Por Esteban Pintos Lamentablemente, Café Tacuba
es todavía una especie de enigma o apenas una referencia lejana a nivel masivo en la
Argentina, aún después de algún que otro hit (Ingrata y su alta rotación
en MTV, o aquella versión pop de Por qué te extraño de Leo Dan). Apenas un
par de shows en lugares más bien pequeños en los hoy extintos Dr. Jeckyll o The
Roxy, hace un par de años, cifras de venta que no enloquecieron de placer a ningún
ejecutivo de su compañía discográfica y algo de difusión en porteñas FMs
crossover, en donde compartieron espacio junto a Enrique Iglesias, Backstreet Boys o Los
Auténticos Decadentes. Bastante poco para la banda latina de pop-rock más importante de
la década. Bastante poco.
Ahora, con esta peculiar edición doble que no es doble (son dos cds pero no se
venden juntos, casi como el hoy lejano en el tiempo par Use your illusion de Guns
NRoses), este cuarteto de compositores, instrumentistas y cantantes de depurada
técnica, da un paso adelante en su carrera y así es en todo sentido, después de un
largo paréntesis en el cual incluso peligró su continuidad grupal. Tanto tiempo ha
pasado desde el notable Re (1994), que se hizo necesario un aluvión de música, otra vez
producida por los argentinos Gustavo Santaolalla-Aníbal Kerpel. El nuevo disco de Café
Tacuba es por dos y está bien que así sea. Hay un disco instrumental, titulado Reves,
que reúne experimentaciones varias, bocetos de jungle étnico, pasajes climáticos y
explosiones rítmicas, concebidas por cuatro cabezas parlantes de alto coeficiente musical
que, en lo visual, encuentra su complemento en un cortometraje ideado por Rubén
Albarrán, su pequeño y misterioso cantante (alternativamente ha decidido llamarse
Anónimo, Cosme, y ahora es NRU). El video, lamentablemente para quienes no lo vieron, fue
emitido por última vez al menos este mes, en MTV el domingo pasado. Hay,
también, un disco de canciones propiamente dichas, bautizado Yo soy, repleto de imágenes
poderosas en sus letras (replanteos existenciales, lamentos de amor, arranques de paranoia
urbana, sueños cabalgatas cósmicas, imaginería azteca pícara) y con ese desconcertante
estilo Café Tacuba de hacer ... Canciones. En ese sentido, Yo soy es un impresionante
muestrario de ingenio puesto al servicio de las citadas. Nada es como parece, o como
empieza, y queda mucho mejor. Ejemplo: Muerte chiquita, una de las mejores, es
un vals del año 3000 que se inicia con una guitarra eléctrica a la Abbey Road beatle y
que desemboca en una cadenciosa marcha de guitarra acústica que recuerda esto es
música popular mexicana. Y en su letra aflora ese tono decididamente trágico que
tiene el amor para un mexicano (dame la muerte chiquita, dame la muerte pequeña, y
así tal vez en tus brazos, alcanzaré gracia plena, arranca y está todo dicho).
Siendo la primer banda latinoamericana en merecer un tratamiento comercial Primer Mundo en
Estados Unidos, Europa y Japón (los discos salen bajo la etiqueta norteamericana de
Warner Brothers, tal como si fuera uno de Madonna o Eric Clapton), Café Tacuba ve el
futuro. Y funciona. El hecho de que convivan en un grupo cuatro artistas capaces de crear
música, letra y sonido, arreglos y vocalizaciones, hace de esta banda un caso único y
bien distinguido (distinguible, en realidad) en eso que, más desde Estados Unidos que
desde su centro de emanación, se ha dado en llamar rock latino. En el globalizado mercado
musical de 1999, los discos de Café Tacuba (México) se imponen y ganan por peso propio
un lugar al lado de uno de Bjork (Islandia), Cibo Matto (Japón), Air (Francia) o Asian
Dub Fundation (Londres, pero el Londres de los inmigrantes paquistaníes). Lo suyo no es
la desesperación por la modernidad ni los ojos mirando a Nueva York o Londres añorando
lo que nunca se tendrá por aquí. Tampoco es un forzado regreso a las raíces,
simplemente porque no hace falta ver las raíces si el árbol es fuerte.
OPINION
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