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A 30 años de la llegada del hombre a la Luna
Un gran paso al costado

Esta semana se cumplen tres décadas del día en que el mundo se paró a ver a Neil Armstrong apoyar su pie en la Luna. Entonces parecía que nada detendría al hombre en la conquista del sistema solar. Pero visto hoy, ese comienzo se pareció más a un final. Junto con la URSS se acabó la carrera espacial, el espacio virtual desplazó al interestelar en la búsqueda científica, y ese “gran paso de la humanidad” quedó en el vacío.

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Por Leonardo Moledo

t.gif (862 bytes) La verdad es que hoy por hoy, la Luna no le importa a nadie, y la NASA, que hace treinta años alcanzó el pináculo de la gloria, tiene que hacer anuncios extraordinarios y no confirmados: inventar (o extrapolar) vida en Marte, planetas orbitando alrededor de estrellas lejanas –dudosamente intuidos a través del movimiento irregular de una estrella– para conseguir unos mangos y un poco de publicidad. Un 20 de julio hace treinta años se completaba el ciclo iniciado por Galileo cuando en 1610 se convirtió en el primer terrícola que miró la Luna (a través de un telescopio, claro está), y auguraba expediciones casi inmediatas a Marte, a Júpiter, a Plutón. El hombre –mejor dicho el Hombre, sin distinción de género– conquistaría el sistema solar y emprendería el viaje a las estrellas, formaría el Imperio Galáctico imaginado por Asimov. Y era así: la carrera espacial no solamente era un barómetro político, sino que, además, tenía el aliento de la saga y la aventura; el género más apropiado para ella no era la pálida ciencia ficción sino el poema heroico. Hoy la verdad es que se ha perdido el pathos: lo que empezó como la Ilíada, terminó como la Eneida, los poderosos fierros espaciales se pudren en alguna parte, un cohete que se levanta –aunque transmite aún la sensación de incredulidad, de ataque a la intuición– es tan eficaz como un buen somnífero, la Unión Soviética dejó de existir, los Estados Unidos no conquistaron el espacio, aunque sí colonizaron y globalizaron la Tierra, y aquel “gran paso para la Humanidad”, según la preparada y seguramente muchas veces ensayada frase espontánea de Armstrong, quedó en el vacío. ¿Y si hubiera sido un paso en falso? ¿Y si en vez de confirmar y expandir la aventura de Galileo la hubiera clausurado, poniendo fin a cuatrocientos años de revolución científica? ¿Y si hubiera sido, no un comienzo, sino un final?
Seguro que fue el punto final de la carrera del espacio. No está del todo mal recordarla: había una vez un país, o una federación de países llamada Unión Soviética, había una cosa llamada guerra fría, había una competencia y una de las escaramuzas de esa competencia, curiosamente, parecía dirimirse (por lo menos publicitariamente) fuera de la Tierra y no en ella. Durante años la URSS había llevado la delantera: en 1957 los soviéticos pusieron en órbita el primer satélite artificial, luego, el primer astronauta, el 14 de setiembre de 1959, lograron estrellar contra la Luna un aparato de 292 kilos (el Luna 2). Un mes después, la sonda Luna 3 enviaba a la Tierra imágenes de la cara oculta del satélite. El 3 de febrero de 1966 el Luna 9 se posaba suavemente sobre la superficie de la Luna y enviaba las primeras fotos desde allí. Pero los norteamericanos ya habían recuperado un terreno que no perderían: en 1961 el entonces presidente Kennedy se había comprometido a poner un hombre en la Luna, iniciando uno de los tres proyectos más caros del siglo (junto al Manhattan, que culminó en la bomba atómica y el Proyecto Genoma Humano). En 1964 lograron hacer impacto (con el Ranger 7), mientras el programa Apolo daba sus primeros pasos. El 2 de junio de 1966, el Surveyor 1 se posaba también en la Luna, en diciembre de 1968 despegó el Apolo 8; fue la primera nave que salió de la Tierra y se colocó en órbita de la Luna con tres personas adentro. El 20 de julio de 1969, con las previstas palabras de Neil Armstrong, los norteamericanos se alzaron con el premio mayor (el triunfo sobre la URSS en toda la línea se produciría sólo 20 años después). Después de Armstrong bajó Aldrin, después de ellos, en misiones posteriores, diez astronautas más se pasearon sobre la superficie lunar, pero... ¿quién se acuerda de ellos? Ya estaba por terminar, con el shock petrolero, la bonanza de posguerra y empezaba el reflujo.
