El extraño caso de una diva del rock and roll
En medio de su gira norteamericana y antes de su tercera visita a la argentina (ahora postergada para mayo), la bestia negra del rock de la decada se da tiempo para todo: concreta un show impactante, visual y musicalmente, atiende cortesmente a la prensa del tercer mundo a la vez que amenaza de muerte al editor de la revista spin (todo en la misma noche) , demuele hoteles, glorifica las drogas y desde su pulpito en el escenario proclama:
"Jesus inventó el LSD"
-¿Realmente creés que Jesús lo hizo, como dijiste anoche sobre el escenario?
-Sí, ¿por qué no?
¿Vos sos creyente?
-Sí, creo que sí...
-Entonces si sos cristiano tenés que creer que Dios hizo todo y Jesús, su hijo en la Tierra, terminó de darle forma a todas las cosas. Además creo que Jesús fue la primera estrella de rock de la historia... (risas). Hizo las mejores y las peores cosas de este mundo, entonces -y entre las mejores las ubico- estoy completamente seguro de que él inventó las drogas para que todos la pasásemos mejor.
Marilyn Manson se reclina sobre su asiento y sonríe apenas perceptiblemente. Está vestido como si se tratara de un personaje de la película Dark city (estrenada aquí, no hace mucho, como Ciudad en tinieblas). De los malos, claro: tipos pálidos y bien altos que siempre llevaban un largo sobretodo negro y sombrero del mismo color. Así está Manson, sólo que por debajo del sombrero asoma su pelo, ahora de color rojo chillón, y sobre sus ojos multicolores están colocados unos anteojos de esos que tu tía o tu mamá seguramente usaron en los años setenta. Habla en voz muy baja y eso acentúa la sensación de seguridad, lucidez y ¿maldad? que reflejan sus palabras. Bebe agua mineral. Sin gas.
El personaje en cuestión, uno de los ¿hombres? del año en Estados Unidos, ha llegado a la entrevista en un Plymouth negro modelo 94 y con chofer al tono (negro y de 1,94). Hay sol en la ciudad y eso, verdaderamente, parece molestarle un poco. Baja en la esquina de la calle 54 y la décima avenida para ingresar en los estudios Sony, ubicados enfrente de los famosos y familiares -muchos músicos argentinos han mezclado ahí- estudios Hit Factory. Manson es muy alto y flaco, eso no es novedad. También muy cortés y respetuoso, como si el monstruo que guarda dentro y pone en escena cada vez que sube a un escenario estuviera durmiendo lo que su amo no ha podido. Anoche pasó buena parte de la trasnoche after-show en una discoteca superexclusiva de la zona de Chelsea, una parte de Manhattan llena de fábricas y talleres mecánicos gigantes. Mientras un par de esforzados obreros de la construcción cargaban bolsas de cemento, una fila de elegantísimas personas esperaban para ingresar adonde Manson ya estaba desde hacía un rato. No se miran entre sí, pero es inevitable pensar: ¿Y estos tipos que están laburando acá, estarán acostumbrados a ver gente que gana en una semana lo que ellos en un año?. Dentro del lugar lleno de elegantes hombres y mujeres en edad de merecer, un amontonamiento cerca de una de las barras indica la presencia de la estrella. Está en un saloncito de 4x4 que hace las veces de VIP, acompañado por su manager -la viva imagen del manager, un señor canoso y elegante que parece el hermano menor de Macaya Márquez, con suéter escote en V y camisa al tono- y un par de groupies conceptuales, hombres y mujeres de mirada extraña. Manson toma agua mineral (con gas), cruza sus largas piernas y apenas cruza algún comentario con Macaya bis. Un argentino que está por ahí y conoce un poco de todo esto, comenta: Por lo flaco y por cómo cruza las piernas y las manos, parece Fito Páez. Epa. Pero parece, en serio. Más tarde, en la noche profunda, el flaquito que toma agua mineral manda llamar a un apuesto joven de remera negra y jeans negros (ajustados). Pide privacidad y sólo parece tener tiempo para él. Evidentemente, ya ha decidido con quién pasar el resto de la noche.
Es el mediodía del día después de su show en la ciudad de Nueva York, concretado en el coqueto y cómodo Hammerstein Ballroom (con capacidad para unas 2000 personas), a un par de cuadras en donde Kiss estimuló una nostalgiosa y retrógrada -por mucho 3D que se anuncie- lectura del rock and roll circense en el Madison Square Garden. A 200 metros de ahí, sobre la anchísima calle 34, otros pintarrajeados iban caminando o bajaban detaxis amarillos. El motivo es más o menos el mismo, y eso se convierte en lugar común para cualquier eventual periodista o espontáneo narrador de una historia (¿Sabés? Tocaba Kiss y a dos cuadras Marilyn Manson...). Sólo que los que hacen cola enfrente al Manhattan Center, un centro cultural que contiene al teatro reconvertido en lugar apto para shows de rock, tienen un aspecto levemente amenazante o raro. Es natural que al artista freak del momento vayan a verlo todas las tribus freak de una ciudad como NYC. Manson cumple aquí la última parte de su gira nacional de presentación de Mechanical animals, su nuevo disco, el que marca su conversión de Rocky-horror-show-heavy industrial a Estrella-glam-vacía y drogadicta. Dentro del lugar, suena una selección un tanto obvia de ¡Pink Floyd!, parte de The Wall, parte de The dark side of the moon, la gente bebe cerveza (sí, ahí sí venden cerveza en los recitales) y espera tranquilamente. Una rubia que parece la réplica exacta de Pamela Anderson camina de la mano de un gigantesco y ancho cabeza rapada. Después, en el ¿éxtasis? del show, la chica descubrirá sus grandes pechos debajo de un chaleco de cuero y los exhibirá a caballito de su novio patovica. Es el rock and roll, vieja. Pero de allá, ¿no?
