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IGGY POP Y DAVID BOWIE REGRESARON SIMULTANEAMENTE AL RUEDO
Las dos caras de la madurez

Después de décadas de furia y glamour, Iggy y Bowie funcionan como el ying y el yang de una manera de sobrevivir en el mundillo del rock. Ahora tienen 50 años y se comportan en función de ello. Pero cada cual a su manera.


Por Mariana Enríquez

na31fo02.gif (43459 bytes)na31fo01.gif (52776 bytes)Iggy Pop y David Bowie tienen más de 50 años. Y mientras muchos de sus compañeros de generación intentan reuniones decadentes, o se resignan a repetir clichés, conformes en sus status de clásicos y sin arriesgarse a nada, ellos se las arreglan para seguir teniendo algo que decir, y mantenerse interesantes. Con diferencia de 20 días, Bowie y Pop lanzan sus nuevos discos. El de Iggy Pop se editó la semana pasada, y se llama Avenue B. El de David Bowie, hours..., estará en la calle la semana que viene. Esta vez todo lo que los une es una fecha de lanzamiento. Pero tienen una historia conjunta que se remonta a 30 años atrás. En 1971, David Bowie visitó por primera vez Nueva York, y sorprendió a todos en su compañía discográfica, cuando pidió que le presentaran a Iggy Pop. Bowie estaba convirtiéndose en una leyenda en Londres: Iggy ya había grabado dos discos con su banda, los míticos Stooges, que desde Detroit inventaron el punk, y para principios de los 70 ya estaban separados, después de dos años de demasiadas drogas y rock’n’roll. A Bowie no le importaba: había visto un concierto de los Stooges en video y creía que Iggy era el futuro. Poco después estaban firmando contratos. Un año más tarde, David Bowie se convertía en una superestrella con su primer personaje, Ziggy Stardust, un cantante de rock bisexual y marciano (que había tomado su nombre de Iggy, agregándole una Z) y los Stooges grabaron Raw Power, un disco clásico que fue todo lo contrario a un éxito. Pero Iggy y Bowie no se separaron: años después, cuando Iggy había vuelto a las calles y a la heroína, Bowie volvió a rescatarlo, otra vez, y se lo llevó a Berlín, donde comenzó la carrera solista de Pop, con The Idiot y Lust For Life.Pero si bien sus caminos siguieron encontrándose aquí y allá desde 1971, Pop y Bowie no pudieron tener carreras más opuestas. Bowie, desde su primera máscara/personaje, Ziggy Stardust, no dejó de reinventarse y evitar mostrar su verdadero rostro. De Ziggy al Duque Blanco, pasando por todas sus infinitas encarnaciones, siempre fue un actor interpretando a distintas estrellas de rock, matando a cada uno de sus personajes, y dándose cuenta de que sus transformaciones, sus renacimientos, eran el secreto de su creatividad, y de la fascinación que sigue ejerciendo sobre las generaciones más jóvenes. Lo hizo todo: glam en los 70, pop plástico en los 80, hard rock y electrónica en los 90, y siempre fue arriesgado y vanguardista, un intelectual del rock, un artista tan conectado con su tiempo que, en cada disco, parecía sintetizar tendencias y estilos, quedándose siempre con la última palabra. Hoy, a los 53 años, es un empresario próspero, casado con una supermodelo, dueño de un look tan juvenil que hace sospechar de retratos escondidos en el altillo, y tan obsesionado con Internet que tiene su propio y ultramoderno sitio, BowieNet, y su disco se vende en la red antes que en las disquerías.Iggy, en cambio, siempre hizo un culto de la honestidad. Desde cuando se arrastraba sobre botellas rotas en los 70, su presencia en los escenarios, su música, su imagen, apenas han cambiado: sigue siendo un protopunk de aguda inteligencia pero sin pretensiones. Una mezcla de artista beatnik y callejero irredimible, que aseguraba haber ayudado a “destruir los 60”, que proclamaba que sus influencias musicales fueron “el ruido de las fábricas automotrices de Detroit” y que sus influencias ideológicas eran “un profundo odio al Sueño Americano”. Nunca le interesaron las máscaras, ni los juegos intelectuales. hours... y Avenue B., más allá de las diferencias musicales, tienen una línea narrativa/emocional: dos hombres que llegaron a los 50 años, que miran al pasado, que se preguntan por el futuro, y que dan cuenta de que ya no queda tanto por vivir. “¿Dónde está la mañana en mi vida?/ ¿Quién dijo que el tiempo está de mi lado?/ Tengo oídos y ojos y nada en mi vida” canta Bowie en “Survive”, una de las nuevas canciones. “Fue en el inviernode mi cumpleaños número 50/ cuando me di cuenta/ que estaba realmente solo/ y que no me quedaba mucho tiempo” sentencia Iggy en “No Shit”, la “canción” recitada que abre el disco. Ambos parecen estar sintonizados. Pero las diferencias, al mismo tiempo, no pueden ser más brutales. Bowie mismo explica así su mirada acerca hours...: “Es un disco personal, pero no es autobiográfico. Odio decir que es un personaje, pero definitivamente es ficción. Y el creador de este disco es un hombre desilusionado. No es feliz. Pero yo sí soy muy feliz, increíblemente feliz. Intenté capturar la angustia de los hombres de mi edad. Son canciones para mi generación, gente que vivió desde los 60 hasta hoy”. Pero, dice, “de ninguna manera se trata de mí, arrancándome el corazón. Eso no significa que no me lo tome en serio. Tengo amigos que realmente están así, y me digo, ‘Dios, si pudiera ayudarlos’. Pero no se puede”. El amigo que, evidentemente, está describiendo su propia angustia y exponiéndola en sus canciones, es Iggy Pop. Durante las 13 canciones de Avenue B, Pop no hace más que entregar lo que parecen fragmentos de su diario íntimo, sin ninguna compasión. En una entrevista reciente, Pop se lamentaba de que, en los 90 “ya no se escuchan voces de gente real. Por eso he vuelto a Sinatra, a Nick Cave”. Y quizá uno de los antecedentes de Avenue B, en tono y emoción, sea The Boatman’s Call de Nick Cave, donde el compositor australiano se confesaba entregando canciones valientes, nada cínicas, analizando su vida personal con una sinceridad tal que quien escuchaba se sentía casi un espía. La misma sensación produce Avenue B: Pop cuenta tranquilamente sus experiencias con una “novia nazi”, (“Nazi Girlfriend”), desliza que ahora sólo lee libros y se calza pantuflas, que “sabe todo acerca de la fama y la muerte y el dinero, y lo que te hacen” y que es “un producto de la paranoia de esta era” (“Avenue B”). Adecuadamente, la música que acompaña a las confesiones no puede ser más desnuda. Salvo en los rocanroles de “Corruptin”, “Shakin All Over” o en la salsa/funk de “Español” (donde Iggy canta en pésimo y simpático castellano “soy un gringo americano/del país brutal y frío”), Avenue B es sin duda el disco más calmo que el padrino del punk haya grabado jamás, con algún aire jazzero y plagado de baladas donde su voz profunda resuena con la autoridad y la emoción requeridas. hours... de Bowie es clásico y extraño al mismo tiempo. Clásico porque Bowie ha vuelto definitivamente a las canciones pop. Y extraño porque su anterior disco, Earthling, era una fantasía electrónica que abrevaba en los ritmos contemporáneos del drum and bass, y que contaba con la colaboración del niño mimado del rock industrial, Trent Reznor. hours... está más cerca del Bowie de los 70 que de cualquier otra cosa. No hay guiños a ninguna tendencia musical de los noventa, ni trance, ni hip hop, ni ciertamente electrónica. El ejemplo más evidente es “Seven”, una balada folk que, sin ningún problema podría haber formado parte de Hunky Dory, su clásico de 1971. Aquí Bowie recuerda a sus padres y a su hermano Terry, que se suicidó en los años 80. “Escucho sus sombras/bailo entre sus tumbas/mi corazón nunca se rompió/ mi paciencia nunca fue amenazada”. Tanto este tema como el corte, “Thursday Child”, una melancólica balada pop, o “If I’m Dreaming My Life” o “The Pretty Things are Going To Hell”, que tienen una construcción rock clásica, Bowie vuelve a la composición más clásica de los 60 o 70, y experimenta sobre esta base de canciones, algo que, de algún modo, también hacen bandas como Blur. Se cita a sí mismo. Y en este terreno Bowie se mueve con elegancia y con su impecable buen gusto, frío y conmovedor al mismo tiempo. Si hours... no es un disco que explore terrenos nuevos, es, sin embargo, una demostración de un compositor en excelente forma, un manojo de canciones sorprendentes. Bowie no perdió nada de su magia. Y sigue jugando con su imagen como nadie: en su próximo video, “The Pretty Things Are Going To Hell”, un Bowie aterrado (¿el verdadero?) es perseguido por todas sus anteriores encarnaciones:Ziggy Stardust, el Duque Blanco, Aladdin Sane, el Pierrot, aparecen con formas de espantosas marionetas, en busca del alma del artista. Bowie canta “las cosas bonitas se van al infierno/ se terminó/ pero fue bueno mientras duró”. ¿Es David Bowie diciéndole adiós a las máscaras, confesando que ha dejado de jugar con las invenciones, con sus alter-egos? Afortunadamente, nunca lo sabremos.

