Página/12 En Gran Bretaña
Por Marcelo Justo Desde Londres
Autor de más de 13 libros
sobre historia internacional, especializado en nazismo, el profesor emérito
de la London School of Economics and Social Sciences, Donald Cameron Watt
considera excesivos los temores que ha generado el ascenso político de Jörg
Haider. En el curso de una entrevista con Página/12 Cameron Watt
calificó de "desagradable" al político austríaco y advirtió
que el rechazo internacional que está causando puede favorecer su causa.
--¿Cómo caracterizaría
a Haider?
--Es un animal político, ambicioso, oportunista. No va a apostar a
la carta pangermánica. Es un político de provincia que ha conseguido
cierto espacio gracias a sus posturas nacionalistas. Si la política xenófoba
y antiinmigrante no aumenta su popularidad en Austria, será posible
negociar políticamente con él.
--¿Tiene sentido
plantear un paralelo entre Haider y Hitler?
--Haider no es Hitler. El
ascenso de Hitler al poder se produjo en el marco de una economía
hiperinflacionaria y de la desintegración nacional de Alemania tras la
Primera Guerra Mundial. Todo esto no tiene nada que ver con la Austria de
las últimas décadas, que tiene una economía sólida, y que escapó el
fenómeno inflacionario que aquejó a muchas economías europeas, porque
los empresarios y sindicatos acordaban precios y salarios anualmente.
Haider seguirá apostando a la carta antiinmigrante porque le ha dado rédito
político. Es un animal político, no muy agradable que digamos, pero que
operará en el contexto de la Europa actual.
--Sin embargo, daría la
impresión que la Unión Europea y otros países toman el paralelo muy en
serio.
--Me sorprende el grado de
reacción que ha provocado Haider en la Unión Europea. En parte refleja
el temor de cada país a sus propios movimientos de extrema derecha. En
Francia, la extrema derecha ha crecido especialmente por la inmigración
argelina. En Italia, sobre todo el norte, hay mucha oposición a la
inmigración, especialmente la inmigración africana. En Alemania
Oriental, hay una juventud que no tiene ninguna idea de democracia. A la
elite europea, evidentemente le preocupa que este fenómeno pueda
propagarse.
--¿Le parece posible que
Haider sea un catalizador de otras fuerzas de extrema derecha en Europa?
--Por el momento no. La
economía europea no está funcionando demasiado bien, y hay un problema
bastante sustancial de desempleo. Pero todavía no hay condiciones como
para que se convierta en un problema preocupante. Por supuesto, si hubiera
una depresión las cosas cambiarían.
--¿Le parece que las
medidas que tomó la Unión Europea contra Austria son contraproducentes?
--Pueden serlo porque pueden
aumentar su imagen de político nacional que no teme enfrentarse a las
grandes potencias. Personalmente, creo que deberían haberlo ignorado.
Pero hay mucha gente a la que Haider le despierta recuerdos muy
desagradables sobre lo que padecieron sus familias como consecuencia del
nazismo. Y por supuesto, Israel lo encuentra totalmente inaceptable.
--¿Cuál es el futuro
político de Haider?
--Todo
depende de su habilidad política para potenciar ese apoyo que tiene en
las provincias y las zonas rurales, y extenderlo al resto del país. Tiene
una firme base en la provincia que gobierna, Carintia, que es una sociedad
católica. También ha conseguido conquistar muchos votos del nacionalismo
secular. Puede extender este apoyo a ciudades no muy industrializadas,
conquistando a la pequeña burguesía. Creo que lo definitorio será hasta
qué punto puede robarle a su compañero de coalición, el Partido
Popular, su base de apoyo. La política de posguerra en Austria estuvo
dividida entre conservadores y socialistas. La cuestión es si Haider está
rompiendo ese molde, que era no sólo un sistema político sino un
andamiaje económico y social del que muchas veces dependía el trabajo y
la posición social de los individuos. En fin. No me gustaría profetizar
demasiado. Tampoco me gustaría, en estos momentos, ser austríaco.
