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LA POLICIA SE ENTERO DE LA FUGA POR EL LLAMADO DE UN PRESO
¿A que no sabés de dónde te llamo?

Los indicios de la falta de seguridad en el Departamento Central son abrumadores. En los lockers que estaban junto a los detenidos guardaban hasta balas. Dos jefes policiales fueron puestos en disponibilidad. Un allegado a la banda de Valor dijo a este diario que se estuvo juntando dinero para pagar la fuga.

Por Laura Vales
y Eduardo Videla

t.gif (862 bytes) En la madrugada del domingo, cuando los dos paraguayos acusados del asesinato del vicepresidente Luis María Argaña se fugaron por la puerta principal del Departamento Central de Policía, la seguridad en el edificio era tan deficiente que la Federal recién se enteró del escape cuando uno de los presos que había sido tomado como rehén logró liberarse y avisó por teléfono al 101. Hasta ese momento, nadie se había dado cuenta absolutamente de nada. El policía que estaba en la puerta de la calle Moreno admitió que efectivamente vio salir a los prófugos: dijo que primero pasaron al lado de él dos hombres con campera y un poco después alguien vestido con saco. Pero no recordó si afuera los estaba esperando un auto o si se subieron a un taxi. El juez federal Gabriel Cavallo allanó el lugar donde estaban los presos. En el pabellón, al lado de las mesas donde los detenidos pasaban sus tardes, hay una serie de lockers. Los oficiales de Justicia comprobaron azorados que adentro de esos lockers, prácticamente al alcance de la mano de los detenidos, había un cinto con balas 9 milímetros, dos barretas y hasta un pico.
Los datos sobre la desidia que reinó la noche de la fuga en el Departamento Central de Policía son abrumadores y hasta desopilantes. El jefe de la Federal Rubén Santos anticipó que no dejará su cargo: “Nadie me pidió la renuncia”, subrayó tras considerar que irse en este momento “sería un acto de cobardía”. Pero ante la evidencia de que en todo el episodio hubo al menos una “grave negligencia”, el Gobierno hizo rodar anoche las dos primeras cabezas: los comisarios Julio Díaz –director general de Operaciones– y Néstor Mola, jefe del Departamento de Orden Público fueron pasados a disponibilidad, como trámite previo al retiro. Dependían directamente del superintendente de Seguridad Metropolitana Roberto Galvarino, quien ayer tuvo que explicarle al juez Cavallo cuál era la rutina seguida para garantizar la seguridad.
Ayer casi todos los testigos de la fuga terminaron de ser interrogados. Quedó en claro que si bien los seis presos tenían un espacio común –el hall o patio central adonde da cada una de las celdas– los paraguayos Luis Rojas y Fidencio Vega Barrios hicieron desde el principio rancho aparte. No tenían la mejor de las relaciones con los ex policías de la bonaerense. Pero sí hicieron buenas migas con el pesado de la banda del Gordo Valor Agustín “Tractorcito” Cabrera, un experto en fugas que fue trasladado al Departamento Central hace poco más de una semana.
Las hipótesis que quedaron abiertas son básicamente dos:
u Todo fue producto de una “gran negligencia y desidia”, es decir que los presos simplemente vieron que había pocas medidas seguridad y aprovecharon la oportunidad.
u El posible pago de un soborno al personal policial. En esa línea, los investigadores revisan todo el listado de visitas que recibieron los tres presos. No sólo en la Alcaidía, sino también las que tuvo Cabrera en Batán. También quién autorizó las licencias de los guardias que no estuvieron. Se evalúa la posibilidad de que los sobornos hayan venido tanto del lado de la banda de Valor como de los vínculos de los detenidos paraguayos.
Un allegado a la banda del Gordo Valor le dijo a este diario que la fuga era casi un secreto a voces, y que en las últimas dos semanas se juntó dinero para pagarla. “Estas cosas se arreglan con los jefes, no con el cabo que hace la guardia”, aseguró el consultado. “Contra lo que la gente cree, cuando hay arreglo igual hay violencia, y violencia fuerte, aunque el código es que no se mata a nadie.” Sobre el costo evaluó: “Esto no sale menos de 100.000 pesos”.
Ayer y ante la Justicia, los presos dijeron que la seguridad era un verdadero desastre desde hacía tiempo y que en la fuga el pesado Cabrera fue el que daba las órdenes, mientras que Rojas y Vega Barrios se ocupaban de reducir a sus compañeros de prisión y a los dos guardias. Primero, armados con un cuchillo de cocina, los paraguayos tomaron de rehén a Bautista Huici –uno de los tres ex policías detenidos por la causa AMIA–. Es claro que si pudieron hacerlo fue porque la puerta de su celda no estaba cerrada con candado, como en teoría debiera haberlo estado. Cerca de una menos diez de la noche, con Huici como rehén, la auxiliar Violeta Locatelli entró al pabellón para guardar en su locker un termo y un mate. Locatelli se olvidó se cerrar la puerta que comunica al hall con el pasillo exterior.
Se convirtió de inmediato en la segunda rehén. Fue entonces cuando el ex policía bonaerense Diego Barreda fue en su ayuda y terminó con la cabeza partida. Le pegaron con dos pasadores de hierro que sirven para trabar las puertas de las celdas individuales y que, en teoría, son imposible separar de las puertas. Ahora se pericia si estos barrotes fueron limados para poder separarlos de las puertas o si estaban sueltos desde antes y a nadie le preocupó. Los gritos alertaron al sargento primero Godoy, quien según parece decidió resolver la situación solo, sin dar alarma ni pedir ayuda y dejando también la puerta de salida abierta.
Una alta fuente de la Policía Federal confirmó que el sábado había apenas seis efectivos para hacer la seguridad de todo el Departamento Central, aunque calificó al número como suficiente: “un policía por cada detenido”. Agregó que en el lugar no hay ninguna alarma para alertar sobre una emergencia, “pero sí un teléfono con el cual se podría haber pedido refuerzos”. En la conducción de la Federal no se explican aún por qué el sargento Godoy ingresó a la alcaidía, ofreciéndose como rehén, en lugar de pedir auxilio. Se desayunaron de la fuga cuando el preso Mario Bareiro logró desatarse y usó el teléfono de la alcaidía para avisar lo que estaba pasando al comando radioeléctrico.
La búsqueda de los prófugos sigue dos caminos. La bonaerense apuesta a un rastrillaje en el oeste del conurbano bonaerense, como González Catán y San Martín, una zona que los paraguayos Rojas y Barrios solían moverse. Pero hasta ahora no parece haber rastros concretos.

