Por Maximiliano Montenegro El presidente Menem concluirá
su mandato con un nivel de desigualdad en el reparto del ingreso similar al de la época
hiperinflacionaria. Según datos de la encuesta de hogares del INDEC a los que tuvo acceso
exclusivo este diario, en mayo pasado, una persona perteneciente al décimo más rico de
la población ganaba 25 veces más que una del décimo más pobre. Hace dos años esa
distancia era 23 veces, hace nueve años 15 veces y a principios de los ochenta 8 veces.
Sólo en plena híper se había alcanzado semejante concentración de la riqueza en pocas
manos. Que la desigualdad aumente incluso cuando -también según cifras oficiales- crece
el empleo, se debe a la precariedad de los nuevos puestos de trabajo, la mayoría en negro
y mal pagos. También queda desvirtuada la idea oficial de que el salto en la desigualdad
era un fenómeno transitorio, asociado a la recesión del tequila, sino que se consolidó
como una tendencia estructural durante la gestión menemista.
Todos los años, el producto del trabajo de los argentinos vuelve al bolsillo de la gente
en forma de ingresos. Las cifras oficiales muestran que el grueso de los ingresos va a
parar cada vez a menos bolsillos. Por eso en la Argentina conviven, al menos, dos
sociedades. Por un lado, la sociedad opulenta, con un nivel de ingreso per cápita acorde
con el ingreso promedio de los países del Primer Mundo. Por el otro, la sociedad
empobrecida, integrada por el 80 por ciento de los argentinos, con remuneraciones que van
desde el standard latinoamericano hasta el promedio africano (ver aparte).
La encuesta de hogares, que el INDEC releva en mayo y octubre de cada año, cuenta con un
módulo especial que mide cómo se reparte la torta del ingreso. Para tal fin, el
organismo oficial ordena a la población en diez grupos de igual cantidad de personas.
Así, en mayo, el décimo más rico de la población acaparaba el 37,2 por ciento del
ingreso total, contra el 36,8 por ciento hace un año, el 34 por ciento al comienzo de la
Convertibilidad y el 27 por ciento a inicios de los ochenta. En cambio, el grupo más
pobre, en mayo se quedaba apenas con el 1,5 por ciento de la torta, contra 2,4 por ciento
hace ocho años y 3,2 por ciento en la década pasada.
Otra forma de medir la desigualdad es comparar los ingresos promedio entre el grupo que
está en la cúspide de la pirámide y el que está en la base. Así, una persona del 10
por ciento más rico gana hoy casi 25 veces más que una del sector bajo, cuando a
principios del plan de Convertibilidad ganaba 15 veces más (ver cuadro).
En base a las cifras anteriores se pueden sacar las siguientes conclusiones:
Desde que se
relevan estas estadísticas, a mediados de los setenta, sólo se había alcanzado un nivel
de concentración semejante durante un mes, en octubre del 89, cuando se conoció la
medición de la hiperinflación. Sin embargo, entonces fue un pico transitorio, provocado
por una transferencia momentánea de ingresos en contra de los asalariados. En la
medición siguiente, en mayo del 90, la distancia entre ambos extremos ya rondaba de
nuevo las 15 veces. Hoy, en cambio, en un contexto de estabilidad de precios, la
desigualdad es una característica descollante de la nueva estructura social.
La
concentración de la riqueza durante la era menemista tampoco es consecuencia pasajera de
la recesión provocada por el efecto tequila, como argumenta la Secretaria de Equidad
Fiscal, Carola Pessino. De acuerdo a la información oficial, ya había comenzado en los
primeros años de la Convertibilidad (91/94), cuando la economía iba viento en popa y la
desocupación todavía no había estallado. Más aún, la desigualdad volvió a pegar otro
salto a partir de 1997, un año también expansivo, al igual que el año pasado.
Que la
inequidad no se revierta, e incluso aumente, cuando la economía crece tiene una
explicación simple. Por un lado, los nuevos puestos de trabajo son precarios, en negro y
de muy baja paga, con lo cual presionan,a su vez, a la baja a los salarios de los empleos
peor remunerados. Por otro lado, los ingresos del estrato alto mejoraron permanentemente,
incluso durante las fases recesivas.
