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El Baúl de Manuel

Por M. Fernández López

La procreación

Desempleo: sube al 15 por ciento; mortalidad infantil: llega al 40 por mil; pobreza: trepa al 33 por ciento. Los números nos hieren, aunque pretenden hablar de nosotros, pues no somos números y no queremos vernos tratados como tales. Uno no quiere ser bola de ábaco, que alguien desliza y saca una cuenta. Los números no tienen vida ni sexo: dos números se arriman y no producen más que la suma de ellos mismos. Entre números, siempre 1 + 1 = 2. Entre humanos 1 + 1 puede ser uno más otra, o una más otro, y el resultado igual a 0, 1, 2, 3, 4, 5, 6 o 7. Lo inanimado crece apilándose, yuxtaponiéndose. Lo orgánico crece por transformación interna, o intususcepción. Y la vida económica y sus entes, ¿participan de la cualidad de cosas inertes o de la de seres orgánicos? Aristóteles parece ser quien lo preguntó primero. Y lo contestó en el caso del préstamo a interés, afirmando que el dinero es estéril o incapaz de procrear: “El dinero fue creado para el intercambio y no para aumentarse con el interés. Y este término interés (=tokos=cría, en griego), que significa dinero nacido del dinero, se aplica a la procreación del dinero, porque la cría se asemeja a su padre. De donde, de todos los modos de adquirir riqueza, es éste el más antinatural” (Política, I, 10). El mismo filósofo sostuvo que en la reproducción de seres orgánicos el macho es agente activo y aporta la forma del embrión, mientras la hembra aporta la materia (Reproducción de los animales, I, 21). Sir William Petty, cuyo conocimiento de Aristóteles es evidente, en el siglo XVII, interpretó al acto humano y social de generar valor como un acto de procreación entre tierra y trabajo: “El trabajo es el padre y principio activo de la riqueza, así como la tierra es la madre”. Cantillon en el siglo XVIII completó la fórmula: “La tierra es la fuente o la materia de donde se extrae la riqueza; el trabajo del hombre es la forma que la produce”. Quesnay leyó a Cantillon, y llamó “reproducción” a la creación de valor y consideró como fuente a la tierra. Si en lugar de tierra leemos agricultura, ganadería, silvicultura, minería, caza y pesca, más allá del lenguaje metafórico y de limitaciones propias de la época en que vivían, aquellos autores plantearon algo fundamental: el valor agregado es fruto de elementos materiales pasivos, extraídos de la naturaleza, y de la actividad humana inteligente, auxiliada por instrumentos que el hombre mismo crea.


A vos, ¿a qué edad te vino?

El norteamericano Lewis Pyenson se ha labrado una quintita propia estudiando a qué edad les llega a los científicos el momento de descubrir o crear algo original. La economía no figura entre sus objetos de estudio, aunque la disciplina está formada también por una gran masa de descubrimientos y creaciones. Si revisa su enfoque, le servirá saber que los economistas hacen un aporte original a los 37,5 años en promedio. Algunos se anticiparon a esa edad: a los 23, Frank Ramsey publicó su modelo de crecimiento. A los 26, Leonid Kantorovich la programación lineal. A los 27, John Hicks la elasticidad de sustitución; y Theodore Yntema y Roy Harrod la curva de ingreso marginal. A los 29, Joan Robinson: competencia imperfecta; Kenneth Arrow, teoremas de bienestar. A los 33, Edward H. Chamberlin: competencia monopolística. A los 34, Robert Torrens: costos comparativos; Albert Aftalion: principio de aceleración; Eugen Slutsky: los efectos ingreso y sustitución. A los 35: Francis Y. Edgeworth, el óptimo paretiano; Mijail Tugan Baranowski: el multiplicador; Maurice Allais: las generaciones superpuestas; Franco Modigliani: función de consumo. A los 36, Alfred Marshall: curvas de demanda recíproca. La franja divisoria, curiosamente, la fijan los dos primeros premios Nobel en Economía: Ragnar Frisch, que a los 37 descubrió la macrodinámica y Jan Tinbergen a los 38 el modelo de crecimiento neoclásico. Como tardíos: Leon Walras, que a los 39 presentó su equilibrio general, y Eli F. Heckscher su igualación de los precios de los factores. A los 40, Irving Fisher: reswitching. A los 41, Henry Thornton: los procesos cumulativos. A los 43, Heinrich H. Gossen: su segunda ley de óptimo del consumidor. A los 46, Milton Friedman: la no optimalidad del dinero. A los 51, Gustav Cassel: el crecimiento equilibrado. A los 52, Wilhelm Launhardt: duopolio heterogéneo y aranceles óptimos. A los 54, Cassel: overshooting de los tipos de cambio. A los 57, Fisher: la curva de posibilidades de producción. Y a los 58, Johann von Thünen: la teoría de la distribución basada en la productividad marginal. Por lo tanto, la máxima inspiración viene en el gremio de los economistas a una edad intermedia entre la de los físicos (a los 30) y la de los novelistas y los químicos (a los 40), y bastante antes que los biólogos e historiadores (a los 50), según las cifras establecidas por Pyenson.