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El príncipe oscuro introduce a San Marcos

El evangelio
según
Nick Cave

El año pasado, una colección de doce textos de la Biblia prologados por nombres de peso en el universo cultural británico se convirtió en un fenómeno de ventas y repercusión en Europa. En esa serie (que ahora comienza a aparecer en las librerías porteñas, traducida al castellano), resalta la figura de Nick Cave y su elegante prosa ocupándose del Evangelio según San Marcos, con mucho de lo que quienes escuchan su música aprendieron a degustar y ya conocen.


Cuando compré mi primera copia de la Biblia, lo que más me atrajo fue el Antiguo Testamento y su Dios maniático e insaciable, que lanzaba contra su largamente sufriente humanidad castigos que me dejaban con la boca abierta, incrédulo ante la profundidad de su carácter vengativo. Tenía entonces un creciente interés en la literatura violenta así como un innombrable sentido en la divinidad de las cosas y, en mis tempranos veinte, el Antiguo Testamento le hablaba a esa parte de mí que denunciaba, despreciaba y le escupía al mundo. Creía en Dios, pero también creía que Dios era malvado y que si el Antiguo Testamento era el testamento de algo, era testamento de eso. En sus pliegues el Mal parecía vivir tan cerca de la superficie de la existencia que podías oler su desquiciado aliento, ver el humo amarillento escapar entre sus páginas, escuchar los acongojantes quejidos de desesperación. Era un libro maravilloso y terrible, y era escritura sagrada.

Pero uno crece. Lo hace. Y se reblandece. Brotes de compasión empujan a través de las grietas del negro y amargo suelo. Tu rabia deja de necesitar un nombre. Ya no encontrás consuelo observando a un Dios demente atormentar a una desdichada humanidad cuando aprendés a perdonarte a vos mismo y al mundo. Ese Dios antiguo comienza a transmutarse en tu corazón, los metales de base devienen en oro y plata, y te conmovés ante el mundo.

Entonces, un día, conocí a un cura anglicano y él me sugirió que le diera un descanso al Antiguo Testamento y que en lugar de él probase con Marcos. Por entonces aún no había leído el Nuevo Testamento porque era sobre Jesucristo, y el Cristo que yo recordaba de mis días del coro era ese individuo tan húmedo, amoroso y etéreo con el que la Iglesia hacía proselitismo. Había pasado mis años preadolescentes cantando en el coro de la Catedral de Wangarafta e incluso a esa edad recuerdo haber pensado en todo lo desabrido que era todo ese asunto. La Iglesia Anglicana: era el culto descafeinado, y Jesús era su Dios.

“¿Por qué Marcos?”, pregunté.
“Porque es breve”, respondió.

Por entonces estaba decidido a darle una oportunidad a prácticamente cualquier cosa, así que seguí el consejo del cura y lo leí. Y el Evangelio según San Marcos me dio vuelta.

Recuerdo ese cuadro de Cristo, pintado por Holman Hunt, donde El -buenmozo y en bata-- aparece con una linterna en su mano, golpeando a la puerta. La puerta de nuestros corazones, presumiblemente. La luz es débil y apetecible en la abarcadora oscuridad. Cristo vino a mí de esa manera, Lumen Christi, con una luz débil, una luz triste, pero luz suficiente. De todas las escrituras del Nuevo Testamento --desde los cuatro Evangelios a las escalofriantes y enfermas Revelaciones-- es el Evangelio de San Marcos el que realmente me ha atrapado.

Los estudiosos generalmente coinciden en que el de Marcos fue el primero de los cuatro Evangelios en ser escrito. Marcos tomó de la boca de los maestros y profetas el manojo de eventos que comprendían la vida de Cristo y les dio algún tipo de forma biográfica. Lo hizo con tal ansiosa insistencia, tal compulsiva intensidad narrativa, que uno no puede evitar pensar en un niño recorriendo alguna historia apasionante, poniendo hecho sobre hecho, como si todo el mundo dependiera de ello. Algo que, por supuesto, para San Marcos era así. “Directamente” e “inmediatamente” son las palabras que relacionan un evento con otro, todo el mundo “corre”, “grita” y es “asombrado”, inflamando la misión de Cristo con una encandilante urgencia. El Evangelio de San Marcos es una bolsa de huesos, tan cruda, nerviosa y circunscripta a la información que la narrativa duele con la melancolía de la ausencia. Escenas de profunda tragedia son tratadas con tal naturalidad y cruda economía de recursos que devienen casi palpables en su desprotegida tristeza. La narrativa de San Marcos comienza con el Bautismo y somos “inmediatamente” confrontados con la solitaria figura de Cristo, que es bautizado en el Río Jordán y llevado al desierto. “Y estuvo allí en el desierto cuarenta días y cuarenta noches, yera tentado por Satanás y estaba con las fieras; y los ángeles le servían” (1:13). Esto es todo lo que San Marcos dice de la tentación, pero el verso es típicamente potente en virtud de su misteriosa y resumida simplicidad.

