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Jueves 10 de Febrero de 2000
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alcoyana-alcoyana: en la misma semana en que se edita el disco final de the Cure, se estrena en buenos aires la ultima pelicula de Tim Burton
VERANO NEGRO

Hubo un tiempo que fue dark. Eso que Billy Corgan exhibe como propio y en versión semi-grunge, pertenece en realidad desde hace veinte años a Robert Smith. La edición de Bloodflowers reafirma el concepto y da la excusa ideal para retratar pasado y presente de una banda que alguna vez, aquí en el país stone, fue pasión de multitudes. Bienvenidos, pues, al lado oscuro.

MARIANA ENRIQUEZ

Sí, Bloodflowers es un disco triste. Al menos, está lejos de Wild Mood Swings (1996), el último esfuerzo pop de The Cure. De por sí, fueron concebidos de muy diferentes maneras. Durante la grabación de Wild Mood... la casa estaba llena de gente, familia, invitados a cenar, etc. Para Bloodflowers, el jefe no le permitió a nadie que no fuera parte de la banda entrar al estudio. “Encontré más sencillo trabajar en esto si nadie a mi alrededor se estaba riendo. Todo el mundo pensaba que yo estaba siendo un hijo de puta, y creo que tenían razón, porque quería que se focalicen en el disco. Por 3 meses nada más me importó. Hacía 10 años que no tenía una actitud como ésa. Ahora la banda se amigó conmigo, porque se dieron cuenta de que el disco quedó muy bien. Pero me odiaron durante todo el proceso.” Los ejecutivos de la compañía discográfica no estaban contentos tampoco. A Smith no le importa. Sabe que el disco no tiene un tema que pueda ser un simple inmediato, y lo hizo a propósito. Además, no habría de qué preocuparse: los discos más oscuros de The Cure suelen ser los más exitosos. “Los de la compañía no tienen idea de lo que se trata la banda, ni a qué público apunta, ni lo que significa. Eso está tan claro... Desintegration, por ejemplo, tiene la misma onda que éste y fue un éxito. Recuerdo que cuando se lo mostramos a los ejecutivos hubo un silencio en la sala, estaban desesperados. Una semana después me mandaron una carta diciéndome que estaba cometiendo un suicidio comercial, y que estaba siendo ‘deliberadamente oscuro’ y cosas así. Guardé la carta y aún la tengo: el disco vendió millones. Estoy esperando otra carta donde me comuniquen que Bloodflowers es un suicidio comercial también. Y en realidad, a esta altura, si no vende mucho, no me importa. Tuvimos mucho éxito, no somos desagradecidos ni estamos desesperados por un número 1, son demasiado años de carrera para seguir preocupándonos por eso. Bastante que podemos hacer exactamente lo que nos gusta”. El mismo Smith admite que el álbum tiene, intencionalmente, el clima de Pornography (1982) y Desintegration (1989). Su pomposo recuerdo sobre la situación en que anunció internamente. “Cuando empezamos a pensar en este trabajo, senté a la banda, les hice escuchar esos dos discos y les dije ‘éstas fueron dos formaciones excelentes de The Cure. Si queremos llegar a este nivel, tenemos que sacar un disco que tenga este impacto emocional. No importa si había buenas canciones en ‘Wild Mood Swings’. The Cure va a ser recordado por discos como estos’.” Robert Smith acaba de cumplir 40 años. Sigue usando el pelo semiparado, con ese aspecto despeinado, geloso y medio sucio, y sigue usando ropa que le queda enorme, y que compra sólo por catálogo. Obviamente sigue usando lápiz labial rojo, también. Asegura que el pelo sigue teniendo el estilo de siempre porque Mary, su abnegada esposa, así lo quiere (a ella le gusta) y la ropa es la misma porque “soy deliberadamente antifashion”. Ya pasaron 21 años desde que, en 1979, The Cure grabó Three Imaginary Boys, y desde entonces, a pesar de altas y bajas comerciales, la banda se convirtió en una marca registrada y objeto de culto, casi un estilo de vida para sus fans. Es un límite de vida y una carrera más que digna para una banda que siempre hizo las cosas a su manera... Y efectivamente Smith también pensó el disco como un canto de cisne. Pero ahora no está tan seguro. “Cuando lo estaba escribiendo, sin duda creía que sería el último disco de The Cure. Es algo que estaba en las cabezas de todos, por eso creo que también la pasaron mal en el estudio: estaban seguros de que éste sería el último disco... O por lo menos el último con esta formación. Era incómodo, porque los demás no querían que se terminara, y yo sí. Pero lo extraño es que desde que lo terminé, tengo ganas de tocarlo en vivo. Que hagamos una gira extensa está por verse, como siempre, pero el punto es que tengo ganas.” Smith vive una vida mucho más tranquila. En el barrio, todos están acostumbrados a su apariencia extravagante “y la chica del almacén donde compro hace años que no me mira raro. Es más, me sonríe”. Se pasa las noches tomando vino y mirando las estrellas por un telescopio. Hasta tiene un proyecto solistapara el año que viene que todavía está en proceso, pero implicaría película y disco, y probablemente será lanzado por Internet. De todos modos, por el momento los fans pueden estar tranquilos: The Cure ya tiene fechas para giras por EE.UU. y Europa. Los fans norteamericanos suelen hace locuras en sus shows –”en Los Angeles subió un chico al escenario y empezó a acuchillarse, en serio”, recordando una situación aludida en esta misma página–, pero Smith no teme que los ultraconservadores de EE.UU. les traigan problemas. Para eso está Marilyn Manson, ahora. “Tengo el pelo así a pedido de mi mujer y uso negro porque no me siento cómodo con ningún otro color, pero The Cure no es gótico ni dark. Los góticos nunca aceptaron a The Cure dentro de sus actividades, y creo que no les gustamos.” Pero admite que siempre hay situaciones disparatadas en Estados Unidos. “Hubo organizaciones que amenazaron a nuestra discográfica por editar ‘Killing An Arab’. Explicamos que el título viene de El Extranjero de Albert Camus, y que el libro no es racista, y que ese asesinato no tenía componentes racistas. Tampoco Pornography habla de porno, un tema que los pone como locos, sino de la obscenidad de la violencia y los abusos de poder. Afortunadamente ya no tenemos un perfil tan alto como para convertirnos en cabezas de turco.”

