Por Leonardo Moledo La verdad es que hoy por hoy,
la Luna no le importa a nadie, y la NASA, que hace treinta años alcanzó el pináculo de
la gloria, tiene que hacer anuncios extraordinarios y no confirmados: inventar (o
extrapolar) vida en Marte, planetas orbitando alrededor de estrellas lejanas
dudosamente intuidos a través del movimiento irregular de una estrella para
conseguir unos mangos y un poco de publicidad. Un 20 de julio hace treinta años se
completaba el ciclo iniciado por Galileo cuando en 1610 se convirtió en el primer
terrícola que miró la Luna (a través de un telescopio, claro está), y auguraba
expediciones casi inmediatas a Marte, a Júpiter, a Plutón. El hombre mejor dicho
el Hombre, sin distinción de género conquistaría el sistema solar y emprendería
el viaje a las estrellas, formaría el Imperio Galáctico imaginado por Asimov. Y era
así: la carrera espacial no solamente era un barómetro político, sino que, además,
tenía el aliento de la saga y la aventura; el género más apropiado para ella no era la
pálida ciencia ficción sino el poema heroico. Hoy la verdad es que se ha perdido el
pathos: lo que empezó como la Ilíada, terminó como la Eneida, los poderosos fierros
espaciales se pudren en alguna parte, un cohete que se levanta aunque transmite aún
la sensación de incredulidad, de ataque a la intuición es tan eficaz como un buen
somnífero, la Unión Soviética dejó de existir, los Estados Unidos no conquistaron el
espacio, aunque sí colonizaron y globalizaron la Tierra, y aquel gran paso para la
Humanidad, según la preparada y seguramente muchas veces ensayada frase espontánea
de Armstrong, quedó en el vacío. ¿Y si hubiera sido un paso en falso? ¿Y si en vez de
confirmar y expandir la aventura de Galileo la hubiera clausurado, poniendo fin a
cuatrocientos años de revolución científica? ¿Y si hubiera sido, no un comienzo, sino
un final?
Seguro que fue el punto final de la carrera del espacio. No está del todo mal recordarla:
había una vez un país, o una federación de países llamada Unión Soviética, había
una cosa llamada guerra fría, había una competencia y una de las escaramuzas de esa
competencia, curiosamente, parecía dirimirse (por lo menos publicitariamente) fuera de la
Tierra y no en ella. Durante años la URSS había llevado la delantera: en 1957 los
soviéticos pusieron en órbita el primer satélite artificial, luego, el primer
astronauta, el 14 de setiembre de 1959, lograron estrellar contra la Luna un aparato de
292 kilos (el Luna 2). Un mes después, la sonda Luna 3 enviaba a la Tierra imágenes de
la cara oculta del satélite. El 3 de febrero de 1966 el Luna 9 se posaba suavemente sobre
la superficie de la Luna y enviaba las primeras fotos desde allí. Pero los
norteamericanos ya habían recuperado un terreno que no perderían: en 1961 el entonces
presidente Kennedy se había comprometido a poner un hombre en la Luna, iniciando uno de
los tres proyectos más caros del siglo (junto al Manhattan, que culminó en la bomba
atómica y el Proyecto Genoma Humano). En 1964 lograron hacer impacto (con el Ranger 7),
mientras el programa Apolo daba sus primeros pasos. El 2 de junio de 1966, el Surveyor 1
se posaba también en la Luna, en diciembre de 1968 despegó el Apolo 8; fue la primera
nave que salió de la Tierra y se colocó en órbita de la Luna con tres personas adentro.
El 20 de julio de 1969, con las previstas palabras de Neil Armstrong, los norteamericanos
se alzaron con el premio mayor (el triunfo sobre la URSS en toda la línea se produciría
sólo 20 años después). Después de Armstrong bajó Aldrin, después de ellos, en
misiones posteriores, diez astronautas más se pasearon sobre la superficie lunar, pero...
¿quién se acuerda de ellos? Ya estaba por terminar, con el shock petrolero, la bonanza
de posguerra y empezaba el reflujo.
Reflujo
Es difícil negar que el viaje a la Luna marcó el cenit de la aventura tecnológica, el
nec plus ultra de la ingeniería. Pero también la culminación de una visión utópica y
expansiva de la historia, abierta a lo grande y lo absoluto, en la que todo era percibido
como una frontera en expansión, en un momento en que la lógica histórica estaba,
sutilmente, cambiando y la mirada se volcaba hacia lo pequeño la palabra
ingeniería viraba hacia objetos de microscopio, como los genes, y lo doméstico,
como las preocupaciones ecológicas: el terreno desconocido a investigar se convertía en
basural a recuperar, nicho ecológico a preservar, aerosol a prohibir; en el imaginario
colectivo (en gran parte debido al crecimiento del arsenal nuclear), la tecnología se
estaba convirtiendo, en la percepción corriente, de una conquista en una amenaza,
filósofos y sociólogos de la ciencia empezaban a deconstruir todo lo que estaba a su
alcance y a sugerir que toda ciencia (entre otras cosas) es sólo una cuestión de poder,
un juego de lenguaje y que en el enfrentamiento de Galileo con la Iglesia había que
comprender la posición de esta última y aceptar que, a fin de cuentas, Galileo era
molesto, impertinente e irascible y en cierto modo merecía un castigo por no ser un buen
político.
