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Jueves 11 de Noviembre de 1999
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MARTA DILLON

¿Era maná lo que caía del cielo? Parecía, por la forma en que alimentaba los cuerpos que bailaban encima de las carrozas que guiaban la octava marcha del orgullo gay, lésbico, travesti, transexual y bisexual. Pero era nada más que una tormenta. Una que parecía que iba a rasgar el cielo en mil partes y a dejarlo ahí, en la Avenida de Mayo, para que lo pisen los que se empapaban, felices por la caricia del agua. Y por las caricias en general, que eran muchas. El sábado fue una fiesta. El viento aullaba por las avenidas, volaban las pelucas de las travestis, se endurecían los pezones de las chicas que los empuñaban, desnudos, como armas, como escudos, pesaban las banderas que cargaban los H.I.J.O.S., se perdían las voces que por los altoparlantes gritaban “a brillar mi amor”. A brillar en contra de la hipocresía, a brillar para que se vea y se oiga que no hay una sola manera de gozar, mucho menos una correcta o natural. Gozar se goza cuando se es libre, cuando el deseo nos lleva a donde se siente mejor, donde sabe crecer, a quien nos lo devuelve más poderoso, más brillante, sin más miedos que los que trae el amor (y no son pocos). Fue una fiesta de las buenas, con fuegos artificiales y besos que estallaban como flores en primavera, con una mención para los que no estaban y otra para los que sí, especial, para los que asistían por primera vez con la cara descubierta a la fiesta de la diversidad. Y entre los anfitriones hubo una, una que fue la reina de la noche: Lohana Berkins, prendida al micrófono como si de eso dependiera su destino, alentando a la multitud, pidiendo besos, enseñando sus enormes tetas como esa isla con la que sueñan los náufragos. Mucho más tarde, cuando los fuegos artificiales se habían apagado y sobre la Plaza de Los Dos Congresos no quedó más que un montón de charcos en los que se habían mezclado los tacos aguja y los borceguíes y algunas lentejuelas caídas de los trajes más brillantes, Lohana se tomó su tiempo para contar otras cosas. Por ejemplo, de qué forma fueron cambiando las ceremonias que despedían a sus compañeras muertas, unas 80 entre las que se llevó el sida, las operaciones mal hechas y las que asesinó la policía. “Al final brindábamos con champán en el cementerio.” Y cómo ser travesti te deja, en esta sociedad al margen de todo: de la familia, de la escuela, del trabajo. Estábamos en familia mientras la escuchábamos, esa familia de amigos que se construye sólo con el afecto. “Qué simpática es Lohana, es como una tía más”, me dijo mi hija cuando nos íbamos después de haber bailado Shakira hasta caernos de risa. Con sus 12 recién cumplidos, Naná encontró esa manera de decir que entendía de que se hablaba cuando se hablaba de orgullo y por qué el sábado fue una fiesta.