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DONALD CAMERON WATT, EXPERTO EN NEONAZISMO
 ï¿½Todo esto podría ayudarlo�

De la noche a la mañana, Europa amaneció con un gobierno neonazi en su propio seno. Pero el proceso no ocurrió de la noche a la mañana, como en estas páginas lo explican el historiador inglés Donald Cameron Watt y otros expertos.

Una manifestante inglesa antinazi en Londres.
La marcha fue ayer, ante la sede del gobierno.


 

Página/12 En Gran Bretaña
Por Marcelo Justo
Desde Londres

t.gif (862 bytes) Autor de más de 13 libros sobre historia internacional, especializado en nazismo, el profesor emérito de la London School of Economics and Social Sciences, Donald Cameron Watt considera excesivos los temores que ha generado el ascenso político de Jörg Haider. En el curso de una entrevista con Página/12 Cameron Watt calificó de "desagradable" al político austríaco y advirtió que el rechazo internacional que está causando puede favorecer su causa.
  --¿Cómo caracterizaría a Haider?
  --Es un animal político, ambicioso, oportunista. No va a apostar a la carta pangermánica. Es un político de provincia que ha conseguido cierto espacio gracias a sus posturas nacionalistas. Si la política xenófoba y antiinmigrante no aumenta su popularidad en Austria, será posible negociar políticamente con él.
  --¿Tiene sentido plantear un paralelo entre Haider y Hitler?
  --Haider no es Hitler. El ascenso de Hitler al poder se produjo en el marco de una economía hiperinflacionaria y de la desintegración nacional de Alemania tras la Primera Guerra Mundial. Todo esto no tiene nada que ver con la Austria de las últimas décadas, que tiene una economía sólida, y que escapó el fenómeno inflacionario que aquejó a muchas economías europeas, porque los empresarios y sindicatos acordaban precios y salarios anualmente. Haider seguirá apostando a la carta antiinmigrante porque le ha dado rédito político. Es un animal político, no muy agradable que digamos, pero que operará en el contexto de la Europa actual.
  --Sin embargo, daría la impresión que la Unión Europea y otros países toman el paralelo muy en serio.
  --Me sorprende el grado de reacción que ha provocado Haider en la Unión Europea. En parte refleja el temor de cada país a sus propios movimientos de extrema derecha. En Francia, la extrema derecha ha crecido especialmente por la inmigración argelina. En Italia, sobre todo el norte, hay mucha oposición a la inmigración, especialmente la inmigración africana. En Alemania Oriental, hay una juventud que no tiene ninguna idea de democracia. A la elite europea, evidentemente le preocupa que este fenómeno pueda propagarse.
  --¿Le parece posible que Haider sea un catalizador de otras fuerzas de extrema derecha en Europa?
  --Por el momento no. La economía europea no está funcionando demasiado bien, y hay un problema bastante sustancial de desempleo. Pero todavía no hay condiciones como para que se convierta en un problema preocupante. Por supuesto, si hubiera una depresión las cosas cambiarían.
  --¿Le parece que las medidas que tomó la Unión Europea contra Austria son contraproducentes?
  --Pueden serlo porque pueden aumentar su imagen de político nacional que no teme enfrentarse a las grandes potencias. Personalmente, creo que deberían haberlo ignorado. Pero hay mucha gente a la que Haider le despierta recuerdos muy desagradables sobre lo que padecieron sus familias como consecuencia del nazismo. Y por supuesto, Israel lo encuentra totalmente inaceptable.
  --¿Cuál es el futuro político de Haider?
 --Todo depende de su habilidad política para potenciar ese apoyo que tiene en las provincias y las zonas rurales, y extenderlo al resto del país. Tiene una firme base en la provincia que gobierna, Carintia, que es una sociedad católica. También ha conseguido conquistar muchos votos del nacionalismo secular. Puede extender este apoyo a ciudades no muy industrializadas, conquistando a la pequeña burguesía. Creo que lo definitorio será hasta qué punto puede robarle a su compañero de coalición, el Partido Popular, su base de apoyo. La política de posguerra en Austria estuvo dividida entre conservadores y socialistas. La cuestión es si Haider está rompiendo ese molde, que era no sólo un sistema político sino un andamiaje económico y social del que muchas veces dependía el trabajo y la posición social de los individuos. En fin. No me gustaría profetizar demasiado. Tampoco me gustaría, en estos momentos, ser austríaco.

