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Por Mario Wainfeld

La política no es un cuento chino

Si lo hubiera hecho Carlos Menem en vez de Fernando de la Rúa nadie habría dudado: les estaba tomando el pelo. Recién descendido del Tango 01, con un estentóreo sonido ambiente de versiones sobre desplazamientos y renuncias, el Presidente disparaba a los integrantes de su gabinete generalidades sobre su periplo por la China, el documento de la Iglesia y los logros del Senado. En medio de una crisis política descomunal, confesaba apenas una preocupación: las inclemencias climáticas en algunas provincias. Queda dicho, si su discurso hubiera emanado de los labios de Menem habría sido decodificado como un manejo psicópata del poder, una taimada cortina de humo urdida por el Jefe mientras afilaba su guadaña.
Los exegetas de ese cultor del misterio y el silencio que es De la Rúa piensan que lo suyo fue diferir (pero no abolir) una decisión que a esa altura percibía impuesta por actores que lo incordian más de lo que suele reconocer en voz alta. El radicalismo �expresado por Raúl Alfonsín, Federico Storani y Leopoldo Moreau� y los medios que �con rara unanimidad� coinciden en destacar esa necesidad no ya para bajar la presión del escándalo senatorial sino para dar un nuevo rumbo (o un rumbo, a secas) a la gestión oficialista.
De la Rúa no es un decisionista como Menem. Tiende a rehuir el conflicto o a procurar su resolución por vía de la descompresión. Un método desaconsejable en la actual coyuntura que tiende a debilitar al Gobierno casi minuto a minuto, aunque él se obstine en negarlo. 
Pero más allá de las características personales del Presidente, la crisis es peliaguda y ninguna decisión es simple y libre de contraindicaciones. A ver:
Por lo pronto, el primer nivel de los funcionarios removibles incluye a dos que �por razones bien diversas� eran favoritos del Presidente hace apenas un par de meses. Alberto Flamarique era �a sus ojos y a los de muchos otros aliancistas de primer nivel� uno de los más exitosos y vitales miembros del gabinete. Un candidato no a ser eyectado sino más bien a ser promovido. Fernando de Santibañes, ya se sabe, es su amigo íntimo, contertulio de fin de semana y un contacto privilegiado con el sector financiero. Desplazarlos no sería grato para nadie.
Esos cambios deben acompañarse con otros que �relancen� a la Alianza. Pero no es fácil imaginar �aun como ejercicio académico� quiénes podrían ser los radicales y frepasistas (dos fuerzas bien distintas pero ambas más formateadas para el parlamentarismo que para la administración) que podrían convertir a un gobierno catatónico en algo más convocante y eficaz. Los supuestos enroques que se mencionan aquí y allá no alcanzarían. Y, recorriendo el espinel de rumores en la Rosada y el Congreso, se mencionan apenas un puñado de nombres con algún piné propio: Juan Manuel Casella, Cecilia Felgueras, Juan Pablo Cafiero, Raúl Baglini, Enrique Olivera. Tal es la penuria del casting que algunos frepasistas de primer nivel mencionan como ministeriable a un radical hasta hace poco furioso antialiancista pero �según ellos� dotado al menos de capacidad de gestión y de pelea que �evalúan� le falta a muchos de sus correligionarios: Ramón Mestre. 
Ninguno es número puesto, ninguno garantiza por sí solo un cambio copernicano. No es fácil cambiar a los titulares si el banco de suplentes no conmueve al técnico.
Curiosamente, los equilibrios internos de la coalición gobernante parecen lo más sencillo de preservar, ya que bastaría conservar la actual correlación de espacios en la Rosada y aledaños.
Será difícil pero es imprescindible que el Presidente �haga política�, procure liderar la situación detonada por el escándalo y no se limite a ver, y eventualmente elogiar, cómo �funcionan las instituciones�. Las instituciones, así funcionen de veras �lo que en manos de protagonistas como Carlos Liporaci y José Genoud parece quimérico� tienen sus tiempos que no son los de la acción política. La mera parálisis agrava lo preexistente. Y �contra lo que dijo el Presidente ante su atónita platea en Ezeiza� las cosas, durante su ausencia, empeoraron.

