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LA PUBLICACION DEL LIBRO “HANNIBAL” AVIVO
LOS DESEOS DE CONTINUAR LA HISTORIA EN EL CINE
En Hollywood no hay inocencia que valga

Problemas contractuales y conflictos personales dificultan, por el momento, la concreción de un nuevo capítulo cinematográfico de “El silencio de los inocentes”.

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Scott Glenn y Jodie Foster en “El silencio de los inocentes.”
Dino De Laurentiis quiere hacer la película sin ella.

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Anthony Hopkins debería ser nuevamente el siniestro pero querible Hannibal Lecter.
Sin embargo, las posibilidades de que se concrete el film son cada vez más escasas.


Por Rodrigo Fresán

t.gif (862 bytes) Pocas veces hubo un final tan abierto y una película que dejara a los espectadores con tanta hambre de seguir: en la última escena de El silencio de los inocentes, el tan temible como finalmente querible Hannibal Lecter llamaba a la agente Clarence Starling desde un teléfono tercermundista para decirle que estaba todo bien, que no se preocupara, que ella estaba a salvo de todo y de todos.
Ahora, –han pasado once años desde que Thomas Harris publicara la gran novela que dio origen a la película de Jonathan Demme y a la consagración como íconos pop-culturales de Jodie Foster y Anthony Hopkins– las librerías en inglés (la traducción española se anuncia para el próximo octubre) han sido invadidas por un grueso y ominoso libro llamado Hannibal donde se cuentan, sí, las aventuras de Lecter suelto y de Starling traumada y, claro, la boca se le hace agua a Hollywood. Pero no está resultando sencillo poner la mesa y preparar la comida para la versión cinematográfica de Hannibal.
Para empezar, Hannibal –la novela– ha causado cierto desconcierto entre los seguidores del monstruo y no es exactamente lo que esperaban los productores. Lo que no quita que la tercera entrega de las aventuras de Lecter (la primera fue Dragón rojo, publicada en su momento y en Argentina por Emecé) sea una gran novela. Pero es una novela diferente y no el típico thriller de calidad que cabía esperar. Para empezar, una trama donde Lecter no tiene barrotes que lo contengan y –en una interesante revisión del mito de Frankenstein– es perseguido por el monstruo que él mismo creó: el único sobreviviente a uno de sus ataques, un millonario desfigurado e inmóvil que lo persigue por control remoto. Sí, Lecter como víctima y rodeado por una jauría de personajes despreciables (policías corruptos, agentes del FBI, jabalíes salvajes) que lo convierten a él, en comparación, en un espíritu sublime y artístico que sólo quiere que lo dejen vivir en paz. Del otro lado de la ecuación está la agente Clarice Starling, alguien que sólo busca que la quieran y la acepten. El final remite, casi, a Los locos Addams con Hannibal y Clarice unidos para siempre y bailando un apasionado tango en las terrazas de Buenos Aires. Como puede verse, aunque estuviera todo en orden y a punto, Hannibal no iba resultar sencilla de ser llevada a la pantalla. Pero existen, también, otros pequeños asuntos pendientes de solución.
El problema principal responde al nombre de Dino De Laurentiis. Ya se sabe: legendario productor que hace unos cuantos años que no la pega. Aun así, a los ochenta años, De Laurentiis sigue teniendo cierto olfato para estas cosas y lo demostró en su momento cuando, en 1981, adquirió los derechos cinematográficos de la primera entrega de lo que hoy se llama Trilogía Lecter. La novela se llamaba Dragón rojo (Thomas Harris era, por entonces, el autor de otro best-seller: un thriller terrorista titulado Domingo negro que se había convertido en una película regular) y en el contrato en cuestión –cláusula en letra pequeña– De Laurentiis reclamó para sí el privilegio de ser el primero en optar por cualquier libro posterior que involucrara la figura de Hannibal Lecter. A De Laurentiis no le fue bien con Dragón rojo (dirigida por Michael Mann con el título de Manhunter, creador de la serie Miami Vice y responsable del muy buen film con Pacino/De Niro Fuego contra fuego), aunque en más de un sentido se trataba de un producto superior a El silencio de los inocentes. Dragón rojo era mejor libro (“la mejor novela popular desde El padrino”, dijo Stephen King en 1981) y la actuación del escocés Brian Cox como Lecter no tiene nada que envidiarle a la de Hopkins sino todo lo contrario. Pero no hubo caso, Manhunter fue rápidamente relanzada como video para salvar la inversión y De Laurentiis decidió pasar de largo a la hora del retorno del monstruo. El silencio de los inocentes ganó todo a la hora de los premios y sesenta millones de dólares y, claro, De Laurentiis lo vio todo portelevisión. De ahí que, ahora, el italiano haya invocado aquella pequeña cláusula, pagado los diez millones de dólares que pedía Harris por los derechos de Hannibal y se haya lanzado a una aventura que está probando ser difícil de masticar.
