Enrique
Martinez *. Durante estos diez meses de
gobierno de la Alianza, en el Frepaso se cometieron dos errores importantes.
El menor fue considerar que se podía tener en su primer nivel a
un típico operador, de metodología oscura, de transa permanente,
para quien la acumulación de poder personal es el objetivo primero
y excluyente. Alberto Flamarique pudo ser útil -aparentemente
para arrancarle espacios a una máquina aceitada como es la estructura
del radicalismo, un partido tradicional argentino, con todos los méritos
y deméritos que ello implica. Pero sus acciones debían entrar
inexorablemente en contradicción con la vocación de conseguir
transparencia y credibilidad popular, que Chacho Alvarez se ha impuesto
como meta personal de toda la vida. El mayor error, sin embargo, no fue
ése. Fue no acertar con la metodología para actuar dentro
de una Alianza planteada detrás de un objetivo superior desplazar
del poder a la banda menemista, que para conseguir su objetivo necesitaba
trabajar en conjunto con algunos políticos que tienen una visión
social conservadora, uno de ellos ubicado nada menos que en la Presidencia
de la Nación. No es un error aliarse con un conservador. Sí
lo es tolerar mansamente que sus reflejos se trasladen a la acción,
esperando que la realidad la respuesta de la gente lo condicione
para cambiar, como sucedería con uno mismo. En la base del pensamiento
conservador está la capacidad de negar que la realidad es la única
verdad, construyendo a cambio un mundo donde el poder es un derecho histórico,
de sangre y por lo tanto revalidado día a día frente al
espejo, la familia y otros amigos conservadores. Bien lejos está
la probabilidad de que un conservador argentino país de tradición
autoritaria como pocos aprenda a ser popular, sobre todo cuando
está ejerciendo el poder máximo de la Nación. En
una Alianza así, el papel del Frepaso era y es señalar hacia
adentro y hacia fuera, todo el tiempo, cuáles son los caminos que
respetan, protegen y promueven a todos los necesitados de este país,
tejiendo para concretarlos infatigables acuerdos cotidianos con quienes
tienen la misma prioridad, especialmente dentro del radicalismo, que son
una legión. A un conservador hay que instalarle escenarios progresistas,
más que esperar que aprenda a construirlos. Desde mañana,
los que creemos que éste es el camino debemos redoblar los esfuerzos,
con el ánimo fortalecido por la dignidad y la vergüenza de
Chacho Alvarez. Leon
Rozitchner *. Más allá del impacto político que produjo la renuncia del vicepresidente, conviene pensar quiénes han ganado y perdido poder en este enfrentamiento. Creo que se comete un grave error en considerar al cambio de gabinete una mera provocación impensada, un equívoco del cual, arrepentido, se echó atrás al cederlo (más bien devolverlo) a Flamarique: que es el suyo un fracaso político. Pensar que De la Rúa sale debilitado y pierde su imagen es pensar ingenuamente en términos de una política que todavía no existe para gente que todavía no nació. ¿Qué quiere decir ser débil o fuerte desde el punto de vista de la política actual, separada de las bases que la votan? ¿Acaso Menem no gobernó contra la gente y contra el país durante diez años? ¿De la Rúa es diferente a Menem? La verdadera debilidad, para los políticos realistas, es perder el apoyo de los poderes a los cuales sirven. No es debilidad, en cambio, perder el apoyo popular. De la Rúa se sincera al sacar de la clandestinidad la alianza subterránea del bipartidismo: la del radicalismo conservador con el menemismo peronista. Menem-De la Rúa: un solo corazón. De la Rúa consolida así una fuerza política de un enorme e inédito poder,que barre con los límites que el amor de conveniencia con la Alianza le imponía: con el nuevo pacto el neoliberalismo alcanza la mayoría política absoluta. Deja paso al amor sincero y al fin desembozado, encarnado y gozoso, con el peronismo menemista: consagra a la pareja antes clandestina. Al presidente De la Rúa, que alcanzó el poder que le concede el Poder al cual se debe, ¿alguien cree que le interesa a esta