MARTA DILLON
Sí,
es verdad, hay fechas que interrumpen el año y hacen que el tiempo
pase de otra manera. Digo que es verdad porque a veces los amigos se
cansan del mismo ritmo cada vez y se quejan, y bueno, sí, hay
fechas que se imponen como muros y cada año exigen una carrera
y un salto para seguir adelante. Mañana es 24 de marzo y es uno
de esos días en que cierta agitación interna trae un ánimo
de tormenta eléctrica que amenaza con inundaciones. Será
tal vez el recuerdo nítido de esos comunicados numerados que
con la cortina de marchas militares anunciaban la pena de muerte para
toda clase de cosas entre las que se incluían varias de las que
yo sabía que se hacían en mi casa. Tal vez porque de a
ratos vuelve la misma taquicardia cuando veo un patrullero, porque recuerdo
perfectamente los operativos rastrillo, los amigos que no volvieron,
las visitas con los ojos vendados, entrar a los ascensores sin mirar
jamás qué piso apretaban los mayores porque ya sabíamos
que lo más peligroso era saber. Tal vez porque, aunque pasó
un tiempo hasta que mi mamá desapareció se la llevaron
en octubre, desde los primeros días del golpe el silencio
empezó a reemplazar la respuesta a preguntas tan simples como
por qué Ramón no viene más y las corridas de los
chicos por la casa se alternaron con llantos queditos de alguna compañera
que esperaba a su amante que nunca llegó. Por esos días
mi mamá me regaló un libro que no recomiendo a ningún
niño, pero que leí mil veces para llorar por otras cosas,
pero no por las ausencias que tanto me dolían. Mi planta de naranja
lima era el libro y me aprendí la dedicatoria de memoria: Para
Martita, mi compañera, que está aprendiendo a vivir como
propias las alegrías y las luchas del pueblo latinoamericano.
La leí y la leí como quien mira un título largamente
esperado, como si fuera una condecoración que me daban por noches
de estudio e insomnio. Apenas estaba en 5º grado y no había
hecho nada para merecerlo más que esperar paciente, durante horas,
que me fueran a buscar a la escuela mientras adivinaba cuál era
su auto, porque paradito en el asiento de atrás venía
mi hermano Juan. Pronto iba a tomar conciencia de lo que era la felicidad,
todavía no sabía que esa sensación de estar juntos,
mis hermanos, los compañeros, era algo que iba a añorar
toda la vida. Muchas cosas más vuelven cada 24 de marzo. Pero
a la vez, también recupero cada 24 la sensación de estar
de pie otra vez, de tener compañeros, de gritar juntos, de sentirnos
fuertes. Marchar el 24 es afirmarme otra vez en esta vida perra que
da y que quita y a la que estoy dispuesta a arrebatarle todo cada vez.
Por mi familia, por mis amigos, por mi amor, por los que no están,
por los compañeros, ¡presente, carajo!