Los cuarenta días y las cuarenta noches de Cristo en el desierto también dicen algo de su soledad, por lo que cuando Cristo lleva a cabo su misión en Galilea y Jerusalén, entra en un desierto del alma, donde todas las muestras de su brillante e invaluable imaginación son a su turno incomprendidas, negadas, burladas, ignoradas y vilificadas, y eventualmente le van a significar su muerte. Incluso sus discípulos, de quienes podríamos esperar que hubieran absorbido algo de la brillantez de Cristo, parecen estar atrapados en una perpetua niebla de confusión, siguiéndolo de escena en escena, con poca o ninguna comprensión de lo que sucede alrededor de ellos. Por lo que mucha de la frustración y el enojo que por momentos parece consumir a Cristo está dirigida hacia sus discípulos y es contrastada contra su persistente ignorancia que la soledad de Cristo parece aún más completa. Es su inspiración divina contra el terco racionalismo de los que lo rodean lo que le da su tensión y su dirección a la narrativa de Marcos. Incluso aquellos a los que Cristo cura lo traicionan, al correr a las ciudades para informar sobre las hazañas del milagroso curador después de que Cristo insistió en que no le cuenten nada a nadie. Incluso desprecia a su propia madre por su incapacidad de comprender. A través de Marcos, Cristo está en gran conflicto con el mundo. Está tratando de salvar, y la sensación de soledad que lo rodea es por momentos demasiado intensa. Su último aullido desde la cruz es hacia Dios, que El cree que lo ha traicionado: “Eli, Eli, lamma sabacthani”.

El rito del Bautismo --la muerte del viejo ser para nacer renovado--, como muchos de los eventos en la vida de Cristo, ya está sazonado metafóricamente por su muerte y es su muerte en la cruz la que contiene esa fuerza tan poderosa y aterradora, especialmente en San Marcos. Su preocupación con ella es tanto más obvia en cuanto la brevedad con la que San Marcos se refiere a los eventos de su vida. Parece que virtualmente cada cosa que Cristo hace en la narrativa de Marcos es en cierta medida una preparación para su muerte: su frustración con sus discípulos y su miedo de que ellos no hayan alcanzado a comprender todo el significado de sus acciones, el constante asedio de los oficiales de la Iglesia, la agitación de las multitudes, su realización de milagros así los testigos recordarán el alcance de su divino poder. San Marcos está claramente interesado en la muerte de Cristo, hasta tal punto que Cristo aparece completamente consumido por su inminente defunción, cabalmente esculpido por su muerte.

El Cristo que emerge de Marcos, asomando a través de los fortuitos eventos de su vida, carga una tintineante intensidad sobre El, que soy incapaz de resistir. Cristo me habló a través de su aislamiento, a través de la carga de su muerte, a través de su furia contra lo mundano, a través de su tristeza. Cristo, me parece, fue víctima de la poca imaginación de la humanidad, fue clavado en la cruz con los clavos de la insipidez. El Evangelio según San Marcos ha pasado a ser la raíz de mi espiritualidad, de mi religiosidad. El Cristo que nos ofrece la Iglesia, el plácido e inmaculado “Salvador” --el hombre que sonríe bondadoso ante un grupo de niños, o que cuelga calmo y sereno de la cruz-- le niega a Cristo su tristeza potente y creativa o su furia hirviente que nos confronta con tanta potencia en Marcos. De este modo la Iglesia le niega a Cristo su humanidad, ofreciéndonos una figura a la que tal vez le podemos “orar”, pero con la que nunca nos podremos relacionar. La esencial humanidad del Cristo de Marcos nos provee un modelo para nuestras vidas, y así tener algo a lo que aspirar antes que reverenciar, que nos puede elevar de la mundanidad de nuestras existencias antes que afirmar la noción de que somos de menor nivel y no somos dignos. Reverenciamos a Cristo sólo en su Perfección, nos mantiene de rodillas, con nuestras cabezas tristemente inclinadas. Claramente, esto no era lo que Cristotenía en mente. Cristo llegó como liberador. Cristo entendió que nosotros como humanos íbamos a estar siempre condenados a tener los pies sobre la tierra bajo los efectos de la fuerza de la gravedad --nuestra ordinariez, nuestra mediocridad-- y que era a través de su ejemplo que El les daba a nuestra imaginación la libertad de elevarse y volar. Para ser como él, en suma.