Del espacio interplanetario al espacio virtual
1969: Faltaban sólo tres años para que la sigla PC se transformara de Partido Comunista
en Personal Computer, poco más para que las PCs del mundo (cumpliendo el mandato del
Manifiesto Comunista) se unieran en redes distribuidas y el espacio virtual empezara a
desplazar al espacio interplanetario como la última frontera: el viaje a la Luna es lo
contrario de Internet, el polo opuesto de la concepción en red distribuida. Es una
pirámide, en la que todo remata en un solo punto, es un esfuerzo dirigido hacia un único
objetivo, es una progresión que culmina y se resume en un clímax que anula todo lo
anterior. Hasta el extremo de que nadie recuerda a los astronautas que siguieron y si uno
quiere extraer alguna cosa interesante de los dos protagonistas sólo se encuentra con
personajes de una tira norteamericana (ver recuadro) con variantes new-age: uno de ellos,
ex alcohólico recuperado con crisis místicas de tanto en tanto (hay que reconocer que
haber quedado segundo en semejante y único evento lo justifica) y el otro, un apacible
vecino de Lebanon, Ohio, EE.UU., que no concede entrevistas ni habla. Por suerte.
Porque... ¿qué tendría que decir?
Pero además, el ideal de la gran nación que acomete una gran empresa empezó a sufrir
los primeros achaques del anacronismo, y ceder ante el ideal de la gran empresa que
sustituye, como agente histórico, a la nación: la aventura del espacio no cuaja bien en
el orden neoliberal: la Luna, en cierto modo, es el colmo de lo público (este es un
gran paso para la Humanidad) y tiene veleidades de unicidad. Es demasiado barata
para la publicidad y demasiado cara para el turismo. Y el viaje a la Luna es
irremediablemente inútil.
Y sin embargo
Sin embargo, el alunizaje sigue conservando su eficacia simbólica (ver recuadro):
objetivamente, es la última frontera que alguna vez algún ser humano alcanzó. Nadie,
absolutamente nadie, ningún viajero, ningún ser vivo del planeta Tierra, en ninguna
generación precedente, nunca, fue tan lejos. El 20 de julio de 1969 sigue siendo la fecha
en que alguien estuvo, por primera vez, en un cuerpo celeste que no es la Tierra. Nadie
conoció, ni exploró jamás, nunca en un sitio tan radicalmente, astronómicamente
distinto, tan afuera. Al fin y al cabo, qué diablos, ese día se viajó a la Luna y el
viaje se transmitió por televisión desde la Luna. La luna, que reguló el calendario y
las mareas, presidió los partos y embrujó a los locos (que aún se llaman lunáticos),
la luna que los griegos endiosaron como Artemisa y los romanos como Diana cazadora, que
Aristóteles imaginó perfecta (como el resto de los astros celestes) y enganchada a una
esfera de cristal, la luna que Galileo vio por primera vez por un telescopio de
fabricación casera y que, pudo comprobar, no era perfecta sino llena de cráteres y
montañas, que no era sagrada sino laica y que confirmaba la suciedad, el desorden, la
vacuidad, las enormes posibilidades del cielo.
¿Qué hacía cuando el hombre llegó? |
Magdalena Ruiz Guiñazu.
(periodista)
Se me caían las lágrimasFue el sueño hecho realidad, Julio Verne, Emilio Salgari, todas
las historias que leíamos en la infancia. No me voy a olvidar nunca, el crujido cuando se
abrió la puerta del módulo, el momento en que Armstrong apoyó el pie, se me caían las
lágrimas. Mis chicos estaban interesados, pero no les pasaba lo mismo que a mí. Mi
madre, que tenía más de 80 años, dijo que con esas cosas ya no había un lugar en el
mundo para ella.
Elisa Carrio.
(diputada UCR por Chaco)
No me llamó la atención
Me acuerdo que estaba toda mi familia viéndolo, pero a
mí no me llamó la atención, no me provocó nada especial. Al revés, me parecía más
raro que no hubiera llegado nadie antes. Más fuerte fue el día que mataron a Kennedy y
yo era más chica. Siempre me impresionó más el sentido de destrucción del hombre que
sus avances tecnológicos.
Gregorio Klimovsky.
(epistemólogo)
No éramos prisioneros
Cuando llegó el día fue emocionante cómo la
humanidad había adquirido un poder de información notable: pudimos ver instantáneamente
algo que ocurría a 350 mil kilómetros de distancia. ¿Cómo es que podemos verlos en
directo? Eso nos sorprendía y emocionaba. La llegada del hombre a la Luna nos mostró que
no éramos prisioneros de nuestro planeta, un cambio muy grande en la posición del hombre
frente al Universo.
Manuel Sadovsky.