En vivo, puede asegurarse que nada de lo que hayan visto los fans argentinos en Ferro y Vélez tiene que ver con lo que verán en mayo del 99. Por empezar, las nuevas canciones y su famoso coqueteo con el glam rock suenan arrolladoras en escena, pasadas como por una multiprocesadora de distorsión constante y sonido turbina. Los personajes que componen la banda son, bueno, algo así como extraterrestres maquillados de blanco que deambulan por el tablado como poseídos y/o drogados. La palabra DRUGS emerge victoriosa en el momento del gracioso hit I dont like the drugs but the drugs like me (No me gustan las drogas pero las drogas gustan de mí) y se mantiene hasta el final, estallando como una marquesina de un teatro de revistas. Y buena parte de la responsabilidad sonora corresponde al hiperkinético ¿tecladista? Pogo, un cyberpunk ario que castiga duramente a su instrumento, desde donde dispara las secuencias que son base en la mayoría de los temas. Manson es, por supuesto, el centro de atracción y lo suyo no se remite a poner cara de malo. Simula sexo perrito con una de sus voluptuosas coristas negras, se pasa una bandera norteamericana por el culo, ensaya su ya famoso acto de romper una biblia y desparramar sus hojas entre el público, proclama su adicción a las drogas por mandato divino, se convierte en un general neonazi posnuclear que sermonea desde su púlpito cuando llega la hora de los bises y recuerda a todos que se vayan a casa sin hacer maldades por el camino. Una belleza. Cuando el show termina, la diversión comienza para un selecto grupo de privilegiados. Los plomos desarman a velocidad crucero y el centro de atención de la noche descansa en su camarín, rodeado de una bien dotado cuerpo de protectores. Una chica que pretende sortearlos ofrece servicios a la Monica Lewinsky, pregunta si tiene que hacer algo más y muestra sus pechos, tapizado de cintas adhesivas transparentes. Da un poquito de impresión, la verdad. No la dejan entrar.
Manson responde ahora, siempre tranquilamente, a la pregunta sobre algunos incidentes de la noche anterior. Un periodista norteamericano inquiere sobre lo publicado esa misma mañana en el popular (todos lo leen en el subte) New York Post: que Manson y el resto de la banda ingresaron con una chica encadenada y que después destrozaron una habitación del lujoso Sheraton, pintarrajearon todo al mejor estilo Charly García y ¡quemaron una alfombra! El ex reverendo (¿o seguirá siéndolo?) hace una pausa y contesta: No sé qué habría tomado el encargado de la conserjería del hotel, pero seguro que era más fuerte que lo que tomamos nosotros... A veces las cosas se precipitan en una noche larga y... bueno, no pasó nada. Es sólo diversión de chicos de provincia. Algunas sonrisas, la de élinclusive, coronan la respuesta. Un par de días después, se conocerá la noticia de que Manson ha amenazado de muerte al editor de la revista Spin y a toda su familia. Parece que el chico de provincia está cumpliendo con una de las máximas del manual de estrella de rock. Descontrol y excesos: aprobado.
-¿Mechanical Animals es un homenaje al glam rock?
-No sé, pero sí sé que tomé el sonido clásico del glam rock y la pose de exageración de la estrella de rock, la vida en Hollywood y todo eso... Y la música que escuché de chico, Kiss alive II, Ziggy Stardust, The Stooges, Alice Cooper.
-¿Te gusta el rol de provocador en que te han colocado?
-Prefiero ser considerado un artista o un entretenedor de masas. Bueno, no sé si entretenedor... Hitler lo era también, ¿no? (risas) En todo caso, trato de hacer cosas que inspiren a la gente, me conformo con eso.
-¿Vas a llamar a la Casa Blanca para invitar a Bill Clinton para que sea tu manager de gira como dijiste en Rolling Stone?
-Sí, ¿por qué no? Podría conseguir buenas chicas para una fiesta.
-¿Tenés pesadillas como cualquier persona?
-Sí, claro. El otro día soné con Celine Dion, estaba en mi casa y sonreía en una foto junto a toda mi familia. Yo era un niño y recuerdo que me enamoraba de ella: era flaca, pálida y tenía esa voz horrible, pero... ¡qué diablos! era una mujer. Igual sentí alivio cuando me desperté.
ESTEBAN PINTOS
Enviado especial a Nueva York
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