MARTA DILLON
Otra
vez sopa. Otra vez la misma incertidumbre y un hombre sin rostro cuenta
en la tele las penurias de recibir sus medicamentos fragmentados, de
a cuatro o cinco tomas, yendo y viniendo de lo que queda del PAMI, arrastrando
con él lo que queda de su dignidad. Sí, salió en
la tele, salió en los diarios. Pero no es un tema de la agenda
pública la cantidad de gente sin asistencia. Los que ven cómo
la seguridad que habían depositado en los nuevos tratamientos
se diluye gracias a la indiferencia y a la corrupción. Los corruptos
no cometen la gracia de quedarse con los vueltos. Los corruptos matan
gente y lo hacen lentamente, con incontables sufrimientos. El paciente
que lo cuenta en cámara no tiene cara, está deformada
para que no lo vean. Porque eso es también lo que hace esta sociedad:
pretende avergonzarnos porque llevamos en el cuerpo un virus que les
habla de otra corrupción, la del cuerpo, un cuerpo que puede
ofender el ideal de la juventud eterna que se cultiva todos los días
en quirófanos y gimnasios. Alguien que vive con vih no puede
trabajar en todos lados, aunque ninguna de sus capacidades esté
inhibida. No puede porque instala el miedo. El miedo al contagio o a
tener que pagar indemnizaciones o tal vez que alguna vez se enferme
y falte al trabajo, porque enfermarse está mal visto. Como en
la escuela n¼ 6 de La Plata, en la que de buenas a primeras aparecieron
en los recreos maestros con guantes y barbijo porque se dijo que allí
concurrían alumnos infectados. Y los padres exigieron
saber quiénes eran. ¿Para qué? ¿Tal vez
movidos por aquella campaña que pedía Avisá?
¿Para qué cuernos sirven los barbijos y los guantes en
un recreo escolar? ¿Qué pasa con un niño que sabe
que toda esa parafernalia es porque sus maestros le temen? ¿Qué
pasa con un niño o una niña que tiene alguno de sus padres
infectados y no ve en su casa tanta precaución mal entendida?
¿Desconfiará de sus padres o se quedará en un rincón
del patio ocultando su verdad, condenado al silencio, marginado? Dijeron
desde la Dirección Provincial de Escuelas que se trataba sólo
de una prueba piloto de prevención. Y el sinsentido es cada vez
más grave, ¿de qué tienen miedo, de que algún
niño o niña se lastime y le salga sangre, que esa sangre
salpique y milagrosamente entre en el torrente sanguíneo de gente
sana y sin mácula? Si alguien se lastima, no hay más que
llevarlo al baño y pedirle que se lave, o tomar un pañuelito
y tapar la herida antes de ponerla baño la camilla. Si en las
escuelas se producen accidentes de tan alto riesgo que merecen material
quirúrjico para ser atendidos, lo que se necesita es otro tipo
de prevención, lo que se necesita es trabajar sobre la violencia.
Una violencia que se sufre en los hogares más pobres cuando no
hay que comer, que sufren las mujeres a manos de hombres frustrados
y temerosos de lo que vendrá, que sufrimos todos cuando por atrapar
un ladrón se mata sin dudar a culpables e inocentes. Esos son
los verdaderos riesgos que hay que prevenir, las desigualdades tan violentas
que la misma enfermedad que a uno le toma dos días en cama, en
el norte se lleve a los chicos a la muerte. Y mientras tanto se recortan
los presupuestos de salud, aumentan los enfermos, pero hay menos dinero
para tratamientos. ¿Cómo van a elegir a los que se queden
afuera? ¿Cómo le van a explicar a ese nene que guarda
silencio en un rincón del patio que todos somos iguales para
la ley?