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Manu Chao

Después de Clandestino, el ex Mano Negra trabaja en su estudio instalado en el corazón del Barrio Gótico de Barcelona. Todavía sin banda (“me niego a planificar mi vida”), Manu Chao reflexiona acerca de la sociedad, su barrio y los hijos.

Manu Chao, el que fuera líder de Mano Negra y autor de Clandestino, uno de los discos más brillantes del pasado año, está de nuevo al pie del cañón. Desde hace tres semanas ha fijado su residencia en Barcelona, donde además ha instalado un estudio en el que está trabajando en su segundo disco en solitario, que espera que aparezca antes del próximo verano. Metido de pleno en el trabajo, Manu Chao, un nómade contemporáneo, renuncia a planificar su vida más allá de seis meses, e incluso pospone hasta finales de marzo la decisión de montar banda para hacer una gira de conciertos, que ya omitió tras la edición de Clandestino. Sobre las razones que lo mueven a planificar a tan corto plazo tanto su vida personal como artística, Chao apunta: “He aprendido a vivir guiado por mi instinto, y a variar mis planes en función de las intuiciones que provoca el día a día. Si hay algo en lo que creo es que nuestra sociedad no va por buen camino, y que cualquier día las turbulencias la van a azotar poniéndola patas arriba. No sé cómo estará el mundo dentro de un año, por lo que no veo lógico hacer planes a largo plazo”.

Lector asiduo de Le Monde Diplomatique -“un medio serio cuyos responsables también tienen la lucidez y el valor para reconocer que vamos directo contra la pared”, dice-, Chao adopta una forma de trabajo que él define como “un pequeño colectivo que se asemeja a una lancha pequeña y rápida, una embarcación ágil capaz de sortear la tormenta con más facilidad que un transatlántico”. En este sentido, el cantante ha descargado en un local del barrio antiguo de Barcelona todo el estudio, que llevado en una furgoneta le permitió grabar Clandestino mientras viajaba por Latinoamérica y lograr un disco que mediante la información boca a boca ha funcionado -vendió 150.000 ejemplares- “porque muchas personas han visto en una de sus canciones o en una frase un pedazo de su vida”, asegura.

Por eso ha gustado a pescadores de Finisterre, a trabajadores venezolanos y niños y viejos de cualquier lugar. Entre los recuerdos de sus periplos, por vez primera en años instalado en un lugar que él considera su hogar, y mientras su fiel ingeniero Ranaud Letang retoca las grabaciones del futuro disco, Manu Chao vaticina un futuro nada esperanzador. “Hace cinco años jamás hubiese imaginado lo frágil que es el equilibrio de nuestra sociedad. Antes buscaba cómo meterle un petardo, mientras que ahora veo que o algo cambia o se va a caer sola. Lo saben tanto un alto ejecutivo como un campesino brasileño. Por eso pienso que ya no tiene sentido la denuncia, pues este trabajo ya está hecho. Todo el mundo sabe que este mundo es de locos. Hoy se trata de buscar nuevas vías para seguir viviendo y evitar que el derrumbe te caiga encima. De igual manera se trata de canalizar la rabia que este mundo provoca, y que se manifiesta en detalles como que las jóvenes francesas de origen magrebí usen chador sin que, como antes pasaba, les obliguen sus padres. Eso es una muestra de rabia mal canalizada.”

Reconoce que en ocasiones le agota la pelea constante, pero Manu sólo entrevé un cambio parcial en su actitud: el día que decida tener hijos. “Si no los tengo es porque quiero poder transmitirles suficiente sabiduría como para reaccionar con cordura cuando los míos me pidan una PlayStation. No es normal que a los siete años todos los críos deseen lo mismo, pero eso es un efecto de la televisión, que les incita a unas conductas gregarias que ellos aceptan merced a su indefensión. Educar bien a los hijos es una forma de cambiar las cosas, de preparar un mejor futuro, y prohibir la publicidad dirigida a ellos me parecería una medida de lo más higiénica. Sólo con los niños podremos preparar un futuro mejor.”

Volviendo al presente, Manu Chao sostiene que nos debatimos entre dos tendencias: la locura propia de una sociedad en carrera hacia la autodestrucción y el espíritu de conservación propio de la especie humana. “Discos como Clandestino creo que responden a lo segundo, a la necesidadde restablecer una relación humana que nos permita vivir con mucho más equilibrio y respeto mutuo”, dice. Ese equilibrio, además de en las calles de Africa o Latinoamérica, lo descubre Manu en lugares como el casco antiguo de Barcelona, “un lugar lleno de gente de todos los lugares del mundo cuyo ambiente mestizo me hace sentirme como en París. De plaza de Catalunya para arriba la cosa cambia, pero aquí hay de todo”.

Antes de volver al trabajo, que reparte en jornadas diarias que van de las cuatro de la tarde a las cinco de la madrugada, Manu Chao explica cómo él pretende cambiar la forma de funcionar de la industria musical: “Con el dinero que me dan para un disco grabo cuatro, y por eso quiero editar un disco por año. Me da igual que Clandestino se siga vendiendo, para mí es un trabajo pasado y la discográfica ya lo ha rentabilizado con creces. Rebajando costes de promoción y producción, haciendo discos con la frecuencia que el artista desea, por lo general mayor que la marcada por la industria, el público podría comprar discos más baratos. Por eso estoy aquí grabando en un estudio casero, tripulando en equipo una lancha diminuta que no se estrellará como el trasatlántico lujoso”.

Luis Hidalgo (desde Barcelona de el país,
derechos exclusivos para página/12)