Reflujo
Es difícil negar que el viaje a la Luna marcó el cenit de la aventura tecnológica, el nec plus ultra de la ingeniería. Pero también la culminación de una visión utópica y expansiva de la historia, abierta a lo grande y lo absoluto, en la que todo era percibido como una frontera en expansión, en un momento en que la lógica histórica estaba, sutilmente, cambiando y la mirada se volcaba hacia lo pequeño –la palabra ingeniería viraba hacia objetos de microscopio, como los genes–, y lo doméstico, como las preocupaciones ecológicas: el terreno desconocido a investigar se convertía en basural a recuperar, nicho ecológico a preservar, aerosol a prohibir; en el imaginario colectivo (en gran parte debido al crecimiento del arsenal nuclear), la tecnología se estaba convirtiendo, en la percepción corriente, de una conquista en una amenaza, filósofos y sociólogos de la ciencia empezaban a deconstruir todo lo que estaba a su alcance y a sugerir que toda ciencia (entre otras cosas) es sólo una cuestión de poder, un juego de lenguaje y que en el enfrentamiento de Galileo con la Iglesia había que comprender la posición de esta última y aceptar que, a fin de cuentas, Galileo era molesto, impertinente e irascible y en cierto modo merecía un castigo por no ser un buen político.
Del espacio interplanetario al espacio virtual
1969: Faltaban sólo tres años para que la sigla PC se transformara de Partido Comunista en Personal Computer, poco más para que las PCs del mundo (cumpliendo el mandato del Manifiesto Comunista) se unieran en redes distribuidas y el espacio virtual empezara a desplazar al espacio interplanetario como la última frontera: el viaje a la Luna es lo contrario de Internet, el polo opuesto de la concepción en red distribuida. Es una pirámide, en la que todo remata en un solo punto, es un esfuerzo dirigido hacia un único objetivo, es una progresión que culmina y se resume en un clímax que anula todo lo anterior. Hasta el extremo de que nadie recuerda a los astronautas que siguieron y si uno quiere extraer alguna cosa interesante de los dos protagonistas sólo se encuentra con personajes de una tira norteamericana (ver recuadro) con variantes new-age: uno de ellos, ex alcohólico recuperado con crisis místicas de tanto en tanto (hay que reconocer que haber quedado segundo en semejante y único evento lo justifica) y el otro, un apacible vecino de Lebanon, Ohio, EE.UU., que no concede entrevistas ni habla. Por suerte. Porque... ¿qué tendría que decir?
Pero además, el ideal de la gran nación que acomete una gran empresa empezó a sufrir los primeros achaques del anacronismo, y ceder ante el ideal de la gran empresa que sustituye, como agente histórico, a la nación: la aventura del espacio no cuaja bien en el orden neoliberal: la Luna, en cierto modo, es el colmo de lo público (“este es un gran paso para la Humanidad”) y tiene veleidades de unicidad. Es demasiado barata para la publicidad y demasiado cara para el turismo. Y el viaje a la Luna es irremediablemente inútil.
Y sin embargo
Sin embargo, el alunizaje sigue conservando su eficacia simbólica (ver recuadro): objetivamente, es la última frontera que alguna vez algún ser humano alcanzó. Nadie, absolutamente nadie, ningún viajero, ningún ser vivo del planeta Tierra, en ninguna generación precedente, nunca, fue tan lejos. El 20 de julio de 1969 sigue siendo la fecha en que alguien estuvo, por primera vez, en un cuerpo celeste que no es la Tierra. Nadie conoció, ni exploró jamás, nunca en un sitio tan radicalmente, astronómicamente distinto, tan afuera. Al fin y al cabo, qué diablos, ese día se viajó a la Luna y el viaje se transmitió por televisión desde la Luna. La luna, que reguló el calendario y las mareas, presidió los partos y embrujó a los locos (que aún se llaman lunáticos), la luna que los griegos endiosaron como Artemisa y los romanos como Diana cazadora, que Aristóteles imaginó perfecta (como el resto de los astros celestes) y enganchada a una esfera de cristal, la luna que Galileo vio por primera vez por un telescopio de fabricación casera y que, pudo comprobar, no era perfecta sino llena de cráteres y montañas, que no era sagrada sino laica y que confirmaba la suciedad, el desorden, la vacuidad, las enormes posibilidades del cielo.