A la manera de Maxwell Smart

Piénsese en cómo funcionó la institución SIDE. Según descubrió y abortó el ministro del Interior, montando una operación de prensa tendiente a divulgar notas periodísticas �made in Tato Romero Feris� que sugerían que las valijas de las coimas habían sido pobladas con fondos surgidos de los ATN. O sea, una tosca operación de prensa tendiente a esmerilar a Federico Storani, junto a Alvarez uno de los contados miembros del Gobierno con protagonismo y decisión en la crisis de las coimas.
Storani habló rápidamente con Fernando de Santibañes. Pronto se supo que los faxes diseminando la �carne podrida� se remitieron desde teléfonos de la propia SIDE. La línea de mandos de una jugada tan berreta, más afín al Súper Agente 86 que a James Bond, llevaba sin escalas al número tres de los servicios Román Albornoz, a quien el Señor Cinco le pidió, de una, la renuncia a su cargo.
Albornoz es un sociólogo que supo militar en los 80 junto al fallecido Germán Abdala y que �con ese padrinazgo� participó en un rol menor en el llamado Grupo de los 8 que también integró Chacho Alvarez. Las vueltas de la vida y de su profesión lo hicieron consultor del actual Presidente hace unos años. Luego devino en una suerte de asesor político y, siéndolo, conoció a De Santibañes con quien trabó una fuerte relación de confianza. El ex banquero lo llevó a la SIDE como su persona de mayor estima y además �diz malas lenguas del Frepaso muy cercanas antaño al espía hoy caído� porque Albornoz le ofrecía como valor agregado su conocimiento íntimo acerca del chachismo y sus alrededores. Fuentes del radicalismo narran que el sociólogo gustaba describirse como el �ideólogo del grupo de los 8�, un sayo que �dicen quienes conocen el susodicho grupo� jamás vistió ni remotamente.
Albornoz alegó inocencia respecto de la �opereta� y De Santibañes dijo creerla, sancionándolo por su responsabilidad política objetiva, por su incompetencia y no por su mala fe. En otros rincones del Gobierno se piensa distinto, citando otro entuerto reciente: la publicación periodística de versiones acerca de la vida privada del vicepresidente, que tuvo una hechura muy similar a esta movida contra �Fredi� y que Chacho atribuyó al mismo Albornoz. En su momento, la acusación de Alvarez no fue muy creída en el gabinete ni aún por sus aliados Storani y Flamarique. La repetición casi calcada del modus operandi la torna retrospectivamente más verosímil.
Tanto si Albornoz actuó con dolo, cuanto si lo hizo con fatal incapacidad, lo real es que la SIDE apareció envuelta en cuestión de semanas en dos operaciones contra la primera línea del Gobierno. Un síntoma de cuán errónea fue la designación del Señor Cinco a despecho de su absoluta ignorancia respecto de su área (por no decir acerca de la gestión estatal y de la política misma). El único aporte que intentó De Santibañes fue achicar el presupuesto de la Secretaría despidiendo agentes por doquier. Una decisión que demuestra que aún las ideologías más perversas (como el fundamentalismo liberal) pueden obrar resultados parciales virtuosos, como lo fue poner de patitas en la calle a numerosos services, ex represores, periodistas de mala calaña y aventureros que pululan en derredor del edificio de Veinticinco de Mayo 25. Pero la carencia total de criterios sobre cómo manejar el remanente derivó en que la Secretaría siga siendo una fuente de perversión política mezclada con torpeza, la guarida de una fauna de pillos más o menos peligrosos pero siempre antidemocráticos, caros e inútiles. Una guarida que De Santibañes achicó pero no cambió ni gobierna y que sigue sirviendo sólo para tramasoscuras y truchadas, para alimentar una fauna que Jorge Asís pintó como nadie. Acaso su pluma, la única actual capaz de describir con humor y cierto savoir faire la vida política, podría ficcionalizar, burla burlando, la curiosa trayectoria de Albornoz. Todo un personaje que transitó de militar junto a uno de los más nobles cuadros del sindicalismo y de la izquierda peronista a comandar a los services, a las órdenes de un millonario ultraliberal.
El bochorno de estos días �que Storani ya narró al Presidente (ver página 5)� no alude sólo al Señor Cinco. También a su grupo político de referencia, el bautizado Sushi, en el que revistan (menos activamente ahora, Shakira mediante) Antonio de la Rúa, Darío Lopérfido, el número dos de la SIDE Darío Richarte y Albornoz. Un grupo que goza de un incomparable acceso a la oreja presidencial y que ha elegido como padrino, compañero de salidas y como figura personal de referencia a De Santibañes.
El �funcionamiento institucional� de la SIDE durante el periplo a China es un nuevo grano para el Gobierno, nacido para colmo de males del propio riñón del Presidente.