En los últimos
años, la clase media y media baja, afectada también por la desocupación, el ajuste
salarial y la concentración del comercio, los servicios y la industria, sufrió una
importante pérdida de ingresos en favor del selecto grupo de clase alta (ver aparte).
Por su puesto,
durante las recesiones el derrumbe en los ingresos de los sectores bajos y medios-bajos es
mucho más pronunciado que durante el auge. Por tal motivo, en Economía temen que tanto
la próxima encuesta (en octubre), como la de mayo del 2000, la primera información
oficial del INDEC que difundirá el próximo gobierno, refleje en toda su dimensión el
impacto de la recesión actual sobre los ingresos de los trabajadores. Entonces, la
desigualdad se acentuaría a niveles nunca vistos en Argentina, ni siquiera durante la
híper de Alfonsín.
Hoy, Argentina
ha dejado de ser un caso peculiar de equidad en América Latina y está consolidando uno
de los repartos más injustos del mundo (ver aparte).
En los sondeos del INDEC existe una evidente subdeclaración, especialmente, en las
remuneraciones de los sectores altos, por miedo a que los inofensivos encuestadores del
organismo faciliten la información a la AFIP. Así, de ajustarse las cifras, según los
expertos, la concentración sería todavía más grosera.
UN PAISAJE MUY TIPICO DE AMERICA LATINA
Un quinto es dueño de la mitad
Por M.M.
Las
estadísticas internacionales suelen presentar las cifras de distribución del ingreso
dividiendo a la población en cinco grupos (llamados quintiles, en la jerga técnica). De
allí surge que el quinto más acomodado de la población se apropia hoy de más del 53
por ciento de la torta de ingresos. En cambio, el quinto más pobre recibe apenas un 4 por
ciento del ingreso total. Semejante nivel de concentración de la riqueza en pocas manos
sólo puede verse en América latina.
Las cifras del último anuario del Banco Mundial, comparadas con las últimos datos del
Indec, confirman que la Argentina comparte un patrón distributivo que figura entre los
más regresivos del planeta no sólo en relación a los países desarrollados sino
también al Tercer Mundo. Los datos a nivel internacional son los siguientes:
En América
latina, el quinto más alto se lleva el 53 por ciento del ingreso y el quinto más bajo el
4,5 por ciento. Es decir que, en términos de distribución, Argentina ya no es más un
caso especial sino que está dentro del promedio de la región. Por su puesto,
dentro de América Latina, todavía hoy existen países bastante más desiguales como
Brasil y Chile.
En Estados
Unidos y Canadá, el quinto más rico se queda con el 41 por ciento del ingreso mientras
que el quinto más bajo obtiene el 5,3 por ciento. Es decir que, incluso las sociedades
paradigmáticas del capitalismo salvaje, son mucho más equitativas en el reparto.
En el sudeste
asiático, el quinto más pudiente se adueña del 40 por ciento de la torta y el quinto
más bajo del 4,5 por ciento. El crecimiento equilibrado que consiguieron en
las últimas décadas países del sudeste asiático como Corea suele ser atribuido a la
fuerte presencia del Estado en la fijación de salarios mínimos y la inversión social en
educación, salud y subsidios directos a los carenciados.
En Europa, el
Banco Mundial calcula que el grupo más adinerado se queda con el 37,7 por ciento del
ingreso anual contra el 8,8 por ciento del quinto más pobre de la sociedad. En Europa un
sistema impositivo progresivo, con una fuerte imposición sobre el capital, es la causa
principal que atenuó la desigualdad. También influyó, obviamente, la importante red de
protección social a los sectores más débiles y un seguro de desempleo de amplísima
cobertura.
En Medio
Oriente y el norte de Africa al quinto más acaudalado de la población le toca el 45,4
por ciento del ingreso y al quinto más pobre el 6,9 por ciento. En este caso, la mayor
igualdad se debe más que nada a un fenómeno estadístico: los ricos son una
minoría tan pequeña que su peso queda diluido contra una gran mayoría de la población
que vive en la pobreza. Lo mismo sucede con las mediciones que están realizando diversos
organismos internacionales sobre la distribución en los ex países comunistas del Europa
del Este.
