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Escribir
a martillazos
Vive
en la tierra, único dato biográfico que Maurice G.
Dantec pide que figure en la contratapa de sus libros. Bautizado príncipe
del neo-polar, maestro del thriller cyberpunk, el escritor
francés entiende la literatura como un campo de batalla. En estos
días abre fuego con El teatro de operaciones (diario metafísico
y polémico), un nuevo objeto redaccional no identificado.
Por
Alejo Schapire, desde París
¿Signo
de los tiempos? Héctor Bianciotti sale de la editorial Gallimard.
Mientras, en la elegante recepción, un hombre rapado, vestido de
negro, aporrea e insulta en inglés a un expendedor de bebidas para
conseguir una Coca. Un skinhead en Gallimard, se ríe
Maurice Dantec, señalando un retrato suyo que cuelga de una pared,
junto al de Philippe Sollers. Explica que no nos reservaron un lugar para
la entrevista pero que no importa; decide invitarse a una gigantesca sala
de reuniones que da sobre el Jardin de la Pléiade, un patio clasificado
Monumento Histórico del siglo XVIII. Lo siento, pearo fumo,
se excusa mientras confecciona un porro con un ticket de metro, un cigarrillo
JPS que desmenuza entre los dedos y la marihuana que vierte sobre el papel
de seda. Difícil afirmar la rebeldía cuando se publica en
la Colección Blanca de la Nouvelle Revue Française, club
reservado a la sangre azul de las letras francesas. Sabe que subió
a primera división por la puerta de atrás, con
géneros menores, catapultado por el éxito de
las novelas La sirena roja, Las raíces del mal y Babylon Babies
(cuyos derechos fueron recientemente adquiridos por Grijalbo-Mondadori).
Maurice Dantec es el otro escritor francés, con Michel Houellebecq,
que cuenta a la hora de asomarse al siglo XXI. Parados en las ruinas
del futuro, comparten una concepción de la literatura como
manual de supervivencia. Más cercanos a Huxley que a Orwell, trabajan
en una metafísica que permita aprehender las consecuencias del
desarrollo de las biotecnologías. Los une también una pasión
por la música. Mientras el autor de Las partículas elementales
presenta su nuevo CD de poemas cantados en las playas, Dantec toca con
su grupo electrónico sobre textos de Gilles Deleuze. Además,
ambos escogieron el exilio. Hasta aquí las coincidencias. Porque
si Houellebecq coquetea con el nihilismo de Schopenhauer, Dantec cierra
filas detrás de Nietzsche.
El individuo no puede ni ayudar ni salvar una época, sólo
constatar su pérdida. Con esta cita de Kierkegaard comienza
el mamotreto de más de 650 páginas, un patchwork de ensayos,
poesía y comentarios sobre la actualidad, una tentativa de
relato genealógico de todas las guerras en curso, incluso de las
que se ganan o se pierden en este mismo instante hace millares de años,
o las que ya ocurren en los próximos siglos. En un estilo
barroco anuncia el crepúsculo de la humanidad, provocado según
él por el nihilismo socialista positivista igualitarista
postcristiano que gobierna el mundo. Se subleva contra la corrección
política que culpabiliza a la única identidad a la
que se le ha prohibido defenderse, la del heterosexual, blanco, rico,
culto. Dice que para vivir en paz, hay que hacer contra sí
mismo la más implacable de las guerras. Así que ya
anticipa los titulares de los diarios el día de su muerte: Muerte
de un enemigo del pueblo.
Nacido en la periferia de París, criado por padres comunistas excluidos
del PC en el 68, Dantec acumuló todos los excesos de los
que tenían 20 años en los ochenta: grupúsculos de
extrema izquierda (donde, junto a maoístas y trotskistas era aterrorizado
por compañeritos stalinistas), la aventura punk (de la que conserva
la estética y las referencias musicales), las drogas, la publicidad
y la mercadotecnia telefónica.
A la hora de juzgar a sus colegas franceses, el heredero de William Gibson
y Philippe K. Dick se dice harto de una literatura que se obstina
en describir pisos que crujen, canillas con pérdidas, brillos de
manijas de puerta. Denuncia la nueva moda autorreferencial, una
escritura subescrita, un rechazo del heroísmo, el drama y la tragedia,
que conduce al suicidio. Llama con urgencia a sus colegas a integrar
la desacomplejada literatura norteamericana. Ni le hablen de excepción
cultural.
Francia, una gran idea convertida en un pequeño país,
parece no darle más respuestas: Es una nación donde
los posibles nacen muertos. Comprobóla inexistencia de Europa
durante la guerra en Bosnia, en el 95. Asqueado frente a la inacción
de los que llama ceropeos, fue a Sarajevo a ver lo que
pasa. En Babylon Babies cuenta cómo los intelectuales parisinos
discutían allí sobre teatro moderno en hoteles de lujo mientras
el centro de la capital no tenía ni luz. Dantec no quiere contar
lo que hizo, pero los rumores hablan de transporte de armas. Durante el
conflicto en el Kosovo (ampliamente comentado en el libro), se contentó
con seguir la guerra Nintendo por la tele, pero el día que Belgrado
claudicó se tatuó la estrella de la OTAN en el tríceps
izquierdo.
Por todas estas razones se exilió en Montreal, el laboratorio de
la Norteamérica francófona.
Su obsesión por la pregunta de Adorno sobre cómo hacer poesía
después de Auschwitz no le impide tener una idea clara de lo que
necesita la humanidad para regenerarse: Nietzsche, darwinismo, selección
natural, elites genéticas, aristocracia. ¿No tiene
ahí un cóctel muy peligroso? Veo muy bien las imágenes
subconscientes que surgen cuando se pronuncian estas palabras. El problema
es que el totalitarismo (el macartismo de izquierda) procede mediante
la destrucción del lenguaje y del pensamiento. El hecho de que
el nazismo haya concebido un pseudo corpus en torno de la eugenesia nos
impide hoy imaginar aunque sea por un segundo algo que podría mejorar
la especie humana. El nazismo fue una destrucción de la humanidad.
Los grandes pensadores judíos o no judíos, la
elite artística e intelectual, fueron las primeras víctimas.
El nazismo no es un pensamiento aristocrático. Y concluye
con esperanza: Vamos hacia una gran democracia terminal en la cual
podremos automutarnos. Ese mundo no va a tardar en aparecer, y algo vamos
a tener que hacer de ello.
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