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BLANCURAS
Por J. M. Pasquini Durán

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t.gif (862 bytes)  (Viene de tapa) Sin violencias, con imaginación y entereza, instalaron nuevos métodos para la lucha gremial, resistieron los empellones del poder altanero, soportaron la fatiga propia y la ajena, eludieron las tentaciones de la rendición anticipada, desoyeron los consejos maliciosos y demandaron hasta conseguir, en la libertad democrática, el mandato de la ley. Probaron, con toda evidencia, que ninguna razón de la economía es superior a la condición humana.

Cuando ayer desarmaron la Carpa Blanca, festejaban la victoria de otra etapa cumplida, en una larga historia que aquí no termina, para beneficio de la escuela pública. Con el mismo acto dejaron inaugurada la esperanza para el desamparo de tantos, que desde ahora tendrán un espejo donde mirarse. Se puede y se debe, enseñaron sin pizarrón ni tiza pero con legítimo orgullo.

Con el paso del tiempo, tal vez se extraviarán en la memoria los nombres de los mil quinientos ayunantes, pero eso no importa. Igual serán leyenda en el imaginario popular, porque así se cuentan los sueños, porque así se recuerdan las epopeyas de los mansos.

Con seguridad, ninguno de ellos jamás podrá olvidar la experiencia realizada, porque de cada turno, sin excepciones, salieron más completos como ciudadanos. De procedencias y generaciones distintas, con diferentes percepciones del oficio, de vidas, hábitos y culturas particulares, aprendieron a reconocerse primero y luego a convivir en el esfuerzo compartido.

Hicieron cursos rápidos de lectura crítica de los medios masivos de difusión y supieron distinguir al amigo sincero del aliado de ocasión o del oportunista descarado. Encontraron sorpresas formidables de solidaridad y sobrevivieron a las decepciones de la incomprensión, recuperaron el buen sentido de la política y atisbaron la trama compleja de las relaciones entre el poder y la sociedad.

En el camino, frenaron a los impacientes y alentaron a los vacilantes, al mismo tiempo que revalorizaron la actividad sindical, tan decaída en los tiempos que corren, y se ufanaron con razón de la CTERA que los cobija. Son diplomados en posgrado de educación cívica después de cumplir con los trabajos prácticos y teóricos a la manera de los humildes, de los que usan el manual de su propia experiencia, porque no hay mapas ni recetas para encontrar la buena senda.

La Carpa Blanca fue un espacio abierto para el encuentro de nobles sentimientos. Desfilaron hombres y mujeres de todas las disciplinas o ideologías, famosos y anónimos, artistas y filósofos, líderes y ciudadanos de a pie, padres y alumnos, para exponer solidaridad y respeto, pero también para sostener en alto la emblemática ilusión de un triunfo popular verdadero. Hay pocas batallas sindicales que lograron semejante plebiscito en el país y en el mundo.

Sin proponérselo, durante la última etapa del menemato fue la referencia más creíble del sentimiento mayoritario y, con el nuevo gobierno, un test directo para saber si había alguna diferencia real en el rumbo de los asuntos públicos. A la victoria le sobran padres, es cosa sabida, pero, en este caso, hay muchos habilitados para el festejo, lo que no quita sino que agrega méritos a la misión cumplida.

Los docentes, bien agradecidos, salieron cada vez que fue necesario a ofrecer la mano tendida a los desvalidos, a los rebeldes, a los decentes sin fortuna. Habían comprendido, claro, que de a uno es más difícil hacer el camino. Aprovecharon el prestigio propio para sumarlo al de los que buscan una profunda renovación del compromiso sindical, sin burócratas enriquecidos de mala manera ni astucias genuflexas y, hoy en día, la CTERA es una columna esencial de la CTA (Central de Trabajadores Argentinos).

Para mejorar la leyenda sin caer en la superchería, conviene tener en claro que no son superhéroes, no fueron tocados por el óleo sagrado de los dioses ni son intocables. Tampoco la escuela pública, a partir de este día, recuperó la excelencia perdida. La educación sigue necesitando urgentes remedios, planes de largo aliento y mejores recursos de todo tipo, también humanos, para que la sociedad se ponga al día con los requerimientos de la época.

En el tránsito que viene, todos serán puestos a prueba y quizás algunos sean superados por las circunstancias de la indispensable renovación. Nada de lo que suceda de bueno, sin embargo, será posible sin este paso de mil días. Por eso, en esta hora de final y de principio el mejor augurio: Que el honor y la alegría no los abandonen nunca más. Será justicia.


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