Lo obvio era, claro, el retorno del dream-team: Jonathan Demme detrás de la cámara, Hopkins y Foster delante, y Ted Tally adaptando a la pantalla la más que compleja novela de Harris. El primer paso de De Laurentiis fue decir que nada le importaba menos que Demme no fuera de la partida luego de que tuvieran un enfrentamiento que derivó en la negativa del italiano -productor a la vieja usanza, de esos a los que les gusta ver su nombre bien grande en el poster– a la hora de garantizarle control creativo al director. Esto causó terror a los inversores de la Universal, quienes contaban con las excelentes dotes diplomáticas de Demme y su relación amistosa con Hopkins y Foster a la hora de discutir –y mantener a raya– los respectivos cachets de los actores. Foster y Hopkins suelen cobrar unos veinte millones de dólares por cabeza (el doble del presupuesto total de El silencio de los inocentes) y, ante semejante dilema, las soluciones propuestas por De Laurentiis han sido, digamos, poco ortodoxas: entabló negociaciones con el muy devaluado Ridley “Blade Runner/Alien” Scott para que ocupara la silla de Demme (De Laurentiis especula con el resurgimiento del director británico con el próximo estreno de Gladiator, superproducción para la DreamWorks de Spielberg & Co.) y... ¡¡¡propuso que el personaje de Foster fuera completamente eliminado para aligerar el presupuesto!!! Su justificación –lo que vendría a demostrar que De Laurentiis no se ha sentado a leer Hannibal todavía– es que “el personaje de Clarice Starling no es muy importante en la trama”. Semejantes declaraciones han provocado un comprensible y Universal pánico por lo que no se descuenta que De Laurentiis se quede con los derechos de una novela imposible de ser llevada al cine.
Menos complicado ha resultado el rodaje y financiación de The Blair Witch Project, última gran historia de éxito inesperado en la historia de un cine que desborda grandes historias de éxitos inesperados. Desde que, a principios de los 70, El exorcista avivara el fuego en las cenizas de un género agonizante –el terror cinematográfico– han sido muchas las películas de bajo presupuesto que han conseguido alto porcentaje de alaridos y de dólares en las recaudaciones. The Texas Chainsaw Massacre tal vez haya sido el núcleo original de todo el asunto, el centro del que se desprende, ahora, The Blair Witch Project. La película costó apenas veinte mil dólares, se estrenó el pasado 16 de julio y –se trata del verdadero e incontestable éxito del verano norteamericano– recaudó el último fin de semana casi treinta millones de dólares quedando segunda (luego del retorno de Julia Roberts) a fuerza de ingenio, talento y, hay que decirlo, el perturbador estado mental del pueblo norteamericano. The Blair Witch Project –como This is Spinal Tap o Bob Roberts– es un documental falso increíblemente verosímil que juega con la idea del cine dentro del cine narrando la historia de tres estudiantes quienes, cámara al hombro, se adentraron en 1994 en un bosque de Maryland para filmar un documental sobre una leyenda local: la bruja de un pueblo llamado Blair. Los tres desaparecieron sin dejar rastro y, un año más tarde, se encontró el material que filmaron enterrado bajo los cimientos de una cabaña abandonada. Lo que filmaron –por supuesto que todo es mentira, nunca hubieron estudiantes de cine desaparecidos o una bruja de Blair– constituye el grueso de una película que da miedo en serio. Y da miedo también la inteligente frialdad con que Eduardo Sánchez y Daniel Myrick -factotums del mito y directores de la película– generaron un fenómeno de masas. Antes que nada –antes siquiera de escribir el guión– crearon una página en Internet (www.blairwitch.com) donde plantaron la leyenda y lo ocurrido a los inexistentes estudiantes como suceso verídico. Miles denavegantes electrónicos, los mismos que todavía no se reponen del final de Hannibal, se engancharon al asunto y lo que en realidad da miedo, es leer lo que allí se discute y se escribe con la pasión de quienes –son los últimos días del milenio después de todo– se presentan como profetas, mesías, gente rara, bah. Desatada la fiebre, no fue muy difícil conseguir algo de dinero y así Sánchez y Myrick convocaron a actores baratísimos, les enseñaron a utilizar una cámara de video y los soltaron una semana en ese bosque de Maryland con mínimos lineamientos de guión e instrucciones para localizar alimentos y más película virgen en sitos estratégicos. Y se dedicaron a seguirlos, filmarlos, jugarles malas pasadas. Terror verité, que le dicen. Los que vieron la película antes de su estreno dijeron no haber sentido nunca tanto miedo en un cine, el boca a boca funcionó, y de ahí a un aviso a doble página en Rolling Stone –se sabe– hay muy poca distancia. El tiempo –en realidad los minutos– dirán si ya no se está planeando un The Blair Witch Project II que costará, tan solo, unos veinte millones de dólares. Y, quién sabe, tal vez Sánchez y Myrick sean convocados a la brevedad por De Laurentiis para filmar Hannibal. Sin Jodie Foster ni Anthony Hopkins. Como corresponde.

