La verdadera historia de los
tres agitados días de Manu Chao en Mendoza
¡Ya
llegó, Super Chango!
Y
finalmente tocó en Argentina. El compulsivo viajero franco-español que
redefinió el rock en castellano (latino, que le dicen) dejó, como puede
suponerse tratándose de quien se trata, miles de pequeñas-grandes anécdotas
a su paso. La porción más importante de su viaje ocurrió en la capital
mendocina, con mucho frío y largas noches de música. El No, testigo
privilegiado de todas sus rondas, sobrevivió para contarlo y mostrártelo
todo. Aquí va.
Textos:
MARIANO
BLEJMAN
Fotos: NORA LEZANO ROSARIO
MARIANO BLEJMAN MENDOZA
Comienzo y final
Viernes 5 de mayo. 18 hs. Manu Chao está a punto de dejar Mendoza.
Se detiene en un pequeño boliche apodado “El Boxeador” y saluda al dueño
con un abrazo, además de pagarle lo que le debe: diez cenas que quedaron
pendientes del día anterior. Diez cenas que “el papito”, dueño de la parrillada,
no olvidará nunca más. A pesar del frío, al “papito” le transpira la frente.
Se ríe con los dientes hundidos, espeta un “Chau Manu... Chao” y se despide.
Terminan 72 intensas horas. Ahora es tiempo de rebobinar.
El
bienvenido. Martes 2
18.20 hs. Manu todavía no conoce al “papito”. Cuando llega a Mendoza,
a la sede local de la Alianza Francesa, lo esperan Goy Ogalde, cantante
de Karamelo Santo, el baterista que navega por Internet, un percusionista
de Los Prisioneros, el No y varios funcionarios. Manu habla con Goy. Le
recuerda “las ganas de tocar en Mendoza salieron de aquellas charlas que
tuvimos en la Boca hace dos años”. Alguien ofrece gaseosas y nadie acepta.
Alguien ofrece vino. Todos aceptan. Vino en copas de champagne, tinto
mendocino pero frío. Manu chequea su correo electrónico, responde los
mensajes de sus amigos y se sube al colectivo que espera en la puerta.
Próxima estación: conferencia de prensa. En el trayecto, cuenta su paso
por la cárcel de Alta Seguridad de Santiago de Chile, en donde cantó y
pasó 8 horas con los presos políticos. Después, eludió el avión y decidió
cruzar la cordillera por tierra.
20.00 hs. Ahora está cumpliendo con la obligación de la conferencia
de prensa. Allí presenta en público su participación en la organización
Attack, que propone como tesis central imponer un impuesto de 0,1 por
ciento a las transacciones de Bolsa. Alguien le estampa un prendedor de
la agrupación HIJOS en la campera. Manu Chao no se da cuenta hasta que
sube al colectivo y un periodista francés que lo acompaña le pregunta
“¿Qué llevas puesto?”. El no sabe, hasta que Bouchón –que hace las veces
de manager, aunque en realidad siempre asiste desde el escenario– le explica.
Ese pin durará en su campera lo que su estadía en Argentina.
21 hs. La sola presencia del mítico personaje produce fervor.
La “troupe” de franceses, argelinos, porteños y mendocinos toca en el
primer piso de la Alianza Francesa y de nuevo hay vino tinto mendocino,
un poco más templado. Los músicos dejan solos a los funcionarios.
21.35 hs. Próxima estación: “El papito”. ¿Qué pasa por la calle?
El boxeador, que despidió a Manu Chao en Mendoza, alguna vez fue campeón
de algo, pero nadie sabe bien de qué. Y nadie le pregunta tampoco. Ahora,
el “papito”, como le dicen, tiene los dientes hundidos, las chapas voladas
y maneja un restaurante cerca de Las Heras, una de las zonas más carenciadas
del Gran Mendoza. Ese lugar elegido para comer la primera noche, sin quererlo,
se convertirá en un escenario de eterno retorno durante toda la estadía.
Hace frío y hay poca gente en el bar. Manu Chao pasa desapercibido. Fuma.
Brinda. Todos comen unos bifes que tardan en salir. Con la misma guitarra
acústica que brillará dos días después en el escenario, descuellan canciones
que nadie conoce, pero suenan divertidas. Al lugar han llegado los músicos
mendocinos Tilín Orozco y Fernando Barrientos, que aportan cuecas, tonadas
y algún tango. Promesas vagas. Una noche caliente, a pesar del frío.
