Por Luciano Monteagudo En ese libro sabio y feliz
sobre la mitología en el cine y sobre la mitología del cine que Guillermo
Cabrera Infante tituló Arcadia todas las noches, se lee: Alfred Hitchcock hizo
buenos films a los 34 años (Los 39 escalones); a los 45 hizo grandes films (Cuéntame tu
vida, La sombra de una duda, Notorius); a los 55 hizo obras maestras (El tercer tiro);
casi a los 60 años ha hecho una obra maestra entre las obras maestras (Vértigo)...
Esperemos que a los 90 años, todavía vivo, haga esa obra maestra desconocida, en que
cada cuadro, cada escena, cada secuencia viva solitaria.
Hitchcock murió en abril de 1980, antes de alcanzar la edad que le exigía Cabrera
Infante, pero ahora que se celebra en todo el mundo el centenario de su nacimiento
con ciclos, retrospectivas, libros y reediciones nadie puede dudar de que más
allá de cualquier título en particular, fue todo el conjunto de la obra del director (53
films en 54 años de carrera) el que alcanzó un estadio superior en la historia del cine,
el que cristalizó su visión, entre burlona y desencantada, de las manifestaciones del
espíritu.
Alfred Joseph Hitchcock nació el 13 de agosto de 1899 en un suburbio de Londres y fue el
tercer hijo de un matrimonio de comerciantes de origen muy humilde. La nuestra era
una familia católica diría Hitch años más tarde y en Inglaterra,
entiendan, eso en sí mismo es una excentricidad. Tuve una estricta educación
católica... No creo poder ser etiquetado como un artista católico, pero es posible que
la educación infantil influencie la vida de un hombre y guíe su instinto. Al
menos, ése parece haber sido su caso. Sus estudios en el Colegio San Ignacio, de estricta
disciplina jesuitica, dejaron huellas indelebles en el carácter de Hitchcock, que a lo
largo de toda su obra se valió muchas veces de intrigas y misterios para internarse en
otros enigmas, más estremecedores y eternos. Como señaló visionariamente Alexandre
Astruc en los primeros Cahiers du Cinéma: Cuando un hombre, a través de tantos
films, cuenta casi siempre la misma historia, la de un alma en lucha contra el mal, ese
hombre es un teólogo.
Durante toda su vida, Hitchcock se resistió sistemáticamente a confirmar o desmentir
esta u otras interpretaciones sobre el significado de su cine, o a considerar el valor de
su obra, más allá de hallazgos y virtuosismos técnicos, que lo enorgullecían, con toda
justicia. Prefería, en cambio, desviar la atención de sus exégetas aun la de
Francois Truffaut, que lo interrogó como Edipo consultaba al Oráculo en el famoso libro
El cine según Hitchcock contando una traumática anécdota de su infancia que
repitió hasta el cansancio. Yo tenía cuatro o cinco años... Mi padre me mandó a
la policía con una carta. El comisario la leyó y me encerró en una celda durante cinco
o diez minutos, diciéndome: Esto es lo que se hace con los chicos malos.
Por décadas, Hitchcock insistió en que ese breve encarcelamiento infantil lo marcó para
el resto de su vida con un tremendo terror a la policía y que en su intento por exorcizar
ese trauma infantil apareció un motivo recurrente en su obra: el inocente acusado de un
crimen que no cometió, el hombre común atrapado en una red de acontecimientos
extraordinarios. Pero Hitchcock siempre fue un maestro de la pista falsa, un fabulador
nato, y es posible que inventara esa historia para contar a sus entrevistadores
exactamente lo que éstos querían escuchar: una explicación psicológica sencilla que
ofreciera un marco general de referencia a su cine y que le evitara dar mayores
precisiones. En todo caso, la anécdota nunca pudo ser confirmada o desmentida, pero lo
cierto es que, inventada o real, habla de un tema que siempre obsesionó a este cineasta
introvertido y perversamente enigmático: la culpa. Y la culpa, que recorre como una
espina dorsal todo el cuerpo de su obra, plagada de santos inocentes en la condición de
falsos culpables, sólo puede ser absuelta después de un acto de contrición. En Los 39
escalones (1935), ese pequeño hombrecito llamado Mr. Memory, que responde infalible y
mecánicamente las preguntas más increíbles, sabe que sólo hay una que no debe
contestar, que le puede acarrear la muerte: ¿qué son los 39 escalones? Mr. Memory duda,
pero decide confesar el accionar de una organización siniestra, la existencia del Mal. Se
gana así la muerte, pero también, de alguna manera, la redención. Como decía Astruc,
la lección de Hitchcock pertenece al dominio ético, la clase de cuestión
planteada es siempre, en definitiva, un problema moral.
