|
Borges
y sus precursores
Instantes
Si pudiera vivir
nuevamente mi vida
En la próxima trataría de cometer más errores.
No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido, de hecho
tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Sería menos higiénico.
Correría más riesgos, haría más viajes,
contemplaría
más atardeceres, subiría más montañas,
nadaría más ríos.
Iría a más lugares adonde nunca he ido,
comería
más helados y menos habas, tendría más problemas
reales y menos imaginarios.
Yo fui una de esas personas que vivió sensata y prolíficamente
cada minuto de su vida; claro que tuve
momentos de alegría.
Pero si pudiera volver atrás trataría de tener
solamente buenos momentos.
Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, sólo de momentos;
no te pierdas el ahora.
Yo era uno de esos que nunca iban a
ninguna parte sin termómetro, una bolsa de agua caliente, un paraguas
y un paracaídas;
Si pudiera volver a vivir, viajaría más
liviano.
Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar descalzo a principios
de la primavera y seguiría así hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en calesita, contemplaría más
amaneceres
y jugaría con más niños, si tuviera otra vez
la vida por delante.
Pero ya tengo 85 años y sé que me estoy muriendo.
Jorge Luis Borges
Por
Iván Almeida
Atribuir
a Louis Ferdinand Céline o a James Joyce la Imitación de
Cristo ¿no es una suficiente renovación de esos tenues avisos
espirituales?
(Pierre Menard)
¿Si
volviera a vivir?
Bueno... volvería a hacer las cosas que hice.
Porque uno es como es ¿no?
(en Rodolfo Braceli.Borges-Bioy, pág. 43).
El cuerpo del delito
El texto citado ocupa dos páginas de la revista mexicana Plural,
fundada por Octavio Paz en 1971, y dirigida por el ilustre Premio Nobel
hasta 1976. Plural, ex revista cultural del grupo Excelsior, era considerada
por algunos como una de las más influyentes en la vida cultural
de Latinoamérica. Este poema aparece en las páginas 4 y
5 del número de mayo de 1989. En una nota titulada Un poema
a pocos pasos de la muerte, Mauricio Ciechanower lo presenta con
un brío lírico que, convengamos, Borges (o su alter ego
Bustos Domecq) hubiera ciertamente envidiado. Extraigo algunos de sus
conceptos:
Concebido poco tiempo
antes de su desaparición la sola mención de sus 85
años de existencia, en el final del poema, así lo acredita
remite a esa fundamentada hipótesis sobre la fecha real de su confección
(...) Pieza preñada de un poder de síntesis magistral, Instantes
refleja los pensamientos más íntimos del gestor de Elogio
de la sombra a propósito del trayecto de vida que le tocara en
suerte recorrer, desechando aquellos tramos existenciales a los que hubiera
deseado dejar de lado y, por el contrario, incorporando aquellos otros
que hubieran podido proporcionarle placer y gratificaciónplena.
Suerte de testamento sin presencia obligada de notarios prescindibles,
expresión de deseos que acoge sumas y restas de lo que constituyera
su vida total. Texto sustancial que queda al alcance de los lectores de
Plural, publicación virgen en suelo mexicano, y que permite un
acercamiento de neto corte humano a esta figura mayor de la literatura
de todos los tiempos (pág. 5).
Con elegancia, tal
vez para dejar al lector la magia del descubrimiento, el comentador se
contiene de hacer notar que, en esta pieza de concepción tan rebelde,
Borges esconde, en el verso 12, la última de sus abdicaciones,
la del respeto por la sintaxis.
Los crímenes
de Poniatowska
Tal vez de mayor prestigio aún es el libro de Elena Poniatowska
Todo México, que contiene un capítulo de 45 páginas
consagrado a una supuesta entrevista con Jorge Luis Borges. El libro es
de 1990, pero la autora toma la precaución de fechar la entrevista
en 1976.
En la página 144, mientras Borges y Poniatowska hablan de Shaw
y de Conrad, y antes de pasar a una abrupta pregunta por Tolstoi
y Dostoievski y Balzac y Proust, la periodista nos concede un súbito
entreacto, durante el cual tiene el privilegio inusitado de recitarle
a Borges dos poemas seguidos. El primero es nuestro Instantes,
el segundo, recitado sin transición, es El remordimiento.
A continuación, Poniatowska describe minuciosamente la reacción
de Borges:
Borges escucha con
incredulidad, con atención, acostumbra escuchar con seriedad, no
se distrae, sin el bastón, sus dos manos sobre la colcha, se ve
más desamparado. Sonríe.
¿Qué puede importarme ser desdichado o ser feliz?
Eso pasó hace ya tanto tiempo... Estos poemas son demasiado inmediatos,
autobiográficos, son remordimientos (págs. 145-146).