3.00 hs. Comienza el día más helado –hasta ahora– del año. La
banda se marcha hacia un hotel alejado, que tiene una bandera francesa
en la puerta. A tres cuadras hay un circo que los músicos quieren visitar.
Y corren versiones de que Manu Chao quiere tocar en el circo. Rumor desechado.
Hay cambio de hotel. Manu elige uno más humilde, ubicado en el centro,
a unas pocas cuadras del Estadio Pacífico. Más cerca del “papito” y su
parrillada. Y sin bandera francesa.
La
Gloria de Manu. Miércoles 3.
9.00 hs. El frío consume el cuerpo inquieto de Manu Chao. La tropa
sale a conocer la montaña. Los fotógrafos lo acribillan con los flashes
y Manu dice “Bienvenido a la aduana”. Posa un rato, responde las mismas
preguntas y sentencia “a este mundo lo dominan los irresponsables”. A
las dos de la tarde están en Uspallata, bajo una tormenta de nieve, cuando
desciende en una casa abandonada. Comen sandwiches, toman cerveza y vino.
Y chupan mucho, mucho frío.
20.00 hs. El padre Jorge Contreras se encuentra más cerca de la
Teología de la Liberación que del Vaticano. Su iglesia está en uno de
los barrios más empobrecidos de Mendoza: La Gloria. Allí los chicos del
barrio han redescubierto la música callejera. El padre Contreras tiene
un gorrito de lana en la cabeza. La gente se amontona en la puerta del
templo, donde se encuentra también la radio comunitaria Cuyum. La convocatoria
es clara: sólo murgueros, la radio del lugar y la gente del barrio. Allí
esperan los murguistas de Hijos del Sol, La Repicante, Baldosas Flojas
y Los Gloriosos Intocables, que ofician de anfitriones. El padre Contreras
no conoce a Manu Chao. Manu Chao no conoce al padre Contreras. Alguien
le explica al padre quién es Manu Chao, minutos antes de que llegue. Alguien
le explica a Manu Chao quién es el padre, también. Cuando Manu por fin
llega, los dos sonríen y comparten un mate.
20.15 hs. El estudio de la radio da a la calle y tiene las ventanas
abiertas. Es todo de madera, tiene un poster del Che y algunos libros
marxistas. Tres jóvenes conducen el programa y se mueven como rappers.
Manu Chao se sienta en un costado, toma otro mate y responde “aquí presente
Manu Chao de Francia compartiendo con ustedes pa’lo que sea”. “¿De dónde
nace esta elección tuya por los más explotados?”, pregunta el conductor
del programa “De este lado del mundo”. Manu responde: “Para cambiar el
mundo hay que entender cómo funcionan las cosas. Nosotros les explicamos
cómo vivimos, y necesitamos que ustedes nos expliquen cómo funcionan las
cosas aquí. Así es más fácil hacerse una opinión”.
20.40 hs. “El barrio de La Gloria es un barrio clandestino”, dice
el conductor. Mientras Manu se escucha a él mismo en la radio, firma autógrafos
en el estudio. Nadie de los presentes puede creer lo que está sucediendo.
El único que parece entenderlo es Manu, que escucha atentamente y luego
argumenta. Sus palabras parecen medidas, pero suenan espontáneas. En el
fondo del estudio, se ven y se escuchan los autos que pasan por la única
avenida asfaltada del barrio. “¿Alguien de la ventana quiere hacer una
pregunta?”, dice el locutor. Nadie se anima. Unos metros detrás, en un
pequeño galpón, los murguistas cantan a Jaime Roos: “que no se apague
nunca más la retirada”. Manu sigue: “La intención del arte es saber cómo
canalizar esa rabia que nos produce ver lo que sucede. Aquí o en Europa,
el arte vivo está en la cocina experimental de la gente. El hip hop nació
en los bajos europeos y el reggae salió de los barrios de Jamaica. Latinoamérica
pa’mí es una sorpresa permanente. Pero lo más importante es que, si de
aquí a que nos vayamos, hemos cantado una canción juntos... ¡ya está!
Más que preguntas, toquemos música ¿no?”, propone. Afuera, en un baldío
de tierra, un murguista le dice “Hacete cargo. Vos tenés bastante que
ver con esto”, y Manu comienza a bailar como si fuera un video de Mano
Negra. Pero no es un clip. Está bailando en el barrio La Gloria. Después
canta “yo conozco una chacha, su nombre es María Juana, sé que todos los
chachos la llaman luz del alma”. Al final, hace una última entrevista
que la Radio Cuyum dejará guardada por el resto de sus días: “yo vengo
aquí porque es una forma de romper los monopolios de la información”,
sentencia.
