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Clara de noche

Convivir con virus
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Jueves 13 de Abril de 2000
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convivir con virus

MARTA DILLON

Estoy en el diario, meto la mano en la cartera, saco el estuche de los anteojos y se produce el milagro: arena. Un puñado de arena que traje del paraíso y que aquí, lejos de las lejanas playas, es un tesoro refulgente. Esta arena me trae un horizonte limpio, me trae la caricia del mar, un tiempo sin urgencias, un tiempo que fluye y me deja hamacarme sobre las olas, sobre los hechos, sobre la vida. Me detengo otra vez frente a su presencia, en este lugar extraño, con su miseria cotidiana, con su zanahoria frente a mi nariz, haciéndome correr como un burro con anteojeras. ¿A dónde voy? No hay respuesta para las preguntas obvias, tengo que caminar porque estoy de pie y porque no puedo quedarme en el camino. Hay que comer, hay que proveer, hay que brillar con ese brillito de fantasía que se apaga mucho más rápido que las estrellas fugaces que vi en mis lejanas playas, en mi tiempo sin tiempo. ¿De qué se trata esta vida? Avanzo por la semana en busca de su fin, bebo el ocio con desesperación y me culpo todo el tiempo por no hacer lo que debo hacer por no escribir las grandes obras que fantaseo que podría, por no ver todas las películas, las obras de teatro, las muestras que se supone que alimentan el alma, pero que me obligan a correr, otra vez, de un lado al otro, para no perder información, estímulo, intercambio, qué sé yo. El placer es esquivo cuando vamos detrás de él. ¿Qué será hacer lo correcto? A veces sueño con quedarme en casa, esperar que mi hija vuelva de la escuela, revisar sus carpetas, hacer juntas los deberes. ¿Y de qué viviríamos entonces? ¿Y de qué se trata la realización? No sé buscar entre tanto ruido. ¿Cómo pensar en la salud cuando apenas puedo pensar en lo que voy a comer esta noche? Y en qué momento voy a prepararlo y cuándo voy a leer hasta cansarme y cuándo me voy a tomar el tiempo para escribir sin urgencias, sin cierres, sin pensar en la guita. Ya sé, ya sé que son quejas vanas, que en el medio de tanta miseria soy una privilegiada, que ahora mismo me tomo el tiempo para pensar que el tiempo se me escapa y que ahora mismo tengo en mis manos un tesoro de arena que me lleva otra vez a la playa, al horizonte infinito, a un tiempo sin urgencias que me acaricia como las olas, que me da fuerza, que me consuela.