altura del partido la imagen poco pulcra y casta que pueda dar? Lo que le interesa es la imagen que el gobierno radical pueda darle al poder económico neoliberal. Tras su bohonomía se va descubriendo el duro rostro impávido e implacable del fundamentalista. En la Alianza con el radicalismo el Frepaso logró ser aceptado en el establishment. Aportó el apoyo popular sin el cual el radicalismo, cómplice y marginal, no hubiera podido acceder al poder político. El Frepaso, a cambio, logró atravesar la barrera del poder establecido y alcanzó a ser admitido en el banquete real: participar, creían, del poder político. Pero ya en el poder el Frepaso tuvo que traicionar sus promesas de inmediato: se prestó por alianza debida al recorte salarial y a las leyes laborales. Y ahí perdió, pasión fugaz, su virginidad y su legitimidad popular. Ante el golpe de estado dentro de la Alianza efectuado por de la Rúa es como si en el Frepaso recién entonces se dieran cuenta de que habían sido utilizados, una vez más, por el poder conservador. Porque De la Rúa, calladito, estaba consolidando un poder absoluto: hasta en manos de su hermano, sin impudicia, quedó la justicia. (Y el banquero Santibañes en la SIDE no tiene qué envidiarle al peruano Montesinos. Reíte de Fujimori, que tenía cara de nada.) Colofón: De la Rúa no se ha equivocado ni se debilitó, afianzó el poder real neoliberal al cual se debe. Ahora todo está más claro: dentro de la Alianza sólo gobierna el conservadurismo radical. Chacho Alvarez supo entonces que desde adentro del Poder no puede tener poder: el castillo de arena se desmoronó. Pero supo convertir en político el lugar formal de vicepresidente. Chacho se va, él sí gana un nuevo espacio virtual y futuro, pero ¿qué les queda por hacer dentro de la Alianza a los funcionarios del Frepaso sino ir cediendo lugar tras lugar? ¿O quizás ya fuera de la Alianza, arriesgando al todo o nada, Chacho Alvarez se propondrá, en alianzas menos fugaces y más sólidas, la creación de una tercera fuerza nacional? Porque detrás del ya impopular De la Rúa avanza el populismo fascista de la dupla Ruckauf-Duhalde para los tiempos mucho más duros que se avecinan. * Filósofo Vilma
Ripoll *. Esa fue una de las frases
fuertes del Chacho Alvarez en su discurso de renuncia. Y si aquí
debe morir una práctica política vergonzosa, de la cual
estos senadores atornillados son una de las peores muestras, coincidimos.
Si debe morir una Justicia plagada de jueces de servilleta, coincidimos.
Si debe morir la costumbre de premiar con ascensos a los sospechados,
también coincidimos. Es lógico que su gesto despierte simpatía.
Sin embargo hay otras cosas que son parte de lo viejo, que
también deberían morir, y que Alvarez omitió. Palabras
más o menos, se centró en que es preciso cambiar la forma
de hacer política. Pero no cuestionó el contenido, qué
política necesita el pueblo trabajador para salir de la crisis.
El gobierno de De la Rúa y la Alianza no sólo es la continuidad
del menemismo en la forma, sino también en el contenido. La Alianza
es más de lo mismo en lo esencial: más de un modelo económico
de FMI que ya conocemos y sufrimos, más ajuste y más impunidad.
Si hay algo viejo, es ese modelo que debe morir, si de verdad
queremos un cambio. No se puede hablar entonces de una situación
difícil laboral y social, o criticar la compra y venta
de leyes y haber apoyado nada menos que lareforma laboral, votada
con coimas. No se puede hablar de pobreza y desocupación
y haber apoyado el recorte salarial a los estatales y el pago a los jubilados
en bonos. No se puede hablar de país autónomo
y apoyar la sangría criminal que significan 35 millones de dólares
diarios para la deuda externa. El propio Chacho dice que no se puede
tratar el cáncer con aspirinas. Pero ante un gobierno que
acaba de ratificar el rumbo de entrega y ajuste no propone un plan económico
alternativo. Y ante un gobierno que resuelve todo entre cuatro paredes,
tampoco propone que decida el pueblo, por ejemplo a través de una
Asamblea Constituyente. Entonces existe el riesgo de otra frustración.
