MARTA DILLON
¿Era
maná lo que caía del cielo? Parecía, por la forma
en que alimentaba los cuerpos que bailaban encima de las carrozas que
guiaban la octava marcha del orgullo gay, lésbico, travesti,
transexual y bisexual. Pero era nada más que una tormenta. Una
que parecía que iba a rasgar el cielo en mil partes y a dejarlo
ahí, en la Avenida de Mayo, para que lo pisen los que se empapaban,
felices por la caricia del agua. Y por las caricias en general, que
eran muchas. El sábado fue una fiesta. El viento aullaba por
las avenidas, volaban las pelucas de las travestis, se endurecían
los pezones de las chicas que los empuñaban, desnudos, como armas,
como escudos, pesaban las banderas que cargaban los H.I.J.O.S., se perdían
las voces que por los altoparlantes gritaban a brillar mi amor.
A brillar en contra de la hipocresía, a brillar para que se vea
y se oiga que no hay una sola manera de gozar, mucho menos una correcta
o natural. Gozar se goza cuando se es libre, cuando el deseo nos lleva
a donde se siente mejor, donde sabe crecer, a quien nos lo devuelve
más poderoso, más brillante, sin más miedos que
los que trae el amor (y no son pocos). Fue una fiesta de las buenas,
con fuegos artificiales y besos que estallaban como flores en primavera,
con una mención para los que no estaban y otra para los que sí,
especial, para los que asistían por primera vez con la cara descubierta
a la fiesta de la diversidad. Y entre los anfitriones hubo una, una
que fue la reina de la noche: Lohana Berkins, prendida al micrófono
como si de eso dependiera su destino, alentando a la multitud, pidiendo
besos, enseñando sus enormes tetas como esa isla con la que sueñan
los náufragos. Mucho más tarde, cuando los fuegos artificiales
se habían apagado y sobre la Plaza de Los Dos Congresos no quedó
más que un montón de charcos en los que se habían
mezclado los tacos aguja y los borceguíes y algunas lentejuelas
caídas de los trajes más brillantes, Lohana se tomó
su tiempo para contar otras cosas. Por ejemplo, de qué forma
fueron cambiando las ceremonias que despedían a sus compañeras
muertas, unas 80 entre las que se llevó el sida, las operaciones
mal hechas y las que asesinó la policía. Al final
brindábamos con champán en el cementerio. Y cómo
ser travesti te deja, en esta sociedad al margen de todo: de la familia,
de la escuela, del trabajo. Estábamos en familia mientras la
escuchábamos, esa familia de amigos que se construye sólo
con el afecto. Qué simpática es Lohana, es como
una tía más, me dijo mi hija cuando nos íbamos
después de haber bailado Shakira hasta caernos de risa. Con sus
12 recién cumplidos, Naná encontró esa manera de
decir que entendía de que se hablaba cuando se hablaba de orgullo
y por qué el sábado fue una fiesta.