Johnny be dark

MARTIN PEREZ

Con un mechón de pelo cubriéndole los ojos, la mirada temerosa y dubitativa y un envidiable guardarropas oscuro, Johnny Depp vuelve a aparecer en el último film de Tim Burton como la figura dark por excelencia dentro del universo del cine norteamericano. Junto a Christina Ricci –niña dark desde su Merlina en la versión cinematográfica de Los Locos Addams– Depp protagoniza Sleepy Hollow (traducida para el mercado local como “La Leyenda del Jinete Sin Cabeza”), un film que recrea con aliento gótico y mucho sentido del humor una mítica historia de terror. Estrenada justamente hoy en la cartelera porteña, Depp aparece allí otra vez como el mejor alter-ego del tan dark y outsider Burton, el director que quiso ser la versión depresiva de Disney y terminó conformándose con triunfar filmando un Batman mainstream y de culto a la vez. Si bien la mejor leyenda freak del buen Tim es ese desquicio animado llamado The Nightmare before Christmas –no hay nada más dark que confundir Halloween con Navidad–, si algo recuerda el Ichabod Crane que interpreta Depp en “La leyenda...” es a ese perfecto icono oscuro y Burtoniano: El joven manos de tijera. Como policía y médico forense iluminista y apegado a la legalidad y la ciencia en 1799, Crane es un verdadero outsider. Y su imagen vulnerable, oscura y bien trajeada aparece como la de un improbable Joven Manos de Tijera sin tijeras en las manos ni cicatrices por todos lados. Enviado al pueblo de Sleepy Hollow –traducible como Hueco aletargado– a solucionar una serie de asesinatos misteriosos, Crane aprenderá a conciliar su apego a la ciencia con la aceptación de lo sobrenatural, y mientras tanto se enamorará de la bella Katrina Van Tassel –Christina Ricci, o sea– y luchará contra su inapropiada costumbre de desmayarse justo en los momentos en que otro héroe sacaría a relucir su pasta... de héroe. Pero es que Depp, antes que un héroe a secas, siempre elegirá ser el mejor antihéroe dark.


