Camilo
Carabajal, percusionista todo terreno: del folklore al trip hop
El
joven manos
de chacarera
En
la semana de gloria de su comprovinciano Moreno, el No presenta a otro
joven santiagueño con algo que mostrar. He aquí un pibe
con un apellido ilustre en la música popular argentina, que creció
en el patio de la casa de su abuela en La Banda y después formó
parte de una brigada anti-skinhead en Berlín. Aunque parezca mentira,
es así. Leer para creer.
TEXTO:ROQUE
CASCIERO
Para él, los sonidos de la tierra pueden remitir a la
percusión mozambiqueña, a las pistas pregrabadas del pop
industrial o a un patio de chacarera santiagueña. En su sangre
hay, evidentemente, un cruce anárquico de informaciones que incluye
aportes de un árbol genealógico-folklórico riquísimo
(ver recuadro), cierta predisposición por la aventura y un espíritu
libre. En la práctica, estas referencias se canalizan en dos proyectos
aparentemente incompatibles. Es percusionista del conjunto Cuti y Roberto,
con el que vive especialmente en verano de festival en festival
y por el interior del país. Menos adrenalínica (aunque no
menos comprometida) es su condición de baterista de Intelectual
Forma, la banda que comparte con Maxi Castro y que recientemente tocó
en El Dorado.
Mi ideal como percusionista está entre Stewart Copeland y
Chango Farías Gómez, cita Camilo en la entrevista
con el No. En su discman lleva un cd de Tool y espera turno otro de Ghorwane
(de Mozambique). A mí me encanta hacer sonar un parche, que
es de alguna manera hacer sonar lo que tengo adentro. En Cuti y Roberto
meto cortes rockeros, y al revés, en Intelectual Forma, se me escapa
alguna cosa folklórica. Pero no invento nada, son golpes, y todos
los golpes percusivos vienen de Africa. Su eclecticismo es espontáneo
y resume, de algún modo, una cronología de vida que le debe
tanto a la tradición familiar como a su iniciativa de romper los
moldes artísticos preestablecidos. Habrá que decir también
que es hijo de Cuti Carabajal y que nació de casualidad en Barcelona,
durante una gira del grupo familiar.
Por cuestiones familiares, vivió su adolescencia en Alemania. Llegué
a Berlín a los 14 años, recién había caído
el Muro y vivíamos en el ex lado comunista, en Marzahn, un barrio
plagado de skinheads. Allá, el Estado subvencionaba la formación
de clubes para que los pibes no estuvieran tanto en la calle. Pero de
cinco clubes, cuatro eran re-fachos. Con unos pibes alemanes, zurdos,
armamos una barrita anti-skinhead, y con ellos nos fuimos por Europa agitando
en contra de los nazis. Iban los pibes con banderas alemanas, pero le
sacaban la franja amarilla y quedaba la bandera anarquista. Eramos algo
así como una patota progre, y fueron más las veces que nos
cagaron a trompadas que las que pudimos embocar a algún facho.
En los trenes siempre se armaba, nos cruzábamos con los hooligans
del equipo de fútbol de allá, el Hertha, y se pudría
siempre.
Como en Berlín no se conocía el bombo, empezó a tocar
la batería. Armó con unos amigos un grupo de folk-punk,
que bautizaron I.D.S. (nunca aprendí a pronunciar el nombre
completo en alemán, reconoce, y prefiere decir sólo
la sigla). El padre, que seguía con Los Carabajal en la Argentina,
le grababa discos de los Redondos, Divididos, Peteco, y se los mandaba.
A mí me flasheaban, y a mis amigos alemanes también.
Pero allá en Berlín vivía en un mundo aparte. Me
acuerdo que mi viejo me llamó una vez para darme una mala noticia:
la muerte en un accidente automovilístico de Jacinto Piedra (una
leyenda para el folklore argentino), y yo le dije: ¿Y sabés
quién se murió también? Freddie Mercury....
