Por
Laura Vales
y Eduardo Videla
En la
madrugada del domingo, cuando los dos paraguayos acusados del asesinato
del vicepresidente Luis María Argaña se fugaron por la puerta
principal del Departamento Central de Policía, la seguridad en
el edificio era tan deficiente que la Federal recién se enteró
del escape cuando uno de los presos que había sido tomado como
rehén logró liberarse y avisó por teléfono
al 101. Hasta ese momento, nadie se había dado cuenta absolutamente
de nada. El policía que estaba en la puerta de la calle Moreno
admitió que efectivamente vio salir a los prófugos: dijo
que primero pasaron al lado de él dos hombres con campera y un
poco después alguien vestido con saco. Pero no recordó si
afuera los estaba esperando un auto o si se subieron a un taxi. El juez
federal Gabriel Cavallo allanó el lugar donde estaban los presos.
En el pabellón, al lado de las mesas donde los detenidos pasaban
sus tardes, hay una serie de lockers. Los oficiales de Justicia comprobaron
azorados que adentro de esos lockers, prácticamente al alcance
de la mano de los detenidos, había un cinto con balas 9 milímetros,
dos barretas y hasta un pico.
Los datos sobre la desidia que reinó la noche de la fuga en el
Departamento Central de Policía son abrumadores y hasta desopilantes.
El jefe de la Federal Rubén Santos anticipó que no dejará
su cargo: Nadie me pidió la renuncia, subrayó
tras considerar que irse en este momento sería un acto de
cobardía. Pero ante la evidencia de que en todo el episodio
hubo al menos una grave negligencia, el Gobierno hizo rodar
anoche las dos primeras cabezas: los comisarios Julio Díaz director
general de Operaciones y Néstor Mola, jefe del Departamento
de Orden Público fueron pasados a disponibilidad, como trámite
previo al retiro. Dependían directamente del superintendente de
Seguridad Metropolitana Roberto Galvarino, quien ayer tuvo que explicarle
al juez Cavallo cuál era la rutina seguida para garantizar la seguridad.
Ayer casi todos los testigos de la fuga terminaron de ser interrogados.
Quedó en claro que si bien los seis presos tenían un espacio
común el hall o patio central adonde da cada una de las celdas
los paraguayos Luis Rojas y Fidencio Vega Barrios hicieron desde el principio
rancho aparte. No tenían la mejor de las relaciones con los ex
policías de la bonaerense. Pero sí hicieron buenas migas
con el pesado de la banda del Gordo Valor Agustín Tractorcito
Cabrera, un experto en fugas que fue trasladado al Departamento Central
hace poco más de una semana.
Las hipótesis que quedaron abiertas son básicamente dos:
u Todo fue producto de una gran negligencia y desidia, es
decir que los presos simplemente vieron que había pocas medidas
seguridad y aprovecharon la oportunidad.
u El posible pago de un soborno al personal policial. En esa línea,
los investigadores revisan todo el listado de visitas que recibieron los
tres presos. No sólo en la Alcaidía, sino también
las que tuvo Cabrera en Batán. También quién autorizó
las licencias de los guardias que no estuvieron. Se evalúa la posibilidad
de que los sobornos hayan venido tanto del lado de la banda de Valor como
de los vínculos de los detenidos paraguayos.
Un allegado a la banda del Gordo Valor le dijo a este diario que la fuga
era casi un secreto a voces, y que en las últimas dos semanas se
juntó dinero para pagarla. Estas cosas se arreglan con los
jefes, no con el cabo que hace la guardia, aseguró el consultado.
Contra lo que la gente cree, cuando hay arreglo igual hay violencia,
y violencia fuerte, aunque el código es que no se mata a nadie.
Sobre el costo evaluó: Esto no sale menos de 100.000 pesos.
Ayer y ante la Justicia, los presos dijeron que la seguridad era un verdadero
desastre desde hacía tiempo y que en la fuga el pesado Cabrera
fue el que daba las órdenes, mientras que Rojas y Vega Barrios
se ocupaban de reducir a sus compañeros de prisión y a los
dos guardias. Primero, armados con un cuchillo de cocina, los paraguayos
tomaron de rehén a Bautista Huici uno de los tres ex policías
detenidos por la causa AMIA. Es claro que si pudieron hacerlo fue
porque la puerta de su celda no estaba cerrada con candado, como en teoría
debiera haberlo estado. Cerca de una menos diez de la noche, con Huici
como rehén, la auxiliar Violeta Locatelli entró al pabellón
para guardar en su locker un termo y un mate. Locatelli se olvidó
se cerrar la puerta que comunica al hall con el pasillo exterior.