Sería relativamente
sencillo tratar de resolver este intríngulis pidiendo amablemente
a Elena Poniatowska que dé a conocer las cintas grabadas de la
entrevista. Pero nuestra encuesta perdería en interés lo
que ganaría en realismo y siempre es mejor someterse a la consigna
de Dunraven: La solución del misterio es siempre inferior
al misterio.
Cedo, pues, la palabra al profesor Rafael Olea Franco, quien, en un artículo
reciente, resume el episodio. En su texto, en primer lugar, puede verse
que, a pesar de la fecha (ya anacrónica) de 1976, que figura en
el libro Todo México, Elena Poniatowska había publicado
su entrevista por entregas, ya en 1973, en Novedades del 9, 10, 11 y 12
de diciembre. Y Olea Franco comenta:
El enigma que plantea
el pasaje de Poniatowska se dilucida si se comparan las entregas originales
de la entrevista (1973) con la versión de ésta incluida
en 1990 en Todo México; además de ciertas diferencias en
el orden de los apartados, se encuentra que en la segunda entrega del
texto original donde hay un diálogo sobre Conrad, Tolstoi
y Dostoievski, no se discute la felicidad de Borges ni se citan
o mencionan poemas suyos. De aquí deduzco que cuando Poniatowka
volvió a publicar la entrevista, no dudó (no tenía
por qué dudar) de la autoría de Borges respecto de Instantes,
como tampoco lo hicieron otros muchísimos lectores e incluso profesores
universitarios; por ello de ningún modo creyó caer en una
contradicción irresoluble si retocaba el texto añadiéndole
dos poemas del escritor que se relacionaban con el fundamental tema de
la felicidad personal (53-54).
Como si esto fuera poco, en el mismo artículo (irónicamente
precedido, en la Gaceta del Fondo de Cultura Económica, por un
texto de Poniatowska sobre Borges y Reyes), Olea Franco, con la amabilidad
que lo caracteriza, da la estocada fatal a la hipótesis-Poniatowska,
revelando un infranqueable anacronismo que obliga a descartar, esta vez,
también el segundo de los poemas leídos:
Como dije, la entrevista se efectuó en 1973, según lo comprueban
numerosos datos: el Premio Alfonso Reyes, la preocupación del escritor
por la salud de su madre (muerta en 1975), el nombre de su ayudante en
ese primer viaje a México (Claudine Hornos de Acevedo). La fecha
es clave, pues El remordimiento se publicó por vez
primera el 21 de setiembre de 1975, en el diario La Nación, por
lo que es imposible que Poniatowska haya podido citarlo en 1973.
El comienzo de la
indignación
En el prólogo del volumen Borges en la Revista Multicolor
(1995) libro improvisado, que contiene algunos textos de Borges
y otros a él atribuidos con dudosa metodología, María
Kodama, editora de las obras del poeta, vuelve sobre un asunto que ya
la había llevado a obtener condenas y retractaciones públicas:
Lo más notable
es comprobar que esa misma gente que no aprueba la publicación
de las tres obras mencionadas [El tamaño de mi esperanza, El idioma
de los argentinos, Inquisiciones], frente al poema Instantes
o Momentos de la escritora norteamericana Nadine Stair, atribuido
falsamente quiero creer que por ignorancia a Borges, esa gente,
repito, nada dijo ni del estilo ni del contenido de esos versos. Aunque
resulte infantil el lenguaje empleado y totalmente contradictorio el mensaje
transmitido por el poema, con respecto de los principios que Borges sustentó
hasta el fin de su vida. Se llegó al horror de leer y enseñar
en instituciones oficiales, y atribuyéndolo siempre a Borges, ese
poema sin valor literario (pág. 16).
Nace, entonces, una
segunda pista: la escritora norteamericana Nadine Stair. En el diario
El País del 9 de mayo de 1999, Francisco Peregil publica una nota
titulada El poema que Borges nunca escribió, en la
que, sin más argumentos que su justificada indignación,
acepta la teoría de Kodama.
El problema es que la crítica literaria no obedece a la lógica
binaria: poder afirmar que un texto no es de Borges no es haber probado
que su autor es Nadine Stair. Así, los stairistas no
han mostrado mayor rigor intelectual que los borgistas.
Nadine Stair, originaria de Louisville, Kentucky, fallecida el 1988 a
la edad de 86 años, probablemente no ha existido nunca, al menos
con ese nombre y ese apellido. El primer testimonio de autoría
de este extraordinario personaje borgesiano se remonta a 1978 (es, pues,
dos años posterior a la supuesta entrevista de Poniatowska con
Borges) y aparece en la página 99 de Family Circus del 27 de marzo.
