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LOS DOS NUEVOS DISCOS DE CAFE TACUBA
El sonido del futuro

Lanzados simultáneamente pero a la venta por separado, “Reves” y “Yo soy” son una muestra del estado de gracia creativa del grupo  de pop-rock latino más importante y oroginal de esta década.

En la Argentina, Café Tacuba se ha perdido en el crossover de las FM.
Desde su primer disco, fueron producidos por Gustavo Santaolalla.

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Por Esteban Pintos

t.gif (862 bytes) Lamentablemente, Café Tacuba es todavía una especie de enigma o apenas una referencia lejana a nivel masivo en la Argentina, aún después de algún que otro hit (“Ingrata” y su alta rotación en MTV, o aquella versión pop de “Por qué te extraño” de Leo Dan). Apenas un par de shows en lugares más bien pequeños –en los hoy extintos Dr. Jeckyll o The Roxy, hace un par de años–, cifras de venta que no enloquecieron de placer a ningún ejecutivo de su compañía discográfica y algo de difusión en porteñas FM’s crossover, en donde compartieron espacio junto a Enrique Iglesias, Backstreet Boys o Los Auténticos Decadentes. Bastante poco para la banda latina de pop-rock más importante de la década. Bastante poco.
Ahora, con esta peculiar edición doble que no es doble (son dos cd’s pero no se venden juntos, casi como el hoy lejano en el tiempo par Use your illusion de Guns N’Roses), este cuarteto de compositores, instrumentistas y cantantes de depurada técnica, da un paso adelante en su carrera y así es en todo sentido, después de un largo paréntesis en el cual incluso peligró su continuidad grupal. Tanto tiempo ha pasado desde el notable Re (1994), que se hizo necesario un aluvión de música, otra vez producida por los argentinos Gustavo Santaolalla-Aníbal Kerpel. El nuevo disco de Café Tacuba es por dos y está bien que así sea. Hay un disco instrumental, titulado Reves, que reúne experimentaciones varias, bocetos de jungle étnico, pasajes climáticos y explosiones rítmicas, concebidas por cuatro cabezas parlantes de alto coeficiente musical que, en lo visual, encuentra su complemento en un cortometraje ideado por Rubén Albarrán, su pequeño y misterioso cantante (alternativamente ha decidido llamarse Anónimo, Cosme, y ahora es NRU). El video, lamentablemente para quienes no lo vieron, fue emitido por última vez –al menos este mes–, en MTV el domingo pasado. Hay, también, un disco de canciones propiamente dichas, bautizado Yo soy, repleto de imágenes poderosas en sus letras (replanteos existenciales, lamentos de amor, arranques de paranoia urbana, sueños cabalgatas cósmicas, imaginería azteca pícara) y con ese desconcertante estilo Café Tacuba de hacer ... Canciones. En ese sentido, Yo soy es un impresionante muestrario de ingenio puesto al servicio de las citadas. Nada es como parece, o como empieza, y queda mucho mejor. Ejemplo: “Muerte chiquita”, una de las mejores, es un vals del año 3000 que se inicia con una guitarra eléctrica a la Abbey Road beatle y que desemboca en una cadenciosa marcha de guitarra acústica que recuerda “esto es música popular mexicana”. Y en su letra aflora ese tono decididamente trágico que tiene el amor para un mexicano (“dame la muerte chiquita, dame la muerte pequeña, y así tal vez en tus brazos, alcanzaré gracia plena”, arranca y está todo dicho).
Siendo la primer banda latinoamericana en merecer un tratamiento comercial Primer Mundo en Estados Unidos, Europa y Japón (los discos salen bajo la etiqueta norteamericana de Warner Brothers, tal como si fuera uno de Madonna o Eric Clapton), Café Tacuba ve el futuro. Y funciona. El hecho de que convivan en un grupo cuatro artistas capaces de crear música, letra y sonido, arreglos y vocalizaciones, hace de esta banda un caso único y bien distinguido (distinguible, en realidad) en eso que, más desde Estados Unidos que desde su centro de emanación, se ha dado en llamar rock latino. En el globalizado mercado musical de 1999, los discos de Café Tacuba (México) se imponen y ganan por peso propio un lugar al lado de uno de Bjork (Islandia), Cibo Matto (Japón), Air (Francia) o Asian Dub Fundation (Londres, pero el Londres de los inmigrantes paquistaníes). Lo suyo no es la desesperación por la modernidad ni los ojos mirando a Nueva York o Londres añorando lo que nunca se tendrá por aquí. Tampoco es un forzado regreso a las raíces, simplemente porque no hace falta ver las raíces si el árbol es fuerte.

OPINION

 

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