Esta
noche. Jueves 4.
16.15 hs. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA
le reclama al gobierno argentino una reparación sobre el caso de los presospolíticos
de La Tablada. Adolfo Pérez Esquivel, Osvaldo Bayer, Noam Chomsky y Rigoberta
Menchú firmaron el petitorio por la liberación de los detenidos. Eso dice
un fax que Goy Ogalde le acerca a Manu Chao. “Hace once años que están
presos”, le explica. Manu firma de puño y letra: “aquí presente en apoyo
a la liberación de todos los presos políticos de La Tablada. Hasta Siempre.
Fuera. Manu”. Después se sube al escenario para probar sonido. Luchando
contra la acústica del Estadio Pacífico, la banda repasa “Machine gun”,
de Mano Negra, y también se larga con “Candela”, de los Buena Vista Social
Club.
17.00 hs. Próxima Estación: HIJOS. Uno de los pibes que lo espera
para llevarlo a la casa –a cuatro cuadras del estadio– exhibe orgulloso
una tapa del No que Manu le firmó, con dedicatoria para la agrupación
y todo. Cuando se va para la casa, lo siguen los dos enviados de Los Inrockuptibles,
otro periodista francés y cronista y fotógrafo de Rolling Stone edición
argentina. Unas cuarenta o cincuenta personas, chicos y chicas –pero también
hijas con sus madres– sonríen cuando lo ven entrar. Le muestran afiches,
carpetas y la foto de Astiz escrachado en su último juicio. “Sí, esto
lo vi en la televisión”, dice él. En la casa trabajan hijos de desaparecidos,
ex presos políticos y ex exiliados. De fondo suena una guitarra con tonadas
mendocinas. “Los que elaboran vinos son productores... y los que lo tomamos,
admiradores”, dice la estrofa. Algunos bailan, mientras él toma mate y
prueba una torta frita recién hecha. Está caliente, pero muy buena. Manu
sonríe. Ahora lo esperan afuera. Dos pibes malabaristas demuestran sus
habilidades, hasta que uno le pide una pequeña participación. Le ponen
un cigarrillo en la boca -después en la oreja–, para permanecer en medio
del cruce de palos. Las dos veces le vuelan el cigarro sin tocarlo. Alguien
comenta “ojo, que no va a poder cantar esta noche”. Supera las pruebas
y le acercan una guitarra. En cuclillas sobre el asfalto, canta “Tijuana”,
“Clandestino” y “Minha galera”. Gran ovación para la despedida. Antes,
debe cumplir con más autógrafos, besos, fotos y abrazos. Siempre está
sonriente. De vuelta en el auto que lo lleva al hotel, comenta: “que días
intensos que hemos pasao, eh... Hoy aquí, ayer en el Barrio La Gloria
y el otro día en lo del boxeador. Estos momentos han estado muy ricos”.
19.00 hs. Vuelta al Estadio. Alguien cuenta una anécdota: en una
reunión de representantes de varias empresas mendocinas y otras francesas
que operan comercialmente en Mendoza, la Alianza contó que traerían a
Manu Chao a la provincia. La mitad ni sabe quién es Manu Chao. Algunos
igual aceptan “colaborar”. Un asistente le cuenta la anécdota a Manu Chao
y él se ríe. 19.30 hs. El manager está enojado. Acaba de descubrir un
cartel inmenso que dice “Municipalidad de Mendoza” en un costado del escenario.
Pide que lo saquen. También descubre dos spots en la entrada que son del
banco francés Société Generale. Pide que dejen uno solo y que los volantes
promocionales se entreguen afuera. “A Manu no le gusta eso. Por unos pesos
no van a ser dueños del show”, dice.
21.30 hs. Primero tocan los Superamigos. Luego, Karamelo Santo,
con su tropa mendocina-porteña. Reggae, ska y hardcore a full. Manu está
al costado del escenario y acompaña el ritmo con la cabeza. Parece que
fuera a meterse en el show. Luce nervioso. Vuelve al camarín, mueve el
cuello hacia los costados y se agarra la cabeza. Los músicos juegan, se
divierten, hacen chistes y al fin encaran al escenario ante un público
que estalla con “Bala Perdida“. El show es el más impactante que haya
tenido Mendoza en los últimos 10 años. El público se regocija con los
viejos temas de Mano Negra, los nuevos de Clandestino, aquellos por venir
y hasta una versión de Todos tus muertos, “Sé que no”. Manu termina con
una camiseta de Boca –del ‘95, cuando volvió Diego– y tocando un bombo
murguero. Todos quedan contentos. Cuando termina, él sube a buscar sus
pertenencias y un par de chicas se escabullen entre los barrotes, lo abrazan
y le zampan un beso en la boca. El francés se deja. En el camarín un “chabón
copado” le pide “una forma de hacerme entrar gratis en Rosario, porque
no tengo un peso”. Manu lo mira y le contesta “oye tío, ¡que está jodida
la cosa! Dame tu nombre así lo pongo en la lista”. Y guarda el papel.
