Por Rodrigo Fresán Pocas veces hubo un final tan
abierto y una película que dejara a los espectadores con tanta hambre de seguir: en la
última escena de El silencio de los inocentes, el tan temible como finalmente querible
Hannibal Lecter llamaba a la agente Clarence Starling desde un teléfono tercermundista
para decirle que estaba todo bien, que no se preocupara, que ella estaba a salvo de todo y
de todos.
Ahora, han pasado once años desde que Thomas Harris publicara la gran novela que
dio origen a la película de Jonathan Demme y a la consagración como íconos
pop-culturales de Jodie Foster y Anthony Hopkins las librerías en inglés (la
traducción española se anuncia para el próximo octubre) han sido invadidas por un
grueso y ominoso libro llamado Hannibal donde se cuentan, sí, las aventuras de Lecter
suelto y de Starling traumada y, claro, la boca se le hace agua a Hollywood. Pero no está
resultando sencillo poner la mesa y preparar la comida para la versión cinematográfica
de Hannibal.
Para empezar, Hannibal la novela ha causado cierto desconcierto entre los
seguidores del monstruo y no es exactamente lo que esperaban los productores. Lo que no
quita que la tercera entrega de las aventuras de Lecter (la primera fue Dragón rojo,
publicada en su momento y en Argentina por Emecé) sea una gran novela. Pero es una novela
diferente y no el típico thriller de calidad que cabía esperar. Para empezar, una trama
donde Lecter no tiene barrotes que lo contengan y en una interesante revisión del
mito de Frankenstein es perseguido por el monstruo que él mismo creó: el único
sobreviviente a uno de sus ataques, un millonario desfigurado e inmóvil que lo persigue
por control remoto. Sí, Lecter como víctima y rodeado por una jauría de personajes
despreciables (policías corruptos, agentes del FBI, jabalíes salvajes) que lo convierten
a él, en comparación, en un espíritu sublime y artístico que sólo quiere que lo dejen
vivir en paz. Del otro lado de la ecuación está la agente Clarice Starling, alguien que
sólo busca que la quieran y la acepten. El final remite, casi, a Los locos Addams con
Hannibal y Clarice unidos para siempre y bailando un apasionado tango en las terrazas de
Buenos Aires. Como puede verse, aunque estuviera todo en orden y a punto, Hannibal no iba
resultar sencilla de ser llevada a la pantalla. Pero existen, también, otros pequeños
asuntos pendientes de solución.
El problema principal responde al nombre de Dino De Laurentiis. Ya se sabe: legendario
productor que hace unos cuantos años que no la pega. Aun así, a los ochenta años, De
Laurentiis sigue teniendo cierto olfato para estas cosas y lo demostró en su momento
cuando, en 1981, adquirió los derechos cinematográficos de la primera entrega de lo que
hoy se llama Trilogía Lecter. La novela se llamaba Dragón rojo (Thomas Harris era, por
entonces, el autor de otro best-seller: un thriller terrorista titulado Domingo negro que
se había convertido en una película regular) y en el contrato en cuestión
cláusula en letra pequeña De Laurentiis reclamó para sí el privilegio de
ser el primero en optar por cualquier libro posterior que involucrara la figura de
Hannibal Lecter. A De Laurentiis no le fue bien con Dragón rojo (dirigida por Michael
Mann con el título de Manhunter, creador de la serie Miami Vice y responsable del muy
buen film con Pacino/De Niro Fuego contra fuego), aunque en más de un sentido se trataba
de un producto superior a El silencio de los inocentes. Dragón rojo era mejor libro
(la mejor novela popular desde El padrino, dijo Stephen King en 1981) y la
actuación del escocés Brian Cox como Lecter no tiene nada que envidiarle a la de Hopkins
sino todo lo contrario. Pero no hubo caso, Manhunter fue rápidamente relanzada como video
para salvar la inversión y De Laurentiis decidió pasar de largo a la hora del retorno
del monstruo. El silencio de los inocentes ganó todo a la hora de los premios y sesenta
millones de dólares y, claro, De Laurentiis lo vio todo portelevisión. De ahí que,
ahora, el italiano haya invocado aquella pequeña cláusula, pagado los diez millones de
dólares que pedía Harris por los derechos de Hannibal y se haya lanzado a una aventura
que está probando ser difícil de masticar.
Lo obvio era, claro, el retorno del dream-team: Jonathan Demme detrás de la cámara,
Hopkins y Foster delante, y Ted Tally adaptando a la pantalla la más que compleja novela
de Harris. El primer paso de De Laurentiis fue decir que nada le importaba menos que Demme
no fuera de la partida luego de que tuvieran un enfrentamiento que derivó en la negativa
del italiano -productor a la vieja usanza, de esos a los que les gusta ver su nombre bien
grande en el poster a la hora de garantizarle control creativo al director. Esto
causó terror a los inversores de la Universal, quienes contaban con las excelentes dotes
diplomáticas de Demme y su relación amistosa con Hopkins y Foster a la hora de discutir
y mantener a raya los respectivos cachets de los actores. Foster y Hopkins
suelen cobrar unos veinte millones de dólares por cabeza (el doble del presupuesto total
de El silencio de los inocentes) y, ante semejante dilema, las soluciones propuestas por
De Laurentiis han sido, digamos, poco ortodoxas: entabló negociaciones con el muy
devaluado Ridley Blade Runner/Alien Scott para que ocupara la silla de Demme
(De Laurentiis especula con el resurgimiento del director británico con el próximo
estreno de Gladiator, superproducción para la DreamWorks de Spielberg & Co.) y...