 

¿Qué hacía cuando el hombre llegó?

Magdalena Ruiz Guiñazu.
(periodista)
“Se me caían las lágrimas”

“Fue el sueño hecho realidad, Julio Verne, Emilio Salgari, todas las historias que leíamos en la infancia. No me voy a olvidar nunca, el crujido cuando se abrió la puerta del módulo, el momento en que Armstrong apoyó el pie, se me caían las lágrimas. Mis chicos estaban interesados, pero no les pasaba lo mismo que a mí. Mi madre, que tenía más de 80 años, dijo que con esas cosas ya no había un lugar en el mundo para ella.”

Elisa Carrio.
(diputada UCR por Chaco)
“No me llamó la atención”

“Me acuerdo que estaba toda mi familia viéndolo, pero a mí no me llamó la atención, no me provocó nada especial. Al revés, me parecía más raro que no hubiera llegado nadie antes. Más fuerte fue el día que mataron a Kennedy y yo era más chica. Siempre me impresionó más el sentido de destrucción del hombre que sus avances tecnológicos”.

Gregorio Klimovsky.
(epistemólogo)
“No éramos prisioneros”

“Cuando llegó el día fue emocionante cómo la humanidad había adquirido un poder de información notable: pudimos ver instantáneamente algo que ocurría a 350 mil kilómetros de distancia. ¿Cómo es que podemos verlos en directo? Eso nos sorprendía y emocionaba. La llegada del hombre a la Luna nos mostró que no éramos prisioneros de nuestro planeta, un cambio muy grande en la posición del hombre frente al Universo.”

Manuel Sadovsky.
(matemático)
“Estábamos pendientes”

“Fue un hecho de mucho efecto. Estábamos todos muy pendientes. Realmente fue muy emocionante, pero lo que la gente no sabe es que no fue producto del azar, que antes hubo un conocimiento científico de 300 años, desde Galileo y Newton. Para la humanidad fue una confirmación de lo que habían previsto los científicos.”

Roberto Fontanarrosa.
(humorista)
“Como un partido”

“No fue algo que me haya conmovido demasiado. Era casi como juntarme con amigos a ver un partido de fútbol. Me acuerdo que vi parte de la transmisión en casa de un amigo histórico. Es cierto que algún efecto debe haber tenido porque todavía me acuerdo. Pero no recuerdo una sensación especial, una conmoción. Me emocionó más el asesinato de Kennedy.”

Ana Maria Shua.
(escritora)
“Lo vi con decepción”

“Estaba estudiando Letras. Mis padres estaban viendo la llegada, pero en ese momento no le presté atención: éramos intelectuales de izquierda y los manejos del imperialismo en la Luna nos importaban muy poco. Pero todavía resuena ese grito de mis padres: ¡Vengan!, y fuimos corriendo. Yo lo vi con decepción, como si verlo destruyera la fantasía. A partir de ese momento la Luna sería igual para todos. Y además, no había selenitas.”