El vínculo entre los tres prófugos

Los nombres del abogado Víctor Stinfale y el militar paraguayo Lino Oviedo aparecen curiosamente vinculados con los hombres que se fugaron del Departamento Central. Víctor Stinfale ha sido el abogado de la banda del Gordo Valor, integrada entre otros por el “Tractorcito” Cabrera. Stinfale actuó como defensor del ahora prófugo en varias causas y representó al Gordo Valor en el reciente juicio por el asalto a un camión blindado.
Al mismo tiempo, Stinfale –junto con su socio Osvaldo Peña Alvarez– también defendió a los paraguayos Luis Alberto Rojas y Fidencio Vega Barrios en todo el proceso de la extradición solicitada desde Asunción. Esta tarea les fue encomendada –y pagada– a Stinfale y Peña Alvarez por el propio Lino Oviedo quien argumentó que el gobierno paraguayo quería consagrar una historia oficial: que sus dos connacionales participaron del asesinato del vicepresidente Luis María Argaña contratados por Oviedo. “Defendiéndolos a ellos, me defiendo a mí”, explicó el militar y por eso puso los abogados.
“Que nosotros hayamos defendido a los tres fugados es una casualidad –afirmó una fuente del estudio de Stinfale–. En realidad lo único que sucede es que somos un estudio con mucho trabajo”, redondeó con un dejo de ironía.

 

Los puntos oscuros

Por L. V. y E. V.