En Alemania terminó la secundaria, trabajó en una panadería,
en una disquería, y en el 95 se volvió. Me vine
para hacer música con mi viejo, explica. Unos amigos le dijeron
que había una banda que andaba buscando un baterista, pero Camilo
se colgó y se fue a Santiago del Estero. Después se enteró
de que el grupo que buscaba músico era Hermética. Su vida
comenzó a bifurcarse, y a medida que conocía mejor el ambiente
del folklore y el del rock se afianzaba una personalidad desprejuiciada
que, al mismo tiempo, invitaba al desprejuicio. A veces me cruzo
con algún representante que me dice, cuando me ve pintado todo
mal: ¿Qué te pusiste? ¿Así vas a salir
al escenario?. Pero mi viejo y los amigos de mi viejo tienen la
mejor onda conmigo, saben que soy así, que tengo la chacarera en
el pecho desde que nací y que también hay otros sonidos
que me vuelven loco. En Intelectual Forma, Maxi también me entiende.
A mí me encanta el manejo que hace de las bases computarizadas,
porque es un campo de acción que todavía está por
desarrollarse. Lo buenoes poder combinar los adelantos tecnológicos
con la sensibilidad que le puede dar uno a la música. Lo que hacemos
es una especie de mezcla que tiene un poco de Portishead, otro poco de
Cerati, pero con un perfil muy personal.
Admite, de todos modos, que los dos mundos que frecuenta son distintos
entre sí. Del folklore no rescata sólo la música
sino que se le vienen encima imágenes de la infancia: Lo
que recuerdo de mi niñez en Santiago es que siempre había
mucha gente, de día y de noche, tomando, comiendo. Ollas con litros
de locro, asado a full, y todos tocando el bombo, la guitarra, bailando.
Yo ya hacía el ritmo del bombo contra mi pecho. Los Carabajal somos
más de 200, y para el cumpleaños de la abuela siempre nos
reunimos. La abuela murió cuando yo estaba en Berlín, pero
después de que falleció se siguió festejando su cumpleaños
igual, en su homenaje. Cuando volví, esa mística se mantenía.
Es increíble y por ahí el que no lo vive, no lo entiende;
pero el que va, no se lo olvida más. Dice que la noche porteña,
la que conoce a través de su costado pop, es más
hermética, oscura, se viven otras cosas. En el folklore,
en cambio, recién salió el sol y todavía tenés
ganas de comerte unas empanadas. Si pudiera definirse la dicotomía
por penales, la definición correría por cuenta de las mujeres
de uno y otro ambiente. Ahí ganan las del folklore remata.
Son más lindas, tienen más onda y son menos histéricas.
Dinastía
La dinastía
Carabajal tiene hoy alrededor de 200 miembros desperdigados por
todo el país, pero con base de operaciones en Santiago
del Estero. Hay un árbol genealógico envidiable
por lo prolífico de sus ramificaciones, pero el tronco
principal tiene su origen en los doce hijos varones que tuvieron
allá lejos (barrio de los Lagos, en La Banda, localidad
pegada a Santiago) y hace tiempo María Luisa Paz y Rosario
Carabajal. Cinco de ellos, Héctor, Enrique, Agustín,
Carlos y Cuti, cimentaron el futuro musical de la familia. El
hijo de Héctor (Roberto) se unió a Cuti y formaron
Cuti y Roberto, uno de los conjuntos que promovieron la renovación
folklórica de la década pasada. Kali y Musha (hijos
de Enrique) son la columna vertebral de Los Carabajal, una banda
que lleva más de treinta años en la ruta. Peteco,
en tanto, es hijo de Carlos, y después de haberse destacado
en Los Carabajal inició una brillante carrera solista,
con canciones que ya son clásicos del folklore moderno.
Pero hay una nueva generación musical, que integran, entre
otros, Camilo, Demi y Roxana, con un estilo de vida que le debe
más a la esencia rockera que a las tradiciones telúricas.
Más allá de las dotes artísticas del clan
Carabajal, su elemento distintivo es el fanatismo por el fútbol.
El equipo de la familia es prácticamente invencible en
el ámbito folklórico y hace poco demostraron su
capacidad como visitantes, goleando nada menos que a Los Piojos.
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