 

La vida de Armstrong, Aldrin y Collins despues
No es fácil volver de la Luna a casa

Por Esteban Magnani

t.gif (862 bytes) Todos conocen la huella que dejó el primer hombre en la Luna, pero muy pocos saben sobre las que ella dejó en los astronautas de la Apolo 11. Sólo ocho días les llevó ir y volver al único satélite natural de la Tierra, pero fueron suficientes para marcar sus vidas para siempre.
Edwin “Buzz” Aldrin Jr. tiene 69 años y fue el segundo hombre en pisar la Luna. Pero, al parecer, para él no todo fue gloria a su regreso. En el ‘71 se jubiló y al poco tiempo fue internado en una clínica psiquiátrica militar: “Cuando la NASA nos dijo que era muy difícil que viajáramos de nuevo porque había que dejar lugar a los jóvenes, nuestras vidas personales se derrumbaron. Neil encontró la salida en nuevos desafíos, Collins en sus libros y yo en el alcohol y la depresión”. Después de algunas recaídas en su depresión, escribió en 1973 su autobiografía Retorno a la Tierra, que le permitió “salir nuevamente a flote”. En su nueva condición de “recuperado”, no dio conferencias sobre la Luna, sino contra el abuso del alcohol y las drogas. En el 30º aniversario de la llegada a la Luna recuperará un poco de protagonismo, ya que es el único de los tres astronautas que se contará entre los oradores de los festejos.
Neil Armstrong, autor de la frase “Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad” (que reconoció que “no fue del todo espontánea”), también abandonó la NASA en 1971 para ocupar un puesto como profesor de Ingeniería Aeroespacial. Desde 1992 es presidente del Consejo de la AIL System Inc. de New York (dedicada a producir computadoras para aeronaves), presidencia que la empresa se encarga de destacar cada vez que puede. Sin embargo, este cargo parece más honorífico que real: a sus 68 años Armstrong se toma su puesto con tranquilidad y vive desde 1971 en Lebanon, un pueblito de Ohio (EE.UU.).
Es que Armstrong no parece llevarse bien con ser uno de los mitos vivientes de su época. La mayoría de las cartas que le envían es devuelta y ninguna suma de dinero logró tentarlo lo suficiente como para aparecer en un medio. Al cumplirse el 20º aniversario de la llegada a la Luna, lejos del entusiasmo que se esperaba de una figura mundial, declaró: “Estas dos últimas décadas no son muy distintas de las de antes del viaje. Pero debo reconocer que no me siento como los demás hombres. Después de haber visto el universo desde el espacio y de haber vivido la fiebre de conquista, la vida se me tornó aburrida y predecible. En estos últimos 20 años siento que sólo vivo para subsistir mientras otros aún conservan el hambre de conquista”. Está tan cansado de repetir su historia, asegura, que ya no siente nada al decirla. Cuando llegó el 25º aniversario lo tuvieron que llevar casi a la rastra a la Casa Blanca para posar en una foto junto a los otros astronautas, aunque pidieron a la prensa que no le preguntaran sobre el alunizaje.
Y por último Michael Collins, un estadounidense nacido en Roma que actualmente tiene 68 años y que nunca pudo pisar la Luna (como la mayoría de los terrícolas) a pesar de haber llegado a estar a poco kilómetros. Varios años después de su regreso confesó que el viaje a la Luna le dejó dos cosas: la idea de que era muy difícil que algún día pudiera volver y serios problemas para recomponer las relaciones con su familia después de un entrenamiento que lo había alejado mucho de ella. Por eso él también renunció a la NASA en 1969. “Creo que en los futuros vuelos debería incluirse a poetas y filósofos, gente capaz de explicar mejor lo que se ve en la Luna”, aceptó este científico militar en uno de sus reportajes. Actualmente este jubilado espacial se dedica a la consultoría en temas de aviación.

OPINION

 

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