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ESTEBAN PINTOS
FOTOS: NORA LEZANO

La van avanza por entre el caos de la avenida Corrientes a las siete de la tarde y los jóvenes maravilla del rock mexicano, nativos de Monterrey, miran sin observar. Las luces de la calle que nunca dormía pasan detrás de los vidrios polarizados. Dentro y con la radio que se dice del palo de fondo, Jonás y Rosso opinan, preguntan y se animan a teorizar desde el respeto de la lejanía, sobre lo que saben del rock argentino. A Jonás le gusta el “Maradó” de Los Piojos, porque vio el video y tal vez recuerde esa canción porque un rato antes le contaron que debía experimentar la Bombonera. Pasando el Teatro San Martín, ambos infieren sobre la entidad del partido que les han dicho los llevarán a ver (Boca-Racing, el domingo), no comprenden cómo Racing e Independiente de Avellaneda exponen sus grandes estadios separados por una cuadra de distancia. Tampoco pueden creer que los Rolling Stones hayan llenado diez veces un estadio de fútbol. Jonás sonríe cuando le dicen que Soda Stereo, su banda favorita de toda la adolescencia, también llenó -aunque sea una vez- el mismo lugar. Algo es algo.

Jonás y Rosso tienen 26 y 23 años respectivamente y son Plastilina Mosh desde hace varios años, pero son más Plastilina Mosh desde que apareció Aquamosh, (absolutismo) el más sorprendente disco debut que se tenga memoria en la reciente historia del rock latino. Todo (demasiado) por un disco: desde los Dust Brothers prometiendo “hacer algo” con ellos, hasta el crítico del New York Times elogiándolos después de un show que, como toda una gira, compartieron con Dj Spooky. A dosis iguales, canciones, imagen y publicidad globalizada. Y de la era MTV, por supuesto. En esos términos, cabe inferir que todos los que leen esta nota habrán visto los increíbles cuatro videos que se han desprendido, como perlas, de Aquamosh. Los parapoliciales de “Niño bomba”, los adolescentes onanistas y la estrella porno-decadente Lynn May en “Mr. P-Mosh”, el baile extasiado de “Afroman” (que se te sube a la cabeza) o la opulencia del tamaño de esas camionetas de ruedas inalcanzables que se ven en “Monster truck”. Que se hable de los videos de Plastilina Mosh no va en perjuicio de la música. Ni mucho menos. Cada una de las doce canciones-collage que componen el disco tienen lo suyo y en abundancia: bases hip hop, guitarras distorsionadas, climas lounge, mariachis cibernéticos, guiños bossa nova y también melodías de ascensor.

Demasiado, todo junto.

“Monterrey es la capital industrial. Mucho trabajo, muchas fábricas, mucho calor”. Ahí crecieron. “Mucho movimiento de arte, galerías, pintores, artistas latinoamericanos”. Chicos de clase media en una ciudad que está más cerca de los Estados Unidos que del Distrito Federal, capital nacional de la música norteña y, desde hace un par de años y gracias a Zurdok Movimento primero y a Control Machete después, centro de una escena musical que renovó el rock mexicano. Rosso es hijo de un cirujano de plástico y Jonás, de un comerciante. Rosso no tiene aspecto de músico de rock ni tampoco parece aspirante a serlo siquiera. Trabajaba en un estudio de grabación cuando Jonás apareció. El sí que siempre quiso ser músico de rock. “Quise aprender a tocar la guitarra por Gustavo Cerati”, confiesa. No hacía falta la mención: a lo largo de la conversación, parte dentro de la van, parte en el hotel de Congreso en donde estarán hasta el lunes, el muchacho de pelo amarillo dará muchas pistas de su amor por Soda Stereo. El golpe final sucede con las fotos: el fondo del Planetario que decora algunas de las imágenes que ilustran esta nota tuvo el inevitable comentario. “¡Pero si aquí es donde se hizo el video de Zoom!”, se alegra con el conocimiento de un erudito que pisa el mismo terreno y se siente como realizado.

¿Monterrey, capital del nuevo rock mexicano? “Esto viene de varios años. Y lo bueno es que las bandas no tienen un estilo ni una ideología común, hay de todo... Eso les da -nos da- a todos una madurez de carácter importante que se distingue de las bandas de otras ciudades”, teoriza Rosso, que detesta que le hagan el chiste de mencionarle su parecido con Beck. “Pero más cabezón”, agrega socarrón su compañero. Acto seguidoaclara que el rubio que parece operador de sistemas y no estrella naciente de rock no soporta la comparación. Tarde. Sigue Rosso: “Esto es una teoría personal. Toda la industria de la música está en la capital del país, a 1000 kilómetros de Monterrey, y nunca hubo conexión. Hasta hace unos años era así, nunca iban a venir a verte para contratarte y poder grabar un disco. Tal vez por eso los grupos no corrieron esa carrera de querer que te contraten para grabar, y empezaron a tocar la música que les salía. Y de repente, alguien vino desde el DF y se dieron cuenta de que había algo, que pasaba algo”. Fin de la teoría. Así descubrieron a Plastilina Mosh. “Cuando lo buscábamos, nunca se dio. Cuando no lo buscábamos, se dio”, resume Jonás.