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La policía de Noruega ante una protesta contra Haider.
Eran antinazis furiosos ante la embajada austríaca en Oslo. |
Europa ante la bestia negroparda
Por
Raniero La Valle*
¿Qué
hacer con Haider?
Ahora
que se ha constituido un gobierno con el partido de Haider, no se
puede pensar en bombardear Viena, y menos aún en romper las
relaciones diplomáticas hasta tanto el gobierno y el Estado austríaco
no realicen actos que efectivamente violen los sacrosantos principios
reivindicados por la Unión Europea y pongan en práctica
comportamientos xenófobos y racistas. Ante la falta de violaciones
efectivas al derecho comunitario, no se puede aplicar ninguna sanción,
ni colectiva ni a nivel bilateral. Este es, en efecto, un principio
enraizado en la civilización europea que establece que "no hay
pena sin leyes", pero, por consiguiente, "no hay pena sin
crimen". Establecer sanciones sólo para honrar un ultimátum
("este gobierno no debe existir") pondría en marcha un
ciclo perverso ya experimentado en el conflicto de la ex Yugoslavia,
con las desastrosas consecuencias que conocemos. Europa no puede
permitirse crear en su seno dos o más Yugoslavias, sin tener los
papeles en regla sobre sus irrefutables motivos. Tampoco puede crear
en su seno otra Argelia, donde la anulación autoritaria del resultado
electoral, que había premiado al fundamentalismo islámico, ha
provocado una inhumana guerra civil y un desencadenamiento de los espíritus
salvajes a los que se pretendía contener. Sin embargo, Europa debe
hacer creíble su reacción al nazismo. La actitud que tuvo frente al
conflicto en Austria fue sobresaltada, de gran impacto emotivo y pedagógicamente
eficaz, pero ha sido la primera en 50 años, y con los sobresaltos no
se hace una política ni se consagra un derecho. Mucho se ha
consentido, o se ha querido ignorar que la cultura de la que han
tomado sus orígenes el nazismo y el fascismo tiene fuertes raíces en
Europa. Cuando en 1988, en el 50º aniversario de La Noche de los
Cristales, la conciencia democrática alemana encontró una
extraordinaria expresión cuando el discurso del presidente del
Bundestag, Philippe Jenninger, que descubrió las causas del nazismo
en las actitudes antisemitas, antiparlamentarias, antipartidarias,
deseosas de grandeza y riqueza, presentes en la cultura y la sociedad
alemanas, así como en el círculo de los secuaces más cercanos a
Hitler, fue refutado y su autor forzado a renunciar a su cargo.
Jenninger lo decía para que el resurgimiento del nazismo y el
fascismo fuera interceptado y bloqueado desde su premisa más básica,
pero Alemania no quería ver lo que Brecht había revelado tanto
tiempo atrás: "Atención, el vientre que ha engendrado a ese
monstruo está siempre embarazado". Al contrario, y no sólo en
Alemania, el nazismo ha sido asumido como el emblema de un mal
absoluto, pero fuera de la historia, cuando no ha sido evocado de modo
meramente instrumental para sostener las acusaciones contra el enemigo
a abatir, Saddam Hussein, Milosevic y, naturalmente, el comunismo. Por
eso, para dar credibilidad a la sobresaltada reacción, se deberían
tomar medidas más eficaces, quizá costosas, y más duraderas. En
Austria debería constituirse un "grupo observador" para
monitorear los actos concretos de gobierno y el desarrollo de la
legislación, y sobre esta base proponer las medidas de salvaguardia y
control necesarias. En Europa debería darse una Constitución,
expresada por el Parlamento Europeo, que recogiera e integrara los
principios y derechos fundamentales actualmente diseminados en los
pliegos de la normativa económica de los tratados fundantes, y
frecuentemente en conflicto con ellos. Sería necesario superar la lógica
de Schengen, que levanta una cortina alrededor de Europa para
preservarla de nuevos bárbaros, y que hace valer un "derecho
fuerte" contra el derecho de los débiles. Sería necesaria una
Carta Europea de Derechos de los Extranjeros e Inmigrantes, que
contuviese al menos el principio del Código de Hammurabi, de 3700 años
de antigüedad: "Que el fuerte no pueda oprimir al débil".
