THE GUARDIAN DE GRAN BRETAÑA
Por
John Hooper y Kate Connolly
Desde
Viena
Está al borde de lo increíble.
El país de La novicia rebelde se ha vuelto un Estado paria. ¿Qué
pasó?
Este es un modo de verlo: "Austria no es sólo el país
de los famosos caballos Lipizzaner, Mozart, Los Niños Cantores de Viena y
las tortas de crema. Bajo la brillosa superficie operan fuertes políticas
de poder respaldadas por la intriga, la corrupción y el abuso de los
privilegios (...). La Segunda República ha estado caracterizada por el
dominio de dos partidos políticos principales. Por un lado, el
conservador Partido Popular (OVP), conocido como "los negros", y
por el otro el Partido Socialista, conocido como "los rojos"
(...). La influencia de ambos ha ido mucho más allá del gobierno y ha
presidido sobre la totalidad del tejido socio-económico de Austria. No sólo
los bancos y las compañías de seguros son rojos o negros, sino también
hospitales e incluso clubes deportivos y automovilísticos. El número de
afiliaciones partidarias es desconcertantemente alto, desde que la
"libreta partidaria" es el pasaporte para un trabajo, un
departamento y una promoción.
El autor de estas líneas es
Joerg Haider, cuyo ultraderechista Partido de la Libertad se convirtió
anteayer en el socio dominante de una coalición de gobierno con los
"negros" al final de una de las semanas más tumultuosa de la
historia reciente de Austria. El pasaje citado viene de su libro La
libertad como yo la entiendo, publicado hace cinco años.
El éxito de Haider es en
gran parte un producto del hartazgo con el amiguismo y la corrupción
entre personas que no necesariamente comparten sus puntos de vista en
otras cuestiones. Las encuestadoras estiman que la mitad de la gente que
le dio un 27 por ciento de los votos en las elecciones generales de
octubre último anteriormente era partidaria de la izquierda.
"Alrededor de un tercio de los votantes del Partido de la Libertad no
votarían por Haider como canciller --dice el profesor Wolfgang Bachmeyer
del instituto de opinión pública OGM--. Lo quieren como un tábano en la
carne del viejo sistema."
Además de populista, Haider
es un bromista. Cuando estaba haciendo campaña contra el ingreso de
Austria en la Unión Europea, sostenía un frasco de yogur frente a las cámaras
de televisión y, con una sonrisa de oreja a oreja, decía a los
televidentes que entrar a la UE significaría permitir que Bruselas
pusiera piojos en sus comidas. Aparentemente estaba aludiendo a la
cochinilla, que se hace de las caparazones secas de algunos insectos
sudamericanos.
En cierto sentido, su
ascenso al poder es sintomático de un fenómeno más amplio: la revuelta
contra los dudosos manejos de poder a los que se permitió sobrevivir en
los Estados de la línea del frente de la Guerra Fría. Es lo que está
detrás de las crisis en las democracias cristianas, tanto la de hoy en
Alemania como la de los tempranos '90 en Italia, que llevó a la formación
de un gobierno que incluyó a los "posfascistas" de Gianfranco
Fini.
Lo
que muchos austríacos quieren saber es por qué los gobiernos europeos,
que hicieron poco más que emitir unas leves sorpresas entonces, ahora
reaccionan ante Austria con medidas tan draconianas. Y la respuesta que más
les gusta es que ocho millones de austríacos son más difíciles de
ignorar que 58 millones de italianos.
Pero hay otros factores. Mientras el objetivo de Fini ha sido
volverse cada vez más respetable, el de Haider sigue siendo el exacto
opuesto. Incluso ya ha comenzado a asustar a algunos de sus propios
partidarios. El ascenso del Partido de la Libertad debe mucho al apoyo del
diario de formato tabloid Kronen Zeitung, que llega a casi la mitad
del público consumidor de diarios. "Algunos de los columnistas más
viejos lo apoyaron porque ofrecía algo nuevo, y querían darle una
oportunidad. Pero perdió el apoyo de ellos porque se volvió demasiado
grande", dice Dieter Kindermann, corresponsal político del diario.
"Oiganlo a Haider
haciendo campaña en una cervecería --dice Hans Rauscher, columnista político
del diario de tendencia a la izquierda Der Etandard--. Si un político
alemán dijera esas cosas, ya habría desaparecido del mapa. Aquí se lo
tolera. Incluso se lo festeja."
Como Italia, Austria nunca
ha hecho un examen verdadero de su pasado. Del mismo modo que los
italianos usaron los sacrificios de sus partisanos para crear el mito de
un país en contradicción con sus líderes, así los austríacos usaron
la anexión por Alemania en 1938 para crear el mito de que habían sido
las víctimas y los instrumentos voluntarios de la agresión nazi. La
relevancia actual de todo esto está saliendo a la superficie bajo la
forma de un disgusto socialmente tolerado contra los inmigrantes.
"La xenofobia ha
crecido rápidamente en la Austria de los últimos años, especialmente
desde que se abrieron las fronteras con los ex países comunistas --dice
el profesor Bachmeyer--. Y surge de la observación por parte de prácticamente
todo el mundo en este país, especialmente en el este, de que los
trabajadores que vienen del este son una competencia muy dura, y que, si
no más capacitados, están mucho más motivados."
Sin embargo, como el mismo
Bachmeyer reconoce sin hesitar, la economía austríaca está en boom y el
desempleo es bajo. De hecho, algunas industrias, como la del turismo, no
pueden encontrar la mano de obra que necesitan.
Pero la cuestión es que el
racismo en Europa central difícilmente puede confinarse a Austria. Y la
reacción de la UE la semana pasada puede impulsar las crecientes
preocupaciones en otras capitales europeas sobre el desafío a sus valores
que presentan las incorporaciones que se vienen de la República Checa,
Hungría y Polonia --donde el racismo más crudo está en auge-- a la UE.
Lo que preocupa al profesor
Bachmeyer es que la reacción pueda resultar contraproducente. Amenaza con
poner en peligro la prosperidad austríaca, y por lo tanto afila el mismo
sentimiento antiinmigrante que quiere reprobar. Lo que es más, las
encuestas confirman que ha alterado el sentimiento político del modo que
los choques y protestas del viernes en Viena parecen sugerir.
La presión internacional, dice Bachmeyer, "está creando dos
cosas: polarización y solidaridad dentro de cada grupo polarizado. El
centro está hundiéndose y moviéndose hacia los extremos, y eso es lo
peor que puede ocurrirle a una democracia".
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