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Cambio de guardia en la República Imperial

El próximo martes, EE.UU. elige nuevo presidente tras los ocho años de Bill Clinton. La puja entre George W. Bush y Al Gore tiene elementos de farsa, mientras hacia América latina, las previsiones ya son motivo de debate 
(ver páginas 26 y 27).

George W. Bush y Al Gore, ya inmortalizados 
en el museo de figuras de cera de París.
Por Alfredo Grieco y Bavio

t.gif (862 bytes) El historiador inglés Arnold J. Toynbee sostenía que los grandes pueblos tienen historia trágica. Pero en momentos de prosperidad, todo parece tender a la tragicomedia. Los comportamientos de los candidatos favoritos en las elecciones norteamericanas del horizonte 2000 fueron tan caricaturescos que permiten, quizá mejor que en otras anteriores, comparar los programas y desnudar la política electoral.
Es cierto que la victoria de J. F. Kennedy en 1960 y la de Ronald Reagan en 1980 habían sido precedidas por sondeos histéricos y aguerridas campañas que no permitían anticipar con seguridad los resultados. Pero ambas marcaron transformaciones que llegaron para quedarse: en el primer caso el nuevo papel de la televisión y del carisma personal, y aun sexual, de los candidatos, en el segundo una revolución conservadora gestada en esos mismos años de contracultura que habían hecho que el carisma sexual de un candidato sirviera para ganar elecciones. 

Reyes de la comedia

En la elección 2000, el tópico serio que domina es cómo administrar mejor la prosperidad. El demócrata Al Gore y el republicano George W. Bush parecen, o buscan parecer, cuidadosos contadores que citan porcentajes y mueven trillones de un lado hacia otro con la impunidad de la fantasía y de los expertos contables. 
Tanto Bush como Gore imaginan un crecimiento sin sorpresas. También lo presuponía confiado Herbert Hoover, el presidente que no supo enfrentar el crac de 1929. Pero sobre todo lo presuponen los votantes. Y esto �en contra de lo que podría intuirse� asusta al candidato demócrata, que es el actual vicepresidente. Aunque las encuestas dicen que los votantes estiman que Gore se comportaría mejor en el caso de una crisis económica, una mayoría aún más abrumadora cree que, Bush o Gore, todo seguirá igual y en el mejor de los mundos posibles. Es decir que lo que parecería la principal razón para votar demócrata �el rédito de los ocho años de los dos períodos de Bill Clinton� se disuelve al desvincular el ejercicio de la presidencia de los éxitos del boom. 

Trillones por aquí y por allá

El vicepresidente Al Gore reveló en setiembre su plataforma económica, un documento grueso y apretado, de más de 200 páginas, pero con muchas más que 200 promesas. En un pasaje del texto se asegura que si las políticas de Gore son implementadas, el crecimiento de los ingresos (después de sufrir los debidos impuestos) crecerá en un tercio en los próximos tres años. Gore también reducirá la tasa de pobreza a un diez por ciento, hará desaparecer la brecha entre los salarios masculinos y femeninos, e, incluso, logrará que la ex república soviética de Ucrania tenga una cosecha record en 2004.
Sobre cómo hará todo esto (además de regalarnos la tierra y otros planetas menores), lo menos que se puede decir es que es poco claro. Especialmente, si no pone límites al gasto discrecional y no reforma la Seguridad Social. El plan de retiro, si fuera adoptado por todos los que están facultados para hacerlo, costaría 100 mil millones de dólares por año. Hay, sí, un conjunto impenetrable de microexenciones impositivas, con las que intenta oscurecer una verdad muy clara: que todos los que no sean parte de la ingeniería social de Gore seguirán pagando impuestos altos. Y si alguien es soltero y sin hijos (como según las leyes lo son gays y lesbianas, a los que por otra parte Clinton intenta cortejar para que voten demócrata), ya puede irle entregando su billetera al vicepresidente. 
Uno de los puntos sobre los que más insistió Gore durante su campaña es el de su sensibilidad social, en particular con la asistencia médica a losadultos mayores. En líneas generales éste es, sin embargo, uno de los sectores más ricos de la población, y uno de los que más crecen. Gore quiere emprender una reforma integral de Medicare, que permitirá, por una ley federal, acceso gratuito a medicamentos recetados. Y esto costará solamente, dice Gore, 253 millones de dólares en diez años (la inesperada precisión de la cifra añade su cuota de comicidad). Pero si la tecnología sigue floreciendo y los precios subiendo, las farmacéuticas consideran que se estará más cerca de unos 400 mil millones en la próxima década.
De los planes de Bush puede decirse a su favor sólo que son menos grandilocuentes. Tal vez la sobriedad no sea poco. Porque su gran insistencia está en el levantamiento de impuestos. Y todo gravamen puede volverse a imponer, mientras que las leyes federales (con las que GoreJúpiter quiere arreglarlo todo desde Washington) suelen ser bastante irreversibles, especialmente cuando crean derechos. 
El plan de Bush para el sistema de jubilaciones, que quiere dejar en manos privadas para producir una mayor rentabilidad, tiene un gran problema (o un gran hueco) en su centro: qué hacer si las inversiones fallan estrepitosamente. Es curioso, pero sintomático, que el énfasis de Bush sea dedicar el superávit a la exención impositiva en vez de gastarlo en la cancelación de la deuda (que de por sí funcionaría como un levantamiento de los impuestos por su efecto sobre las tasas de interés). 