Desde Izquierda Unida proponemos salir a la calle, movilizarse, luchar,
ir el 11 a Plaza de Mayo y exigir que la CGT de Moyano y la CTA llamen
a paro nacional y plan de lucha. Para voltear la reforma laboral coimera
y demás medidas de ajuste. Para que los corruptos vayan presos
y devuelvan lo que robaron. Para dejar de pagar la deuda externa y pagar
la deuda interna. Para que decida el pueblo y no los mismos de siempre.
Para anular las leyes de impunidad y que los genocidas sean castigados.
Así sí que empezaría a morir lo viejo. Horacio
Gonzalez *. Chacho Alvarez no es un político
de carrera, sino un político espasmódico. Su diferencia
con De la Rúa no podría ser mayor. El espasmo en política
es un momento de crispación, caída y reivindicación.
Cuando los políticos de carrera arriban a un cargo dicen llegué.
El político espasmódico, en cambio, dice adiós.
Esa es su energía secreta, su vocación dimisionista, su
sentido del abandono como hipótesis regenerativa de las cosas.
Restituye en algo la vieja idea del duelista: la verdad se muestra con
una renuncia súbita, con un elemento que aún habiendo sido
calculado, suena como un pistoletazo honorífico en el edén.
Si lo decimos con un vocablo antiguo, Chacho Alvarez es un político
de formación bonapartista. Ve a la sociedad como un
drama moral carente de voz que la represente por encima de los intereses
inmediatos. No se propone tanto ser esa voz representativa, sino
demostrar que esa voz falta. Es un político evocativo y jugador
que recorre en vaivén retrospectivo las páginas de la historia
nacional. Su bonapartismo moral a lo largo de estos años
no ha formulado alternativas económicas para el país. No
es su tema. Por el contrario, los poderes tradicionales, las formas altas
de la circulación económica, los dispositivos que trazan
la vida de los países y los hombres, no han sido tocados por él,
no merecieron su reflexión ni su crítica. Porque el bonapartismo
moral elige su único tema absorbente, beligerante y especular:
hace política para rescatar la política. Los críticos
de esta visión ensimismada y circular suelen sorprenderse luego
de la gran acogida colectiva que provoca. Es que lo que se llama la
gente, lo que se llama los medios, predominantemente
piensan así, iluminando escenas en las que no se ven en los índices
de la decadencia del país y la penuria creciente de sus habitantes,
sino solamente el folletín dramático de la política.
Un político de carrera cuida con celo no ser alcanzado por el escándalo
de su declive al llano. Para el bonapartista moral, el llano es su reaseguro
secreto y su caída gloriosa. El bonapartista moral tiene de los
viejos radicales esa mística del llano, tiene de los liberales
la idea de reserva moral y de los peronistas la de representación
general. Chacho Alvarez está en un singular momento de su
carrera, no buscado por él. Porque mientras el político
escalafonario busca y esculpe su ascensión, el político
de irrupciones y caídas no prevé nada más que el
momento de dejar, desacompasar e incluso agrietar las fuerzas donde ha
entrado. Rara forma de hacer política, plena de evocaciones del
santuario roto de la política nacional. Jorge
Altamira *. La renuncia de Chacho Alvarez
pretende expresar el rápido fracaso del gobierno de la Alianza.
El vicepresidente ha sido solidario con una política anti-popular
e incapaz de superar la recesión de la economía. Incluso
cuando hace dos meses redescubrió el tema ético, el programa
de Alvarez no dejó de ser otro que el de bajar el riesgo
país, o sea aumentar la cotización de los títulos
públicos. La Alianza como planteo estratégico no ha resistido
una experiencia de gobierno. El pacto entre los representantes del progresismo
pequeño burgués y los viejos mascarones del capitalismo
nativo, ha naufragado sin remedio. La mimetización criolla a la
tercera vía ha concluido en un fiasco. La lección
de esta crisis es que las masas populares necesitan, para salir adelante,
un liderazgo obrero de contenido socialista.Pero la dimisión del
vicepresidente constituye, por sobre todo, un recurso de emergencia para
viabilizar la continuidad del gobierno y de su política. Alvarez
no caracteriza a su salida como una ruptura del pacto de gobierno que
la mayoría del electorado votó el pasado 24 de octubre.