Se convirtió de inmediato en la segunda rehén. Fue entonces
cuando el ex policía bonaerense Diego Barreda fue en su ayuda y
terminó con la cabeza partida. Le pegaron con dos pasadores de
hierro que sirven para trabar las puertas de las celdas individuales y
que, en teoría, son imposible separar de las puertas. Ahora se
pericia si estos barrotes fueron limados para poder separarlos de las
puertas o si estaban sueltos desde antes y a nadie le preocupó.
Los gritos alertaron al sargento primero Godoy, quien según parece
decidió resolver la situación solo, sin dar alarma ni pedir
ayuda y dejando también la puerta de salida abierta.
Una alta fuente de la Policía Federal confirmó que el sábado
había apenas seis efectivos para hacer la seguridad de todo el
Departamento Central, aunque calificó al número como suficiente:
un policía por cada detenido. Agregó que en
el lugar no hay ninguna alarma para alertar sobre una emergencia, pero
sí un teléfono con el cual se podría haber pedido
refuerzos. En la conducción de la Federal no se explican
aún por qué el sargento Godoy ingresó a la alcaidía,
ofreciéndose como rehén, en lugar de pedir auxilio. Se desayunaron
de la fuga cuando el preso Mario Bareiro logró desatarse y usó
el teléfono de la alcaidía para avisar lo que estaba pasando
al comando radioeléctrico.
La búsqueda de los prófugos sigue dos caminos. La bonaerense
apuesta a un rastrillaje en el oeste del conurbano bonaerense, como González
Catán y San Martín, una zona que los paraguayos Rojas y
Barrios solían moverse. Pero hasta ahora no parece haber rastros
concretos.
El
vínculo entre los tres prófugos
Los nombres del abogado
Víctor Stinfale y el militar paraguayo Lino Oviedo aparecen
curiosamente vinculados con los hombres que se fugaron del Departamento
Central. Víctor Stinfale ha sido el abogado de la banda del
Gordo Valor, integrada entre otros por el Tractorcito
Cabrera. Stinfale actuó como defensor del ahora prófugo
en varias causas y representó al Gordo Valor en el reciente
juicio por el asalto a un camión blindado.
Al mismo tiempo, Stinfale junto con su socio Osvaldo Peña
Alvarez también defendió a los paraguayos Luis
Alberto Rojas y Fidencio Vega Barrios en todo el proceso de la extradición
solicitada desde Asunción. Esta tarea les fue encomendada
y pagada a Stinfale y Peña Alvarez por el propio
Lino Oviedo quien argumentó que el gobierno paraguayo quería
consagrar una historia oficial: que sus dos connacionales participaron
del asesinato del vicepresidente Luis María Argaña
contratados por Oviedo. Defendiéndolos a ellos, me
defiendo a mí, explicó el militar y por eso
puso los abogados.
Que nosotros hayamos defendido a los tres fugados es una casualidad
afirmó una fuente del estudio de Stinfale. En
realidad lo único que sucede es que somos un estudio con
mucho trabajo, redondeó con un dejo de ironía.
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Los
puntos oscuros
Por
L. V. y E. V.
La
triple fuga que significó un papelón internacional
para la Policía Federal argentina dejó abierta una
serie de interrogantes que hasta ahora los investigadores no han
podido resolver:
¿Por qué
no se aumentaron las medidas de seguridad después del traslado
a la alcaidía de Daniel Cabrera? El ex integrante de la superbanda
ya había fugado de Devoto, en junio de 1998, junto a otros
pesos pesado, que se hicieron pasar por abogados. Había
sido trasladado al Departamento Central hace dos semanas.
¿Por qué
había tan poco personal para custodiar a presos tan peligrosos?
En la alcaidía suelen trabajar cuatro efectivos, pero el
sábado a la noche uno estaba de licencia y el otro, con parte
de enfermo. En todo el edificio había seis efectivos de seguridad.
¿Por qué
la ayudante Violeta Locatelli dejó la puerta abierta cuando
ingresó a la alcaidía? La mujer, virtualmente, se
ofreció como rehén y les dejó a los presos
una vía de salida. No resultó herida.
