MARTA DILLON
Si
quiero crecer, tengo que saber desde dónde parto. A veces la euforia
me nubla la vista y entonces ando por el mundo como si supiera de qué
se trata, me pongo las anteojeras de la soberbia y creo que a fuerza
de golpes puedo arremeter contra todo porque, total, lo que no nos mata
nos fortalece. Pero por estos días necesito el silencio, convocar a
las musas y dejar que hable eso que no tiene voz o tiene una tan pequeña
que se pierde en esta locura de querer ser alguien memorable, al menos
para unas pocas personas. Y no hay brillo en esto. La tristeza me suele
acompañar a lo largo del camino y yo la dejo, como si siempre me estuviera
despidiendo de los momentos felices. En realidad, eso es la vida, dejar
que la ola venga y se vaya y guardar en algún lado ese gusto a sal y
placer que deja esa sensación de verano, de andar sin ropa, sin maquillaje,
sin carga. Pero me da miedo soltar esos tics, esas máscaras bajo las
que me siento yo misma. Cuesta tanto construir el personaje con que
se enfrenta al mundo que dejarlo caer es un duelo tan difícil como intentar
parir la mujer que quiero ser. La seguridad es frágil y nunca completa.
Entonces, ¿por qué el temor? Si igual todo podría derrumbarse, ¿por
qué no patear el tablero y animarme a definir de nuevo quién quiero
ser? Ahora mismo me siento una mujer feliz, feliz como es posible en
este mundo, en esta estepa en la que caminamos con los ojos bien apretados
para que el dolor que nos rodea no nos haga tambalear. Pero a ciegas
me siento mutilada. Si no puedo mirar al costado, no hay cimientos sobre
los que montar la mujer posible. A veces digo con resignación “todo
lo que tiene que ser será” y creo que nada de lo que haga puede cambiar
el destino. Otras, digo la misma frase con esperanza, sabiendo que si
reúno mis partes, si puedo hacer silencio para escuchar mi deseo, si
me limpio de esa soberbia que pide halagos para mi pobre mascarita,
entonces todo lo que tiene que ser será y podré besar a la felicidad
con la boca húmeda y podré acostarme en la tierra para sentir su latido
y podré construir esa mujer pequeña y posible que se anime a soñar y
a amar sin miedo. A dejar partir y a encontrarse.