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Por M. Fernández López
Una
muerte anunciada
La Argentina, a diferencia de los Estados Unidos, no ha
tenido una política constante de protección a su industria
nacional. Mientras que en el país del Norte la libre importación
debió recorrer un arduo camino por el Congreso, aquí el
tránsito difícil fue el de la protección. Proteger
nuestra producción ha solido verse como un lunar en una tina de
leche, como una heterodoxia o desvío del rumbo trazado: Miguel
Fernández de Agüero, Pedro Ferré, Vicente Fidel López,
Carlos Pellegrini, son algunos nombres. Pero las cosas mandan: la Gran
Recesión primero, la guerra mundial luego, las políticas
sociales por último, promovieron el desarrollo industrial, nutrido
de un mercado interno ávido de manufacturas, con gran demanda de
trabajo y salarios altos, pero retrasado e ineficiente, al no competir
con la industria extranjera. Puede considerarse que en ese lapso estuvo
como suspendida la importación de artículos extranjeros
similares a los nacionales. En 1976 el modelo, sujeto a fuerte presión
exterior, quebró, y se abrió el mercado interno. En 1991
se abrió aun más, con baja indiscriminada de aranceles y
un tipo de cambio sobrevaluado. La masiva importación arrasó
la industria argentina y lanzó al desempleo, el deterioro de vida
y la exclusión a importantes sectores del país. Es la crónica
de un desastre anunciado. ¿Por quién? Por Adam Smith, en
1776: Puede a veces ser tema de discusión la conveniencia
de reimplantar la libre importación de artículos extranjeros
y de qué manera y cuándo hay que hacerlo al cabo de algún
tiempo de estar interrumpida; se plantea cuando algunas industrias han
alcanzado un gran desarrollo y dan empleo a gran cantidad de mano de obra
gracias a las elevadas tarifas o prohibiciones impuestas a todos los artículos
extranjeros que podían competir con ellas. Un sentido de humanidad
puede exigir en un caso como ese que la reimplantación de la libertad
de comercio se lleve a efecto por graduaciones lentas y con mucha reserva
y circunspección. Si esas tarifas elevadas y esas prohibiciones
desaparecieran de pronto, el mercado interior podría verse invadido
de una manera tan rápida por los artículos extranjeros similares
más baratos, que millares de obreros nuestros se viesen de pronto
privados de su ocupación ordinaria y de los medios de subsistencia.
La perturbación que con ello se ocasionaría podría
ser, sin duda, muy importante.
Pobres
habrá siempre
El saliente Presidente de la República, como se
recordará, un tiempo atrás, ante lo irrefutable del crecimiento
de la pobreza, recordó el pasaje bíblico que dice pobres
habrá siempre, como una suerte de condena, como parirás
a tus hijos con dolor o ganarás el pan con el sudor
de tu frente. Lo cierto es que el modelo no ha dejado ni deja de
generar nuevos pobres. Hasta puede decirse que el mejor desempeño
del modelo es producir pobres y excluidos. Hay razones para dudar de que
la clase política se interese en atenuar este flagelo. Si así
fuera, daría a cada padre sin trabajo una compensación por
cada hijo que envía a capacitarse, por la pérdida de ingresos
que obtendría si lo mandara a trabajar o a mendigar. Si así
fuera, no avalaría un sistema tributario en el que los contribuyentes
mayores, en proporción a su ingreso, son los pobres. En cambio,
la pobreza abre un fantástico negocio que a los políticos
no sólo les aporta poder, sino a veces ganancias pecuniarias inmediatas:
la entrega de pensiones graciables, las cajas de PAN, los bonos de ayuda,
el Plan Trabajar, sólo proveen medios de subsistencia inmediatos,
sin resolver nada hacia el futuro; el pobre o el desocupado mitigan su
hambre, pero no aprenden a producir nada para sí o los demás.
La gente que recibe ayuda, a la hora de votar, ¿lo hará
en contra de quien le tendió y le tiende la mano? En la Argentina
eso es traición o deslealtad, el acto de una víbora que
muerde al que le tiende la mano. Por tanto, en la contabilidad política,
una limosna vale un voto. Y lo mágico de la limosna es que es barata
y hacia el futuro es sólo una ilusión, que el político
promete hacer realidad si lo votan. En materia social ya está casi
todo inventado, también la ayuda al necesitado. En Inglaterra,
por caso, esa función la cumplían las Leyes de Pobreza,
de las que decía Malthus en 1798: Tienden a deprimir la condición
general del pobre. Su primera tendencia obvia es incrementar la población
sin aumentar el alimento para su sustento. Un pobre puede casarse sin
perspectiva de poder sostener una familia independientemente. De ellas
puede afirmarse que crean a los pobres a quienes sustentan; y como las
provisiones del país, a mayor población, se reparten a cada
uno en fracciones más pequeñas, el trabajo de los no amparados
por tal ayuda comprará menos cantidad de provisiones que antes,
y por tanto más de ellos se verán obligados a pedir ayuda.
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