NICK CAVE
Traducción: Martín Pérez

Por qué, quiénes, cómo
Obviamente

Cuando pasó por Buenos Aires, Nick Cave pareció un enviado directo de un Dios, sí. Pero de otra clase de Dios.

Ojeroso, resignado a su destino de oscura estrella de rock pero estrella al fin, Cave fue uno de los puntos altos del increíblemente único -hasta ahora- Festival Alternativo porteño. Incluso al lado del mismísimo Marilyn Manson, Cave y sus malas semillas encarnaron la verdadera oscuridad. “No me gusta dormir, es una pérdida de tiempo”, musitó a la oreja de una fan, en un Pantheon abierto especialmente para él luego de su primer y mejor show en Buenos Aires, el del Opera. Un escenario golpeado por la ira de su Dios maniático y vengativo, el Rock. Y de su verbo: las canciones.

No es Cave el más creyente de los rockeros modernos. Tampoco es el único. La Palabra Mayor siempre ha de estar en boca del gran Bob Bylan -que gritó ¡Salvado! desde el título de un disco de su época cristiana y después cantó para Juan Pablo II-, pero no hay que olvidar que el propio Elvis supo cantar himnos religiosos y de ahí en adelante nada sorprende. De la misma manera en que se suele decir que un cineasta suele filmar siempre el mismo film, y un escritor suele escribir siempre el mismo libro, un cantante de ley bien puede grabar siempre el mismo disco. Y, de esa manera, y siguiendo la analogía, Your funeral, my trial y The good son -dos discos distintos pero muy iguales- bien podrían ser tan sólo dos Evangelios de la misma historia: la de un hombre que busca la salvación a través de sus canciones.

Algo que deja bien en claro Nick Cave en el recuerdo que integra esta página, un texto revelador y religioso, que ayuda a entender la filosofía del australiano más torturado y creyente que ha dado el rock después del punk. Cave escribió esas líneas como el aporte más rockero a The Pocket Canons, una colección que hizo furor durante el año pasado en Inglaterra y que recién ahora tiene su correspondiente traducción: La Biblia Laica. El negocio inglés fue sencillo: reentapar varios capítulos de la Biblia con prólogos de personalidades literarias, filosóficas y rockeras. Al precio de menos de dos dólares por libro de bolsillo, se hacía difícil resistir la tentación de sumar -por ejemplo- el ejemplar prologado por Nick Cave a la compra del día. Que no está solo en esto de prologar la Biblia: entre los nuevos bíblicos (son doce los libros de la primera edición) están Will Self encargándose de las Revelaciones, Doris Lessing del Eclesiastés y Blake Morrison del Evangelio según San Juan.

El éxito de la edición inglesa se puede constatar por las noticias de que llegó a enojar a los católicos ingleses más fundamentalistas. Hubo una acusación de blasfemia contra el escritor Louis de Bernieres -que no sólo prologó el Libro de Job sino que también ofició de presentador de la edición en setiembre del año pasado en la iglesia de St. James de Londres- e incluso se inició una acción legal contra los editores por la misma causa. Y ahora llega la edición en español, que ya se puede conseguir en algunas librerías porteñas. Claro que la oferta no es tal al traducirse al español: cada libro cuesta poco menos de diez dólares. Eso sí: además de las traducciones hechas y derechas, se incluyen algunas visiones de autores españoles.

Aunque la novedad de más peso viene otra vez de Inglaterra, en la que ya estarían pensando en agregar nuevas ediciones al éxito bíblico. La principal es la de un rocker contemporáneo que no puede faltar cuando se habla de la Biblia.

Después de Nick Cave, el próximo músico en prologar uno de estos libros de bolsillo será Bono. El líder de U2 escribirá sobre el Libro de los Salmos, al que alguna vez describió como “el blues primigenio”. Habrá que esperar un poco más para encontrarlo traducido en alguna librería. Eso sí. Si alguna vez le toca el turno a una edición local, acá va un consejo de este suplemento: No se olviden de Ricardo Soulé.

M P
 

No, no es la última cena. Es Nick Cave y los Bad Seeds en pleno.