Y en Italia se debería comenzar por cerrar los campos de detención
de inmigrantes, no hacer la guerra corsaria contra los refugiados
albaneses, y aplicar las cláusulas de los pactos internacionales
sobre derechos civiles, políticos, económicos, sociales y
culturales, que no contemplan la última discriminación, la de la
ciudadanía.
* Opinión publicada en Il Manifesto.
LUC
BONDY*
Lo
que temo desde Viena
Todo lo que yo temo, sucedió con la llegada del Partido
Popular austríaco al poder:
que numerosos periodistas me incluyan en sus emisiones llamándome por
teléfono y preguntándome si me quedo o no en Viena, ahora que los
camisas azules están ahí;
que si balbuceo "no... sí... no sé" me reprochen no
tomar una posición clara. Esta persona me advirtió que no fuera el
último en irme de Austria y de servir de coartada judío-suiza al
gobierno. No querría quedarme solo en Austria;
que del año 2000 nazca el año 1968 (en el sentido en que los valores
extremos se condicionan mutuamente) y que nos desviemos de los
problemas que abrigan aspectos totalitarios: por ejemplo, si la
Internet controlará el planeta;
que cada uno me pregunte cómo voy a reaccionar a esto en mi
programación y que eso pueda alejarme del verdadero sentido de mi
trabajo.
Pero también temo:
tener que decir algo del escándalo que representa una coalición tal
en el Wiener Festwochen, sin el cual, mi presencia no tendría
ningún sentido;
--no poder decir tampoco precisamente-- lo que podría dar tal teatro:
que en esas circunstancias, los lugares indicados para la revuelta y
la protesta son más bien las calles y los anfiteatros de las
universidades;
que eso no sea para nada, realmente una buena inspiración para un
teatro verdaderamente serio y que no me da ningún placer trabajar en
esa atmósfera;
no poder cumplir con mi trabajo porque, ciertos grupos europeos,
siguiendo el ejemplo de la Unión Europea, no vendrían más y así el
carácter internacional del Festwochen perdería el sentido;
que las perspectivas de éxito de los partidos populistas en otros países
parecieran más probables en caso de un vacío de poder como el que
conoce ahora Austria;
que la verdadera protesta no provenga del país donde eso tiene lugar
y que uno se vea tentado a pensar: el pueblo tiene el gobierno que
merece y quizás que hasta los adversarios del gobierno lo desean en
el fondo de ellos mismos (¿por qué no bajaron a la calle ellos
mismos, como hubiera sucedido en Francia?);
que la decisión de la Unión Europea no haya tenido ninguna
influencia sobre la "razón" de M. Schüssel (jefe de filas
de los conservadores austríacos) y de otros austríacos (como todos
pensaban) y no aporten otra cosa que electores suplementarios para
Joerg Haider, que tranquilamente van a continuar atizando su mal humor
en un espléndido aislamiento;
que mi farmacéutico en París, Mme. Fisch, me diga, como ayer, que
nosotros (mi familia) deberíamos inmediatamente volver sin ni
siquiera hacer las valijas y que yo tuviera que explicarle que la
situación sin duda es desagradable, pero no estamos todavía en la
Noche de Cristal; pero que, por cierto, aquellos en Viena que jamás
amaron a los judíos (como a otros extranjeros a sus ojos) sentirán
todavía menos vergüenza de decirlo en voz alta, ahora que su partido
está en el gobierno;
que eventualmente M. Haider venga a verme en sueños para hablarme de
su problema con Chirac y que yo me proponga como mediador.
* Director de los
"Wiener Festwochen".
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De Julie Andrews a
Joerg, trama de un país imposible
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