La policía de Noruega ante una protesta contra Haider. 
Eran antinazis furiosos ante la embajada austríaca en Oslo.

Europa ante la bestia negroparda

 Por Raniero La Valle*

¿Qué hacer con Haider?

Ahora que se ha constituido un gobierno con el partido de Haider, no se puede pensar en bombardear Viena, y menos aún en romper las relaciones diplomáticas hasta tanto el gobierno y el Estado austríaco no realicen actos que efectivamente violen los sacrosantos principios reivindicados por la Unión Europea y pongan en práctica comportamientos xenófobos y racistas. Ante la falta de violaciones efectivas al derecho comunitario, no se puede aplicar ninguna sanción, ni colectiva ni a nivel bilateral. Este es, en efecto, un principio enraizado en la civilización europea que establece que "no hay pena sin leyes", pero, por consiguiente, "no hay pena sin crimen". Establecer sanciones sólo para honrar un ultimátum ("este gobierno no debe existir") pondría en marcha un ciclo perverso ya experimentado en el conflicto de la ex Yugoslavia, con las desastrosas consecuencias que conocemos. Europa no puede permitirse crear en su seno dos o más Yugoslavias, sin tener los papeles en regla sobre sus irrefutables motivos. Tampoco puede crear en su seno otra Argelia, donde la anulación autoritaria del resultado electoral, que había premiado al fundamentalismo islámico, ha provocado una inhumana guerra civil y un desencadenamiento de los espíritus salvajes a los que se pretendía contener. Sin embargo, Europa debe hacer creíble su reacción al nazismo. La actitud que tuvo frente al conflicto en Austria fue sobresaltada, de gran impacto emotivo y pedagógicamente eficaz, pero ha sido la primera en 50 años, y con los sobresaltos no se hace una política ni se consagra un derecho. Mucho se ha consentido, o se ha querido ignorar que la cultura de la que han tomado sus orígenes el nazismo y el fascismo tiene fuertes raíces en Europa. Cuando en 1988, en el 50º aniversario de La Noche de los Cristales, la conciencia democrática alemana encontró una extraordinaria expresión cuando el discurso del presidente del Bundestag, Philippe Jenninger, que descubrió las causas del nazismo en las actitudes antisemitas, antiparlamentarias, antipartidarias, deseosas de grandeza y riqueza, presentes en la cultura y la sociedad alemanas, así como en el círculo de los secuaces más cercanos a Hitler, fue refutado y su autor forzado a renunciar a su cargo. Jenninger lo decía para que el resurgimiento del nazismo y el fascismo fuera interceptado y bloqueado desde su premisa más básica, pero Alemania no quería ver lo que Brecht había revelado tanto tiempo atrás: "Atención, el vientre que ha engendrado a ese monstruo está siempre embarazado". Al contrario, y no sólo en Alemania, el nazismo ha sido asumido como el emblema de un mal absoluto, pero fuera de la historia, cuando no ha sido evocado de modo meramente instrumental para sostener las acusaciones contra el enemigo a abatir, Saddam Hussein, Milosevic y, naturalmente, el comunismo. Por eso, para dar credibilidad a la sobresaltada reacción, se deberían tomar medidas más eficaces, quizá costosas, y más duraderas. En Austria debería constituirse un "grupo observador" para monitorear los actos concretos de gobierno y el desarrollo de la legislación, y sobre esta base proponer las medidas de salvaguardia y control necesarias. En Europa debería darse una Constitución, expresada por el Parlamento Europeo, que recogiera e integrara los principios y derechos fundamentales actualmente diseminados en los pliegos de la normativa económica de los tratados fundantes, y frecuentemente en conflicto con ellos. Sería necesario superar la lógica de Schengen, que levanta una cortina alrededor de Europa para preservarla de nuevos bárbaros, y que hace valer un "derecho fuerte" contra el derecho de los débiles. Sería necesaria una Carta Europea de Derechos de los Extranjeros e Inmigrantes, que contuviese al menos el principio del Código de Hammurabi, de 3700 años de antigüedad: "Que el fuerte no pueda oprimir al débil". Y en Italia se debería comenzar por cerrar los campos de detención de inmigrantes, no hacer la guerra corsaria contra los refugiados albaneses, y aplicar las cláusulas de los pactos internacionales sobre derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales, que no contemplan la última discriminación, la de la ciudadanía.