Más bien forzado por las circunstancias que por un verdadero placer
de sabueso, he debido rastrear durante años los pasos de esta escritora,
pariente lejana, sin duda, de Herbert Quain. La mayoría de las
pistas conducían a los medios de espiritualidad gerontológica.
El texto parecía ser la simple respuesta de una anciana a la pregunta
¿Qué haría usted si le fuera dado volver a
vivir?. En un cierto momento me pareció que llegaba a la
fuente verdadera: alguien citaba el best-seller Peace, Love & Healing
del Doctor Bernie S. Siegel, el gerontólogo más leído
de los Estados Unidos. Tragué la vergüenza que implicaba encargar
y recibir unlibro con ese título, cuando se cree ser profesor de
epistemología. Suspiré de alivio al descubrir, en la página
285, el texto que buscaba.
En un documentadísimo site de Internet basado en Holanda, su autor,
Bejamin Rossen, ha centralizado y ordenado toda la información
que ha ido recabando de diferentes lugares. Allí aparece in extenso
el resultado de una pesquisa realizada por la periodista Joannie Liesenfelt,
especializada en búsqueda de personas y familias perdidas. Intrigada
por una antología de mujeres poetas publicada por Papier Mache
Press, que lleva como título un extracto de este presunto poema,
Liesenfelt viajó a Kentucky y se dedicó a indagar acerca
de la identidad del autor. En ninguna de las cuatro familias de Kentucky
que llevan el nombre Stair encontró rastros de Nadine.
Sin embargo, una de las personas contactadas, Laura Stair, le declaró
que, acosada por centenas de cartas, ella misma ha llevado a cabo una
indagación con el siguiente resultado: la persona en cuestión
se llamaría Nadine Strain, con la cual Laura Stair afirma haber
mantenido alguna conversación telefónica. Siguiendo el consejo
de esta persona, Liesenfelt continuó la investigación valiéndose
del testimonio de Byron Crawford, periodista del Louisville Courier-Journal
y autor de varios artículos sobre Nadine Strain. Crawford ha estado
en contacto con la sobrina de esta persona, quien afirma que la verdadera
ocupación de su tía era la música y que no se le
conocen más escritos que el que Crawford menciona.
Sabemos, pues, que Nadine Strain existió, que nació el 1º
de julio de 1892 y murió el 20 de noviembre de 1988 en Louisville
y que su sobrina está feliz de saber que su tía goza de
una cierta celebridad. Nada sabemos, en cambio, de Nadine Stair, salvo
que en esa época, en Kentucky, nadie llevaba ese nombre.
Pero sabemos también que cuando ese texto aparece, firmado por
Nadine Stair, el año en que Nadine Strain cumple los 85 años
de edad estipulados, ya hacía 25 años que circulaba otra
versión del mismo.
Lillusion
comique
La redacción de Queens Quarterly (una de las más
antiguas y prestigiosas revistas de literatura de Canadá) publicó
en la edición de otoño de 1992 el poema Moments
de Jorge Luis Borges, traducido por Alastair Reid. Alastair Reid es un
famoso poeta escocés, staff writer en el New Yorker,
traductor al inglés de Borges y de Neruda, y coeditor, con Emir
Rodríguez Monegal, de la antología Borges, a Reader (1981).
Estas informaciones, aunque de carácter circunstancial, deberían
descartar cualquier sospecha de incompetencia.
¿Qué puede haber llevado a un hombre de tanta fineza y de
tanta experiencia en textos borgesianos a no dudar un instante que un
tal texto pudiera ser de la misma pluma que escribió La Cifra?
¿Qué puede haberlo llevado, además, a admirar (sin
dejarse influir por la firma) el valor poético de ese texto, hasta
el punto de ofrecerse a traducirlo y enviarlo a una revista seria?
Marginalmente: si pensó con sinceridad que era de Borges, ¿cómo
pudo pasar por alto los derechos de los herederos del poeta, quienes,
de ser consultados, no hubieran tardado en desengañarlo?
Una vez más, debemos resignarnos a saborear el misterio, tratando
de convencernos de que el misterio es superior a su solución. Una
vez más, lo cercano se aleja; la revelación seguirá
siendo inminente, sin llegar a producirse.
Tal vez el fenómeno resida en una íntima voluntad de ser
engañados cuando el mundo no llega a acomodarse a los propios sueños.
Y esto, independientemente de la capacidad de discernimiento de la persona
en cuestión. Lo cierto es que muchos de los poemas personales de
Alastair Reid evocan el mundo plasmado por Instantes. Podría
pensarse que de esa secreta e inconsciente voluntad de error está
por nacer un nuevo paradigma de lectura, al que Borges, ciertamente, no
sería del todo ajeno. Sí,quizás la historia de la
literatura es la historia de algunos grandes errores de lectura.