El acto de contrición que eligió Hitchcock para liberarse de sus culpas fue el cine.
Como sugiere Donald Spoto en su minuciosa, casi obscena biografía (La cara oculta del
genio), Hitchcock eligió sublimar a través de sus film todos los impulsos
tenebrosos que podían haber anidado en su mente. Y su cine fue literalmente
sublime. Como se encargó de aclarar definitivamente la crítica francesa a fines de los
años 50, Hitchcock fue uno de los grandes inventores de formas de toda la historia del
cine, sólo comparable quizás con David Wark Griffith, Sergei Eisenstein, Friedrich
Murnau, Jean Renoir u Orson Welles. Ya desde sus primeros films del período británico
(1925-1939), su búsqueda de soluciones expresivas para el medio supera ampliamente a la
de muchos de sus contemporáneos. Su cine siempre fue y lo sigue siendo
esencialmente moderno, porque constantemente se adelantó a su tiempo, marcó rumbos que
aún sus más consecuentes detractores debieron seguir después.
Su paso posterior al cine de Hollywood (1940-1976) le permitió profundizar y desarrollar
esos hallazgos y concretar obras de rara perfección, films como Extraños en un tren
(1951) y La ventana indiscreta (1954), que aún hoy, a casi medio siglo de su estreno,
todavía siguen ejerciendo su influencia. O Vértigo (1958), que como algunos de los
mejores cuentos de Edgar Allan Poe Morella, Ligeia, El retrato oval al
completarse la visión del film se tiene la impresión de que la carga significativa
trasciende ampliamente el mero desarrollo de los acontecimientos narrados. Entre muchas
otras virtudes, Hitchcock fue un maestro en el uso del contrapunto, en hacer surgir lo
extraordinario a partir de la situación más rutinaria. Seguramente nadie que haya visto
Psicosis (1960) se ha vuelto a duchar después de la misma despreocupada manera.
Sin duda, la clave está en lo que alguna vez descubrieron Eric Rohmer y Claude Chabrol:
en el cine de Hitchcock, la forma no adorna su contenido, lo crea. Los films
de Hitchcock no parten del contenido sino del continente. Es a partir de la rigurosa
construcción de su cine que se desprende el universo moral que lo rige. Para Alfred
Hitchcock, lo esencial nunca fue invisible a los ojos.
VARIAS PROPUESTAS PORTEÑAS
El maratón del suspenso
Buenos
Aires tiene este mes una serie de homenajes a la figura de Alfred Hitchcock. con
propuestas para todos los gustos. En el cine Atlas Recoleta, hay una retrospectiva de su
obra. En ese marco hoy, a las 16 y 19.30, se proyectará allí Alfred Hitchcock Presenta y
La Hora de Alfred Hitchcock; a las 17.25 y 20.50, Bajo el signo de Capricornio. Y a las
22.50, habrá documentales sobre Psicosis y Vértigo. Mañana, a las 16.15 y 20, La
llamada fatal. A las 18.15 y 22, La sospecha. El domingo, a las 16.15 y 19.45, Casados y
descasados. A las 18 y 21.30, La dama desaparece. Por otra parte, el Museo de Arte Moderno
proyectará, el domingo a las 14, cinco series de TV, una entrevista al director (a las
16.30) y el documental Los hombres que hacían películas (a las 18). La Manzana de las
Luces iniciará hoy la Maratón Alfred Hitchcock, que contará con exhibiciones en video
de La mujer del granjero (a las 14), La dama desaparece (a las 16), Festín Diabólico (a
las 18) y Vértigo (a las 20). Por otra parte, a las 21, por el canal USA Network (36 del
cable) proyectará Psicosis (1960), la legendaria película protagonizada por Anthony
Perkins y Janet Leigh.