Alvarez da un paso al costado para sortear las contradicciones insalvables
con la camarilla presidencial. Salta un fusible para salvar la instalación
eléctrica. Alvarez busca ganar libertad de acción para intentar
contener el creciente pasaje de la población hacia la izquierda.
Pero el régimen de gobierno aliancista está herido de muerte.
Los voceros de los pulpos capitalistas y del menemismo saludaron lo que
califican como un reforzamiento del poder presidencial que pondrá
en marcha el cambio previsional que reduce la prestación básica
universal, congela las jubilaciones y rebaja los aportes patronales. Con
un familiar en Justicia, De la Rúa obtuvo un mayor control sobre
las investigaciones en sede judicial y sobre la oficina anti-corrupción.
Machinea podrá encarar la liquidación de la coparticipación
federal, para conseguir los recursos que le permitan pagar los abultados
intereses de la deuda externa. De la Rúa ha utilizado la presión
que le reclamaba sacar a los funcionarios comprometidos con las coimas,
para parir el gabinete que le exigían, al menos en parte, los grupos
económicos. Las maniobras continuistas están atadas con
alfileres. La crisis política se profundiza. Para salir de esto
es necesario que una Asamblea Constituyente se haga cargo del gobierno
y proceda a una completa reestructuración política y social
en beneficio de los trabajadores. Eduardo
Rinesi *. Mi primera sensación
ante la renuncia de Chacho Alvarez y las palabras con las que la presentó,
es la de un quiebre. No institucional: la falta de la figura vicepresidencial
no augura ningún riesgo a la República. Ni político:
la salida de Alvarez no supone el desenlace del duelo entre dos proyectos
que habrían estado antagonizando en el seno del poder, ni esperó
este gobierno el mutis del número dos para impulsar las medidas
más antipopulares de los últimos lustros, que el ex vice
se ocupaba de anunciar y defender con (supongo que sincera) convicción.
No: la ruptura de la que hablo es de otro orden. Consiste en el abandono,
en el discurso del líder del Frepaso, de la idea central
en el realismo progresista que él expresa cabalmente
de que la realidad es el límite infranqueable de cualquier
proyecto político, de que lo deseable sólo puede pensarse
en el marco de lo dado, y de que es una inmadurez soñar un futuro
que no acepte lo que suele llamarse las reglas del juego del
presente. Lejos de entender que pensar políticamente es interrogar
esasreglas de juego, el realismo progresista empieza a pensar
sólo después de que el poder ha respondido todas las preguntas
y llamado realidad a sus respuestas. Por eso interesa subrayar
el resultado más notable de la embestida de Alvarez sobre el Senado:
porque es de esa realidad que ese movimiento reveló algunos datos
(la firme relación entre el poder económico y los representantes
del pueblo, los pactos secretos que sostienen el edificio del poder) que,
si nunca fueron desconocidos, se nos muestran ahora con la mayor nitidez.
Ahora: frente a este dato que la arremetida de Alvarez volvió evidente,
el ex no hizo lo que sí había hecho frente a otros datos:
suponer en bon realist que debía considerarlo otra
regla del juego y acusar de testimonialista al
que osara sugerir la idea de enfrentarlo. No: dijo, esta vez, él,
que había que enfrentarlo. Que había querido hacerlo y que
se iba para hacerlo mejor desde otro lado. Difícil saber adónde
lo llevará esta saludable inconsecuencia, y cuáles serán
los próximos pasos de esta historia. Y tal vez convenga no abrir
mayores expectativas, ni respecto de lo que pueda hacer Alvarez (a menos
que se decida a revisar muchas cosas más sobre el realismo
progresista que hace tiempo decidió abrazar) ni respecto
de las potencialidades moralizadoras de su gesto. Pero los gestos cuentan,
y éste que comentamos no carece de valor. Es un gesto de derrota
y de provocación; es decir, de algo bastante parecido a lo que
me gusta llamar política. OPINION
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