3.00 hs. A lo del boxeador nuevamente. Esta vez el bar está lleno.
En las orillas de la mesa hay dos personajes que Manu no conoce. Uno es
funcionario municipal, el otro encargado de seguridad. Ambos se han autodeclarado
“cuidadores” de Manu Chao. Le dan consejos y lo llaman cada dos minutos.
Los tipos se han dejado ganar por el cholulismo y brindan con una caña.
Los Karamelo, junto a los franceses zapan melodías cuyano-francesas. Y
toda la gente baila sobre las mesas. Hasta el boxeador baila. Todos comen,
todos beben. Casi todos fuman. El loco Juan, un personaje mendocino, hace
una arenga política por el comienzo del paro de Moyano y todos lo aplauden.
Manu también. La noche sigue fría. En algún momento el “encargado de seguridad”
se molesta con Manu porque no le hace caso. “Cuidado cuando salgas que
hay mucha gente y te van a hinchar las pelotas”, le había dicho. Manu
busca esa gente. Hay forcejeos. Ya son las 6 de la mañana y el acordeonista
toca hace horas la misma canción. Manu sigue discutiendo algo al oído
del “guardia” y le dice a Gambit, su bajista y firme compinche: “Tout
c’est bien. No te preocupes, yo me arreglo”. Salen afuera y concluye la
“situación”, explicándole al celoso muchacho: “¡déjalos tío, la gente
está de fiesta!. Sabes, hace 15 años que ando por las calles, los he conocido
a todos. ¿Qué te preocupa tanto?”. ¿Qué pasa por la calle? “Bueno, basta,
yo me encargo de tu seguridad así que nos vamos”, retruca el guardia vocacional.
Manu se ofusca y se aleja. Al final, gana el funcionario que lo sube a
un auto y se va con él. Se los traga la noche.
LA
NOCHE EN ROSARIO
Patchanka
PABLO PLOTKIN
Habían
pasado un par de horas desde la aparición en escena de Manu Chao
-un pequeño gigante descubriéndose a las luces, caminando naturalmente
con su camiseta de Argelia y aplaudiendo el afecto del público–
cuando unos cincuenta chicos asaltaron el escenario e hicieron perder
de vista al ciudadano clandestino más famoso. La carita de Manu
–sonrisa noble, las cejas arqueadas de asombro, el gorro coya arrebatado–
aparecía de tanto en tanto entre la marea. El pie del micrófono
había volado junto con tres chabones, la banda seguía tocando la
base de alguna buena “rola” y el resto del público (el que no había
subido al escenario) bailaba entre nubes de humo que se deshacían
y regeneraban. Cuando todo se tranquilizó, Manu Chao caminó entre
los últimos fanáticos que gritaban aguantes a los micrófonos y celebró
la actitud. Con la respiración agitada prometió volver a hacer algún
otro tema después de que un grupo de trabajadores de prensa denunciara
“el monopolio” del diario La Capital y se hundió en las sombras
de la trastienda mientras revoleaba botellas de agua al público.
Escena cumbre de la noche mágica que se vivió el sábado en Rosario,
frente a las cinco mil personas que desbordaron el anfiteatro municipal.
Además de gente del lugar, había ahí porteños, mendocinos que no
se habían conformado con las tres horas del jueves, entrerrianos,
cordobeses, santafesinos. Y sobre el escenario... una saludable
prepotencia ska (imaginen a los Skatalites con letras de Eduardo
Galeano), reggae, ballenato, punk... La voz del subcomandante Marcos
pronunciando el manifiesto zapatista sobre una base narcótica de
batería electrónica, el jingle de Bananita Dolca sobre el ritmo
de “Calipso Bananero”, la bienvenida a Tijuana (que reformula en
clave tercermundista la vieja Santísima Trinidad de “sexo, droga
y rock and roll”), la noche estrellada, el “Marihuana boogie”...
Realismo mágico sería una buena manera de definirlo, pero se usó
en otra época y para otra ocasión. Llamémoslo magia realista.
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