opinion |
¿Por qué fue tan grande?
Marcelo Piñeyro (director de Caballos salvajes, Tango feroz y Cenizas del
paraíso): Porque hizo en sus películas una reflexión casi inigualabes sobre la forma.
Empezó a filmar en cine mudo, un cine que todavía buscaba su grafía, y nunca dejó de
imprimir en su obra una búsqueda de la sintaxis y la forma del relato cinematográfico, a
través del uso del fuera de cuadro o del montaje, por ejemplo. También uso con maestría
el humor negro. Fue uno de los padres de todo el cine que se hace hoy. Me gusta mucho la
segunda versión de El hombre que sabía demasiado (hizo dos: una en Inglaterra en blanco
y negro y después una en color en EE.UU.), también Trama macabra, que no se valoró
demasiado. Intriga internacional, Los pájaros y La ventana indiscreta, son impecables. Y
obviamente Psicosis es insalteable.
Manuel Antín (director de Circe, La cifra impar, Don Segundo
Sombra y La invitación) Porque creó y consolidó un género de entretenimiento
inteligente, un cine psicológico y e intelectual en una época en que a la gente le
gustaba ver figuritas y actores bailando. Cambió la estética del cine, modificó el
recorrido del drama policial y de suspenso que antes de él era más inocente e ingenuo.
El le agregó inteligencia. Y cambió el cine estadounidense, una hazaña. La dama
desaparece y 39 escalones son memorables, capitales en la cinematografía de Hitchcock y
en la historia del cine de suspenso, fueron modelo para muchos y la envidia y también la
admiración, de nueva ola francesa. Un cine de tensión y de angustia interior. |
¿Por qué es tan grande?
Adolfo Aristarain (director de Ultimos días de la víctima, Tiempo de revancha y
Un lugar en el mundo, entre otras). A esta altura es difícil aportar algo original sobre
Hitchcock. Primero: es uno de los genios del cine. Segundo: es un maestro al contar
historias de amor, como en Tuyo es mi corazón y Vértigo, que son mi preferidas, y he
visto unas cuantas veces. Tomé de él la premisa de la intriga, que debe estar en todo
tipo de historia, para mantener el interés del espectador. Era un tipo muy bromista.
Recuerdo aquella opinión que causó tanto revuelo, cuando dijo: Los actores son
como el ganado. Creo que lo dijo en broma y la gente se lo tomó muy en serio. La
materia más importante para realizar una película son los actores. El lo sabía muy
bien.
Martín Rejman (director de Silvia Prieto). Su valor es el de
un inventor, para diferenciarlo de otros directores de cine geniales. Inventó demasiadas
cosas a lo largo del cine, desde el mudo, hasta el de los grandes estudios (y el de la
decadencia de los estudios), a la televisión. Todas las formas de expresión a lo largo
del siglo. Y siempre contó las mismas historias, con el mismo interés. Se divertía
haciendo las películas y eso se nota. Al mismo tiempo, parece que fue la persona más
rigurosa del mundo. Era un tipo hipercarismático: supo hacer de su nombre y de su imagen
una marca. De hecho la serie de TV tiene su imagen como logotipo. Hizo de su obra un
elemento de consumo.