 

  * Opinión publicada en Il Manifesto.

LUC BONDY*

Lo que temo desde Viena

  Todo lo que yo temo, sucedió con la llegada del Partido Popular austríaco al poder:
 
que numerosos periodistas me incluyan en sus emisiones llamándome por teléfono y preguntándome si me quedo o no en Viena, ahora que los camisas azules están ahí;
  que si balbuceo "no... sí... no sé" me reprochen no tomar una posición clara. Esta persona me advirtió que no fuera el último en irme de Austria y de servir de coartada judío-suiza al gobierno. No querría quedarme solo en Austria;
  que del año 2000 nazca el año 1968 (en el sentido en que los valores extremos se condicionan mutuamente) y que nos desviemos de los problemas que abrigan aspectos totalitarios: por ejemplo, si la Internet controlará el planeta;
  que cada uno me pregunte cómo voy a reaccionar a esto en mi programación y que eso pueda alejarme del verdadero sentido de mi trabajo.
  Pero también temo:
  tener que decir algo del escándalo que representa una coalición tal en el Wiener Festwochen, sin el cual, mi presencia no tendría ningún sentido;
--no poder decir tampoco precisamente-- lo que podría dar tal teatro: que en esas circunstancias, los lugares indicados para la revuelta y la protesta son más bien las calles y los anfiteatros de las universidades;
  que eso no sea para nada, realmente una buena inspiración para un teatro verdaderamente serio y que no me da ningún placer trabajar en esa atmósfera;
  no poder cumplir con mi trabajo porque, ciertos grupos europeos, siguiendo el ejemplo de la Unión Europea, no vendrían más y así el carácter internacional del Festwochen perdería el sentido;
  que las perspectivas de éxito de los partidos populistas en otros países parecieran más probables en caso de un vacío de poder como el que conoce ahora Austria;
  que la verdadera protesta no provenga del país donde eso tiene lugar y que uno se vea tentado a pensar: el pueblo tiene el gobierno que merece y quizás que hasta los adversarios del gobierno lo desean en el fondo de ellos mismos (¿por qué no bajaron a la calle ellos mismos, como hubiera sucedido en Francia?);
 
que la decisión de la Unión Europea no haya tenido ninguna influencia sobre la "razón" de M. Schüssel (jefe de filas de los conservadores austríacos) y de otros austríacos (como todos pensaban) y no aporten otra cosa que electores suplementarios para Joerg Haider, que tranquilamente van a continuar atizando su mal humor en un espléndido aislamiento;
  que mi farmacéutico en París, Mme. Fisch, me diga, como ayer, que nosotros (mi familia) deberíamos inmediatamente volver sin ni siquiera hacer las valijas y que yo tuviera que explicarle que la situación sin duda es desagradable, pero no estamos todavía en la Noche de Cristal; pero que, por cierto, aquellos en Viena que jamás amaron a los judíos (como a otros extranjeros a sus ojos) sentirán todavía menos vergüenza de decirlo en voz alta, ahora que su partido está en el gobierno;
  que eventualmente M. Haider venga a verme en sueños para hablarme de su problema con Chirac y que yo me proponga como mediador.

   * Director de los "Wiener Festwochen".

 

De Julie Andrews a Joerg, trama de un país imposible

 

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