OPINION
El
fin de un largo camino
Vida y obra del último menemista
Por Susana Viau
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Desde
que este diario descubrió a un grupo de prestadores pagando
coimas
en el hall del Banco Crédito, presidido por el hoy secretario
de la SIDE, Fernando de Santibañes, el Instituto
se convirtió en un símbolo. Sus 2400 millones de presupuesto
anual eran una formidable caja de recaudación personal y política;
sus 4 millones de beneficiarios, un extraordinario semillero electoral.
Aquel episodio puso en primer plano al próximo jefe del Gobierno
de la Ciudad, Aníbal Ibarra con un rol protagónico
en la denuncia de los sucesos y provocó el hundimiento
de las aspiraciones de la titular del PAMI, Matilde Menéndez.
Víctor Alderete, otro incondicional de Carlos Menem, iba a
lograr la hazaña de empardarla en la dimensión del escándalo
y en la veintena de procesos. Aunque la suerte y los jueces le fueron
a Alderete, Víctor, menos benignos que a la mujer más
fuerte del menemismo.
La anécdota, quizá no demasiado rigurosa, corrió
tanto que acabó haciéndose indiscutible: cuenta que,
al momento de resolver quién reemplazaría a Matilde,
Menem sentenció: Alderete. Por equívoco
o por viveza, sus colaboradores se apresuraron a buscar a Alderete,
Carlos, ex secretario General de Luz y Fuerza, y montarlo en el helicóptero
que lo transportaría a la Residencia de Olivos. Y quedó
Alderete, Carlos. No obstante, Alderete, Víctor, supo esperar.
Ucedeísta, abogado, empresario de la salud, aprovechó
su vieja afición al golf para cobijarse bajo el ala del ex
presidente que aquí, en Buenos Aires, había descubierto
que el dominio de los palos era un atributo de empresarios, millonarios
y políticos importantes. Sudando al sol o tiritando de frío
acompañó al ex presi y trotó por
los links, festejando los chistes y los triunfos de un jefe al que
no le gustaba perder ni a las bolitas.
Alderete, Víctor, se integró como anillo al dedo a este
curioso nuevo estilo de administrar lo público con la flor
y nata de lo privado. El ex ministro de Educación Antonio Salonia
había desembarcado procedente de su colegio pago; el ministro
de Salud Alberto Maza de la empresa Galeno; él venía
del corazón de las prepagas y de la titularidad de la cámara
que las nucleaba. Había sido gerente general de TIM, socio
fundador de Diagnos, de la clínica Finocchietto, interventor
en el Instituto Bancario de Servicios Sociales, donde su primera medida
fue la de pagar la deuda que éste tenía... con Diagnos.
Lo cierto es que la salud no era su único negocio. En 1982,
al día siguiente del enloquecido desembarco en Malvinas, fundó
SMC, una sociedad dedicada a exportar e importar una amplia variedad
de mercancías. Tal vez la fundamental no figuraba, dado el
percal de los socios titulares: Guillermo Suárez Mason y Ramón
Camps (de ahí la sigla de firma). Junto a esos nombres estaban
los de los hermanos Hernán y Wenceslao Bunge y el de un abogado
que, igual que Hernán Bunge, había pasado por TIM: Roberto
de Filippis. Se asegura que, en el fondo, Alderete soñaba con
el Ministerio de Salud. No pudo obtenerlo, tal vez porque Maza tenía
una virtud de la que él carecía: la opacidad.
Con Alderete, Víctor, en PAMI se acabaron los tira y afloje
con la administración nacional. El instituto fue puesto a los
pies de Carlos Menem y de su presupuesto y sus centros de jubilados
salieron el dinero y los ómnibus cargados de ancianos y empleados
de la casa para agradecerle, honrarlo y pedirle una tercera presidencia.
Alderete, Víctor, era un acérrimo re-reeleccionista.
Sin un asomo de pudor, casi con orgullo (no estaba solo, Armando Gostanian
lo había precedido en ese vasallaje voluntario), podía
asumirse como un recontraalcahuete. Tampoco enrojecía
si su corta estatura le permitía al jefe bromear y divertirse
contando que cuando levantaba
los brazos en los mitines parecía estar pidiendo upa.
Era tanta su devoción que no dudó en comprarse una finca
vecina en Anillaco. Ahí, entre las montañas de la precordillera,
Alderete sobrevivía a los sofocones de la zona sumergiéndose
en una minúscula piscina. Con la subordinación de un
soldado afrontó la única lluvia que cayó sobre
él: la de los juicios. Por contratos con consultoras, por contratos
con servicios fúnebres, por licitaciones con gerenciadoras,
por tener como representante ante éstas a uno de los socios
de la ganadora. En fin, incontables. Los nervios los descargaba rasgueando
la guitarra. Alderete, Víctor, era, en el fondo, un romántico.
Escribía boleros y cometió incluso la audacia de editar
un C.D., con un título sugerente: Sangrante Corazón.
La tapa, en tonos azules, mostraba un corazón con una gota
roja que lo partía. Las letras, algo incoherentes y con una
métrica dudosa, hablaban de amores difíciles, ocultos,
perdidos, romances rotos.
En una de sus escasas decisiones drásticas, el gobierno de
la Alianza reemplazó a Alderete, Víctor. El se llevó
sus pertenencias, puso a resguardo documentación comprometedora.
No obstante, algunos de los suyos quedan. Su abogado personal, de
cabecera, Ricardo Reto, mantiene su sueldo en PAMI; la hija de éste,
ex secretaria privada del secretario de actas, las mismas que comprometían
a Alderete, Víctor, fue mantenida como secretaria privada de
Angel Tonietto. Tonietto ya no está, pero la joven permanece
en el área de la intervención. Y Fernando Lago, ex director
administrativo de su quebrada clínica Finocchietto, sigue firme
como tesorero del Instituto. Alderete, Víctor, se sabía
en la mira. Menem lo defendió con una amenaza: Si lo
tocan, hablo. Fernando de la Rúa, sin mencionarlo, aludió
a él en uno de sus últimos mensajes al sugerir que debían
acelerarse los pasos de la Justicia. Ayer lo detuvieron. Sus amigos
argumentan que su encarcelamiento responde a una necesidad política
del Gobierno. No está tan claro, sin embargo, que el cobro
de una pieza solitaria en la prometida lucha contra la corrupción
alcance ya para aliviar la quemazón de las heridas abiertas
por los ajustes. |
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