Pablo Trapero (director de Mundo Grúa). De Los pájaros
recuerdo una imagen: una formación de aves ubicada estratégicamente sobre la estructura
de un pasamanos. En la época en que la vi no sabía qué era un plano o un guión, no se
me ocurría que hubiera alguien que pensara y ordenara todo eso. Después descubrí que
una película es el fruto del trabajo de mucha gente, coordinado por un director, y que
Hitchcock era el director de Los pájaros y de tantas otras que había visto, algunas por
televisión, incluso de aire. Descubrí en él la síntesis de la planificación, de lo
milimétrico. De la construcción de una película. |
El cineasta que inventó el cameo
Hoy es recurso repetido que un
director, un actor famoso o una celebridad aparezcan como casualmente en un film. Pero
¿saben de quién fue la idea?
Alfred Hitchcock marcándole una escena
a una de las rubias debilidades.
Psicosis, abajo, es uno de los grandes ejemplos de su maestría absoluta. |
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Por Rodrigo Fresán Desde
Barcelona
La primera en que aparecí fue The
Lodger, por una razón utilitaria. Había que amueblar la pantalla. Más tarde el recurso
se convirtió en superstición y luego en gag. Pero ahora es un gag bastante embarazoso y,
para permitir que la gente vea el film con tranquilidad, me muestro ostensiblemente en los
cinco primeros minutos. Así le responde el cineasta británico Alfred Hitchcock al
cineasta francés François Truffaut en una de las entrevistas que acabarían
constituyendo el corpus anecdótico didáctico de Le Cinema selon Hitchcock (El cine
según Hitchcock), uno de los mejores libros sobre cine y pieza instrumental para el
reconocimiento como artista mayúsculo de quien era apenas considerado un hábil artesano.
El fragmento fílmico de la entrevista para, como lo llamaba Truffaut, mi
Hitchbook se está viendo en los televisores de Europa como parte de un
documental conmemorativo donde, además, se ofrece la primicia de un pequeño fragmento de
Kaleidoscope, proyecto experimental (cámara en mano, textura documental, actores
desconocidos, atmósfera verité) interrumpido por prepotencia del estudio al que no le
interesaba que Hitchcock se pareciera a Antonioni o Godard. Kaleidoscope cuyos
veinte minutos abrirán el próximo Festival de Venecia acabó convirtiéndose,
años más tarde, en Frenesí. Pero mucho antes, ahí, el joven y ansioso Truffaut adora
sin disimulos al maestro quien, una vez más, actúa de Hitchcock como solo él sabía
hacerlo: voz profunda, gestos grandilocuentes y neurosis de quien creció aterrorizado por
la policía luego de que, durante su infancia, su padre lo mandara a una comisaría con
una carta para el comisario y fuera puesto preso sin mayor comentario.
Desde ahí y para siempre, films con inocentes perseguidos hasta el abismo por crímenes
que no cometieron. Desde ahí, también, brevísimas apariciones en sus películas con las
que prácticamente se inventa el concepto de cameo y asienta la idea de que el director
siempre está a ambos lados de la cámara (maniobra ingeniosamente homenajeada en el film
Into the Night donde, menos Jeff Goldblum y Michelle Pfeiffer, todo el elenco estaba
compuesto por directores en papeles pequeños) ofrecen pistas para la comprensión del
artista más regocijantemente patológico en toda la historia del medio.
En las apariciones de Hitchcock en Hitchcock hay constantes de fobias varias ver
recuadro que no están de más destacar a la hora de los cien años. El
recientemente aparecido The Secret Notebooks of Alfred Hitchcock desbordante de
dibujos, páginas manuscritas, memorandos secretos también se entromete con el
síntoma y apunta repeticiones atendibles: Hitchcock en oficinas, subiendo y bajando de
medios de transporte, cargando instrumentos, apareciendo en fotos y llevándose mal con
los niños. Lugares burocráticos, ómnibus promiscuos, torpeza para la música y, sí,
infantes detestables. En algunos casos, el modo en que Hitchcock se las arregla para
aparecer en películas difíciles de invadir es, también, una lección de humor e
inteligencia: en Lifeboat (Náufragos, 1943) que transcurre en un bote en
altamar, aparece en un diario donde se ve el aviso de un tratamiento para adelgazar con
fotos suyas de antes y después, una de ellas imposiblemente
flaco. Con el correr de los años, Hitchcock llegó a odiar la obligación de tener que
aparecer, pero ya nunca se atrevió como ocurre en algunos momentos de su carrera,
entre 1927 y 1929 y entre 1930 y 1937, y en dos películas de 1939 y 1941 a
descontinuarla por temor a tentar a algo desconocido. Sería terrible descubrirme en
la salade montaje, apareciendo en una película en la que no me filmé, explicó.