¡¡¡propuso que el personaje de Foster fuera completamente eliminado para aligerar el
presupuesto!!! Su justificación lo que vendría a demostrar que De Laurentiis no se
ha sentado a leer Hannibal todavía es que el personaje de Clarice Starling no
es muy importante en la trama. Semejantes declaraciones han provocado un
comprensible y Universal pánico por lo que no se descuenta que De Laurentiis se quede con
los derechos de una novela imposible de ser llevada al cine.
Menos complicado ha resultado el rodaje y financiación de The Blair Witch Project,
última gran historia de éxito inesperado en la historia de un cine que desborda grandes
historias de éxitos inesperados. Desde que, a principios de los 70, El exorcista avivara
el fuego en las cenizas de un género agonizante el terror cinematográfico
han sido muchas las películas de bajo presupuesto que han conseguido alto porcentaje de
alaridos y de dólares en las recaudaciones. The Texas Chainsaw Massacre tal vez haya sido
el núcleo original de todo el asunto, el centro del que se desprende, ahora, The Blair
Witch Project. La película costó apenas veinte mil dólares, se estrenó el pasado 16 de
julio y se trata del verdadero e incontestable éxito del verano
norteamericano recaudó el último fin de semana casi treinta millones de dólares
quedando segunda (luego del retorno de Julia Roberts) a fuerza de ingenio, talento y, hay
que decirlo, el perturbador estado mental del pueblo norteamericano. The Blair Witch
Project como This is Spinal Tap o Bob Roberts es un documental falso
increíblemente verosímil que juega con la idea del cine dentro del cine narrando la
historia de tres estudiantes quienes, cámara al hombro, se adentraron en 1994 en un
bosque de Maryland para filmar un documental sobre una leyenda local: la bruja de un
pueblo llamado Blair. Los tres desaparecieron sin dejar rastro y, un año más tarde, se
encontró el material que filmaron enterrado bajo los cimientos de una cabaña abandonada.
Lo que filmaron por supuesto que todo es mentira, nunca hubieron estudiantes de cine
desaparecidos o una bruja de Blair constituye el grueso de una película que da
miedo en serio. Y da miedo también la inteligente frialdad con que Eduardo Sánchez y
Daniel Myrick -factotums del mito y directores de la película generaron un
fenómeno de masas. Antes que nada antes siquiera de escribir el guión
crearon una página en Internet (www.blairwitch.com) donde plantaron la leyenda y lo
ocurrido a los inexistentes estudiantes como suceso verídico. Miles denavegantes
electrónicos, los mismos que todavía no se reponen del final de Hannibal, se engancharon
al asunto y lo que en realidad da miedo, es leer lo que allí se discute y se escribe con
la pasión de quienes son los últimos días del milenio después de todo se
presentan como profetas, mesías, gente rara, bah. Desatada la fiebre, no fue muy difícil
conseguir algo de dinero y así Sánchez y Myrick convocaron a actores baratísimos, les
enseñaron a utilizar una cámara de video y los soltaron una semana en ese bosque de
Maryland con mínimos lineamientos de guión e instrucciones para localizar alimentos y
más película virgen en sitos estratégicos. Y se dedicaron a seguirlos, filmarlos,
jugarles malas pasadas. Terror verité, que le dicen. Los que vieron la película antes de
su estreno dijeron no haber sentido nunca tanto miedo en un cine, el boca a boca
funcionó, y de ahí a un aviso a doble página en Rolling Stone se sabe hay
muy poca distancia. El tiempo en realidad los minutos dirán si ya no se está
planeando un The Blair Witch Project II que costará, tan solo, unos veinte millones de
dólares. Y, quién sabe, tal vez Sánchez y Myrick sean convocados a la brevedad por De
Laurentiis para filmar Hannibal. Sin Jodie Foster ni Anthony Hopkins. Como corresponde.
Festival de Gramado La 27ª edición del Festival de Cine Iberoamericano de Gramado, que comienza
hoy y culminará el 14 de agosto próximo, tendrá como homenajeado central a Fernando
Pino Solanas, cuyo último film, La nube, se estrenará en Brasil en el marco
de este evento. También se rendirán tributos menores al maestro del suspenso Alfred
Hitchcock quien el 13 de agosto habría cumplido 100 años, al iluminador y
director brasileño Milton Barragan -quien murió a principios de este año y a su
compatriota realizador y actor Denoy de Oliveira. Competirán este año en la sección de
largometrajes la película argentina Diario para un cuento (Jana Bokova), la boliviana El
día que murió el silencio (Paolo Agazzi), la cubana La vida es silbar (Fernando Pérez),
la española Los amantes del círculo polar (Julio Medem), la portuguesa A Sombra dos
Abutres (Leonel Vieira), la venezolana Amaneció de golpe (Carlos Azpurúa) y las
brasileñas Nos que aqui estamos por vós esperamos (Marcelo Masagao), Por trás do pano
(Luiz Villaca), Santo Forte (Eduardo Coutinho) y Mauá-o imperador e o rei (Sérgio
Rezende). El jurado que otorgará los premios Kikitos estará compuesto por el
director del Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, el español Francisco López
Villarejo, la cineasta brasileña Eliana Caffé, su colega y compatriota Helvécio Ratton,
el periodista y escritor brasileño Eduardo Peninha Bueno y Manuel Antín en
representación del cine argentino. Además de La nube harán su debut en Brasil Tango,
del español Carlos Saura, la cinta francesa La vida soñada, de Erick Zonca, la
estadounidense The Hi-Lo Country, de Stephen Frears, y la brasileña Dois córregos, de
Carlos Reichenbach. Fuera de competencia se ofrecerá además un amplio menú de
películas locales, así como la argentina Mala época, premiada en el Festival de Mar del
Plata 98, y el clásico de Hitchcock, Vértigo. |
OPINION
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