¿Por qué
el sargento Sofio Godoy ingresó en su ayuda, ofreciéndose
como rehén, en lugar de pedir refuerzos? Si bien en el lugar
no hay alarmas, el custodio pudo haber hecho un pedido de auxilio
telefónico. Godoy también dejó la puerta abierta
después de ingresar a la alcaidía.
¿Por qué
se guardaban en los lockers ubicados junto a las celdas elementos
como balas, barretas y un pico?
¿Por qué
las cámaras de seguridad no grabaron la huida? Las cámaras
no tenían cintas de video. Según la policía,
la razón es presupuestaria.
¿Por qué
los detenidos tenían en su poder un cuchillo de cocina? Ya
habían terminado de cenar y se los debió haber
requisado.
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TENSION
EN EL GOBIERNO DESPUES DE LA FUGA
Buscando al menos
el empate
Si los agarramos,
por lo menos empatamos, decía a primera hora de la tarde
un funcionario cercano al ministro del Interior, Federico Storani. La
frase representaba el ánimo de la Rosada frente a la insólita
fuga de tres presos del Departamento Central de Policía y el nivel
de presión que tenían sobre sus espaldas los investigadores
policiales. Pese a que en Interior había ganado terreno la hipótesis
del soborno, por ahora descartaban renuncias en la primera línea.
Con todo, el presidente Fernando de la Rúa no descartó relevos.
Siempre es posible, hay que determinar responsabilidades,
dijo. A última hora de la noche, el jefe de la Policía Federal,
Rubén Santos, se reunió con Storani y el subsecretario de
Interior, César Martucci, y les dejó en claro que pese a
los 25 operativos realizados no conocen el escondite de los prófugos.
Hubo una grave falla, evaluó De la Rúa. La fuga
le puso una mancha a la inauguración del portal educativo Educ.ar:
todas las preguntas que le hicieron al término del acto tuvieron
que ver con los dos acusados del crimen del vicepresidente Luis María
Argaña, lo que sirvió para agravar el malhumor del Presidente
con el caso. Vamos a salir con todo el aparato estatal a buscarlos,
prometió De la Rúa.
En Interior se entusiasmaron con el adelanto de Santos acerca de que los
prófugos estaban circunscriptos. Pero, por la noche,
el jefe policial bajó las expectativas al aclararles que el cerco
aún no había dado los resultados esperados. Storani y Martucci
lo agotaron con preguntas sobre el funcionamiento normal de la Alcaldía
del Departamento. Paso a paso, comprobaron que la huida pudo haber sido
insólita, pero no imposible. La Alcaldía siempre funcionó
igual y estos tipos se nos vienen a escapar justo a nosotros, se
lamentaba anoche un funcionario de Interior.
Igual ni a Santos ni al Gobierno les cierra la posibilidad de que la fuga
se deba sólo a la continuidad de errores. No obstante, el propio
Santos les descartó que la fuga tuviera que ver con una interna
policial Me harían otra cosa, no esto, respondió
o que se tratara de algún pase de factura por el reciente enfrentamiento
de Storani con la SIDE No hay ningún indicio de ese
tipo, aseguró. En cambio, la teoría que había
comenzado a ganar consenso era la del soborno.
Si esto se confirmaba, quedaba claro que debían rodar cabezas.
En el Ministerio del Interior están muy contentos con
lo hecho hasta ahora por el comisario Santos. No sólo porque consideran
un adherente de la línea más democrática
de la fuerza, sino también porque consiguió mantener a sus
dirigidos en calma pese a los recortes de sueldo y extensión de
horarios de trabajo aplicados a partir del ajuste presupuestario. Por
eso hasta ahora los pases a disponibilidad se dieron en un nivel por debajo
de Santos (ver nota central) a quien quieren preservar.
En un principio, Storani por razones de competencia había
delegado el entuerto en manos del secretario de Seguridad, Enrique Mathov,
con quien nunca cultivó una buena relación. Pero dada la
repercusión del hecho y la preocupación personal de De la
Rúa, al ministro no le quedó más remedio que hacerse
cargo de la situación. Anoche, cuando ingresó a la reunión
convocada por el Presidente por el diálogo político, lo
primero que le preguntó fue si había novedades de los prófugos.
Entrar
en la Alcaidía era tan fácil como decir �soy el primo de José�
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