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Por M. Fernández López
Mitometría
Alguien dijo que el oficio de los militares es matar y
el de los políticos, mentir. Mal que nos pese, esas extrañas definiciones
se verifican en el país. En cuanto a las mentiras de los políticos, las
hay de todo tipo y calibre: las mentiras a futuro, cuando el político
aspira al poder, y promete fantasías que no tiene la menor idea sobre
cómo hacerlas realidad y casi nunca las cumple cuando alcanza el poder;
y las mentiras a pasado, con el político instalado en el poder, luego
de no haber beneficiado a nadie tanto como a sí mismo, cansando de defraudar
a todos, reclama un período más para completar su programa de “transformación”
y busca convencernos de que si bien no estamos todo lo bien posible, sí
estamos mejor que cuando él accedió al poder. La mentira a pasado se presta
mejor que ninguna al uso de la estadística, a la mentira con números o
mitometría. Por ejemplo: no se puede decir si el ciclo económico está
en una fase expansiva o contractiva, sin un previo tratamiento de los
datos. Cada dato es un punto en un gráfico sobre un papel. Todos los datos
no forman una curva o una recta, sino una nube de puntos. El ciclo está
dentro de la nube. Para extraerlo de ella, debe descontarse la “tendencia
secular”, que es la recta que más se parece a la nube. Y deben descontarse
las fluctuaciones de corto plazo o fluctuaciones estacionales. Para ello,
en lugar del punto registrado, se considera el promedio entre cierto número
de meses antes y después de cada punto. Con lo que queda, se intenta hacer
pasar una curva que oscila hacia arriba y abajo (“función armónica”),
respecto de la cual los puntos registrados estarán a la menor distancia
posible. Luego de todo ello, habrá algunos puntos a una distancia anormalmente
grande de la curva cíclica, como son los años de la primera y la Segunda
Guerra Mundial, o de crisis anormales. Comparar un dato actual con tales
puntos excepcionales es una agresión al sentido común. Sin embargo, el
poder afirma que la pobreza es menor hoy, en comparación con junio de
1989, cuando la hiperinflación nos devoraba. Con igual criterio, una temporada
agrícola desastrosa, con toda la cosecha de trigo perdida por inundaciones
y sequías, reducida a un quintal, puede compararse con la producción de
trigo en invierno (que es cero, y 1 dividido 0, aunque es una operación
complicada, tiende a infinito) y afirmarse que la tasa de expansión es
infinitamente grande.
Muerte
dudosa
Richard Cantillon fue uno de los contados economistas
que hicieron aportes significativos a la ciencia y además se hicieron
ricos. Fue banquero en París y Amsterdam. Su actividad abarcaba dichas
ciudades y Londres. Tenía casa en siete ciudades. Se asoció a John Law,
convertido en ministro de Finanzas en enero de 1720. Law precipitó una
burbuja especulativa en acciones. Cantillon les prestaba a sus compatriotas
para adquirir las acciones de Law, hasta que se desplomaron. Cantillon
hizo una fortuna, al especular en sentido opuesto, contra Law. Los clientes
a Cantillon lo querían comer crudo, le hicieron juicio, y hasta estuvo
detenido unas horas. “Cantillon optó por alejarse de París un tiempo.
Prefirió actuar en las sombras, y se hizo socio silencioso de un banquero
inglés en París, John Hughes, al que usó como fachada. Al morir Hughes
en 1723 se disolvió la sociedad bancaria, lo que llevó a Cantillon a otro
juicio, esta vez con la viuda de Hughes por su parte en las ganancias.
Cantillon, parece, acreditaba las operaciones exitosas en su cuenta personal,
y cargaba las ruinosas a la sociedad” (Niehans). Fue hora de dejar Francia.
Alquiló una casa en Londres, que el 14 de mayo de 1834 ardió hasta los
cimientos, con un cadáver adentro. ¿Cantillon había sido robado y asesinado
y con el fuego se buscó borrar huellas? Hoy sabemos más. El día previo,
Cantillon había adquirido efectivo suficiente para vivir toda una vida
(10.000 libras) e “inmediatamente después de la supuesta muerte de Cantillon
se presentó en la colonia holandesa de Surinam una persona misteriosa,
un Caballero de Louvigny, con numerosos documentos relacionados con Cantillon,
así como una considerable cantidad de dinero y cosas de valor. El individuo
fue perseguido pero no aprehendido; abandonó los documentos, y ese hecho
permitió tomar contacto con ellos. Pudo tratarse del asesino de Cantillon,
o de Cantillon mismo. Pues si era el asesino, ¿para qué iba a andar con
semejantes papeles sin valor pero incriminatorios?” (Brewer). Quienes
profundizaron el estudio de este empresario inteligente y audaz conocen
un detalle de su obra: al lado de la portada, aparece un magnífico retrato
de... ¡su esposa! No dejó ningún retrato suyo, según era usual entre gente
rica. ¿Odiaba ser retratado? El cadáver incinerado que apareció en su
cama, ¿era de alguien que intentó retratarlo sin su permiso?
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