La peste verde

Al pensar de que la economía evolucionará con prescindencia de quién llegue a la Casa Blanca, la mayoría coincide, paradójicamente, con el tercero en discordia, el candidato verde Ralph Nader. Con una intención de voto que llegó al cinco por ciento, Nader es la espina en el costado de los demócratas. Porque el segundo voto del grueso de sus partidarios es Gore. El vicepresidente intentó, informalmente y por interpósitas personas, que Nader se bajara de su candidatura. El fracaso fue tan estrepitoso que no volvió a intentarlo, y ahora confía en que, ya que republicanos y demócratas están tan cerca, los verdes finalmente se decidan por los últimos. 
Nader acuñó una fórmula efectiva: Gore y Bush son dos caras de la misma moneda, cuya única diferencia reside, según él, �en la velocidad con la que se arrodillan ante los intereses de las grandes corporaciones�. Para Nader, ambos deberían presentar una candidatura única bajo la denominación de Republicrats, una contracción de los nombres de los dos partidos. Son Tweedledum y Tweedledee, dos personas que defienden lo mismo con nombre distinto. Nunca tuvo un cargo electivo, pero Nader es todo lo contrario de un ingenuo político. Muchas de sus iniciativas se convirtieron en leyes federales viables. Sus partidarios se jactan, tal vez con razón, de que ninguna otra persona ha salvado tantas vidas de sus conciudadanos. 

Una elección blanda

Acabada de enfriar la Guerra Fría, alcanzado el superávit, los verdaderos puntos calientes de la campaña presidencial, resaltan los analistas, se ablandaron. La gestión del superávit, en suma, aburre. Del mismo modo, la paz hace que la política exterior cuente menos: ocupó sólo el segundo de los tres teledebates de los presidenciables, que justamente fue el más apacible (la prensa lo llamó �fiesta de amor�). Que la economía sostenga el vigor de los temas sociales no significa que la consecuencia sea progresista. Con mucha decisión, y con muy poco humor, los dos candidatos dedicaron un tiempo sustancial de la campaña a probar que nunca, nunca, mancharían el vestido de nadie con semen, como sí hizo el actual presidente Bill Clinton, y que ellos aman mucho, de fidelísimo amor, a sus esposas e hijos. 
Los temas sociales son más �femeninos�. En los �50 y �60, la propaganda enfatizaba las exigencias de la carrera armamentística. En los �70 y �80,la retórica dura de �encerrar a todos los delincuentes y después tirar la llave�, o la de �aumentar el gasto de Defensa� también apelaban a los votantes masculinos. Hoy las armas que más importan al votante no son las de la defensa nacional sino las que las mamis no quieren que sus hijos lleven a la escuela y que la National Rifle Association sí quiere que todos puedan tener sobre la chimenea. El aborto, la educación, la seguridad social, la salud, el medio ambiente, la discriminación, étnica o no, la �diversidad� son los verdaderos temas divisivos. Y como según los sondeos a las mujeres no les gustan los ataques negativos, Gore y Bush discutieron, o trataron de hacerlo, como dos damas. Corrieron a Banana Republic a comprar trajes de color claro, porque a las mujeres de los sondeos les disgustaban los oscuros. En todo esto el demócrata sacó ventaja: después de todo, el suyo es un partido de �mamis� y el republicano de �papis�. El círculo se cierra: en 1960 había ganado JFK, el candidato más sexy.

Bill Clinton tras un acto electoral en California.
La prosperidad de sus años no se tradujo en un apoyo a Gore.

El verde Ralph Nader con la cantante Patti Smith.
Gore trató de que se bajara, pero falló estrepitosamente.

George W. Bush Jr. ante una concentración de partidarios en los últimos días de campaña.
Sus planes son menos grandilocuentes que los de Gore, pero presentan serios huecos.

El vicepresidente Al Gore saluda a una gran concentración de partidarios en Chicago.
Sobre cómo logrará todo lo que promete, lo menos que puede decirse es que resulta poco claro.

 
Claves

Las elecciones presidenciales norteamericanas del martes ocurren bajo el signo de una paradoja: EE.UU. vive el ciclo de prosperidad más largo de su historia, y sin embargo las encuestas favorecen por estrecho margen al republicano George W. Bush contra el demócrata Al Gore, vicepresidente de Bill Clinton.
También se renuevan las dos Cámaras, que actualmente se hallan bajo mayorías republicanas.
Una novedad es la emergencia de Ralph Nader como candidato verde, con un cinco por ciento de la intención de voto, que erosiona principalmente a las huestes de Gore.

 

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