Por Verónica Abdala ¿No te parece que si
estaban tan jugados a la revolución podrían haber pensado si tenían derecho a exponer a
ese hijo que querían tener en tales situaciones, a desaparecer, como ustedes mismos, a
que le robaran su identidad? Esos bebés no habían tenido la oportunidad de elegir, en
función de tal o cual ideología, correr ese riesgo, como sus padres. ¿Eso respondía a
la moral revolucionaria o al más puro egoísmo? La idea es que de uno de estos chicos
podría decir hoy: a mí me hicieron desaparecer ellos, los asesinos, pero mis propios
padres me expusieron a ese terrible destino de ser desaparecido... con vida. Esta
reflexión no corresponde al testimonio real de un hijo de desaparecidos, sino a parte de
un diálogo entre dos personajes de ficción, en la novela A veinte años, Luz, de Elsa
Osorio. La autora argentina, residente en Madrid concreta un objetivo
ambicioso: convertir en materia literaria la tragedia de los chicos apropiados durante la
última dictadura. Y, desde ese enfoque, abordar la represión más brutal.
La decisión de Luz, una chica de veinte años, de conocer su verdadero origen cuando nace
su primer hijo, es el comienzo de una ardua búsqueda que culminará cuando encuentre a su
padre biológico, Carlos, en Madrid, y le relate los pormenores de su historia. Que es de
algún modo extensible a la de todos los HIJOS, y por eso permite un acercamiento, aunque
indirecto, al horror de la historia grande. La autora condimenta este cóctel argumental
con una cuota de suspenso suficiente como para mantener en vilo al lector, que
difícilmente podrá librarse, una vez iniciada la lectura, del deseo de saber qué fue lo
que les ocurrió a ese padre y a esa hija en los veinte años que precedieron a ese primer
diálogo tête à tête.
La novela surgió un día en que me plantee que más allá de las historias que
rastrean las Madres y las Abuelas, podrían existir decenas o cientos de historias que
quedaron truncas, y que nadie se interesa por reconstruir, plantea la escritora, de
46 años, en diálogo con Página/12. Desde ese momento, sólo me dejé llevar por
mi imaginación. Porque de literatura se trata, después de todo. Yo no me propuse hacer
política con este libro. Y así, aun sin quererlo, creo que, como todos los escritores,
soy testigo de mi tiempo, aunque mi libro no sea testimonial. Dejo en claro en estas
páginas, además, cuál es mi forma de ver las cosas.
Osorio, profesora de Letras y autora de, entre otras novelas y ensayos, Ritos privados,
Reina Mugre, Beatriz Guido: cómo mentir la verdad y Las malas lenguas, se topó con
impensados obstáculos cuando se propuso publicar A veinte años... en la Argentina, a
fines del año pasado. Varias editoriales me dijeron que este tema en la Argentina
no interesaba a nadie y otras tantas se excusaron diciendo que el mercado estaba
saturado, explica. Por eso, la novela se publicó primero en España. Recién
después de haber probado que podía cosechar muy buenas críticas, Osorio fue tentada por
editorial Grijalbo para distribuir la novela en la Argentina, en donde acaba de aparecer.
Actualmente, la novela está siendo traducida al alemán, el portugués, el griego y el
turco. Hay posibilidades, además, de que se filme una película basada en la novela.
Evidentemente, las cuestiones políticas que intervienen en esta historia opacaron
en un principio los posibles méritos literarios de la obra...
Sí, lamentablemente, todavía el tema de la dictadura, y sobre todo el de los
HIJOS, es tabú. Mi intención en ningún momento fue hacer una militancia encubierta,
así que todos estos problemas previos a la publicación argentina me tomaron un poco de
sorpresa.
¿Qué sintió en ese momento?
Ganas de que la novela saliera en España, y no en la Argentina, en donde la
rechazaban. Me parecía además una buena manera de difundir afuera lo que pasó aquí. A
muchos periodistas españoles les costaba creer que el robo sistemático de bebés hubiera
existido. Me preguntaban si no estaba exagerando...
¿Cuáles fueron los aspectos de esta historia que le interesaba enfatizar, mientras
escribía?
Quería, por sobre todas las cosas, poner el acento en los matices, tanto de los
hechos como de los personajes. Creo que eso me permitió zafar de cierto tono panfletario,
que hubiese arruinado todo. Intenté ahondar en las contradicciones de los personajes y
mostrar, por ejemplo, cómo alguien tan hijo de puta que es capaz de torturar o de irse a
su casa con un chico porque no lo ve como a una persona sino como a un objeto capaz de
compensar ciertas frustraciones personales, también puede enamorarse. Sin que eso
necesariamente aparezca como algo poco creíble o grotesco.
Si uno de los ejes de su novela es la búsqueda de la identidad, ¿cuáles serían
los otros?
Esta es un novela que habla de la búsqueda de la verdad, de todos, no sólo de los
buenos, y también de la hipocresía, de aquellos que hoy no quieren hablar
del tema porque no soportan haberles dado la espalda a los que se jugaron por una utopía
colectiva.
¿Cree que en la actualidad esas utopías colectivas adelgazaron?
Por supuesto que están adelgazadas, si no han desaparecido. No veo que hoy haya
frecuentes movilizaciones en términos sociales.
¿Vivió o conoció personas que hayan pasado por una situación similar a la que se
narra en el libro?
Ante todo me interesa aclarar que ésta no es una autobiografía. A mí no me pasó
nada de lo que allí se cuenta. Sin embargo, sí tuve amigos que desaparecieron, algunos
que ni siquiera militaban. Por eso me sensibiliza tanto el tema.
¿Y cómo resolvió esa hipersensibilidad, que en lugar de favorecer el proceso
creativo podría haberlo entorpecido?
Contando esta historia, no desde un solo lugar, sino desde los de todos los posibles
participantes. Eso fue lo que hice.
El escritor Andrés Rivera sostiene que, desde la ficción, se pueden reescribir los
hechos históricos. ¿Está de acuerdo?
Sí. Pero en ese caso no hay que perder de vista que estamos hablando de un texto
literario, y no de un manual de historia. El conjunto de estas mentiras encadenadas, de
estas ficciones, es otro modo de acercarse a la verdad histórica, más subjetivo, pero
muy real también.
Tratar temas como el de las víctimas de la dictadura, sin embargo, parece más
riesgoso que abordar otros, desde el punto de vista artístico...
Puede ser, pero no se puede tener miedo o pudor de hablar de estas cuestiones,
porque son cosas que nos pasan y que nos pasaron. Si a mí me hizo bien escribirlo, a
otros podría servirles leerlo. Si a una sola persona le sirve, este esfuerzo habrá
tenido sentido. Sin memoria, no sólo no se puede evolucionar, porque vuelven a cometerse
los mismos errores, sino que hasta respirar se hace difícil. Mi libro, en este sentido,
es una aporte a la posibilidad de respirar, más y mejor, entre todos.
OPINION
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