Todas sus apariciones como extra |
A continuación la lista
completa de apariciones breves pero sustanciosas como eclipse total con las que Alfred
Hitchcock, el Gran Voyeur, convirtió a sus seguidores en pequeños voyeurs de su figura
rotunda.
1926. The Lodger. Primera aparición, en su cuarta película. Se lo ve en la redacción de
un diario y durante el arresto del protagonista.
1929. Blackmail. Lee el diario en el metro de Londres y un niño le hunde el sombrero en
la cabeza.
1937. Young and Innocent. Es un fotógrafo torpe que intenta tomar una foto en la puerta
de los tribunales.
1938. The Lady Vanishes. Pasea y fuma por el andén de una estación de tren.
1940. Rebecca. Espera su turno mientras George Sanders hace una llamada desde un teléfono
público.
1940. Foreign Correspondent. Se cruza en la calle con Joel McCrea.
1941. Mr. and Mrs. Smith. Sostiene con bastante asco a un bebé sobre sus rodillas.
1942. Saboteur. Frente a un kiosco de revistas.
1943. Shadow of a Doubt. Jugando al bridge en un tren.
1943. Lifeboat. En la página de un diario.
1945. Spellbound. Sale del ascensor de un hotel.
1946. Notorious. Bebiendo una copa de champagne en la casa de Ingrid Bergman.
1947. The Paradine Case. Lleva un violoncello.
1948. The Rope. Cruza una calle luego de los títulos de la película.
1949. Under Capricorn. Dos veces: en la recepción del gobernador y en la escalinata del
palacio.
1950. Stage Fright. Se da vuelta en la calle para mirar a Jane Wyman.
1951. Strangers on a Train. Sube al tren llevando un contrabajo.
1952. I Confess. Se ve su figura cruzar la pantalla en lo alto de una escalera.
1953. Dial M for Murder. En una foto de colegio.
1954. The Rear Window. Coloca un reloj sobre la chimenea de uno de los vecinos del
fotógrafo James Stewart.
1955. To Catch a Thief. Sentado en un autobús junto a Cary Grant.
1956. The Trouble with Harry. Pasa frente a la caseta donde John Forsythe expone sus
telas.
1956. The Man Who Knew Too Much. De espaldas, observa la rutina de unos acróbatas.
1957. Wrong Man. Su voz relata el prólogo que abre la película.
1958. Vértigo. Camina por una calle.
1959. North by Northwest. Camina por otra calle y corre para alcanzar un autobús (otra
vez con Cary Grant a bordo) cuyas puertas se le cierran en la cara.
1960. Psicosis. De pie en la vereda con un ridículo sombrero texano.
1962. The Birds. Sale de una tienda de animales paseando dos perritos.
1964. Marnie. En el pasillo de un hotel.
1966. Torn Curtain. Con otro bebé igual asco en las rodillas.
1969. Topaz. Es llevado en una silla de ruedas y, de improviso, se pone de pie.
1971. Frenzy. Observa con interés un cadáver en las orillas del Támesis.
1976. Family Plot. Ultima película y despedida: su inconfundible sombra aparece
señalando con el dedo detrás de una puerta de vidrio esmerilado donde se lee
Certificados de muerte y nacimiento. |
OPINION
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