MARTA DILLON
Sí,
ya sabemos, el sida nos obliga a reflexionar sobre los misterios más
insondables de hombres y mujeres: el sexo, la muerte. No hay verdades
sobre estas cosas a las cuales aferrarnos para cruzar las corrientes
a que nos someten cuando se nos enfrentan. ¿Y entonces qué
hacemos? La mayoría de las veces miramos para otro lado. ¿Sabemos
qué es lo que más nos gusta a la hora de gozar? ¿Gozamos?
¿Pedimos? ¿Damos? ¿Cómo entra el forro en
esa danza? ¿Ponemos palabras, hay suficientes? ¿A qué
le tememos cuando le tememos a la muerte? ¿La muerte de quién?
¿La muerte en vida? Preguntas, retóricas algunas, para
no buscar demasiado aquellas que disparan respuestas incómodas
o demasiado crudas que todos contenemos, con o sin vih. Hay vidas que
nos interrogan desde su propia dificultad de ser vividas, vidas que
se desprecian, vidas que huyen de sí mismas o se consumen a grandes
pasos como empedernidos maratonistas sobre una cinta transportadora.
Es demasiado doloroso aprender que el tiempo se va todo el tiempo y
que pocas veces estamos a la altura de las circunstancias. Sin embargo
hay un consenso sobre lo correcto, una soberbia en ese consenso que
expulsa todo el tiempo a quién se atreve a elegir otro camino
para su deseo. Así se acuñan algunas frases célebres
como esa que todavía vemos en los calcos de taxis y colectivos,
por ejemplo: Si a la vida, no a la droga ¿Que quiere
decir? Nada, si no profundizamos en cuáles son las opciones vitales
¿Cómo se le explica a quien ha nacido con el futuro expropiado
que la vida no está en los cinco minutos de gloria que le da
un saque o un pico o lo que sea? Recuerdo que hace un par de años
atrás entrevisté a Héctor Lombardo, hoy ministro
de Salud, y muy suelto de cuerpo dijo entonces que no tenía sentido
hacer campañas de prevención sobre sida entre quienes
se inyectan drogas porque ellos, en definitiva, no quieren vivir.
Como si decirles a ellos con algún gesto que sí nos importa
que se mueran o no, que sí son nuestros semejantes aunque elijan
intervenir su cuerpo violentamente, fuera gastar pólvora en chimangos.
Es difícil mirarse en esos espejos, pero algo nos están
diciendo a los gritos. Decirle sí a la vida como dice el slogan
es darle un valor por encima de las elecciones de cada uno. En este
país las políticas de reducción de daños
dar jeringas descartables a quienes las necesitan para evitar
males mayores, por ejemplo se consideran como apología
del delito y en realidad no es más que dar vuelta la cara. Tal
vez para no enfrentarse a esas preguntas que nos tocan a todos (las
elecciones, el deseo de vivir, el deseo de morir, el no deseo) y a las
que es más fácil hacer oídos sordos.