Página/12 en Francia
Por Eduardo Febbro Desde París El 28 de enero de 1999 puede
quedar como una de esas fechas en las que la historia cambia de rostro. Ese día, en
Londres, en el curso de una cena entre el premier británico Tony Blair y el presidente
francés Jacques Chirac, ambos decidieron que la crisis de Kosovo bien valía una guerra
contra el dictador Milosevic. Los analistas aseguran hoy que esa noche quedará como el
renacimiento de Europa frente a la hegemonía norteamericana.
Instrumentalizada en Irak, totalmente olvidada en Somalia y durante la guerra en Bosnia
Herzegovina, Europa decidió esa noche contemplar con nuestros aliados de la OTAN
cualquier acción militar necesaria para acompañar la aplicación de un acuerdo
negociado en Kosovo, según reza el comunicado conjunto de Blair y Chirac.
El fin de la guerra en los Balcanes dio lugar a escenas y declaraciones poco habituales en
la Unión Europea. En la madrugada del viernes de la semana pasada, cuando ya se sabía
que el presidente serbio Slobodan Milosevic iba a aceptar el plan que le sometieron
conjuntamente el enviado especial de Moscú, Victor Chernomyrdin, y el emisario europeo y
presidente finlandés Martti Ahtisaari, el canciller alemán Gerhard Schroeder, su
ministro de Finanzas, Hans Eichel, y el jefe de la diplomacia alemana, Joschka Fischer,
festejaron copiosamente ese gran éxito europeo brindando en el bar de un gran
hotel de Colonia. Para los hombres políticos del Viejo Continente, la paz conseguida tras
arduas negociaciones no sólo es una victoria europea contra la barbarie
encarnada por Slobodan Milosevic, sino, sobre todo, contra la supremacía tecnológica,
diplomática y armamentista de EE.UU. No hay un solo analista ni un solo dirigente de
Europa que no reivindique como genuinamente europea la paz alcanzada en los
Balcanes. En su editorial del sábado 12 de junio titulado El milagro europeo,
el vespertino Le Monde escribía: Tal vez se diga mañana que Europa nació en
1999. Según este argumento, la manera coordinada con que los europeos
trabajaron por y para la paz significa que su unión va mucho más allá que la mera
construcción de una entidad económica, dotada de un poder enorme que no tenía hasta
ahora ninguna representatividad en el plano diplomático y militar.
Desde los textos firmados en Roma en los años 50, los dirigentes del Viejo Continente
buscaron sin encontrarlo nunca el intersticio para tener una política de defensa común y
una acción diplomática única. La guerra de Kosovo les dio la ocasión de
afirmarse como potencia militar reducida pero con capacidades diplomáticas
ampliadas. A la hora de los balances, los expertos reconocen que la guerra fue un
asunto norteamericano, tanto más cuanto que se privilegió la opción de los
ataques aéreos donde, con la variedad de aparatos que poseen F15, F16, F18, F117 y
B2 y el número empleado 815 de los mil aviones utilizados eran Made in
USA EE.UU. tiene una supremacía absoluta. En otra columna editorial, el mismo
vespertino Le Monde resaltó que la lección de Kosovo es simple: la Europa
política seguirá siendo incompleta sin su muleta militar.
Sin embargo, con el éxito de la paz en la mano, los europeos empiezan a creer
que su viejo sueño de una política de defensa unida no es una quimera. La guerra, en
este contexto, también sirvió de detonador. Durante el conflicto en Kosovo hubo no menos
de dos proclamas a favor de esa defensa: una en Toulouse, sur de Francia, y otra en
Colonia, Alemania. Reunidos en esa ciudad alemana hasta el sábado pasado, los 15 jefes de
Estado y de gobierno de la Unión Europea proclamaron el nacimiento oficial de la
Europa de la defensa. Por paradójico que parezca, los dirigentes eligieron a
Javier Solana, el actual secretario general de sucursal de la defensa norteamericana en el
Viejo Continente, es decir la OTAN, como el encargado de la PESC, la Política Exterior y
de Defensa de la Unión. En el curso de esa cumbre, los 15 adoptaron dos documentos sobre
la creación de una política común de seguridad y de defensa. La idea central del texto
reside en afirmar que Europa debe disponer de una capacidad de acción autónoma y
apoyada por fuerzas militares verosímiles, de medios para decidir si hace falta recurrir
a ella y estar lista para hacerlo a fin de reaccionar ante las crisis internacionales sin
perjudicar con ello las acciones emprendidas por la OTAN. La formulación es
complicada pero su fondo muy claro: se trata de existir como entidad a pesar de la
influencia de la OTAN. Los franceses reconocen que los textos adoptados carecen de
una verdadera sustancia, pero también alegan que lo más importante está en
que el conjunto de los países de la Unión, incluidos los neutros o los más
fanáticamente atlantistas, aceptaron la iniciativa lanzada por Francia y el Reino Unido
en la localidad francesa de SaintMalo. La idea es que se pueda operar con un concepto
concebido y aplicado por los 15 países en plena armonía con la Alianza Atlántica, una
suerte de independencia a medias que podría permitirle a la Europa de los 15
manejar misiones de mantenimiento de la paz, gestión de crisis o
restablecimiento de la paz.
La estructuración de la defensa común durará hasta finales del año 2000. Sin embargo,
los especialistas destacan dos cosas: el embrión de esa defensa pudo concebirse
seriamente a partir de que en diciembre de 1998 Gran Bretaña cambió su posición y
aceptó la idea de una identidad militar común. Dos: el verdadero desafío es
presupuestario e industrial. Para poder pensar en una suerte de gran Ministerio de Defensa
paneuropeo hay que integrar la industria militar europea y, sobre todo, programar de
manera coherente la compra de material sensible para que éste sea originario de Europa.
Un anhelo aún lejano cuando se sabe que el mes pasado los alemanes rehusaron financiar la
construcción del satélite de observación militar Helios-II. Si el Viejo Continente
pudiese contar con él Europa dependería mucho menos de los norteamericanos para obtener
informaciones ligadas al espionaje o la observación delicada
OPINION
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