El enorme potencial sonoro de Plastilina Mosh pasa, en buena parte, por la originalidad de la adaptación azteca al pop de collage (cut and paste, corta y pegar, una de las opciones del programa Word en cualquiera de sus versiones) que reconoce antecedentes en el Paul’s Boutique de los Beastie Boys y en la irrupción de Beck (Mellow gold, Odelay). Todo sirve, la chatarra y la melodía. Los coros y los samplers. Ingeniería de estudio en acción. “Hacía producción, programación y también hacía de ingeniero de sonido. Siempre buscaba la oportunidad de usar alguna hora libre de alguien, y experimentar sonidos”, cuenta Rosso. Que imagina para el nuevo disco -previsto para aparecer antes de fin de año, en plena fiebre de fin de siglo-, “incluir composiciones orquestales, elementos jazzeros, no sé, lo que está dando vueltas en la cabeza”. “Yo también tengo mis ideas”, expone Jonás. “Quiero raggamuffin centroamericano, que sea bien divertido”. La cruza entre la joda de la música caribeña y una sección de cuerdas sólo puede pensarse... en un disco de Plastilina Mosh. “Si escucho algo, y si me gustó, lo puedo asimilar y de alguna manera emular”, desafía el platinado. Lo mismo que han hecho, al fin y al cabo, con mucho de esa iconografía inevitablemente mexicana, que incluye trompetas, guitarrones, películas de vampiros y strippers de los años 70, autos con detalles llameantes en las partes delanteras, indumentaria como de peluche para recubrir palanca de cambio y volante, ruedas patonas y hasta Juan Gabriel o José José sonando en el magazine. Todo eso, lo que se traduce musicalmente y lo que no, está presente en Plastilina Mosh. Y no suena ni se ve impostado, por más que el guiño kitsch tenga sus riesgos. “No lo hacemos intencionalmente. El disco no tiene nada de mexicano, pero vivimos ahí y algo tenemos que tener. Modismos, instrumentos, palabras...”, especula Jonás.

-¿Y el estereotipo del mexicanismo que se vende en el mundo?

-Rosso: Me da flojera... (Traducción: no le importa.)

-Pero en los videos eso está presente y ustedes lo usan en beneficio de su propia estética...

-Rosso: Todo depende de tener buen gusto. Para nosotros, suena lógico. Mucha gente tiende a caer en lo obvio, elementos visuales obviamente mexicanos.

-Jonás: Una cosa es Lynn May y otra la Virgen de Guadalupe...

-¿Hay demasiada cultura chatarra en México para tomarse de ahí?

-J.: Demasiada.

-R.: Es que es un reciclaje de nunca acabar. Todos parecen como aprender lo que han visto por años y creen que eso es México. No sé, tal vez lo sea y nosotros somos los únicos que creemos que no... (risas). Pero no estamos peleados con eso, también es divertido.

-J: Es colorida y entretenida, ¿no?

“En Estados Unidos alguna gente todavía cree que los mexicanos andamos en burro”, dice Jonás. “Esa es nuestra ventaja: para bien o para mal, nosotros conocemos todo o casi todo de ellos. Y ellos, por supuesto, que no. Así que se sorprenden con cada cosa”. Plastilina Mosh, debe decirse, no es una banda para mexicanos lejos de la madre patria (como El Tri, por ejemplo). El mapa global que tanto se regodean con remarcar en Estados Unidos y que la revista Spin bautizó bajo el dudoso rótulo de esperanto ago-gó (que incluye, en pie de igualdad, a Gus Gus, Air, Jay Jay Johanson y Cornelius por ejemplo) hace que Plastilina Mosh sea una rareza latina a punto de caramelo. Pero tampoco piénsese en estadios repletos de chicos blancos y alternativos (de esos que mueren por Offspring) clamando por sus ídolos café con leche. “Hemos pasado de todo, desde tocar para 4000 personas hasta de hacerlo para 8 o 10”, apunta Jonás, por lejos el más locuaz. “En Minneapolis o Connecticut, puro gringo y un buey (traducción: un chabón) perdido por ahí”, enumera Rosso.

-¿Se va a terminar la ola electrónica?

-J: No creo, pero volveremos hacia un balance entre los músicos en vivo y la tecnología. Así nos gusta a nosotros.

-R: Sonóricamente puede desarrollarse, técnicamente no creo que vaya a decaer. Pero siempre hay que saber que se puede sonar acústico y bien.

-J: Además, ¿quién te va sacar el gusto de tocar tu guitarra y hacer ruido con ella?