(matemático)
Estábamos pendientes
Fue un hecho de mucho efecto. Estábamos todos muy
pendientes. Realmente fue muy emocionante, pero lo que la gente no sabe es que no fue
producto del azar, que antes hubo un conocimiento científico de 300 años, desde Galileo
y Newton. Para la humanidad fue una confirmación de lo que habían previsto los
científicos.
Roberto Fontanarrosa.
(humorista)
Como un partido
No fue algo que me haya conmovido demasiado. Era casi
como juntarme con amigos a ver un partido de fútbol. Me acuerdo que vi parte de la
transmisión en casa de un amigo histórico. Es cierto que algún efecto debe haber tenido
porque todavía me acuerdo. Pero no recuerdo una sensación especial, una conmoción. Me
emocionó más el asesinato de Kennedy.
Ana Maria Shua.
(escritora)
Lo vi con decepción
Estaba estudiando Letras. Mis padres estaban viendo la
llegada, pero en ese momento no le presté atención: éramos intelectuales de izquierda y
los manejos del imperialismo en la Luna nos importaban muy poco. Pero todavía resuena ese
grito de mis padres: ¡Vengan!, y fuimos corriendo. Yo lo vi con decepción, como si verlo
destruyera la fantasía. A partir de ese momento la Luna sería igual para todos. Y
además, no había selenitas. |
La vida de Armstrong, Aldrin y Collins despues
No es fácil volver de la Luna a casa
Por Esteban Magnani
Todos
conocen la huella que dejó el primer hombre en la Luna, pero muy pocos saben sobre las
que ella dejó en los astronautas de la Apolo 11. Sólo ocho días les llevó ir y volver
al único satélite natural de la Tierra, pero fueron suficientes para marcar sus vidas
para siempre.
Edwin Buzz Aldrin Jr. tiene 69 años y fue el segundo hombre en pisar la Luna.
Pero, al parecer, para él no todo fue gloria a su regreso. En el 71 se jubiló y al
poco tiempo fue internado en una clínica psiquiátrica militar: Cuando la NASA nos
dijo que era muy difícil que viajáramos de nuevo porque había que dejar lugar a los
jóvenes, nuestras vidas personales se derrumbaron. Neil encontró la salida en nuevos
desafíos, Collins en sus libros y yo en el alcohol y la depresión. Después de
algunas recaídas en su depresión, escribió en 1973 su autobiografía Retorno a la
Tierra, que le permitió salir nuevamente a flote. En su nueva condición de
recuperado, no dio conferencias sobre la Luna, sino contra el abuso del
alcohol y las drogas. En el 30º aniversario de la llegada a la Luna recuperará un poco
de protagonismo, ya que es el único de los tres astronautas que se contará entre los
oradores de los festejos.
Neil Armstrong, autor de la frase Un pequeño paso para un hombre, un gran salto
para la humanidad (que reconoció que no fue del todo espontánea),
también abandonó la NASA en 1971 para ocupar un puesto como profesor de Ingeniería
Aeroespacial. Desde 1992 es presidente del Consejo de la AIL System Inc. de New York
(dedicada a producir computadoras para aeronaves), presidencia que la empresa se encarga
de destacar cada vez que puede. Sin embargo, este cargo parece más honorífico que real:
a sus 68 años Armstrong se toma su puesto con tranquilidad y vive desde 1971 en Lebanon,
un pueblito de Ohio (EE.UU.).
Es que Armstrong no parece llevarse bien con ser uno de los mitos vivientes de su época.
La mayoría de las cartas que le envían es devuelta y ninguna suma de dinero logró
tentarlo lo suficiente como para aparecer en un medio. Al cumplirse el 20º aniversario de
la llegada a la Luna, lejos del entusiasmo que se esperaba de una figura mundial,
declaró: Estas dos últimas décadas no son muy distintas de las de antes del
viaje. Pero debo reconocer que no me siento como los demás hombres. Después de haber
visto el universo desde el espacio y de haber vivido la fiebre de conquista, la vida se me
tornó aburrida y predecible. En estos últimos 20 años siento que sólo vivo para
subsistir mientras otros aún conservan el hambre de conquista. Está tan cansado de
repetir su historia, asegura, que ya no siente nada al decirla. Cuando llegó el 25º
aniversario lo tuvieron que llevar casi a la rastra a la Casa Blanca para posar en una
foto junto a los otros astronautas, aunque pidieron a la prensa que no le preguntaran
sobre el alunizaje.
Y por último Michael Collins, un estadounidense nacido en Roma que actualmente tiene 68
años y que nunca pudo pisar la Luna (como la mayoría de los terrícolas) a pesar de
haber llegado a estar a poco kilómetros. Varios años después de su regreso confesó que
el viaje a la Luna le dejó dos cosas: la idea de que era muy difícil que algún día
pudiera volver y serios problemas para recomponer las relaciones con su familia después
de un entrenamiento que lo había alejado mucho de ella. Por eso él también renunció a
la NASA en 1969. Creo que en los futuros vuelos debería incluirse a poetas y
filósofos, gente capaz de explicar mejor lo que se ve en la Luna, aceptó este
científico militar en uno de sus reportajes. Actualmente este jubilado espacial se dedica
a la consultoría en temas de aviación.
OPINION
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