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El Baúl de Manuel

Por M. Fernández López

¿De qué te reís?

El descubrimiento de América ensanchó la percepción del tamaño del mundo: el globo tenía más superficie acuática que tierra firme; por tanto, cada país que afirmase su identidad debía ganar presencia en el agua; además, el transporte acuático era diez veces más barato que el terrestre, y en muchos casos el único medio para alcanzar determinados lugares. Un gobierno como el de Cromwell, que consolidó el poderío británico, promulgó en 1651 la primera de las Leyes de Navegación, que reservaron el transporte de mercaderías a barcos británicos, con patrón y tripulantes británicos. EE.UU., apenas declaró su independencia de Inglaterra, debió desarrollar marina propia. La cuestión era repeler a los británicos en el agua, o verse bloqueado por ellos. En la Argentina, la creación de la Academia de Náutica en 1799, por iniciativa de Belgrano, fue un temprano signo de voluntad de independencia de España. Al inaugurarse, el director Cerviño leyó un discurso cuyo título es elocuente: “El tridente de Neptuno es el Cetro del Mundo”: quien controla el agua, controla el mundo. Sus palabras tampoco dejaban dudas: “Con frutos y con marina haremos un comercio activo [es decir, de exportación], nuestras relaciones mercantiles tomarán la extensión de que son capaces; y no seremos comisionistas de los extranjeros. Nuestras embarcaciones irán a los puertos del Norte”, etc. Como cabía esperar, el imperio español nunca aprobó crear esa escuela, y al tiempo la prohibió expresamente. Más tarde se formó un espacio mundial de comercio, donde el Imperio era Inglaterra. Yrigoyen intentó crear una marina mercante argentina, durante la Primera Guerra Mundial. El Senado, infiltrado por intereses vinculados con el mercado británico, se lo impidió. En 1941, sobre la base de dieciséis barcos italianos, se creó la Flota Mercante del Estado. Al terminar la guerra, el nuevo Imperio era EE UU., que vio con disgusto todo signo de independencia económica de su patio trasero, que no pocas veces invadió con sus marines para abortar gobiernos progresistas. No le faltaron colaboradores dentro de los propios países, que se encargaron de hacer ellos mismos lo que EE.UU. no podía hacer legalmente. Y llegamos a 1999. El 25 de noviembre se cumplirían 200 años de la enseñanza náutica en el país, sin que éste tenga marina mercante con bandera propia. ¿Qué hay que festejar?


¿Quién fue?

El director de la primera Academia de Náutica, Pedro Antonio Cerviño, nació en Pontevedra, Galicia, en 1757, y murió en Buenos Aires poco antes de la Declaración de Independencia, el 30 de mayo de 1816. Era ingeniero voluntario del ejército y, por disposición real, “agrimensor de la línea divisoria”, vale decir, miembro de la comisión demarcadora de límites con Portugal que arribó al Río de la Plata en 1782. Cuando esta comisión se desdobló en 1783, se incorporó a la tercera partida, como segundo del célebre naturalista Félix de Azara. A su lado hizo varios viajes: en 1783 participó en una expedición científica al Chaco; en 1784 pasó al Paraguay; en 1796 acompañó a Azara en un reconocimiento de las guardias y fortines de la línea de frontera de Buenos Aires, y escribió el diario de viaje. En 1798 levantó un plano del puerto de la Ensenada de Barragán y una “carta esférica del Río de la Plata”, que presentó al Consulado de Buenos Aires. En 1799 fue designado director de la Academia de Náutica, que inauguró el 25 de noviembre con la lectura de El Tridente de Neptuno cetro del mundo. Uno de los asistentes al acto, don Martín de Alzaga, el 3 de enero de 1800, indignado por las insinuaciones de autonomía respecto de España, contenidas en dicho discurso, le pidió a Belgrano que se censurara previamente cualquier escrito o discursos de Cerviño. Por esa razón, cuando Cerviño pretendió imprimir su escrito Nuevo Aspecto del comercio del Río de la Plata, presentó su manuscrito como una obra salida de Manuel José de Lavardén. Se formó una suscripción para reunir fondos e imprimir el trabajo y el depositario de lo recaudado fue Belgrano, lo que indica suafinidad de pensamiento con Cerviño. Dicha obra no se imprimió, pero contiene una de las primeras exposiciones de la ciencia económica espacial, cuyo resultado más conocido es que los distintos usos del suelo se agrupan en coronas de círculo, a distintas distancias de un centro llamado ciudad, mercado o puerto. Si la ciudad es atravesada por un río (como el Paraná), los productores aprovechan ese medio de transporte más barato y las coronas circulares más distantes tienden a prolongarse por las costas del río. Todo eso lo presentó von Thünen en 1826, en El Estado aislado; pero también lo presentó Cerviño 25 años antes, en 1801. Además, por usar nociones geométricas, es un antepasado de la economía matemática en la Argentina.