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Una noche con la Reid Experience

La presentación del ex guitarrista de Living Colour fue una perla de excelente gusto, con una banda que asombró y dio cátedra.

Por Eduardo Fabregat
t.gif (862 bytes)  El mensaje, aunque no verbalizado, fue bien claro: “Ah... ¿quieren más? Bueno, tomen. A ver si se animan a pedir otra”. Y entonces ese quinteto infernal arrancó nada menos que con “Memories can’t wait”, un clásico de Talking Heads registrado en Fear of music (1979) y versionado doce años después por Living Colour en Biscuits. Pero si hay algo a lo que Vernon Reid no le tiene miedo, es precisamente a la música. En eso, el ex guitarrista de LC manda, ordena, dirige, disfruta, toca como los dioses y deja tocar a sus compañeros. Brilla. Y cómo brilla.
Tiene razón Mr. Reid cuando apunta lo fértil que resulta Buenos Aires a la hora de apreciar sonidos de toda clase. El lleno del jueves en La Trastienda demuestra que hay un público que sabe celebrar esta clase de rarezas, en las antípodas de Shakira, Five y demás alimentos congelados. Y la devolución desde el escenario cubre todas las cuotas de confianza. Como se anticipaba teniendo en cuenta el recuerdo de aquel show de Living Colour en Obras 1993, Vernon Reid dio cátedra. Pero, además, no dio cátedra a la manera de esos maestros de género “culto” que masturban sus cuerdas mientras el público oficia de voyeur. Reid y su gente exudaron pasión y la contagiaron, llevando al auditorio, casi sin darse cuenta, de la atenta mirada del comienzo a ese frenesí final, de montonera y grito destemplado frente a la escena.
¿De qué armas se valió el guitarrista para ello? Primero y principal, del funky, un género que corre por sus venas con la naturalidad de quien tiene la piel oscura y el ritmo incorporado. Pero si la primera sección del show estuvo dedicada a esas bases sensuales, salvajes y precisas a la vez, que llaman a mover el cuerpo, con el correr de la noche quedó claro que Reid no se estaciona en aquello que domina con más facilidad. Y que Reid parece dominar con facilidad unas cuantas cosas. Así, hubo segmentos de música hipnótica que recordaron a esos largos pasajes instrumentales de The Doors, y arranques melancólicos de guitarra limpia, y curiosidades jazzeras en las que Vernon mutó su guitarra en un disparador de sintes, y esa atropellada final de rock sanguíneo, hendrixiano, pero a la vez multidimensional.
Para sostener y expresar todo eso, el moreno demostró además estar bien rodeado. Porque su banda de apoyo resultó una curiosidad en sí misma, una rara combinación de talentos que tocaban cosas difíciles de creer todo el tiempo, obligando al espectador a la ardua tarea de tener que elegir a quién mirar. Allí estaba Jason Kibler, alias DJ Logic, un ejecutante maravilla de las bandejas que viene de trabajar con Medeski, Martin & Wood, y que dio contrapuntos y climas sorprendentes toda la noche a puro scratching. O Marlon Browden, un baterista que parecía escapado de la Jimi Hendrix Experience, con una técnica desgarbada, pero de efecto demoledor. O su compañero de base Hank Schroy, que en cada nota de su bajo parecía dejar la vida. O ese blanquito cool llamado Leon Gruenbaum, que pasaba del piano a un extraño símil de teclado de computadora con lucecitas pisteras, colgado a la altura de la cintura y capaz de emitir los sonidos más inesperados. Con ellos y con buena parte del material del único disco solista del músico, Mistaken Identity (el inicial y contagioso “You say he’s just a psychic friend”, los demoledores “What’s my name” y “Saint Cobain”), más algún tema inédito como “Kharma” y esa rendición a losTalking Heads, Reid dejó claro que algunos héroes de la guitarra evitan puntualmente convertirse en bronce. Aunque tengan todo para merecerlo.

 

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