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Por
M. Fernández López
¿Qué
hay de nuevo, viejo?
Se ha escrito que al fracasar las invasiones inglesas a Buenos Aires,
la política exterior inglesa orientada por Castlereagh dejó
de buscar la conquista por las armas, como en la India o América
del Norte, y sustituyó la invasión armada por la exportación
de capital. No era necesario poner un inglés en el trono colonial,
como lord Mountbatten en la India, sino desde atrás del trono manejarlo
como a un títere. Francia, sin embargo, todavía en 1845
intentó ganar espacio por las armas, en el combate de La Vuelta
de Obligado, del 20 de noviembre. Pero Francia también optaría
por cambiar ese modo de dominio por el control de sectores productivos
estratégicos. Con Juárez Celman, especialmente, ferrocarriles,
aguas corrientes y otros servicios públicos serían privatizados
a favor de capitales anglofranceses. A un siglo del último episodio
armado, el jujeño Benjamín Villafañe (h.), diputado,
senador y gobernador de su provincia, escribió en El destino de
Sud América (1944): La forma más eficaz de conquista
de los pueblos débiles ha sido, en los últimos cien años,
la de valerse del capital en vez de las armas. Dejar a los pueblos de
escasa cultura o sin fuerza armada respetable, la ilusión de una
libertad ficticia, porque les permiten la elección de sus mandatarios
y la vida al amparo de instituciones democráticas, pero se reservan
los medios de transporte, puertos, marina mercante y todos los servicios
públicos. Se adueñan de las industrias y comercio y minas
y son los señores que imponen los salarios y miden estándar
de vida de los pueblos sometidos. La dominación por tal procedimiento
es, sin duda, la más hábil, porque el esclavo ignora que
es esclavo, y ama y se arrodilla ante la mano que le ha puesto un dogal
al cuello y succiona su sangre. Luego de esas palabras, el gobierno
nacionalizó los ferrocarriles, expandió la marina mercante
y creó la flota aérea, nacionalizó el servicio de
gas, electricidad, teléfonos y hasta el Banco Central. Hoy vemos
que fue una concesión temporal del Imperio, demasiado ocupado en
asegurarse control y bases militares en Europa, Japón y otros sitios.
Hoy, de nuevo en vísperas de elegir mandatarios, los medios de
transporte, marina mercante, servicios públicos, industrias, comercio
y minas están bajo control extranjero, de rodillas
según la expresión de un ministro. Cabe la pregunta de Bugs
Bunny: ¿Qué hay de nuevo, viejo?
Casas
y cambio
La sociedad ve deteriorarse sus lazos de cohesión. Por múltiples
vías se fomenta la competencia en perjuicio de la solidaridad,
el desempleo masivo enfrenta al pobre contra el pobre para conseguir un
mendrugo insuficiente. No es un ambiente propicio para que florezcan los
tres valores de Gunnar Myrdal: justicia, igualdad, democracia. Los tres
naufragan: la justicia obedece al que paga, la desigualdad es extrema
y la democracia es votar, donde el voto lo orienta quien más invierte
en propaganda, cuando no se compra directamente a través de una
limosna. Se perdieron los valores morales, y algunos procuran recuperarlos
buscando en fuentes fundamentales. Y la primera elección es la
Biblia. El libro del profeta Amós data del año 792 a.C.
y corresponde a un período de crisis en Israel, con creciente desigualdad
entre los miembros de la sociedad, donde la injusticia social iba en aumento,
el rico se volvía cada vez más rico y el pobre cada vez
más pobre, el ocasional gobernante, que habitaba lujosas moradas,
pretendía eternizarse en el poder y reprimía las voces críticas.
Amós, ganadero de Técoa, luego de ser proclamado profeta
exigió un cambio a Ozías, rey de Judá, y a Jeroboam,
rey de Israel. Amós señaló con su dedo al gobernante
corrupto y la administración fraudulenta: Ved cuántos
desórdenes en ella, cuánta violencia en su seno. No saben
obrar con rectitud los que amontonan violencia y rapiña en sus
palacios. La expresión visible del enriquecimiento ilícito
eran las casas lujosas, alas que auguraba un mal fin: Sacudiré
la casa de invierno con la casa de verano, se acabarán las casas
de marfil, y muchas casas desaparecerán. El fuego consumiría
ese lujo obsceno, que humillaba a quien hasta debían empeñar
su ropa o vender su voluntad por una suma de dinero o un par de zapatillas
(comprar por dinero a los débiles y al pobre por un par de
sandalias): enviaré fuego a la casa de Jazael, que
devorará los palacios de Ben Hadad; enviaré fuego a la muralla
de Gaza, que devorará sus palacios; enviaré fuego a Temán,
que devorará los palacios de Bosrá. Cuando llegue
su hora, nadie podrá huir del pago de sus crímenes: Le
fallará la huida al raudo; y el más esforzado entre los
bravos huirá desnudo el día aquél. ¿Qué
cambio pedía Amós? Preocuparse por la justicia social, desterrar
la opresión: Buscad el bien, no el mal si queréis
vivir, para que así Dios esté con ustedes.
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