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Por Miguel Bonasso Ocurrió el jueves último, en el piso aéreo que ocupa Domingo Felipe Cavallo en un edificio de Avenida del Libertador. ¿Qué van a tomar, muchachos?, preguntó el calvo anfitrión. Un cafecito, propuso modestamente el candidato presidencial del PJ, Eduardo Duhalde. Un vaso de agua, dijo todavía más discreto el gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner. Cavallo, por su parte, pidió para sí cuatro sandwiches tostados y dos Coca-cola, provocando la ironía del santacruceño: Vos siempre mantenés la misma distribución del ingreso. Y vos sos el antimercado, replicó el dueño de casa, usando el chiste a la manera freudiana, para etiquetar como estatista al visitante. Con lo cual ponía en evidencia una curiosa paradoja, típica de las que suele prodigar el justicialismo: que fuera justamente Néstor Kirchner, jefe del ala progresista del duhaldismo, el operador elegido por el candidato para negociar posibles alianzas con Domingo Cavallo y Gustavo Beliz, para acortar la estratégica distancia que les lleva la Alianza en la Capital Federal. Kirchner, tan pragmático como para haber asegurado en su provincia esa segunda reelección que Menem no logró a nivel nacional, impulsa a la vez una nueva toma de posición estratégica del Grupo Calafate y opera en la práctica para conformar un frente de centro-derecha con los cavallistas de Acción para la República y con Nueva Dirigencia, el partido del ex aliado de Cavallo, Gustavo Beliz. Tanto el gobernador como su esposa, la diputada Cristina Fernández de Kirchner, están convencidos de que una alianza con Beliz podría elevar los votos metropolitanos pro Duhalde de un raquítico 12 o 15 por ciento, a un suculento 30 por ciento, (o más si se agrega Cavallo), lo que acabaría con la actual ventaja a nivel nacional- de Fernando de la Rúa sobre el candidato justicialista. Claro que esto supondría echar por la borda las actuales candidaturas porteñas de Raúl Granillo Ocampo (postulante a jefe de Gobierno); Miguel Angel Toma (a diputado) y Carlos Corach (a senador). Duhalde tiene ya un ofrecimiento de Granillo Ocampo para dejarlo en libertad de acción y también es posible que Toma dé un paso atrás, pero el ministro del Interior se aferra a la senaduría como un náufrago a la tabla y sólo podría soltarla si el PJ Capital, intervenido o no, retirase su pliego que encuentra no pocas resistencias en la Legislatura capitalina. Kirchner, se dice, ofreció la cabeza de Corach a Beliz que lo detesta tanto o más que el hombre que hizo el ofrecimiento y ha tenido múltiples litigios con el titular de la cartera política. Pero quienes lo vieron el viernes por la noche, horas antes de que regresara con su esposa a Río Gallegos, sostienen que Kirchner está bastante escéptico respecto de la propuesta de Beliz (que prometió contestar antes del 20 del corriente) y aun del propio Cavallo, con cuyos hombres de confianza mantuvo febriles negociaciones hasta pocas horas antes de subir al avión. La incógnita, de cualquier manera, se resolverá este próximo fin de semana porque el 24 de agosto vence el plazo para registrar alianzas ante la Justicia electoral. Más allá de ese plazo sólo podría funcionar un acuerdo de hecho: que Nueva Dirigencia vaya con sus colores en las candidaturas legislativas, pero levante al binomio Duhalde-Ortega a nivel presidencial. Los Kirchner regresaron a su provincia, con serias dudas sobre las respuestas de Beliz y Cavallo y una notoria preocupación por el alejamiento de León Arslanian de la Secretaría de Seguridad y las incontinencias verbales de Carlos Ruckauf, que no pocos duhaldistas asimilan al ataúd de Herminio Iglesias en la campaña del 83. A pesar de que apoyó a Duhalde en la primera hora, cuando la corporación de los gobernadores se alineaba todavía con Menem y a pesar también de que el gobernador bonaerense le confía tareas tan delicadas como la alianza con Beliz y Cavallo, Kirchner y su esposa Cristina no tienen poder real en la campaña que conduce a la luz Julio César Chiche Aráoz y en las sombras,tres personajes que aportaron su cuota de maquiavelismo a distintos momentos del reinado menemista: el ex ministro del Interior José Luis Chupete Manzano, alejado del poder bajo sospecha de robar para la corona; el embajador en Washington Diego Guelar, que fue menemista hasta hace unos quince minutos y el mismísimo ex comandante del gabinete, el Flaco Eduardo Bauzá. Aunque suelen definirse como una opción progresista con vocación de poder y detestan la política testimonial, los creadores del Grupo de Calafate, que lograron mantener dentro del duhaldismo a un núcleo de profesionales e intelectuales de la perimida izquierda peronista, parecen condenados por las estrecheces de la política actual a trabajar por la mayor gloria del candidato en las tareas que les caigan en suerte, aunque impliquen arremangarse para acercarle aliados de la derecha. En paralelo, mientras tanto, buscan preservar su perfil progresista y planean una nueva reunión del Grupo de Calafate, que esta vez habrá de llevarse a cabo en el pueblo cordobés de Tanti, el 26 de agosto próximo. Tanti ya tiene temario y un documento semielaborado, que se discutirá en la serranía sin demasiadas esperanzas de ser escuchados porque, para esas fechas, ya no habrá posibilidad de incorporar las propuestas programáticas a la plataforma electoral del PJ. Un desfase operativo que no parece importar mucho a los organizadores, más preocupados por fijar una posición y perfilarse como una corriente interna. Como si estuvieran mirando más allá de ese 24 de octubre que sin Cavallo ni Beliz puede significar el regreso del peronismo a la oposición, un territorio más propicio para las posiciones progresistas. OPINION
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