Un presupuesto que se las trae

�Chacho ¿por qué no seguís con este tema del Senado un par de semanas más mientras se empieza a discutir el presupuesto?�. La frase disparada por un par de empinados integrantes del equipo de José Luis Machinea, como todo chiste político remitía a un estado de ánimo y a una situación concreta. El estado de ánimo del equipo económico es �en términos relativos� muy bueno ya que hace rato no está en el centro de las críticas. Lo concreto es que el presupuesto nacional puede volver a colocarlo en él con facilidad, situación que la chanza tendía a postergar.
El primer presupuesto de la Alianza es un reflejo más de un gobierno falto de política y de propuestas orientado sólo por la brújula de recortar los gastos. Es difícil pensarlo compatible no ya con una política progresista sino aún con la necesidad del oficialismo de revalidarse a través del voto de la mayoría de los argentinos.
El vicepresidente rehusó firmarlo, en un gesto silencioso que no revela especiales disidencias de fondo con Machinea, sino que su nula predisposición a sobreactuar su adhesión a las medidas más impopulares del Presidente, como sí hiciera en los anteriores viajes de su compañero de fórmula.
El proyecto de ley no terminó de ser consensuado con los ministros que tendrán que pulsear para mejorarlo en el Congreso. Una paradoja atrayente es que dos de los más perjudicados por los recortes son Juan Llach y Ricardo López Murphy, dos liberales que sentirán en carne propia lo que es gobernar con la tijera como ideología. El ministro de Defensa se las verá muy negras para mejorar su tajada: no sobran los legisladores dispuestos a romper lanzas por los salarios y pertrechos de las Fuerzas Armadas. Llach sabe que, en cambio, sí hay diputados y senadores embanderados con la educación pública, pero él también tiene su karma: la nula confianza que le dispensan. 
Amén de una brutal pelea interna de gabinete, el Gobierno sufrirá fuertes embates de las provincias patagónicas a las que se castiga privándolas del subsidio a los combustibles y de los propietarios de medios televisivos a los que se impone el IVA a la TV por cable. Dos batallas nada menores que irán desplegándose en los próximos días en los que la economía y la escena pública temblarán al ritmo �como siempre, un poco después de que ocurriera algo afín en el Primer Mundo� del aumento del petróleo y de los paros de transportistas.
Un presupuesto irrisorio, un cataclismo político, provincias periféricas eternamente castigadas, lobbies que se afilan las uñas. Fernando de la Rúa sabe que esos son algunos datos ineludibles del país que debe gobernar.Tampoco podrá eludir asumir los costos y los conflictos de meter bisturí en su equipo de gobierno. Lo hará, lo saben quienes hablaron con él el viernes y ayer en Olivos (ver página 5), tarde y a disgusto, pero lo hará.


 

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