La triple fuga que significó un papelón internacional para la Policía Federal argentina dejó abierta una serie de interrogantes que hasta ahora los investigadores no han podido resolver:
¿Por qué no se aumentaron las medidas de seguridad después del traslado a la alcaidía de Daniel Cabrera? El ex integrante de la superbanda ya había fugado de Devoto, en junio de 1998, junto a otros “pesos pesado”, que se hicieron pasar por abogados. Había sido trasladado al Departamento Central hace dos semanas.
¿Por qué había tan poco personal para custodiar a presos tan peligrosos? En la alcaidía suelen trabajar cuatro efectivos, pero el sábado a la noche uno estaba de licencia y el otro, con parte de enfermo. En todo el edificio había seis efectivos de seguridad.
¿Por qué la ayudante Violeta Locatelli dejó la puerta abierta cuando ingresó a la alcaidía? La mujer, virtualmente, se ofreció como rehén y les dejó a los presos una vía de salida. No resultó herida.
¿Por qué el sargento Sofio Godoy ingresó en su ayuda, ofreciéndose como rehén, en lugar de pedir refuerzos? Si bien en el lugar no hay alarmas, el custodio pudo haber hecho un pedido de auxilio telefónico. Godoy también dejó la puerta abierta después de ingresar a la alcaidía.
¿Por qué se guardaban en los lockers ubicados junto a las celdas elementos como balas, barretas y un pico?
¿Por qué las cámaras de seguridad no grabaron la huida? Las cámaras no tenían cintas de video. Según la policía, la razón es presupuestaria.
¿Por qué los detenidos tenían en su poder un cuchillo de cocina? Ya habían terminado de ce
nar y se los debió haber requisado.

TENSION EN EL GOBIERNO DESPUES DE LA FUGA
Buscando al menos el empate

“Si los agarramos, por lo menos empatamos”, decía a primera hora de la tarde un funcionario cercano al ministro del Interior, Federico Storani. La frase representaba el ánimo de la Rosada frente a la insólita fuga de tres presos del Departamento Central de Policía y el nivel de presión que tenían sobre sus espaldas los investigadores policiales. Pese a que en Interior había ganado terreno la hipótesis del soborno, por ahora descartaban renuncias en la primera línea. Con todo, el presidente Fernando de la Rúa no descartó relevos. “Siempre es posible, hay que determinar responsabilidades”, dijo. A última hora de la noche, el jefe de la Policía Federal, Rubén Santos, se reunió con Storani y el subsecretario de Interior, César Martucci, y les dejó en claro que pese a los 25 operativos realizados no conocen el escondite de los prófugos.
“Hubo una grave falla”, evaluó De la Rúa. La fuga le puso una mancha a la inauguración del portal educativo Educ.ar: todas las preguntas que le hicieron al término del acto tuvieron que ver con los dos acusados del crimen del vicepresidente Luis María Argaña, lo que sirvió para agravar el malhumor del Presidente con el caso. “Vamos a salir con todo el aparato estatal a buscarlos”, prometió De la Rúa.
En Interior se entusiasmaron con el adelanto de Santos acerca de que los prófugos estaban “circunscriptos”. Pero, por la noche, el jefe policial bajó las expectativas al aclararles que el cerco aún no había dado los resultados esperados. Storani y Martucci lo agotaron con preguntas sobre el funcionamiento normal de la Alcaldía del Departamento. Paso a paso, comprobaron que la huida pudo haber sido insólita, pero no imposible. “La Alcaldía siempre funcionó igual y estos tipos se nos vienen a escapar justo a nosotros”, se lamentaba anoche un funcionario de Interior.
Igual ni a Santos ni al Gobierno les cierra la posibilidad de que la fuga se deba sólo a la continuidad de errores. No obstante, el propio Santos les descartó que la fuga tuviera que ver con una interna policial –“Me harían otra cosa, no esto”, respondió– o que se tratara de algún pase de factura por el reciente enfrentamiento de Storani con la SIDE –“No hay ningún indicio de ese tipo”, aseguró–. En cambio, la teoría que había comenzado a ganar consenso era la del soborno.
Si esto se confirmaba, quedaba claro que debían rodar cabezas. En el Ministerio del Interior están “muy contentos” con lo hecho hasta ahora por el comisario Santos. No sólo porque consideran un adherente de la línea más “democrática” de la fuerza, sino también porque consiguió mantener a sus dirigidos en calma pese a los recortes de sueldo y extensión de horarios de trabajo aplicados a partir del ajuste presupuestario. Por eso hasta ahora los pases a disponibilidad se dieron en un nivel por debajo de Santos (ver nota central) a quien quieren preservar.
En un principio, Storani –por razones de competencia– había delegado el entuerto en manos del secretario de Seguridad, Enrique Mathov, con quien nunca cultivó una buena relación. Pero dada la repercusión del hecho y la preocupación personal de De la Rúa, al ministro no le quedó más remedio que hacerse cargo de la situación. Anoche, cuando ingresó a la reunión convocada por el Presidente por el diálogo político, lo primero que le preguntó fue si había novedades de los prófugos.

 

Entrar en la Alcaidía era tan fácil como decir �soy el primo de José�

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