 

Nostalgias para una morocha a

“Su piel es de cobre y su voz es español rojo/ Su vibra es de oro hasta que su furia la destruye/ Quiere ver el mundo/ Un cuerpo lleno de armonía/ una boca cruel como la muerte”. Así empieza “Miss Argentina” la canción que Iggy Pop incluyó en su nuevo disco, una balada desolada para la mujer que conoció en Argentina, una morocha que se llama Alejandra y con la que tuvo un accidentado romance. Es una de las tantas chicas del disco, y también se la descubre en otras canciones como “Motorcycle”, donde Pop recuerda a una mujer “con una voz/tan latina y clara/ que suena como campanas en mis oídos/ y no creo una palabra de lo que dice”. A la Miss Argentina del tema “le gustan los militares y los Rolling Stones/ tiene un hermano que usa remeras de los Ramones/ es tímida y sensible y no conoce los juegos rudos/ pero sabe amar/ se mira en cada”. La canción es probablemente uno de los mejores temas del disco, impiadoso (“ella es ambiciosa, perezosa e imposible de satisfacer/ se viste sexy/ y les tiene miedo a muchas cosas, como estar sola/ quiere un marido al que obedecer y adorar”) y nostálgico. Si hacía falta algo más para que el romance entre el rocker de Detroit y la Argentina creciera, era este tema. Pop, igual que los Ramones (de quienes fue soporte en 1996, durante la despedida de los neoyorquinos en River) es un favorito local: visitó 4 veces la Argentina (la primera fue un furioso show en Obras en 1988 que dejó a los presentes sin aliento) y es recibido como un héroe. Ah, y para continuar con la similitud Ramone: Dee Dee, el bajista de la banda hasta 1988, también tiene una novia argentina, Bárbara. Sólo que Dee Dee y su chica siguen juntos y felices. Iggy, en cambio, no tuvo tanta suerte. En su canción cuenta: “traté de retenerla pero me enterró vivo/ en amor y nacimiento y celos/ y todas las emociones liberadas/ que gritaban al mismo tiempo”.


OPINION

 

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