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![]() En el viaje de ida, viajamos junto a seis amigos en la fila 13. A la vuelta, como llegué primero, con mi hijo, pedí embarcar en asientos de atrás. Por cábala siempre viajo atrás. Gracias a Dios me dieron la 18. A ellos otra vez les dieron la 13, contó ayer una y otra vez como para exorcizar el pánico. El hombre fue uno de los que contaron los detalles de la tragedia vivida desde adentro: El avión había empezado a carretear y cuando habíamos levantado 15 o 20 metros de altura, de golpe cayó. El piloto puso el freno y empezamos a atropellar cosas. En décimas de segundo se deformó el avión. Nuestro asiento estaba ubicado del lado derecho, a cinco filas del ala, que estaba a la altura de la fila 13. Por lo que pude ver, el fuego empezó de ese lado. A mi hijo, Luciano, el fuego lo alcanzó cuando se rompió la ventanilla de su lado. Le agarró parte del pelo y la ropa. Fue desesperante. Lucianito gritaba papá, papá y mientras intentaba desabrocharle el cinturón vi cómo las butacas que se desprendían, por el impacto, se nos venían encima. Una vez liberados corrimos por el pasillo, donde nos chocamos con otros pasajeros que también iban para el fondo. Saltamos por el tobogán. Varias personas cayeron arriba de nosotros. En medio de la desesperación recuperé a mi hijo y corrimos 10 o 15 metros. En la estación de servicio me prestaron un celular y avisé a casa. Con un remís que nos puso LAPA llegamos al hospital Rivadavia. Anoche mismo (por el martes) nos dieron el alta. Sólo teníamos las manos quemadas y algunos golpes. Luciano pudo dormir, pero para mí fue una noche muy larga. Otro de los sobrevivientes fue Pablo Pérez, de 49 años. La chica que viajaba con nosotros salió envuelta en llamas relató. Otros escaparon por el boquete que se produjo cuando el avión se partió al medio. Yo, cuando sentí los golpes, me saqué el cinturón. Por suerte pude desprendérmelo fácilmente. Hubo gente que quedó aprisionada entre los asientos. No se puede explicar el caos que era eso. Empujándonos y pisándonos llegamos a la puerta entreabierta de atrás. Nos tiramos por la manga y corrimos hacia la estación de servicio. Se sentía olor a gas y el avión era todo llamas. El médico José Amayo también pudo contar su historia. Cuando llegué al pasillo del avión todo era caos, humo y llamas. Todos corríamos hacia atrás buscando llegar primeros. No sabíamos si la puerta estaba abierta pero el fuego se nos venía encima. Nos pisamos entre nosotros tratando de llegar, apuntó. Todo estaba bien. La nave tomó velocidad, se elevó unos cinco metros y volvió a bajar como aterrizando sin dar contra la pista un golpe de consideración. Pensé que había fracasado el despegue, nada más. Segundos más tarde empezaba la tragedia. Sentimos que el avión comenzaba a chocar con cosas, primero pequeñas, hasta que los impactos se hicieron más ruidosos. Atiné a inclinarme hacia adelante, como muestran en las películas, ahí sentí que chocábamos y luego una explosión tremenda. Las llamas subían del lado de mi ventanilla y enseguida la parte delantera fue tomada por el fuego. Mi cinturón se despegó y como iba solo en la fila pude llegar al pasillo. Cuando llegué a la puerta siguió vi a una de las azafatas quien, tal vez, por el instinto de su profesión estaba parada junto a la puerta mientras era apretujada por los pasajeros. Desde atrás la empujé con nosotros y caímos por el tobogán. Corrimos sin rumbo. En la huida encontréa un hombre que se identificó como de Prefectura, estaba en el piso y tenía la pierna destrozada. Intenté calmarlo mientras llegaba una ambulancia.
EL OPERATIVO DE RESCATE FUNCIONO CORRECTAMENTE
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