Las dos sociedades que dejará el
menemismo
Dual: Por debajo del ingreso per cápita promedio de
la Argentina (8300 dólares) vive el 80 por ciento de la gente. Es la sociedad
empobrecida. Carlos Menem en 1989. Asumió en
julio. En octubre, la medición reflejaba la híperinflacion.
La desigualdad volvió a las antiguas cifras. Incluso creció cuando el desempleo era
menor que el actual. |
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Por M. M.
El producto del
trabajo de los argentinos va a parar luego a los bolsillos, propios y ajenos, en forma de
ingresos. El año pasado, el producto bruto interno fue de 280 mil millones de dólares,
que se distribuyeron de manera muy desigual. Así, en la Argentina conviven dos
sociedades: una, con ingresos similares a los del Primer Mundo; en la otra, existen
salarios más propios del resto de Latinoamérica e incluso de los países más pobres de
Asia y Africa. Página/12 reconstruyó, en base a las últimos datos oficiales, el mapa
social que dejará el presidente Carlos Menem.
El ingreso per cápita de la Argentina es, según las cifras del Ministerio de Economía,
de 8.300 dólares anuales. Semejante nivel de ingreso per cápita le permite ubicarse, en
los ranking del Banco Mundial, entre los países de ingreso medio-alto. Sin
embargo, dicho número nada dice de la realidad social de la Argentina, porque debajo de
ese nivel de ingresos vive el 80 por ciento de la población.
Considerando los últimos datos del INDEC sobre la distribución, se puede armar entonces
un cuadro mucho más ajustado a la realidad. Si se determina cómo se repartieron los 280
mil millones de dólares producidos por los argentinos el año pasado, se puede llegar a
la siguientes conclusiones:
Existen 3,7
millones de personas, un 10 por ciento de la población, que podrían considerarse de
clase alta y media alta. En total, este estrato de la población se quedó el año pasado
con 104.160 millones de dólares (el 37,2 por ciento de los 280 mil millones). En
promedio, este selecto grupo tiene un ingreso per cápita anual de 28.151 dólares, un
nivel que calza en la categoría de ingresos de países tales como Estados Unidos, Japón,
Alemania, Italia, Inglaterra y Francia.
Otro 10 por
ciento de la población (también 3,7 millones de personas) recibe un ingreso per cápita
de 12.259, un patrón de ingresos similar al de países de desarrollo intermedio tales
como España, Nueva Zelanda o Grecia. Podría ser calificado de clase media-media. En
total, este grupo se quedó con 45.360 millones, el 16,2 por ciento del ingreso total.
Los dos grupos
anteriores están integrados a las pautas de consumo del Primer Mundo, son el suculento
mercado que persiguen las multinacionales que se instalan en el país y la crisis los
afecta en menor medida.
Por debajo del
ingreso per cápita promedio de la Argentina (8.300 dólares) vive el 80 por ciento de la
población. Es la sociedad empobrecida, conformada por clase media en declive,
pobres e indigentes. Todos ellos están en la mira del ajuste y son excluidos del mercado
a medida que pierden el empleo o resignan salario en puestos de trabajo precarios.
Así, 14,8
millones de personas (el 40 por ciento de la población) tiene un ingreso per cápita de
6.357 dólares al año. Es un nivel similar al de países tales como Brasil, Corea y
Chile. El año pasado, este grupo recibió 94.080 millones de dólares, el 33,6 por ciento
de la torta.
Otro 30 por
ciento de la población (11,1 millones de personas) tiene un ingreso per cápita de 2.900
dólares anuales. Es el producto per cápita de países tales como Belice, Perú, la
empobrecida Rusia, Namibia, Paraguay, Surinam y Guatemala. Esta franja de la población
apenas se queda con el 11,5 por ciento de la torta, unos 32.200 millones de dólares.
Finalmente,
otros 3,7 millones de personas tienen un ingreso per cápita de 1.135 dólares y cuadran
perfectamente en la categoría de indigentes. Es el 10 por ciento más pobre de la
población, que recibe apenas el 1,5 por ciento de la torta (4.200 millones de dólares).
Su nivel de ingresos está mucho más cerca de los estándares de países paupérrimos
como Bolivia, Filipinas, Sri Lanka y Guyana, que del ingreso per cápita de Argentina,
promocionado por el Banco Mundial.
OPINION
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