El 11 de febrero de 1999, un mensaje electrónico remitido por Ilza
Carvalho me advierte de la existencia del texto If I had My Life
to Live over, firmado por el caricaturista americano Don Herold,
en la revista Readers Digest de octubre de 1953 (cuando Borges tenía
54 y Nadine, 55 años). Mi amable interlocutora me comunica además
que está en contacto telefónico con la hija del célebre
caricaturista, la escritora Doris Herold Lund, quien confirma sin equívocos
la autoría de su padre.
No fue difícil conseguir en la biblioteca del Iberoamerikanisches
Institut de Berlín la edición en cuestión y comprobar
de visu la exactitud de la información.
Por razones de copyright me está vedado reproducir aquí
la totalidad del texto de Don Herold. Pero desde la primera frase resaltan
el tono escéptico y el humor negro del caricaturista, totalmente
ajeno a la espiritualidad de la que se reclaman los miles de prosélitos
del texto en su versión Stair/Borges.
La conclusión que saca Benjamin Rossen de las docenas de versiones
que compara (http://home.iae.nl/users/rossen/DAISIES/daisies.htm) es que
todas se sitúan en alguna parte de un inmenso recorrido de plagio
de un autor único y con copyright, Don Herold. Pero no podemos
descartar del todo la hipótesis de que, a su vez, el texto del
caricaturista tenga sus raíces en un locus común.
Sólo debemos defender a Borges, defenderlo además por un
poema que no ha escrito, y defenderlo, por último, de un delito
que fue siempre, para él, una virtud: el plagio. Pienso que si
nos fuera dado preguntar a Borges su opinión sobre este chiste
de mal gusto, optaría tal vez por parafrasear a un autor frecuentado
en sus años de juventud: Postulado un plazo infinito, con
infinitas circunstancias y cambios, lo imposible es no componer, siquiera
una vez, el poema Instantes.
¿Interpretar?
La verdad, cuya madre es la historia..., escribió
Pierre Menard, corrigiendo a Cervantes, que había escrito La
verdad, cuya madre es la historia.... Sería interesante analizar,
a la manera de Borges en Menard, las modificaciones que sufre el texto
que consideramos, por el simple hecho de ser atribuido no ya a Herold
sino a Stair, y no ya a Stair sino al mismo Borges.
Pero más indicado es preguntarse por qué se ha desencadenado
esa necesidad colectiva de imponer un Borges apócrifo y de defenderlo
tan belicosamente.
Sería injusto pretender que sólo los que no han leído
a Borges han creído y divulgado la patraña. No ha faltado
el profesor universitario ni el poeta impulsados a divulgar la buena nueva.
El público, aun el más ingenuo, no necesitaba un texto más
de esta índole. Con un Paulo Coelho joven y en buena salud, todos
los países de mundo disponen de una reserva de espiritualidad barata
por bastante tiempo. Pero el hecho es que el texto debía
ser de Borges.
Secretamente, la masa anónima de creyentes fue cumpliendo
un designio que el mismo Borges había urdido. En el preciso momento
en que Don Herold publicaba su artículo en Readers Digest,
es decir en octubre de 1953, Borges publicaba en La Nación uno
de sus mejores cuentos, El fin. Lo que allí se cuenta
es la muerte de Martín Fierro, de mano de aquel Negro a quien él
había vencido en una payada siete años antes. Borges entiende,
con ese cuento, no sólo darle un fin al personaje que
Hernández había dejado en vida, sino además ponerle
un fin al fierrismo dominante.
Puede pensarse que su propio destino de personaje de la historia literaria
no fue distinto del de Fierro. Una muchedumbre anónima ha escrito
el fin de Borges, le ha puesto (o aspira a ponerle) un punto
final a un cierto Borges. De la misma manera que en El Aleph
la divinaBeatriz aparece revelando pornográficos secretos, al igual
que, en El fin, Fierro es el opuesto al personaje de Hernández,
el Borges de Instantes es un Borges conducido a ser su propio
contrario, un Borges que quisiéramos ver arrepentido.
Queremos que siga siendo Borges, pero que reniegue sus opciones y que,
en vez de sus crípticos poemas, venga a decirnos lo que nosotros
desearíamos oír y que sólo osan decirnos las revistas
que despreciamos. El mundo perfecto incluiría un libro de Rigoberta
Menchú firmado por Wittgenstein, la Imitación de Cristo
firmada por Joyce, la canción We are the world firmada
por Mallarmé.
Por suerte, Borges escribió un texto célebre llamado Borges
y yo. Nunca sabremos a cuál de los dos le está sucediendo
esta historia. Pero podemos estar seguros de que el otro se divierte jubilosamente.r
arriba
|