Cuando The Cure tocó en caballito
Noche de perros

Gentileza Revista Pelo

Marzo de 1987. Faltaba un par de semanas para las “felices fiestas” del presidente Alfonsín, Soda Stereo había editado Signos y Rosario Central era el campeón argentino de fútbol. No había muchos recitales internacionales (Los Ramones habían venido por primera vez en febrero) y la visita de The Cure fue vivida como el acontecimiento musical del año. Por entonces, los medios más influyentes de la prensa rockera le dedicaron toda su atención: el suplemento Sí –que auspiciaba los conciertos– se convirtió en una suerte de programa oficial, con una entrevista a Robert Smith, una biografía de The Cure y todo el detalle de las “exigencias” de la banda (algo que, hoy, a nadie asombra); lo mismo sucedió –antes y después– con la revista Pelo. Sin embargo, el recuerdo que permanece es el del descontrol vivido dentro y fuera del estadio de Ferro: violencia, perros, fuego, bardo. Hace poco, el cantante de The Cure aceptó contestar las preguntas de los lectores de la revista inglesa Q y allí recordó esas noches. Pero lo más llamativo es que no lo habían consultado sobre eso. La pregunta era acerca de un incidente en 1986, cuando un fan se subió al escenario durante un concierto y empezó a acuchillarse. Smith respondió brevemente y luego aclaró que ésa no había sido la situación más atemorizante por la que había pasado. “En la Argentina alguien murió a causa de un show de Cure, pero fue fuera del estadio donde estábamos tocando. Los promotores sobrevendieron el estadio porque no estaban seguros de cuán populares seríamos. Entraban 60 mil y vinieron 110 mil. Hubo un disturbio y un vendedor de panchos fue asesinado. Fue la única vez con los Cure en que estuve realmente asustado, porque estábamos encerrados en un sótano, podíamos oler a quemado, escuchábamos sonar las sirenas y pensé: ‘No vamos a salir de ésta’. Habían dejado entrar a la gente al estadio desde las 10 y nosotros tocábamos a las 20. Los baños no se podían usar y después no había agua. Nos tomó tres o cuatro horas llegar al estadio con policías moviendo sus armas en el aire y, apenas empezamos el show, la gente que estaba afuera rompió las vallas policiales y empezó a forzar su entrada. Fue realmente horrible. Hicimos una versión furiosa de ‘Killing an arab’ y salimos corriendo para salvar nuestras vidas.”.


Yo fui testigo

César Dominici era, en 1987, el líder de La Sobrecarga, grupo emergente de una cierta escena dark porteña (aunque ellos eran de Trenque Lauquen) que tuvo, por supuesto, una suerte de celebración colectiva y/o definitiva oficialización del estado (oscuro) de las cosas. La Sobrecarga fue número de apertura de aquellos shows. A pedido del No, catorce años después, Dominici recordó momentos y sensaciones de dos noches que (ellos) vivieron en peligro. l“Por algún motivo la gente estaba muy enloquecida. Muchísimos se mandaron al estadio sin entrada, entraron corriendo, un descontrol. Fue un caos. Incluso vimos cómo la gente mataba a los perros de la policía, que se les tiraban encima. No recuerdo bien con qué les pegaban, parecían palos. Corría el rumor de que un pibe se había caído y se había matado, cosa que no resultó cierta. Pero nos puso muy nerviosos.” l“A mí me quedó una impresión que no se me va a borrar más. Llovían pedazos de mampostería al escenario y rompían las vallas de contención, que eran como unos cartones muy duros, y también los tiraban. A nosotros nos llovió de todo: la gente quería a ver a The Cure, nada más. Hicimos una buena concentración antes de salir, estuvimos en un camarín aparte,haciendo control mental... (risas) Mientras afuera era el caos, nos tomamos una pava de mate y salimos.” l“Recuerdo que cuando los bajaron del escenario, a los Cure los protegían unos tipos grandotes que los acompañaban con unos palos que parecían lanzas, era demencial. Smith después cuando habló del show mencionaba algo de ‘indios’ y qué sé yo, y esa salida debió haber tenido que ver con su percepción de las cosas.”