transforma en autogestión para la lucha, ahí es donde son
reprimidos. Mientras que sirven para el mundo del espectáculo, no generan ruido. |
Hizo público lo
oculto
León Gindin (Director del Centro de Educación, Terapia e Investigación
en Sexualidad)
Cris Miró fue un símbolo: fue alguien que pudo exponer su trasvestismo, pero que
además logró la aceptación de la sociedad. Porque antes de él, los travestis no
tenían lugar y menos lugar público, se referían a todos ellos como `putos, trolos de
mierda. Después de él eso cambió. Fue la primera figura pública que se definió
mujer aunque había nacido hombre. Y en la medida que era un hombre transformado en mujer,
el lugar público que adquirió Cris Miró les dio permiso a muchos hombres para asumir su
homosexualidad latente. Evidentemente, podemos pensar también que permitió que algunos
varones se pudieran identificar con un hombre. Además, en el escenario mostró que ese
hombre podía desplazar a una mujer en la atracción que ejercía hacia los hombres. El
fenómeno de Cris Miró tuvo un gran impacto social, ya que hizo público todo lo que
estaba oculto sobre travestis, homosexualidad, y logró que fuera asumido. Pero
seguramente va a aparecer una figura que lo reemplace, porque no fue el primero. Por
ejemplo, podemos citar a Bibi Anderson en España.
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Identidad según
género
Irene Meller (Psicóloga y coordinadora del Foro de Psicoanálisis y
Género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires)
No se puede hablar de un antes y después de Cris Miró, ella es un ejemplo de una
tendencia de la posmodernidad. Pero acentuó una percepción distinta, en el sentido de
que las personas puedan definir su identidad, no a partir del sexo sino a partir del
género: Cris Miró era de sexo masculino y de género femenino, psíquicamente se sentía
una mujer. De alguna manera, ahora se le está dando una legitimidad a ese sentimiento, a
esa subjetividad. Se sanciona menos, hay más tolerancia y más flexibilidad. Hay una
mayor permisividad, menor idolatría de lo natural. Hoy día se sabe que en la especie
humana no somos seres naturales, sinoque somos seres históricos. Pero, por otro lado, el
hecho de que una figura andrógina tan atractiva adquiera dominio público tiene que ver
con que condensaba las aspiraciones omnipotentes, que tenemos todos, de ser varón y mujer
al mismo tiempo. Los travestis son como supermujeres, tienen la esencia de la femineidad
erótica y vedetística que condensa todos los aspectos de la masculinidad y la
femineidad. |
UNA VEDETTE QUE SUPO FABRICAR SU PROPIA IMAGEN
La que se inventó a sí misma
Por Fernando DAddario
El
momento más relevante en la trayectoria artística de Cris Miró fue subsidiario de un
fenómeno mediático: en 1995, cuando formaba parte del elenco de Viva la revista en el
Maipo, la sobreexposición de su figura (que excedía el ámbito revisteril) provocó los
celos de la vedette clásica Cecilia Narova, quien renunció ofendidísima
porque las marquesinas favorecían a la travesti. Este miniescándalo farandulesco marcó
el tono de su carrera en el espectáculo, siempre sustentada en el feedback de atracción
compulsiva que estableció con las cámaras de TV y los flashes nocturnos.
Su pretendida condición de actriz, modelo, vedette, mannequin, etcétera, sólo alcanzó
justificación a través de la explosión de su imagen, que ella supo canalizar
potenciando un personaje hipervendedor. La primera travesti en taladrar la conciencia
tilinga de un ambiente acostumbrado a una transgresión femenina como Dios manda. Aunque
decía ser actriz desde los 20 años, no hay mayores registros de su actuación en el
teatro off, que ella se adjudicaba como background artístico. Siempre recordaba su
trabajo en Fragmentos del infierno, de Antonin Artaud, que puso en evidencia su
ambigüedad al tener que interpretar a una madre. Sus papeles en cine (en Dios los cría,
de Fernando Ayala, por ejemplo) tampoco fueron relevantes. Lo que despertaba su figura era
tan fuerte (a favor y en contra) que cuando fue convocada al teatro revisteril o a la TV,
siempre debió sumar a la ficción su propia personalidad, como si los papeles
que le pedían fueran simples traslaciones de los reportajes donde se desnudaba con
verborragia y sentido de la oportunidad.
Abonada a los almuerzos de Mirtha Legrand, a las primicias en el programa de Lucho
Avilés, a las rivalidad de cotillón con las travestis que le disputaban el trono y con
las que cuestionaban su ambigua relación con el sistema, Cris eligió el camino inverso
de otras figuras. En lugar de utilizar sus polémicas mediáticas como promoción para sus
espectáculos, hizo exactamente al revés: sus leves apariciones artísticas,
siempre menos transgresoras que sus declaraciones, fueron la excusa para la creación de
su imagen pública.
Realizó algún strip-tease parcial en la escena denominada Perfume de mujer,
en Viva la revista, y en su nombre se vendieron desnudos exclusivísimos (en Ave Porco,
por ejemplo) que nunca se produjeron. Su perfil artístico nunca navegó en la
incoherencia: formó parte de los elencos de Más locas que una vaca, Más pinas que las
gallutas y Potras, entre otros. Pero más allá de las referencias revisteriles, su mayor
mérito fue haberle vendido a la pantalla su propio invento, el de una diva aparentemente
a contramano, convencida de que hoy día, sin la TV como garante, ya no sirven de nada los
15 minutos de fama que Andy Warhol auguraba para todos los mortales.
OPINION
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