Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
NO

todo x 1,99

Clara de noche

Convivir con virus
BoleteríaCerrado
Abierto

Ediciones anteriores

 

Jueves 30 de Marzo de 2000
tapa tapa del no

convivir con virus

MARTA DILLON

Sucede bastante seguido que no hay nada que decir. Es decir, los días corren iguales, despertarse, andar, volver a casa, dormirse. Algunas noches el amor nos hace hermosos como esculturas clásicas y el placer ya no nos sobresalta sino que es nuestro, como el color de los ojos que me enamoran, como el jardín que me hace feliz en las mañanas. Sin estridencias, tengo lo que es mío y modulo sus nombres con los labios porque no me animo a hacerlo en voz alta. No es mía la palabra, todo es un préstamo transitorio, el amor es un acuerdo, incluso el de mi hija. Entonces es necesario saber regar esas flores. Pero de este terreno que he conseguido quiero ser la jardinera y no usar guantes para hundir mis manos en la tierra. Muy lentamente voy aprendiendo a darle aire a mis flores, aunque a veces les pida a gritos que broten; o las ahogue con mi agua como un río que se desborda. Quiero decir, muy lentamente aprendo a amar y aunque ése nunca sea un saber completo, quiero ser la flor de otros jardines.
Sucede bastante seguido que los días parecen iguales y los regalos más sencillos se hacen invisibles. Y sin embargo no hay rutina que contenga el vértigo de un encuentro, no hay nada que pueda predecir, mucho menos el humor de mi hija cuando la busco para irnos juntas a casa. Entonces es cuestión de arremangarse cada día y disfrutar de aquellos que nos acunan sin sobresaltos. Y no mirar nunca hacia otro lado. Los ojos abiertos y el corazón atento. La renuncia siempre lista en el cajón, por las dudas, por si es necesario para cambiar de estrategia, para salvar lo que necesita ser salvado y sólo porque entendimos que nada nos pertenece y todo lo que necesitamos, en definitiva, viaja con nosotros, caracoles que llevan su casa a cuestas. Es fácil juntar palabras, pero difícil que éstas lleguen a nombrar la emoción rebelde que agita el alma. Sobre todo cuando la rutina se ofrece como el corralito en el que el bebé hace lo que quiere porque está seguro. ¿Hace lo que quiere? Eso jamás, sólo unas pocas veces coincide lo que queremos con lo que nos permiten. Y otras tantas la voluntad o la pasión quiebran el límite y lo ensanchan. Por esas tantas, nada más, vale la pena el dolor de derribar los muros a golpes de puño, de destilar la gota que horada la piedra y de cantar tan hondo que el sonido se cuele por las grietas. Con el corazón abollado es como se aprende a dibujar los pasos del propio camino.
A mí, ahora, me toca dar gracias. Porque “con esta boca, en este mundo”, puedo decir que amo. Y no perder ningún diente.