 

Festival de Gramado

La 27ª edición del Festival de Cine Iberoamericano de Gramado, que comienza hoy y culminará el 14 de agosto próximo, tendrá como homenajeado central a Fernando “Pino” Solanas, cuyo último film, La nube, se estrenará en Brasil en el marco de este evento. También se rendirán tributos menores al maestro del suspenso Alfred Hitchcock —quien el 13 de agosto habría cumplido 100 años—, al iluminador y director brasileño Milton Barragan -quien murió a principios de este año— y a su compatriota realizador y actor Denoy de Oliveira. Competirán este año en la sección de largometrajes la película argentina Diario para un cuento (Jana Bokova), la boliviana El día que murió el silencio (Paolo Agazzi), la cubana La vida es silbar (Fernando Pérez), la española Los amantes del círculo polar (Julio Medem), la portuguesa A Sombra dos Abutres (Leonel Vieira), la venezolana Amaneció de golpe (Carlos Azpurúa) y las brasileñas Nos que aqui estamos por vós esperamos (Marcelo Masagao), Por trás do pano (Luiz Villaca), Santo Forte (Eduardo Coutinho) y Mauá-o imperador e o rei (Sérgio Rezende). El jurado que otorgará los premios “Kikitos” estará compuesto por el director del Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, el español Francisco López Villarejo, la cineasta brasileña Eliana Caffé, su colega y compatriota Helvécio Ratton, el periodista y escritor brasileño Eduardo Peninha Bueno y Manuel Antín en representación del cine argentino. Además de La nube harán su debut en Brasil Tango, del español Carlos Saura, la cinta francesa La vida soñada, de Erick Zonca, la estadounidense The Hi-Lo Country, de Stephen Frears, y la brasileña Dois córregos, de Carlos Reichenbach. Fuera de competencia se ofrecerá además un amplio menú de películas locales, así como la argentina Mala época, premiada en el Festival de Mar del Plata ‘98, y el clásico de Hitchcock, Vértigo.


OPINION

 

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