El
primer cumpleaños nos agarró, hace un año, rodeadas
por doce señores que se tomaron el trabajo de sentarse a escribir
como mujeres y que nos permitieron un festejo de lujo. Esta vez, en
cambio, tuvimos ganas de invitar a un puñado de mujeres que,
sumadas a las de las chicas de la casa, eligieran a su hombre favorito.
El resultado del trabajo es esta edición, en la que, bajo el
título de Los hombres que amamos, Las/12 habla
de esos varones ante los que alguna vez nos hemos rendido. La respuesta
de las mujeres convocadas a participar de este número especial
también da cuenta de la manera en la que las mujeres solemos
hacer click bajo el influjo de un hombre. No están aquí
esos muñecos a los que sin esfuerzo piropearíamos por
la calle o en la pantalla. La consigna, que incluía la palabra
amor, conectó a todas las mujeres que firman estas
notas con otro tipo de registro: ese escritor, ese personaje histórico
o de ficción, ese director de cine que un buen día les
partió la cabeza, les levantó el telón de un
mundo nuevo o las envió a una dimensión desconocida.
Durante todo este segundo año de vida, Las/12 afianzó
su estilo y su manera de detectar en el universo común los
acentos femeninos. A veces esas voces rescatadas del barullo o del
silencio fueron graves, potentes, provocadoras. Otras, fueron divertidas.
No faltaron las voces frívolas, ni las delirantes. Caben todas.
El único tamiz del suplemento es ése: el sentido de
la pluralidad inagotable que esconde la palabra mujeres,
y que durante muchos años se pretendió amasar con esa
misma palabra en singular. La mujer no existe, y no porque
lo haya dicho Lacan. La mujer esa a la que se le
dedican revistas, programas de televisión, otros suplementos
de diarios no existe, salvo que nos resignemos a aplanarnos,
a achicarnos, a comprimirnos, a borrar de nosotras las diferencias
que hacen que no solamente unas nos distingamos de otras, sino sobre
todo que nos demos permiso para levantarnos cada día con el
pie que se nos antoje. Lo femenino muta dentro de nosotras a cada
instante, recomienza, nos pone en crisis, nos sacude y se burla de
las que fuimos hace dos horas. Cada mujer es tantas mujeres que no
es sorprendente que los hombres hayan acuñado aquel son
todas iguales para arrullarse y tranquilizarse.
Sobre los varones nos hemos ocupado entre risas, durante estos dos
años, con la licencia de los arquetipos que se publican en
nuestras contratapas -y que sólo por esta vez, ante la avalancha
masculina del número especial, suspendemos-. Se entendió
sin dificultad que esos grandes rasgos en los que muchos se reconocen
y otros buscan reconocerse son una humorada que no sólo nos
habilita a describir diferentes tipos de hombres, sino también
a reírnos del cristal con el que los miramos. En cualquier
pintura no tiene por qué haber más del pintado que del
pintor.
En esta ocasión, en cambio, los hombres son admirados y tienen
nombre y apellido. La riqueza de un género o de un transgénero
reside tanto en lo que lo constituye las generalidades, las
cosas en común como en los espacios que se reservan para
convertir a cualquier miembro de ese género en único.
Esa, probablemente, es la tecla que más toca este suplemento:
la complicidad que surge de la identificación, y la libertad
que surge de la pluralidad.
En tanto, como un collage que documenta la coctelera apasionante de
las voces femeninas que hablaron en los últimos doce meses
en las páginas de Las/12, elegimos casi al azar algunas frases
de entrevistadas de diferente orden, importancia, ideología,
preferencias, trabajos, signos y procedencias. Lo
que salió, y que se publica en la contratapa de este número,
es combustible.
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